jueves, 14 de diciembre de 2017

La leyenda del Kaure’i

La mañana aún no termina de despertar. Alarga sus brazos apenas luminosos sobre la niebla que se levanta del lecho del río y se pasea por los campos y los cerros. Se despereza lentamente.

Una mujer joven, bellamente ataviada, corre por el monte hacia una choza ubicada en la falda de un cerro poblado de árboles.

En la puerta de la choza un viejecito. Un humo oloroso puebla el interior de la humilde habitación.

El pequeño viejecito, antiguo mago de aquellas comarcas, conocedor de las propiedades de las plantas y capaz de crear filtros que curan todos los males del cuerpo y del alma, bebe ahora una infusión caliente en la fresca mañana. Con calma, en la puerta de su casa, ve venir a la mujer y la recibe. De inmediato sabe que se trata de una mbya y de alto rango. Lo descubre por sus adornos y su vestimenta.

La mujer llega desesperada y le solicita ayuda. Una tribu de salvajes la ha raptado y ella ha podido escapar, pero ahora la persiguen. Desea que el viejo comunique a su esposo, el cacique mbya, el lugar donde ella se encuentra.

La mujer y el mago entran en la choza. Utilizando su magia, el viejo se comunica con el esposo de la mujer y le revela el lugar donde ahora está. Prepara uno de sus mágicos caldos en una vasija adornada de colores que coloca sobre el fogón que arde incesante. Por tres veces hunde su cayado en la vasija y luego unta la frente de la mbya con una sustancia verde, repitiendo palabras mágicas que la mujer no llega a entender porque están pronunciadas en una lengua extraña y antiquísima.

Se escucha el berrinche que, por el camino a la choza, vienen armando los perseguidores de la mujer. Se escucha el grito de guerra que clama por la mujer. Son gritos animalescos. Poco tienen de humano aquellas voces. Poco tienen de humano aquellos salvajes.

La mujer ha desaparecido del interior de la choza. Un pequeño pájaro sale por un ventanuco y se queda mirando la barbarie desde la rama de un árbol. El mago se ha tendido en el suelo como si estuviera muerto. Los salvajes entran en la choza y le destrozan la cabeza con un hacha. Buscan a la mujer. Destruyen todo a su paso. Incendian la choza. Se concentran en su violenta orgía de destrucción. El pequeño pájaro mira la escena horrorizado.

Llegan las tropas del cacique mbya. El esposo de la bella mujer viene en su busca y encuentra la cruel fiesta de los salvajes. Hacen prisioneros a los malvados. Buscan y rebuscan por los alrededores. No hay rastros de la mujer. Sólo el cadáver del viejo mago, con la cabeza aplastada y ahora carbonizado. El mbya manda a azotar a los salvajes, pero ellos no saben más que él. La mujer ha desaparecido. De pronto, el cacique mbya se encuentra con el pequeño pájaro, lo mira y el ave vuela hasta posarse en su mano. El cacique lo contempla estupefacto. Nunca había visto un pájaro así. Las plumas de colores que lleva sobre la cabeza son idénticas al adorno de su mujer. El mbya lo entiende todo. Llama a sus hombres y emprende la vuelta a su aldea.

El cacique mbya sabe que el encantamiento no podrá desatarse porque quien lo ha hecho ha muerto y no hay nada en la tierra que pueda desatar un encantamiento mágico sino el propio mago.

Vuelve triste el cacique a su aldea.

Al llegar entrega el pájaro a una sierva de la tribu. Una vieja bisca y desdentada. Le pide que lo cuide como su mayor tesoro. El cacique se retira a su lugar de descanso, pero lo único que allí logra es inquietarse aún más. Se levanta y sale a vagar por el bosque.

Día tras día las únicas palabras que dirige, las dirige al avecilla que canta para él bellas melodías como antaño lo hacía su esposa. El cacique se vuelve hosco. Lejano. Ya no quiere relacionarse con nadie. Evita a las mujeres jóvenes de la tribu. Y sólo habla con la sierva a quien da las órdenes para que cuide al pájaro.

Tiempo más tarde, en uno de sus inquietos paseos por el bosque siente la sangre bullir. El deseo lo ha alcanzado. Sabía que tarde o temprano esto pasaría, pero no suponía que fuera de la manera en que se presenta. El cacique arde de deseos por la sierva desdentada y bizca y sin poder evitarlo corre hacia la choza donde ella vive.

Desde entonces las tardes y las noches más ardientes las vive con aquella mujer desdeñada por todos los hombres de la tribu. Las jóvenes de la aldea, indignadas, no comprenden el comportamiento de su cacique y concluyen que la vieja le ha hecho un paje.

Mientras tanto el ave se vuelve cada vez más triste. Ya casi no canta y sale a volar de rama en rama en vuelos cortos sólo durante las noches. Se le ve acongojada.

Las jóvenes indias convencidas de que la vieja ha atraído al cacique con un paje, se dirigen a visitar a una mujer sabia que vive detrás de los cerros. Una vez allí la vieja les revela el secreto. “Quien posea al pájaro o siquiera una pluma de él, poseerá al cacique”. Felices con el descubrimiento y decididas todas a apoderarse del mágico ave, las mujeres vuelven a la aldea. Esa noche, sin tardanza, capturan al pájaro y cada una de ellas se lleva una pluma para sí.

La pasión despierta en el cacique que generosamente se entrega a las indias de su aldea.

Una noche en que el cacique está literalmente tirado en su hamaca, cansado ya de su triste situación y sin poder gobernarse a sí mismo, escucha el canto del ave. El mismo canto de antes pero renovado. Ahora suena con más fuerza. El cacique se levanta y como hipnotizado sigue el sonido que lo conduce por el monte. Camina como un sonámbulo. Ahí va el hombre detrás de las melodías que su esposa le regalara con tanto cariño en los buenos tiempos. Ahí va detrás de la felicidad. Tan concentrado y vivo se siente el mbya que no alcanza a ver el barranco que enfrenta. Al fin pierde pie y cae en el profundo cauce de un torrente seco.

De allí, rasgando el aire de la noche, surge un pájaro idéntico al que había traído de su búsqueda. El pájaro sube y sube hasta encontrarse con su igual que cantando melodiosamente le estaba esperando. Juntos, como siempre estuvieron, como siempre estarán, marchan en la noche. Juntos en la melodía del amor que nadie pudo separar.


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