Lindando el río Paraná, iban dos cazadores con sus perros con la
intención de cazar algunos carpinchos y nutrias.
Por el camino se encontraron con la casa de don Roque, un formoseño
que vivía en compañía de varios perros.
Don Roque amaba mucho a los animales, no soportaba que se los
maltratara y al ver a los cazadores les preguntó:
—¿Qué andan haciendo por aquí?
—Cazando animales pero sin resultado —le respondieron; ya es mediodía,
ni siquiera cazamos un carpincho y tenemos hambre, ¿usted nos podría dar algo?
—Tengo comida si quieren —y acariciando a los perros preguntó—: ¿y a
estos qué les dan?
—Huesos nomás.
—¿Les gustan?
—Sí, cómo no les van a gustar.
—Está bien —dijo don Roque y entró en la casa.
Al rato salió con dos fuentes, una con carne y la otra con huesos. La
de carne se la dio a los perros y la de huesos a los cazadores.
—¿Qué nos da? —preguntaron asombrados—. ¿Huesos? ¡Cómo vamos a comer
eso!
—Si a los perros les gusta, por qué no les va a gustar a ustedes —les
contestó don Roque—. ¿No ven que a los perros también les gusta la carne?
No hay comentarios:
Publicar un comentario