Es el bosque sembrado de luces, de sombras, de chillidos y
cantos. Es la tarde brillante de oros y verdes azulados. Es el paraíso para el
muchacho indio que se ha internado en el monte en busca de maderas apropiadas
para el trabajo. El indio ha salido de las misiones con ese objetivo y recorre
el monte observando los árboles, la magnificencia del paisaje, las luces, las
sombras, los chillidos, los cantos. Los pájaros y los animales han llamado su
atención y se ha alejado de las misiones tal vez demasiado. El indio ha
recogido algunas maderas que lleva consigo pero, extasiado ha ido de aquí para
allá extraviando el camino. Esconde la madera que ha juntado en un sitio que le
parece seguro y comienza a buscar el camino de regreso.
José es el nombre cristiano del indio. Se lo han puesto los
misioneros al bautizarlo.
José es joven y fuerte. Avanza seguro de sí mismo. Seguro de
encontrar el camino de regreso. Pasan las horas y José no puede hallar el
camino, tan denso es el bosque, que se ha perdido.
Ya no podría decir con exactitud ni tan siquiera dónde dejó
las maderas que ha recogido para las tallas que se proponía encarar.
Ha aprendido el oficio de tallar la madera y todos en las
misiones lo consideran un artista. José es feliz allí. Trabaja para sí mismo y
para los demás. Aprende cosas nuevas. Honra a Dios y no le falta nada. ¿Qué más
podría pedir?
José y el monte, hermoso y escabroso.
De pronto José siente que alguien lo sigue.
Escucha murmullos. José apura el paso. Trata de alejarse de
aquellas voces. ¿Lo han escuchado? ¿Lo han visto? José teme que sí y trata de
despistar a quien lo sigue.
Ahora corre. Avanza entre las lianas y los arbustos que le
lastiman la piel.
José corre. Desconoce el monte en esta zona y cada vez le
parece estar internándose en regiones más lejanas y sombrías.
Lo persigue un grupo de guerreros mbya. La tribu que no se
ha hecho amiga de los misioneros. La tribu que rechaza la evangelización.
Terribles y poderosos son los guerreros mbya.
José presiente que se trata de ellos. Lo han descubierto y
lo persiguen como el cazador persigue a su presa. Lo rodean. Dan gritos. Se
comunican en una lengua que José no entiende.
La persecución es larga. José está agotado. No sabría cómo
seguir. Se detiene en un claro. ¿De dónde vendrán estos guerreros? ¿Estaré
rodeado? piensa José. Y se lanza de nuevo hacia la espesura a ciegas. Ha
logrado salir nuevamente del círculo que los mbya le tienden.
A punto de desfallecer, José llega junto a un gran árbol. Se
detiene apoyándose en su tronco enorme. Se acurruca. Reza ahora José.
Implora. Clama a la Virgen María. Hace su promesa.
Si salgo con vida de esta te prometo Virgencita que he de
tallarte una hermosa imagen con la madera de este mismo árbol que ahora me
protege, dice para sí mismo José.
Escucha los pasos de los guerreros. Ellos lo huelen. Está
seguro de eso. José se esconde en una grieta que el tronco tiene hacia sus
grandes raíces.
Ya se escuchan las voces de los guerreros acercándose.
El círculo se hace cada vez más pequeño.
Ahora José puede verlos. Vienen hacia él. Son siete los
guerreros. Están armados y son fuertes y jóvenes. Están furiosos de haber
descubierto a un intruso en sus tierras. José reza en silencio.
Los mbya pasan junto al árbol, perciben la presencia del
extraño pero no lo ven.
Pasan los guerreros junto a José sin verlo y desconfiados
continúan su búsqueda yéndose hacia otros lugares del bosque. José respira
aliviado y agradece a la Virgen. Los mbya, a juzgar por sus gritos y señales
que se escuchan a lo lejos, han perdido el rastro.
Una vez que los mbya se han perdido en la lejanía, José
arranca del árbol un buen pedazo de madera y retoma el camino de regreso. Ahora
cree reconocer el lugar donde se encuentra y sin problemas retorna a las
misiones.
De inmediato José se dispuso a cumplir con la promesa hecha
a la Virgen y comenzó a tallar una imagen con aquella madera. Semanas más tarde
José tenía lista dos imágenes de la Virgen. Una, destinada a la veneración
pública y otra más pequeña para su culto personal. La primera reposa hoy en el
altar de la iglesia de Tobatí y la más pequeña es la milagrosa imagen venerada
por cientos de miles de personas de todo el mundo en la Basílica de Caacupé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario