jueves, 14 de diciembre de 2017

La leyenda de Mua Mua

Las lavanderas en el arroyo Mbokaja.

Trabajan y ríen. Son felices más allá de las desdichas de amor que todas han experimentado alguna vez. Bonichua las observa. Les ofrece filtros para el amor. Las lavanderas cuentan sus historias. Cambian hierbas que atraerán al amado por algunos vestidos. Ofrecen sus productos y se llevan encerradas muy cerca de la piel aquellas hierbas que les traerán la felicidad.

Ahora un hombre baja hacia el arroyo arrastrando un ciervo muerto. Le ha dado caza y viene a lavarse la sangre que le mancha el cuerpo. Asukape es su nombre y lleva un talismán poderoso colgado a su cuello. Una itakaru encierra el talismán, la misteriosa piedra que Asukape ha extraído de las mágicas minas de Juty. La piedra que crece alimentándose como los seres vivos.

Bonichua siente que su cuerpo se estremece ante la presencia de aquel joven hermoso.

Bonichua es una mujer vieja, fea, desdentada y lleva como una condena un enorme bocio en la garganta. Todas las mujeres de su familia han tenido ese aspecto terrible que les da el bocio levantado. Todas las mujeres de su familia han sido hechiceras. Todas han acercado a los amantes con sus hierbas y han destruido a aquellos hombres que quisieron escaparse de su influjo.

Bonichua vive en una cueva cerca del arroyo.

Hasta allí lleva las hierbas que recoge por las noches y en ella hierve sus caldos mágicos en las noches de tormenta propicias para los efectos destructores. Los hombres que se acercan hasta la cueva para pedirle hierbas y filtros que les ayuden a conquistar a sus amadas se quedan en el lugar por uno o varios días y vuelven hoscos y retraídos. Vuelven sin haberse resistido a los encantamientos artificiales de la bruja. Aquellos que osan despreciarla o se burlan de sus poderes amanecen muertos en cualquier parte o quedan idiotas para siempre.

Bonichua, cuando conversa con las lavanderas, se jacta de sus poderes y ríe con ellas.

Las lavanderas saben que es mejor tenerla de su lado.

Pero ahora Bonichua ha puesto sus ojos en aquel joven que se aleja con el ciervo al hombro.

A partir de entonces la vieja intenta atraer al muchacho con toda de clase de artimañas mágicas pero extrañamente el joven resiste lo que otros no podrían ni tan sólo por un instante. Varias son las veces que  Bonichua encara con soberbia, confiando en sus filtros, al joven. Pero éste continúa su camino como si nada. El secreto del joven es su itakuru y todos los cuidados que pone desde que se percata de la persecución de la bruja.

Asukape tiene una mujer joven y hermosa. Avatiky se llama la joven. Asukape le ha dicho que no se aventure sola por los caminos del poblado. Que no se aleje, pero su naturaleza andariega la lleva a recorrer los sitios del pueblo y a llegar hasta el arroyo. Allí, sentada sobre una piedra, los pies en el agua, entona una canción de amor donde nombra a su amado. La bruja sale de su cueva y observa a la criatura. Sale decidida. Intenta engañarla y atraerla a su cueva pero la jovencita pone reparos así que Bonichua la rapta, arrastrándola con su terrible fuerza hasta lo más oscuro de la cueva.

Avatiky insulta a la vieja, le ofrece sus joyas... pero la bruja quiere el amor de Asukape y no otra cosa. Avatiky le dice que jamás podrá tenerlo ni aunque quedara como la única mujer sobre la tierra. Bonichua enceguecida toma un hacha y le corta un brazo. El grito de la joven retumba con gran fuerza dentro de aquel tenebroso lugar y queda allí rondando, ahogado, sin poder salir al exterior. Es un refugio seguro aquella cueva para la bruja. La vieja completa su obra. Acalla los gritos de Avatiky  hachazo tras hachazo. La tritura y al final, cansada envuelve los pedazos en un lienzo y sale al exterior. La noche sin luna brilla como un negro monstruo. Bonichua arroja con fuerza de monstruo la bolsa con los restos de Avatiky hacia la cumbre del cerro.

No había terminado de caer aquella bolsa cuando saltaron mágicamente, del lugar cientos de pequeñas luces intermitentes que parecen flotar en el aire y moverse con vida propia. Bonichua mira con extrañeza el fenómeno. Se asusta. ¿Qué es esto? ¿De dónde salen esas luces como fuegos fatuos pequeñísimos que se mueven por sí mismos? ¿Quién ha ordenado este hechizo? Bonichua temerosa se apresta a destruir las señas del crimen pero en ese momento aparece la luna sobre los cerros. Una media luna blanca y radiante. Ya no podrá destruir aquellas señales. Esas luces que se entrometen una vez más entre ella y el amor de Asukape.

Noche tras noche Bonichua persigue a las pequeñas luciérnagas sin poder alcanzarlas ni destruirlas. Cada día hay más y más luces en las faldas del cerro. Las pequeños insectos, símbolo de la luz del amor que no puede ser exterminada jamás, dan fe del horrible crimen de Bonichua.

La leyenda del avati

Acosados por el hambre caminan por la llanura desierta dos grandes columnas de indios. Buscan mejores tierras donde asentarse. Buscan la salvación.

Muchas penurias han tenido que enfrentar en este tiempo. La sequía se ha comido todo.

Primero se tomó toda el agua de los ríos y arroyos.

Después se comió las frutas de los árboles.

Más tarde se comió toda la hierba verde.

Los animales comenzaron a morir por decenas.

Al fin, Tupi y Avati decidieron marcharse de aquellas zonas en las que vivían. Lo hicieron juntos, para marchar con más fuerza. Unieron las tribus y comenzaron la búsqueda de mejores horizontes. Pero la búsqueda ha resultado, hasta el momento, infructuosa. Nada más que pastos quemados, árboles secos y animales muertos han hallado en el camino...

Apenas un hilo de agua cada tanto o un charco sucio donde algunos calman la sed. Los indios que mueren van quedando en el camino. Ya no se preocupan ni de sus muertos.

Una noche que puede ser esta que estamos viendo ahora, Avati subió a un cerro cercano al campamento que habían levantado y pidió a Tupã que les ayudara en su camino.

“Oh sagrado padre, tú que siempre has guiado nuestros pasos, llévanos hasta las buenas tierras, danos la oportunidad de juntar nuestras fuerzas y ganarnos el sustento”, clamaba Avati en la cumbre cuando de pronto apareció ante él un guerrero lujosamente ataviado, alto y fuerte. Su voz era respetuosa pero amenazante:

“Soy mensajero de Tupã”, dijo el guerrero, “y vengo a decirte que para obtener el alimento que tanto necesitan deberán luchar en mi contra y vencerme. Ese es el deseo de Tupã”. Avatí, aún con las fuerzas reducidas por el peregrinar, bajó hasta el campamento y transmitió lo sucedido a Tupi.

A pesar de no entender el sentido de semejante propuesta, los jefes deciden luchar contra el guerrero enviado de Tupã.

“Del otro lado del cerro”, indicó el enviado cuando estuvieron listos.

La lucha fue sin cuartel.

Toda la noche rodaron por la seca tierra una y otra vez los caciques y el enviado. Una y otra vez se cayeron y se levantaron hasta que el enviado acertó con su ita mara en la cabeza de Avati y éste cayó muerto, aprovechó entonces la ocasión Tupi y terminó con el enviado clavándole una lanza en el corazón. Entonces Tupi pudo observar el milagro. El enviado como si nunca hubiera existido, despareció y del sitio en el que cayera Avati, se levantó una planta verde y espigada que maduró rápidamente dando unos frutos como mazorka.

Allí, antes sus ojos, creció de una vez el maíz que sirvió de alimento a todo su pueblo. La peregrinación cesó pues a la mañana siguiente la lluvia se descargó sobre aquel sitio y las plantas de avati se reprodujeron rápidamente calmando el hambre de aquellos indios.


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