Gira el mate espumoso y caliente en la rueda que forman los
hombres alrededor del fogón.
Son mineros y reponen sus fuerzas luego de una jornada de
duro trabajo. La cosecha de la yerba mate es la actividad de los mineros.
Algunos son particularmente hábiles, pero todos saben que deben moverse con
respeto en las plantaciones, cosechando sólo aquellas hojas que ya estén bien
sazonadas. Nadie destruye el árbol que le da de comer, es el dicho entre ellos.
Ahora es hora de cuentos en la rueda que forman los hombres.
En la oscuridad rojiza los mineros se
transforman en voces que se van alternando en el relato. Historias de
aparecidos, de hadas, de jinetes sin cabeza, de fantasmas, historias
fantásticas que mueven la adrenalina de los mineros.
En el rincón más oscuro Julio y Taní escuchan en silencio.
Son recién llegados. Apenas tres días llevan en la cosecha con el raído en la
espalda. No es mucho lo que Julio y Taní han podido cosechar pero al menos
tienen casa y comida.
Julio y Taní son jóvenes y tienen ambiciones.
Julio y Taní se preguntan para sí mismos si será cierta la
leyenda que tanto repiten los mineros sobre la Ka’a Iary y ambos se duermen esa
noche con la idea de comprobarlo.
Aún no cantan los gallos y Tani sale del galpón donde
duermen los mineros. Sale en silencio, sin despertar a nadie. Un concierto
desparejo de ronquidos le acompañan. Taní sale y enfila hacia la iglesia.
Quiere estar de vuelta sin que nadie lo haya notado. Quiere hacer una promesa
ahora que ya es Semana Santa. Ahora que es el momento oportuno para probar si
es que esa hada del monte existe o no. Taní conoce la fórmula. La escuchado
muchas veces. Entra en la iglesia y jura vivir siempre en los montes, amigarse
con Ka’a Iary y no tener trato con otra mujer.
Ahora Taní sale.
Una sombra se escurre detrás de sus pasos.
Taní corre hacia el monte.
La sombra entra en la iglesia y jura vivir siempre en los
montes, ser amigo de Ka’a Iary y no tener trato con mujer alguna.
Julio sale de la iglesia y marcha hacia el monte. El
juramento le ha dado nuevas fuerzas. Lleva un papel en el que ha escrito su
nombre y una fecha. Lo aprieta en su mano derecha. Está emocionado. Busca una
mata de yerba donde dejar su mensaje. Al fin encuentra una que le parece apropiada
y disimula el papel entre sus hojas. Volverá el domingo. Así lo ha puesto en el
papel. Volverá para encontrarse con la bella Ka’a Iary. Sabe que antes deberá
pasar otras pruebas, pero sabe que entonces será protegido por el bosque,
cubierto su sueño por las verdes alas del hada.
Julio y Taní confundidos con los otros mineros trabajan esa
semana con ahínco. Al final del día su frente está marcada por la vincha del
raído que llevan sobre las espaldas. Ahora le van tomando la mano a la cosecha
y el kilaje de lo recogido aumenta días tras día.
Julio espera con serenidad el domingo, el día del encuentro.
Taní está agitado por la posibilidad de descubrir la
verdad... ¿existe la famosa Ka’a Iary?
Taní no sabe de la promesa de Julio.
Julio presiente que Taní también ha hecho la promesa al hada
del bosque.
Hace frío a esta hora de la madrugada. Taní va en busca del
lugar donde dejara su mensaje. Se detiene frente a la mata de yerba. mira hacia
todas partes. El silencio abismal de la noche lo recoge en sus brazos. Lo mira
de reojo la luna que se recuesta en su propio creciente hundiéndose en el oeste
del monte tras los árboles que miran fijamente al joven como guardianes
altísimos e invencibles. Un viento hablador corre alborozado trayendo las
conversaciones del más allá.
De pronto dos luces pequeñas y amarillas surgen con un
rugido feroz entre las plantas. Encendida la mirada de un tigre enorme enfrenta
a Taní que queda clavado al piso. El tigre lo mira y avanza hacia él. Taní sabe
que es la prueba de fuego. Debe mantenerse tranquilo pero no puede evitar el
miedo y el temblor de sus rodillas. Cuando el tigre está dispuesto a saltar
sobre el joven una enorme serpiente salta sobre el tigre y con la luz de su
escamoso cuerpo comienza a envolverlo. El tigre se debate con todas sus
fuerzas. El oscuro aliento de la pelea se queda pegado a los pies de Taní que
todo lo observa con profundo temor. Un ejército de escorpiones gigantes se hace
presente en ese mismo lugar iluminado por la inusual gresca. Los escorpiones
saltan sobre los animales en lucha y clavan sus aguijones venenosos para luego
pelear a muerte entre ellos . Una bandada de monos gritones cae de los árboles
zapateando sobre los otros y sumándose a la infernal pelea. Los monos tiran al
suelo a Taní. Los escorpiones suben a su cuerpo. El tigre intenta alcanzar al
joven con sus zarpas. Atropellan los chanchos salvajes. Alrededor de la pelea
una nube de polvo luminoso. Grandes papagayos se lanzan en vuelo rasante
picoteando a los monos que gritan aún con más fuerza. Ya no se sabe quién ataca
a quién y Taní está mezclado en esa horda que destila sangre y odio.
Un frío azul congela la imagen y ante los ojos de Taní
aparece una dulce joven de dorados cabellos. Los animales han desaparecido. La
joven lo mira con ternura. Taní se levanta y quiere ir hacia ella pero el hada
lo detiene suavemente con su voz:
“No te acerques. Has superado la prueba. Tu sinceridad me ha
traído hasta aquí y aquí estoy para protegerte. Celebro que estés junto a mí y
desde ahora estaré a tu lado. Hay una sola condición que deberás cumplir y
seguramente ya sabes cuál es”, dijo al fin Ka’a Iary.
“Si te refieres a que de hoy en más deberé serte fiel, ya
estoy avisado”, contestó Taní.
El Hada del Bosque contestó tan sólo con una sonrisa y
desapareció al instante.
Taní volvió al puesto donde estaban los mineros de la yerba
pero no encontró a su amigo Julio a quien deseaba invitar para concurrir a la
misa dominguera. Taní se fue solo a la misa, renovó su promesa y agradeció a
Dios por haberle permitido conocer a Ka’a Iary.
Taní volvió al puesto poco después del mediodía y se
encontró con un espectáculo terrible. En medio del rancho yacía sobre un catre
el cuerpo sin vida de su amigo Julio. Según los mineros que lo encontraron en
el monte había sido atacado por las fieras. Su cuerpo desagarrado hablaba por
sí solo. Taní pensó en la pelea de las fieras a su lado. En el tremendo
entrevero que había sucedido con él como centro y lloró por su amigo. Taní que
adivinaba el deseo de Julio de descubrir si Ka’a Iary existía o no supo lo que
le había ocurrido a su amigo. La poca fe había hecho que las fieras, en lugar
de destrozarse entre ellas lo atacaran y así había acabado. Taní volvió a dar
gracias a Dios y se persignó frente al cuerpo sin vida de su amigo.
Desde entonces Taní contó con la ayuda de Ka’a Iary en su
cosecha. Se internaba en el monte y reaparecía con el raído repleto de hojas de
la mejor yerba. Y cuando se aprestaba a pesar su cosecha Ka’a Iary, subía a la
balanza, invisible para los demás aumentando el peso de la cosecha de Taní.
El joven fue fiel al hada por el resto de sus días, pero
hubo otros mineros que por falta de fe no superaron la prueba de las fieras a
las que Ka’a Iary les sometió en su momento. Muchos otros juraron fidelidad al
hada, superaron la prueba pero en algún momento la tentación les alcanzó y
rompieron su juramento de fidelidad. Ka’a Iary entonces acabó con sus vidas
extraviándolos en el monte y dejándolos a merced de las fieras.
Muchos fueron los mineros que, incrédulos de su existencia,
arrancaron las hojas que aún no estaban sazonadas y destruyeron el bosque,
ellos también pagaron con el extravío y la muerte. El hada protectora del
monte, Ka’a Iary no perdona las ofensas. Taní siempre lo supo y vivió cada uno
de sus días enmarcados en el respeto y la fidelidad. Ka’a Iary siempre lo
protegió
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