miércoles, 13 de diciembre de 2017

El monstruo de Santo Domingo

En tiempos remotos, los frailes de Santo Do-
mingo, de Oviedo, vivían en plácida y santa paz,
dedicados a la oración y a cultivar la pequeña
porción de terreno que rodeaba el convento. Un
día, después de su cotidiano trabajo sobre la tierra,
los frailes regresaron, como de costumbre, a hacer
sus oraciones; pero el Superior notó con asombro
que uno de los bancos de coro estaba vacío. Termi-
nados los rezos, preguntó por el fraile; pero nadie
supo dar razón de él. Le buscaron en su celda y en
el huerto, y no hallaron el menor rastro que los
pudiera poner sobre la pista. Muy intrigados por lo
ocurrido, se dirigieron al anochecer a sus celdas;
pero ninguno pudo conciliar el sueño, haciendo
cabalas y formulando hipótesis sobre aquella desa-
parición, que nadie se atrevía a creer voluntaria.
Se levantaron obsesionados al otro día con lo
ocurrido, y hora tras hora fueron cumpliendo sus
cotidianos deberes. Estuvieron, como siempre, tra-
bajando el huerto, y cuál no sería el asombro de
todos cuando, al abandonar los aperos para hacer
las consiguientes oraciones, se percataron de que
había desaparecido otro fraile. Decidieron entonces
investigar sobre los misteriosos sucesos, seguros ya
de que algo extraño ocurría. Recorrieron el huerto
y salieron de sus límites para ver si en aquellos
alrededores se encondía el causante del daño. Uno




de los frailes pudo descubrir que a pocos pasos de
los terrenos del convento, en una hondonada que
quedaba oculta desde donde trabajaban, había una
enorme gruta, guarida de un reptil antediluviano,
con grandes alas y un cuerpo monstruoso, contra el
que nada podía la fuerza humana. Comunicó a los
frailes la noticia; pero el Prior no se atrevió a faltar
al reglamento ni a dar solución alguna. Con más
miedo que los días anteriores, salieron al huerto los
frailes, encomendándose todos al Señor y temiendo
cada uno ser elegido como nueva víctima por el
monstruo.
Como estaba previsto, el reptil, a la misma hora
de todos los días, abandonó su gruta, y con sólo un
leve movimiento de cabeza arrebató del huerto a
otro de los frailes.
Así pasaron los días, y el terror iba cundiendo en
el convento, sin ninguna posibilidad de defensa.
Hasta que, por fin, el más joven de los Hermanos,
que era uno de los cocineros, se presentó ante en
Prior y le expuso que había ideado un plan para
hacer desaparecer al monstruo, solicitando su per-
miso para llevarlo a cabo.
A la mañana siguiente todos los frailes pudieron
observar cómo el Hermano cocinero bajaba hasta
la gruta del monstruo con un hermoso pan debajo
del brazo, que éi mismo había amasado. El reptil,
al percibir su aroma, salió de la gruta, batiendo
pesadamente sus grandes alas y echando fuego por
las abiertas fauces. El Hermano, entonces, le arrojó
el pan, y el monstruo se precipitó a engullirlo.
Luego, en silencio y con la mayor humildad, re-
gresó el Hermano a su celda.
Aquella tarde, los frailes, ya más tranquilos y
confiados, salieron al Huerto, sin que el monstruo
hiciera su aparición. Bajaron entonces hasta la
cueva, para comprobar a qué pudiera ser debida su
ausencia y se encontraron a la horrible serpiente
retorciéndose entre tremendos dolores y dando
grandes rugidos. A los pocos minutos dio una tre-
menda sacudida y quedó muerta. El Hermano co-
cinero les explicó entonces que aquel pan, de calidad
exquisita, lo había rellenado de punzantes alfileres,
que probablemente habrían perforado los intestinos
del monstruo.

De esta suerte, el convento de los frailes de
Santo Domingo, de Oviedo, volvió a recobrar su
paz y su tranquilidad habituales.

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