Una noche, Yací la luna, con Araí la nube, descendieron a la Tierra en
forma de hermosas mujeres.
Fascinadas por la belleza de la selva paraguaya, recorrían los
sinuosos senderos entre la vegetación, cuando de pronto, las sorprendió un
yaguareté que amenazaba lanzarse sobre ellas.
Atemorizadas quisieron huir, pero la fiera les cortó el paso con un
ágil salto.
Yací y Araí quedaron paralizadas de horror y ya la fiera se abalanzaba
sobre ellas, cuando en el mismo instante en que daba el salto, una flecha surcó
el aire, hiriéndola en un costado.
Un viejo indio que en ese momento andaba por el lugar vio el peligro
que corrían las dos mujeres y sin pérdida de tiempo disparó la flecha.
Pero la fiera no había sido herida de muerte y enfurecida se abalanzó
sobre su atacante, que con la destreza del mejor arquero, volvió a arrojarle
otra flecha que le atravesó el corazón.
El peligro había desaparecido. Yací y Araí habían recobrado sus
primeras formas y ya estaban en el cielo convertidas en luna y nube.
Entonces el viejo indio volvió a su casa pensando que todo había sido
una alucinación.
Sin embargo, esa noche mientras descansaba, Yací y Araí aparecieron en
su sueño y después de darse a conocer, agradecidas por su noble acción, le
hicieron un regalo.
En sueños le explicaron que cuando despertara, encontraría a su lado
una planta, cuyas hojas debían ser tostadas para hacer una infusión.
Esta bebida reconfortaría al cansado y tonificaría al débil.
El viejo indio despertó y, efectivamente, vio la planta a su lado.
Cosechó sus hojas y las tostó, tal como le habían dicho Yací y Araí.
Aquella infusión era el mate, una bebida exquisita, símbolo de
amistosa hermandad entre los hombres, hasta el día de hoy.
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