Esta era una vieja orgullosa y dominadora, que tenía una hermosa hija,
la que sólo hacía su voluntad.
Cuando llegó a la edad de casarse, la vieja ya tenía todo calculado y
le dijo:
—Mira hijita, yo quiero lo mejor para vos y sólo te dejaré casar con
el hombre que tenga dientes de oro y un caballo con cola de plata, orejas
negras y una montura bien chapeada.
Pasó el tiempo y un día apareció en la casa un caballero de buena
estampa, y como reunía todos los requisitos que la vieja imponía, se casó con
la joven.
Al principio todo fue bien, pero la vieja era tan dominadora y hacía
trabajar tan duro a su yerno que un día, cansado, decidió hacer algo.
Como poseía habilidades que nadie sabía, comenzó a transformarse en
distintos animales; una vez, en un perro; otras, en un burrito y así podía
esconderse de su suegra por lo menos una buena parte del día.
La anciana al no encontrarlo comenzó a sospechar, y como no era tonta,
enseguida descubrió que su yerno no era nada más ni nada menos que el mismísimo
diablo.
Por supuesto que esto no la atemorizó y de inmediato buscó una botella
vacía, un poco de cera virgen y lo llamó:
—Me di cuenta de lo que haces —le dijo; no te conocía estas
habilidades. ¿A ver si sos capaz de convertirte en hormiga y meterte en esta
botella? —lo desafió.
Y el diablo para no ser menos lo hizo tal como se lo había pedido su
suegra.
La vieja sin perder el tiempo tapó la botella con la cera y mientras
la sacudía con fuerza llenándolo de golpes le dijo:
—Así que me querías engañar, ahora te vas a quedar aquí hasta que yo
quiera —llevó la botella al monte y la colgó en la rama de un árbol.
Al tiempo pasó por ahí un leñador, vio la botella colgada en el árbol
y se acercó.
—¡Sáqueme de aquí, le voy a dar los dones que quiera! —oyó que le
gritaban desde adentro.
Intrigado comenzó a observarla.
—¿Quién grita? —preguntó.
—¡Sáqueme de aquí, le voy a dar todos los dones que quiera! —volvió a
oír. Intrigado descolgó la botella y la destapó.
Al instante salió de allí el diablo y le dijo:
—Cumpliré mi promesa, serás curandero, pronto curarás a la hija del
Rey y te haré famoso.
Así sucedió; se enfermó la hija del Rey y la curó. Luego se enfermó
otra gente del palacio y también la curó.
El leñador se hizo famoso como curandero pero a la vez se fue haciendo
más ambicioso y esto al diablo no le gustó. Entonces se metió en el oído de la
Reina y le produjo un fuerte dolor de cabeza.
Llamaron al curandero y éste, por más que hizo todo lo que se le
ocurría para curarla, no pudo.
—No entiendo qué pasa —le dijo al Rey.
—Eso es cosa tuya, te ordeno que la cures sí o sí —le contestó.
Se puso a estudiar el caso y se dio cuenta de que lo que le producía
el fuerte dolor de cabeza era el diablo que estaba metido en el oído.
—Salí de ahí —le ordenó.
—No voy a salir y mejor que desaparezcas, porque estoy por llevarte al
infierno —le contestó.
La Reina se puso peor y el Rey muy enojado dijo al curandero:
—Tenés que curarla, porque en ello te va la vida.
Al curandero le temblaron las piernas de miedo, no sabía cómo hacer
para sacar al diablo de ahí.
De pronto recordó algo que había oído en el pueblo; él mucho no lo
creía pero igual pensó en un plan para deshacerse del diablo y lo puso en
práctica.
Entonces reunió a un grupo de gente y les ordenó que fueran a hacer
medio ruido en la habitación de la Reina. Todos creyeron que se había vuelto
loco.
Después se acercó a la enferma, le pidió que tuviera un poco de paciencia
y esperó.
Al rato se asomó el diablo por el oído de la mujer y preguntó:
—Che, ¿qué pasa?
—Pasa que ahí viene tu suegra —le contestó el curandero.
—Ah no, eso no lo aguanto, yo me voy —dijo el diablo y salió
corriendo.
Al instante la Reina sanó, pero el curandero ya no quiso curar más a
nadie y se fue a vivir tranquilo a su casa.
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