El tercero de los soberbios era el segundo hijo de Vucub-Caquix,
que se llamaba Cabracán.
-¡Yo derribo las montañas! -decía.
Pero Hunahpú e Ixbalanqué vencieron también a Cabracán.
Huracán, Chipi-Caculhá y Raxa-Caculhá hablaron y dijeron a
Hunahpú e Ixbalanqué:
-Que el segundo hijo de Vucub-Caquix sea también vencido.
Ésta es nuestra voluntad. Porque no está bien lo que hace sobre
la tierra, exaltando su gloria, su grandeza y su poder, y no debe
ser así. Llévenlo con halagos allá donde nace el sol -les dijo
Huracán a los dos jóvenes.
-Muy bien, respetable Señor -contestaron éstos-, porque no
es justo lo que vemos. ¿Acaso no existes tú, tú que eres la paz,
tú, Corazón del Cielo? -dijeron los muchachos mientras escuchaban
la orden de Huracán.
Entretanto, Cabracán se ocupaba en sacudir las montañas. Al
más pequeño golpe de sus pies sobre la tierra, se abrían las montañas
grandes y pequeñas. Así lo encontraron los muchachos,
quienes preguntaron a Cabracán:
-¿A dónde vas, muchacho?
-A ninguna parte -contestó-. Aquí estoy moviendo las montañas
y las estaré derribando para siempre -dijo en respuesta.
A continuación les preguntó Cabracán a Hunahpú e Ixbalanqué
:
-¿Qué vienen a hacer aquí? No conozco sus caras. ¿Cómo se
llaman? -dijo Cabracán.
-No tenemos nombre -contestaron aquéllos-. No somos más
que tiradores con cerbatana y cazadores con liga en los montes.
Somos pobres y no tenemos nada que nos pertenezca, muchacho.
Solamente caminamos por los montes pequeños y grandes,
muchacho. Y precisamente hemos visto una gran montaña, allá
donde se enrojece el cielo. Verdaderamente se levanta muy alto
y domina la cima de todos los cerros. Así es que no hemos podido
coger ni uno ni dos pájaros en ella, muchacho. Pero ¿es
verdad que tú puedes derribar todas las montanas, muchacho?
-le dijeron Hunahpú e Ixbalanqué a Cabracán.
-¿De veras han visto esa montaña que dicen? ¿En dónde está?
En cuanto yo la vea, la echaré abajo. ¿Dónde la vieron?
-Por allá está, donde nace el sol -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.
-Está bien, enséñenme el camino -les dijo a los dos jóvenes.
-¡Oh, no! -contestaron éstos-. Tenemos que llevarte en medio
de nosotros: uno irá a tu mano izquierda y otro a tu mano
derecha, porque tenemos nuestras cerbatanas, y si hubiere pájaros,
les tiraremos.
Y así iban alegres, probando sus cerbatanas; pero cuando tiraban
con ellas, no usaban el bodoque de barro en el tubo de
sus cerbatanas, sino que sólo con el soplo derribaban a los pájaros
cuando les tiraban, de lo cual se admiraba grandemente
Cabracán.
Enseguida hicieron un fuego los muchachos y pusieron a asar
los pájaros en el fuego, pero untaron uno de los pájaros con tizate,
y lo cubrieron de una tierra blanca.
-Esto le daremos -dijeron- para que se le abra el apetito
con el olor que despide. Este nuestro pájaro será su perdición.
Así como la tierra cubre este pájaro por obra nuestra, así daremos
con él en tierra y en tierra lo sepultaremos.
-Grande será la sabiduría de un ser creado, de un ser formado,
cuando amanezca, cuando aclare -dijeron los muchachos.
-Como el deseo de comer un bocado es natural en el hombre,
el corazón de Cabracán está ansioso -decían entre sí Hunahpú e
Ixbalanqué.
Mientras estaban asando los pájaros, éstos se iban dorando
al cocerse, y la grasa y el jugo que de ellos se escapaban despedían
el olor más apetitoso. Cabracán sentía grandes ganas de
comérselos; se le hacía agua la boca, bostezaba y la baba y la
saliva le corrían a causa del olor excitante de los pájaros.
Luego les preguntó:
-¿Qué es esa comida? Verdaderamente es agradable el olor
que siento. Denme un pedacito -les dijo.
Le dieron entonces un pájaro a Cabracán, el pájaro que sería
su ruina. Y en cuanto acabó de comerlo, se pusieron en camino y
llegaron al oriente, donde estaba la gran montaña. Pero ya entonces
se le habían aflojado las piernas y las manos a Cabracán,
ya no tenía fuerzas a causa de la tierra con que habían
untado el pájaro que se comió, y ya no pudo hacerles nada a
las montañas, ni le fue posible derribarlas.
Enseguida lo amarraron los muchachos. Le ataron los brazos
detrás de la espalda y le ataron también el cuello y los pies
juntos. Luego lo botaron al suelo, y allí mismo lo enterraron.
De esta manera fue vencido Cabracán tan sólo por obra de
Hunahpú e Ixbalanqué. No sería posible enumerar todas las cosas
que éstos hicieron aquí en la Tierra.
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