1. El dios Mider. Etain, su mujer, es
secuestrada por Oengus y vuelve a nacer por segunda vez como hija de Etair. 2.
Etain es la esposa del rey supremo de Irlanda. Mider la corteja. 3. La partida
de ajedrez. 4. Mider vuelve a cortejar a Etain. Poema que le canta. 5. Mider
secuestra a Etain. 6. Manannan mac Lir y Bran, hijos de Febal. 7. Manannan mac
Lir y el héroe Cuchulainn. 8. Manannan mac Lir y Cormac, hijos de Art. Primera
parte. Cormac cambia su mujer, su hijo y su hija por una rama de plata. 9.
Manannan mac Lir y el rey Cormac, hijos de Art. Segunda parte. Cormac encuentra
de nuevo a su mujer, su hijo y su hija. 10. Manannan mac Lir es padre de
Mongan, rey del Ulster a comienzos del siglo VI de nuestra era. 11. Mongan,
hijo de un dios, es un ser maravilloso.
1.
El dios Mider. Etain, su mujer, es
secuestrada por Oengus y vuelve a nacer por segunda vez como hija de Etair.
A continuación nos referiremos a dos personajes
divinos que no desempeñan papel alguno en los acontecimientos relatados por el
"Libro de las conquistas", en el que apenas se les menciona: Mider y
Manannan. Como ya hemos visto, Mider, cuyo sid o palacio subterráneo se
llamaba Bregleith," fue uno de los dos padres nutricios de Oengus, hijo de
Dagdé. Tuvo dos esposas —ambas diosas o side—, llamadas Etain y
Fuamnach; pero perdió a la primera de una manera que le resultó muy penosa, y
el afecto inalterable que conservó hacia ella provocó una serie de aventuras
primero extrañas y finalmente trágicas.
Un antiguo relato que forma parte del ciclo de
Conchobar y Cuchulainn nos transporta a la época en que el alumno de Mider,
Oengus —que, como hemos visto, desposó a Caer, hija de Ethal Anbual—, le robara
su esposa Etain a su maestro o padre nutricio.
Separada de Mider, Etain se convirtió en la esposa
de Oengus, quien le testimoniaba la más viva ternura, la alojaba en una
habitación llena de flores perfumadas y se sentía feliz de pasar en compañía de
ella las veladas y las noches. Sin embargo, Mider no se olvidaba de Etain, la
extrañaba, deseaba volver a tenerla junto a sí; y Fuamnach, su segunda mujer,
estaba violentamente celosa. Un día, Fuamnach aprovechó la ausencia de Oengus,
a quien había hecho salir con el pretexto de una entrevista con Mider y de un
proyecto de arreglo entre alumno y maestro, para enviar una racha de viento que
arrancó a Etain de la adorable habitación que el amor de Oengus le había dado
por morada. El viento[1] depositó a Etain sobre el techo de una casa donde se encontraban
reunidos bebiendo los grandes señores del Ulster acompañados de sus esposas.
Etain cayó desde el techo por la abertura que servía de chimenea, y fue a
terminar en una" copa de oro que, llena de cerveza, se encontraba sobre la
mesa junto a una de las mujeres. Al beber esta cerveza la mujer se tragó a
Etain, a la que dio a luz nueve meses después.
El marido de la que de esta manera se convirtió en
madre de Etain se llamaba Etair, y pasó por padre de la joven. El término
"joven" puede parecer inexacto, ya que, cuando la mujer de Etair la
trajo al mundo, Etain tenía mil doce años; pero los dioses no envejecen, y,
además, Etain comenzaba una nueva vida.
2.
Etain
es la esposa del rey supremo de Irlanda. Mider la corteja.
Al crecer, Etain se convirtió en la mujer más
hermosa de Irlanda y en la esposa del rey supremo Eochaid Airem, que tenía a
Tara por capital. Según Tigernach, el reinado de Eochaid Airem habría sido
contemporáneo de la época de mayor poderío de César, quien, como se sabe, murió
el año 44 a.J.C.
Uno de los textos que nos relatan el matrimonio de
Eochaid nos señala con especial cuidado el cumplimiento de una de las
principales formalidades jurídicas por medio de las cuales se constituía el
lazo conyugal en el derecho irlandés: Eochaid, antes del matrimonio, dio a
Etain una viudedad de siete cumal, es decir, de siete mujeres esclavas,
o de un valor equivalente. Y después de eso se convirtieron en esposos.
Pero Mider no había dejado de amar a Etain, y
aprovechó una ausencia del rey para recordarle a la joven los tiempos de
antaño, cuando fuera su marido en el mundo de los dioses. Le propuso que le
siguiera a su misteriosa residencia de Bregleith, pero Etain, respetuosa de los
nuevos lazos que había contraído, rechazó su proposición, y le dijo: No
cambiaré al rey supremo de Irlanda por un marido como tú, que carece de
genealogía y al que no se le conocen ancestros. Pero Mider no se dio por
vencido.
3.
La
partida de ajedrez.
Un hermoso día de verano, ya de regreso en Tara,
Eochaid Airem —rey supremo de Irlanda y marido de Etain— contemplaba la llanura
desde lo alto de su fortaleza, admirando el campo y sus tonos armoniosos,
cuando vio aproximarse un guerrero desconocido. El extranjero vestía túnica
púrpura, sus cabellos eran amarillos como el oro y sus ojos azules brillaban
como estrellas. Llevaba una lanza con cinco puntas y un escudo adornado con
perlas de oro.
Eochaid, a la vez que le daba la bienvenida, le hizo
saber que no lo conocía. Yo te conozco muy bien, y desde hace largo tiempo, dijo
el guerrero. ¿Cómo te llamas?, preguntó Eochaid. Mi nombre nada tiene
de ilustre: me llamo Mider de Bregleith, respondió el extranjero. ¿Para
qué has venido?, continuó Eochaid. He venido a jugar contigo al ajedrez,
le contestó el desconocido. Soy muy buen jugador, dijo Eochaid, que
estaba considerado como el primer jugador de ajedrez de Irlanda. Ya veremos,
respondió Mider. Pero en este momento la reina está durmiendo, y mi
juego de ajedrez se encuentra en su habitación, agregó Eochaid. No
importa —replicó Mider—: traigo conmigo un juego tan hermoso como el
tuyo.
Y decía la verdad: traía un tablero de plata en cada
lina de cuyas esquinas brillaban piedras preciosas; y extrajo las piezas, que
eran de oro, de un saco de brillante tela tejida con hilo de bronce.
Dispuso las piezas en su sitio y le dijo al rey: Juega.
A lo que Eochaid respondió: No jugaré si no hay apuesta. Mider le
preguntó: ¿Qué apostamos? Eochaid contestó: Me da igual. Mider
ofreció: En cuanto a mi, si ganas te daré cincuenta caballos oscuros de
ancho pecho y patas ágiles y delgadas. Y
el rey, que daba por descontado su propio éxito, afirmó: Y yo, si
pierdo, te daré lo que quieras.
Pero, contra todo lo esperado, Eochaid fue derrotado
por Mider. Y cuando, de acuerdo con lo convenido, preguntó a su adversario qué
deseaba, éste le contestó: Tu mujer. Quiero a Etain. El rey le hizo
observar que, según las reglas del juego, quien perdía la primera partida tenía
derecho a la revancha; es decir, que era preciso perder una segunda partida
para que el resultado de la primera fuera considerado definitivo. Y propuso
celebrar esa segunda partida un año después. Mider aceptó a regañadientes dicha
demora, y desapareció dejando pasmados al rey y a su corte.
4.
Mider
vuelve a cortejar a Etain. Poema que le canta.
Eochaid no volvió a ver a Mider hasta un año
después. Pero durante ese tiempo Etain recibió numerosas visitas del enamorado
dios. El desconocido autor de la composición épica que estamos analizando pone
en boca de Mider un poema que parece estar fuera de lugar, ya que es el canto
que entonaba el mensajero de la muerte cuando se apoderaba de una mujer para
conducirla a la misteriosa morada de la inmortalidad.
Oh bella mujer, vendrás conmigo a la maravillosa
tierra donde se oye una hermosa música, donde se lleva sobre los cabellos una
corona de primaveras, donde el cuerpo es de color de nieve de la cabeza hasta
los pies, donde nadie está triste ni silencioso, donde los dientes son blancos
y negras las cejas... las mejillas rojas como la digital en flor... Irlanda es
bella, pero existen muy pocos paisajes tan seductores como el de la Gran
Llanura donde te llamo. La cerveza de Irlanda embriaga, pero la cerveza de la
Gran Tierra es mucho más embriagadora. ¡Qué maravilloso es el país del que te
hablo! Allí no se envejece. Lo recorren arroyos de un cálido líquido que unas
veces es hidromiel y otras vino, pero que siempre es excelente. Los hombres son
encantadores, perfectos, y el amor no está prohibido. ¡Oh mujer! cuando vengas
a mi poderoso país, llevarás sobre la cabeza una corona de oro. Te ofreceré
cerdo fresco, para beber te daté cerveza y leche, ¡oh, bella mujer! ¡oh, bella
mujer! ¿vendrás conmigo?
También en Grecia eran conocidas estas doctrinas
sobre la otra vida. Platón, en el siglo V a.J.C, había oído hablar de ellas, y
las atribuía a Museo. Dice el célebre filósofo ateniense: Según este autor,
en el Hades o morada de los muertos, los justos son admitidos al banquete de
los santos y, coronados de flores, pasan su tiempo en una embriaguez eterna.[2]
Así pues, el fragmento que la
composición épica que analizamos pone en boca de Mider se encuentra aquí
absolutamente fuera de lugar. Mider quería llevar a Etain a un país donde ésta
había vivido muchos siglos y que conocía muy bien; no quería conducirla a la "Gran
Tierra" donde se reúnen todos los humanos después de la muerte, sino a
Bregleith, su propio palacio; y el amor que le ofrecía era el suyo, y no el de
los hombres encantadores y perfectos que habitan en el misterioso dominio de la
muerte.
Sin embargo, los esfuerzos de Mider fueron inútiles,
ya que la fidelidad de Etain a su marido permaneció inquebrantable. A sus
ofrecimientos de las más seductoras joyas y tesoros, aquella respondía
invariablemente: Sólo puedo dejar a mi marido si él consiente en ello. Y
durante todo ese tiempo, Eochaid contaba con angustia los días que lo separaban
de la temible fecha de la reaparición de Mider. Incluso se pretende que su
apellido, que parece haber sido Airem, genitivo Airemon, viene de
Aram, "número", y significa "el que cuenta".
5.
Mider secuestra a Etain.
Acabado el año, Eochaid se encontraba en Tara
rodeado de los grandes señores de Irlanda, cuando apareció Mider, que parecía
muy disgustado, y dijo: Vamos a jugar nuestra segunda partida de ajedrez. Eochaid
preguntó: ¿Cuál será la apuesta? Mider contestó: Lo que desee el
ganador, y ésta será la última partida. Eochaid le preguntó: ¿Qué deseas
tú?, y Mider dijo: Poner mis dos manos alrededor del talle de Etain y
darle un beso. Eochaid permaneció un momento en silencio; luego levantó la
voz y dijo: Vuelve dentro de un mes y se te dará lo que pides. Mider
aceptó esa nueva demora y partió.
Cuando llegó el día fatal, Eochaid se encontraba con
su mujer en medio de la gran sala de su palacio de Tara, y alrededor de ambos
formaban apretadas filas los más bravos guerreros de Irlanda, a quienes el rey
había llamado en su ayuda y que, además del palacio, atestaban el patio de la
fortaleza; las puertas tenían echados los cerrojos, ya que Eochaid se proponía
resistir por la fuerza al rival que pretendía quitarle su mujer. Pasó el día y
llegó la noche sin que el terrible dios se presentara; y, de pronto, apareció
en medio de la sala:
nadie le había visto entrar. El narrador irlandés
dice que esa noche el bello Mider estaba más hermoso que nunca.
Eochaid le saludó. Heme aquí —dijo Mider—; dame lo que me has prometido. Se trata de una deuda,
y tengo el derecho de exigir que sea saldada. Eochaid, fuera de sí,
respondió: Hasta ahora no había pensado en ello. Mider replicó: Me
has prometido darme a Etain.
Al escuchar esas palabras, Etain enrojeció, por lo
que Mider le dijo: No te ruborices, ya que no tienes nada que reprocharte.
Desde hace un año solicito continuamente tu amor y te has negado a escucharme
hasta tanto tu marido no lo permita. Etain contestó': Te he dicho que
mientras mi marido no me haya cedido a ti, no iré a donde quieres llevarme. Si
Eochaid me entrega, me dejaré tomar. Eochaid exclamó: No te entregaré.
Sólo consiento en que, tal como ha sido convenido, ponga sus dos manos alrededor
de tu talle, aquí, en esta sala. Mider repuso: Así se hará.
Llevaba una lanza en su mano derecha; la pasó a la
izquierda y, tomando a Etain con su brazo derecho, se elevó en el aire y
desapareció junto con ella por la abertura del techo que servía de chimenea en
los palacios irlandeses. Los guerreros que rodeaban al rey se levantaron,
avergonzados de su impotencia; salieron y vieron a dos cisnes que revoloteaban
alrededor de Tara: sus largos y blancos cuellos estaban unidos por un yugo de
oro.
Con el andar del tiempo, los irlandeses vieron a
menudo maravillosas parejas de esta clase. Pero esa era la primera vez que
asistían a semejante espectáculo. Eochaid y sus guerreros reconocieron en esos
dos cisnes a Mider y Etain; pero los fugitivos estaban demasiado lejos para que
pudieran alcanzarlos. Sin embargo, más tarde un druida le dijo a Eochaid dónde
se encontraba el palacio subterráneo de Mider; y, con la ayuda del poder mágico
que poseen los druidas, aquel forzó la entrada de esta misteriosa residencia y
despojó al dios vencido de la mujer tan bella y tan amada. Pero, finalmente,
Mider se vengó: la trágica muerte del rey supremo Conairé, nieto por línea
materna de Eochaid Airem y de Etain, fue causada por el odio implacable de ese
dios y de sus gentes, los side de Bregleith, contra la posteridad de
Eochaid Airem y de la mujer que este príncipe arrebatara al enamorado Mider.
6.
Manannan
mac Lir y Bran, hijo de Febal.
Manannan mac Lir, como su nombre lo indica, es hijo
de Ler, es decir, del mar. Entre él y los otros dioses de quienes hemos hablado
hasta ahora —los Tuatha De Danann— existe una importante diferencia: el palacio
maravilloso donde él habita no está situado en Irlanda, sino que se encuentra
en una isla del mar suficientemente alejada de la costa como para resultar
inaccesible en condiciones ordinarias de navegación. Desde ese punto de vista,
Manannan y algunos otros dioses de la categoría de los Tuatha De Danann
presentan una cierta analogía con los Fomoré: para llegar a su residencia es
preciso viajar por mar, tal como había que hacerlo para alcanzar la vasta
comarca donde los muertos, bajo la dominación de los Fomoré, encontraban las
alegrías de una nueva vida y la inmortalidad.
Bran, hijo de Febal, es uno de los viajeros que
fueron llevados por un navío hasta las islas de los Tuatha De Danann y que pudo
regresar para contar su historia.
Un día que Bran se encontraba solo cerca de su
palacio, escuchó una música dulcísima que lo adormeció; al despertar, encontró
junto a sí una rama de plata cubierta de flores.[3] La tomó y la llevó a su palacio; pero no
pudo conservarla mucho tiempo. Un día en que ofrecía una reunión a la que
asistían muchos jefes acompañados de sus mujeres, apareció una mujer
desconocida que lo invitó a dirigirse al misterioso país de los side. Después
desapareció, y con ella la rama de plata.
Al día siguiente, Bran se embarcó junto con otras
treinta personas. Al cabo de dos días se encontraron con Manannan mac Lir, rey
del desconocido país hacia el que navegaban. Manannan ocupaba un carro, y
cantaba en verso la felicidad de su reinado. Bran continuó su viaje y llegó a una
isla que estaba habitada únicamente por mujeres: la que lo había invitado era
la reina. Bran permaneció largo tiempo en la isla, y luego regresó a Irlanda.
7.
Manannan
mac Lir y el héroe Cuchulainn.
El
nombre de Manannan mac Lir aparece mezclado con los episodios épicos que
integran el ciclo de Conchobar y Cuchulainn y el ciclo osiánico. Asimismo se lo
encuentra en uno de los fragmentos que continúan la historia épica de Irlanda
hasta el siglo VII.
La
mujer de Manannan era Fand, hija de Aed Abrat y divina como su esposo. Un día
Manannan la abandonó; y ella, para vengarse, se propuso casarse con el héroe
Cuchulainn, quien ya tenía una mujer legítima, Emer, y una concubina, Ethné
Ingubai. Fand vivía en una isla adonde atrajo al héroe: era el "país
luminoso", Tir Sorcha.
Loeg,
el cochero de Cuchulainn, que había partido a la descubierta para explorar la
extraña comarca antes del viaje de su señor, volvió pletórico de admiración:
había visto un árbol maravilloso;[4] hombres apuestos y
bellas mujeres, vestidos todos con magníficas ropas y disfrutando de una buena
mesa y de una música exquisita. Pero lo que más lo había impresionado era la
belleza de Fand: no había en Irlanda rey ni reina que pudieran igualarla. Ethné
Ingubai, la concubina de Cuchulainn, es muy bonita —dijo—; pero una
mujer como. Fand vuelve loca a la gente.
Cuchulainn
se dejó seducir, desposó a Fand y se la llevó a Irlanda. Hasta entonces, Emer
había soportado pacientemente las momentáneas infidelidades del veleidoso
héroe, y hasta había admitido que tuviera una concubina
de rango inferior; pero no pudo sufrir la presencia de una rival igual o
superior a ella, y que parecía llamada a ocupar definitivamente el primer lugar
en el corazón del más grande guerrero de Irlanda. Y, celosa por vez primera,
quiso matar a Fand. Cuchulainn se opuso, pero el ardor de la pasión que Emer
testimoniara despertó en él sentimientos que parecían extinguidos; y al ver el
dolor de Emer, le dijo, para consolarla, que seguía encontrándola hermosa y que
no había dejado de amarla. Fand se encontraba presente; y, profundamente herida
por esta reconciliación, abandonó a Cuchulainn.
En ese instante, Manannan —sabedor de la angustia de
la esposa a la que había cometido el error de abandonar—, vino a buscarla y se
aproximó a ella, que lo veía aunque resultara invisible para los demás. Al ser
bien acogido por Fand, se apareció de pronto ante los ojos de Cuchulainn y de
su cochero Loeg, y luego partió llevándose a Fand, a quien Cuchulainn había
perdido para siempre y que el arte de los druidas borró de la memoria del
apasionado héroe.
8.
Manannan
mac Lir y Cormac, hijos de Art. Primera parte. Cormac cambia su mujer, su hijo
y su hija por una rama de plata.
En el ciclo osiánico volvemos a encontrar a Manannan
mac Lir. Uno de los personajes principales de ese ciclo es Cormac mac Airt, o
Cormac hijo de Art, también llamado Cormac ua Cuinn —es decir, nieto de Conn—.
En los anales de Tigernach (cuyo autor, como se sabe, murió en 1088) se lee,
bajo una fecha que parece corresponder al año 248 de nuestra era, la siguiente
mención: Desaparición de Cormac, nieto de Conn, durante siete meses. La
desaparición de Cormac mac Airt es un episodio maravilloso cuya narración está
comprendida en la segunda lista de los relatos que contaban los file: y
esta lista parece remontarse al siglo X. A nuestra leyenda se la designa con el
nombre de "Aventuras" o de "Expedición de Cormac mac Airt".
Volvemos a encontrar ese título encabezando la pieza de la que se trata en dos
manuscritos del siglo XIV, pero con una adición según la cual el país al cual
habría ido Cormac se llama "Tierra de la Promesa". En manuscritos más
recientes, este fragmento se titula: "Hallazgo de la rama por parte de
Cormac mac Airt". Ya comprenderemos el por qué de esta variación.
Un día, Cormac mac Airt, rey supremo de Irlanda,
estaba en su fortaleza de Tara. En el prado adyacente vio a un joven que tenía
en la mano una rama maravillosa de la que pendían nueve manzanas de oro. Cuando
agitaba la rama, las manzanas se entrechocaban y producían una música dulce y
extraña: nadie podía oírla sin olvidar al instante sus males y penas. Después,
todos —hombres, mujeres y niños— se quedaban dormidos.
¿Es tuya esa rama?, le
preguntó Cormac al joven. Sí, desde luego, respondió éste. ¿Quieres
venderla?, continuó Cormac. Si —dijo el joven—. Nunca he tenido nada que
no estuviera en venta. Cormac preguntó: ¿Qué precio exiges? Alo que
el joven repuso: Después te lo diré. Cormac afirmó: Te daré lo que
consideres adecuado. ¿Qué crees que te debo? El joven respondió: Tu
mujer, tu hijo y tu hija. El rey replicó: Te los daré.
El joven le dio la rama y juntos entraron en el
palacio. Cormac encontró reunidos a su mujer, su hijo y su hija. ¡Qué bonita
joya tienes!, le dijo su mujer. No es extraño: la he pagado muy cara, respondió
Cormac, y le explicó el trato que había hecho. Jamás creeremos que haya en
el mundo un tesoro al que aprecies más que a nosotros tres, dijo su mujer. ¡Realmente,
es demasiado duro que mi padre nos haya cambiado por una rama!, exclamó la
hija de Cormac. Los tres estaban desolados, pero Cormac sacudió la rama y al
instante olvidaron su pena, se acercaron alegremente al joven y partieron con
él.
La noticia de este extraño acontecimiento no tardó
en difundirse, primero por Tara y después por toda Irlanda. La reina y sus dos
hijos eran muy queridos, de modo que su partida provocó un inmenso grito de
dolor y pena. Pero Cormac sacudió su rama y las quejas cesaron de inmediato, y
la pena de sus vasallos dejó paso a la alegría.
9.
Manannan mac Lir y el rey Cormac, hijos de Art.
Segunda parte. Cormac encuentra de nuevo a su mujer, su hijo y su hija.
Pasó un año, y Cormac sintió deseos de volver a ver
a su mujer, su hijo y su hija. Así pues, salió de su palacio y tomó la
dirección en que les había visto alejarse. Entonces lo rodeó una nube mágica y
llegó a una llanura maravillosa. Allí se levantaba una casa a cuyo alrededor se
encontraba reunida una muchedumbre de jinetes ocupados en cubrir la casa con
plumas de pájaros exóticos. Cuando cubrían media casa advertían que carecían de
plumas suficientes como para terminar su trabajo, y entonces partían en busca
de más plumas. Pero, durante su ausencia, las plumas que habían colocado
desaparecían arrastradas por el viento o por cualquier otra causa. Por lo
tanto, su tarea no tenía visos de acabar jamás. Cormac los contempló durante
largo rato, hasta que perdió la paciencia y dijo: Ya veo que estáis haciendo
eso desde el comienzo del mundo, y que continuaréis haciéndolo hasta que el
mundo acabe.
Y siguió su camino. Después de haber visto muchas
otras cosas curiosas, llegó a una casa y entró en ella. Allí encontró a un
hombre y una mujer de gran tamaño, vestidos con ropas multicolores. Los saludó;
y, como ya era tarde, ellos le ofrecieron hospitalidad por esa noche, cosa que
aceptó.
El anfitrión trajo personalmente un cerdo entero,
que constituiría la cena, y un enorme leño que, cortado en varios trozos,
serviría para cocerlo. Cormac preparó el fuego y puso encima un cuarto de
cerdo. Cuéntanos una historia —le dijo su anfitrión—; y, si es
cierta, cuando hayas terminado de contarla estará cocido el cuarto de cerdo. Cormac
respondió: Comienza tú; después hablará tu mujer, y después yo. El otro
replicó: Muy bien. He aquí mi historia. Este cerdo es uno de los siete que
poseo; y con su carne podría alimentar al mundo entero. Cuando uno de ellos es
muerto y comido, sólo tengo que poner los huesos en el establo para volver a
encontrarlo vivo al día siguiente. La historia era cierta, porque, en
cuanto acabó, el cuarto de cerdo estuvo cocido.
Cormac puso a cocer un segundo cuarto de cerdo, y la
mujer tomó la palabra. Tengo siete vacas blancas —dijo—, y todos los
días lleno siete cubas con su leche. Si todos los habitantes del mundo se
reunieran en esta llanura, tendría suficiente leche para saciarlos a todos. La
historia era verídica, porque, en cuanto acabó, comprobaron que el cuarto de
cerdo estaba cocido. Cormac dijo: Veo que sois Manannan y su mujer, ya que
Manannan es quien posee los cerdos que has mencionado, y ha traído a su mujer y
a las siete vacas desde la Tierra Prometida.
Ha llegado tu turno de contar una historia —dijo el dueño de casa—. Sí es
verdadera, cuando haya acabado estará cocido el tercer cuarto del cerdo. Cormac
contó cómo había adquirido la rama maravillosa de las nueve manzanas de oro y
encantadora música; cómo había perdido simultáneamente a su mujer, su hijo y su
hija. Cuando acabó su relato, el cuarto de cerdo estaba cocido. Tú eres el
rey Cormac —le dijo su anfitrión—. Lo reconozco por tu sabiduría. La
comida está lista, come. Y Cormac respondió: Jamás he comido en compañía
de sólo dos personas. Manannan abrió una puerta e hizo entrar a la mujer,
el hijo y la hija de Cormac, que, lo mismo que ellos, se sintió muy feliz de
volver a verlos. Yo soy quien te los ha quitado —dijo Manannan— y
quien te ha dado la rama maravillosa. Mi objetivo era hacerte venir aquí.
Cormac no quiso empezar a comer hasta que no se le
explicaran las maravillas que había visto en su camino. Manannan consintió en
ello, y le explicó que, por ejemplo, los jinetes que cubren de plumas una casa
y empiezan de nuevo su trabajo una y otra vez sin acabarlo nunca, son los
literatos que buscan fortuna, creen encontrarla y, sin embargo, no la
alcanzarán jamás, porque, cada vez que vuelven a su hogar trayendo dinero, se
enteran de que todo cuanto habían dejado a su partida ha sido gastado ya.
Finalmente, Cormac, su mujer y sus hijos se sentaron
a la mesa y comieron. Cuando llegó el momento de beber, Manannan sacó una copa
y dijo: Esta copa posee una propiedad particular. Cuando se dice una mentira
delante de ella, se rompe; y si inmediatamente después se dice la verdad, los
trozos vuelven a reunirse. Cormac exclamó: ¡Pruébalo! Manannan dijo:
Es fácil. La mujer que te quité ha tenido desde entonces un nuevo marido. De
inmediato, la copa se rompió en cuatro pedazos. Mi marido ha mentido, afirmó
la mujer de Manannan. Y decía la verdad, porque al instante los cuatro
fragmentos de la copa se reunieron sin que ésta guardara la menor huella del
accidente.
Después de la comida, Cormac, su mujer y sus hijos
fueron a acostarse. A la mañana siguiente, cuando se despertaron, estaban en el
palacio de Tara, capital de Irlanda, y Cormac encontró cerca de sí la rama
maravillosa, la copa encantada e incluso el mantel que cubría la mesa sobre la
que habían comido la víspera en el palacio del dios Manannan. A estar del
cronista Tigernach, su ausencia había durado siete meses, y esos
acontecimientos maravillosos habrían sucedido en el año 248 d.J.C.
10.
Manannan
mac Lir es padre de Mongan, rey del Ulster a comienzos del siglo VI de nuestra
era.
Cormac mac Airt vivió en el siglo III de nuestra
era. Hacia fines del siglo VI o comienzos del VII volvemos a encontrar el
nombre de Manannan mezclado con la historia épica de Irlanda. En esta época
reinaba en el Ulster Fiachna Lurgan, amigo de Aidan mac Gabrain, quien, según
los "Anales de Cambrie", murió en 607. También Tigernach menciona la muerte
de Aidan mac Gabrain, pero la sitúa en el año precedente.
Aidan mac Gabrain era rey de los scots o irlandeses
establecidos en Gran Bretaña. Se le conoce sobre todo por la desdichada guerra
que sostuvo contra los anglosajones. Según Bede, fue vencido por Aedilfrid, rey
de los northumbrios, en la sangrienta batalla de Degsa Stan, en la que
los victoriosos anglosajones perdieron todo un cuerpo de ejército, junto con el
hermano de su rey. Esta batalla tuvo lugar en 603.
Ya fuera desde esta batalla o desde otra anterior,
las filas del ejército comandado por Aidan mac Gabrain contaban con tropas
auxiliares venidas de Irlanda, las cuales habían sido traídas por el amigo de
Aidan, Fiachna mac Lurgan, rey del Ulster. Este había dejado a su mujer en su
palacio de Rath-mor Maige Linni; y, durante su ausencia, aquella vivió una
extraña aventura.
Un día que se encontraba sola, apareció un
desconocido y le habló de amor. La reina rechazó sus insinuaciones, y le dijo: No
hay en este mundo tesoros ni joyas que pudieran decidirme a deshonrar a mi
marido. Entonces, el desconocido le preguntó: Pero, ¿qué haríais si
estuviera en vuestro poder salvarle la vida? Y ella exclamó: ¡Ah!, si le
viera en peligro, nada me detendría: haría lo que fuera para ayudar a quien
pudiera salvarlo. El desconocido replicó: Ha llegado el momento de poner
en práctica lo que dices, porque tu marido corre un gran peligro. Se encuentra
frente a un terrible guerrero y no es bastante fuerte para resistirle: morirá.
Si cedes a mi amor, tendrás un hijo que será un prodigio: se llamará Mongan. Yo
iré al combate; mañana por la mañana, antes del mediodía, me encontraré en
medio de los guerreros de Irlanda, frente a los de Gran Bretaña. Le contaré a
tu marido lo que habremos hecho y le diré que eres tú quien me envía. La
reina cedió. Al día siguiente, bien temprano, el desconocido partió cantando
los cuatro versos que traducimos:
Voy a reunirme con mis compañeros muy
cerca.
Esta mañana el cielo está blanco y puro.
Soy Manannan mac Lir;
Tal es el nombre del guerrero que ha
venido.
Manannan cantaba este cuarteto en Irlanda, al salir
del palacio del rey del Ulster, en Rath mor Maige Linni, una mañana del año 603
de nuestra era. En ese mismo momento, en Gran Bretaña, cerca de Degsa Stan, dos
ejércitos se enfrentaban, listos para el ataque: el de los sajones, comandado
por Aedilfrid, rey de los northumbrios; y el de los irlandeses, encabezado por
Aidan mac Gabrain y el rey del Ulster, Fiachna Lurgan. De pronto se vio al
frente del ejército irlandés a un guerrero desconocido que atrajo todas las
miradas por su distinción y por la riqueza de su armamento. Se aproximó a
Fiachna y, hablándole aparte, le contó que la víspera había visto a su mujer. Le
he prometido a la reina —agregó— ofrecerte mi ayuda. Se situó en primera
fila y, según el relato irlandés, que atribuye a los irlandeses el honor de
esta jornada, con su acción aseguró la victoria de los dos aliados, Aidan mac
Gabrain y Fiachna Lurgan.
Este último volvió a cruzar el mar y regresó a su
palacio, donde encontró a su mujer encinta. Ella le contó su historia, y
Fiachna aprobó su conducta. Poco después nació Mongan, que pasó por hijo de
Fiachna; pero es bien sabido —dice el narrador irlandés— que su
verdadero padre era Manannan mac Lir. Al igual que los galos de quienes
hablaba San Agustín a comienzos del siglo V, los irlandeses del siglo VII
creían en la existencia de dioses enamoradizos y seductores de mujeres.
11.
Mongan,
hijo de un dios, es un ser maravilloso.
Mongan, hijo de Fiachna, es un personaje histórico.
Las crónicas irlandesas indican la fecha de su deceso y, año mas, año menos, la
sitúan en la misma época. Según Tigernach, el más antiguo de los cronistas
irlandeses cuyas obras hayan llegado hasta nosotros, Mongan, hijo de Fiachna,
fue muerto de una pedrada en 625 por Arthur, hijo de Bicur, bretón. Por lo
tanto, Mongan ha existido incluso fuera de la epopeya. Ahora bien, según la
leyenda, no sólo era hijo de un dios, sino que, debido a otro prodigio
—consecuencia del primero— en él revivió Find mac Cumaill, el célebre guerrero
de la epopeya osiánica, el Fingal de Macpherson; y, sin embargo, cuando nació
Mongan, hacía aproximadamente tres siglos que Find había muerto.
Una leyenda irlandesa relata cómo fue probada la
identidad de Mongan con Find. Ocurre que cierto día estalló una discusión entre
Mongan y su file Forgoll acerca del lugar donde había muerto Fothad
Airgtech, rey de Irlanda muerto por Cailté, uno de los compañeros de Find en
una batalla cuya imprecisa fecha es fijada por los Cuatro Maestros, audaces
cronólogos, en el año 285.
Violentamente irritado al verse contradicho por
Mongan, Forgoll lo amenazó con terribles encantamientos que espantaron al rey y
a todos cuantos asistían a la escena. Se convino que Mongan dispondría de tres
días para presentar la prueba de lo que había afirmado, es decir, para
establecer que Fothad no había muerto en Dubtar, Leinster, como pretendía
Forgoll, sino a orillas del río de Larne, antaño Ollarbé, en el Ulster, muy
cerca del castillo de Mongan. En el caso de que antes de expirar el plazo
convenido Mongan no consiguiera probar que tenía razón, de acuerdo con las
convenciones en uso todos sus bienes, incluida su persona, pasarían a propiedad
del file.
Mongan, seguro del éxito, aceptó ese arreglo sin
dudar; y dejó pasar los dos primeros días y la mayor parte del tercero sin
perder la calma en absoluto. Su mujer estaba sumida en una profunda tristeza:
desde que Mongan contrajera el fatal compromiso, no había parado de llorar. Deja
ya de sufrir —le decía Mongan—: alguien vendrá en nuestra ayuda.
Llegó el tercer día y Forgoll se presentó: quería
que el contrato fuera ejecutado de inmediato, y pretendía tener derecho a
apoderarse desde ya de todos los bienes de Mongan e incluso de su persona. Esperad
hasta la noche, le respondió Mongan. Se encontraba en su habitación junto
con su mujer, que lloraba y gemía al ver que se aproximaba la hora fatal en que
el file se apoderaría de todo, y que el salvador del que hablaba su
marido no aparecía. No te aflijas, ¡oh mujer! —le dijo Mongan—. El
hombre que viene en nuestra ayuda ya está cerca, oigo sus pasos por el río de
Labrinné.
Se refiere al río Caragh, que corre por el condado
de Kerry y desemboca en la bahía de Dingle, en el extremo sudoeste de Irlanda.
En ese momento, Mongan se encontraba a unas cien leguas de allí, en la
parroquia de Donegore, a cierta distancia al nordeste de la ciudad de Antrim,
cabecera de un condado que forma la extremidad norte de la isla. Su alumno
Cailté, el compañero de combates de Mongan en la época en que este último se
llamaba Find, llegaba desde el país de los muertos para dar testimonio de la
veracidad de su antiguo jefe y confundir así la audaz presunción del file Forgoll.
Venía por la ruta que siempre tomaran aquellos que quisieron alcanzar el
nordeste de Irlanda desde la misteriosa comarca habitada por los muertos.
Las consoladoras palabras del rey lograron calmar a
su mujer, y hubo un momento de silencio; pero al instante volvió a llorar y
gemir. No llores, ¡oh mujer! —dijo Mongan—. El hombre que viene en
nuestra ayuda está por llegar: oigo que sus pies agitan el agua en el río de
Maine. Se trata de otro río de Caragh hacia el nordeste siguiendo el camino
que debía conducir al Cailté hasta el palacio de Mongan. Las palabras de su
marido apaciguaron un momento el dolor de la reina; pero, no viendo venir a
nadie, volvió a llorar y gemir.
Esta escena se repitió varias veces, ya que Cailté
no pasaba río alguno sin que Mongan le oyera y se lo anunciara a su mujer. Por
ejemplo, le oyó atravesar el Liffey, que toca Dublín; el Boyne, que corre un
poco más al norte; a continuación el Dee, y luego el lago de Carlingforol, cada
uno de ellos más cercano que los anteriores al condado de Atrim donde se
encontraba Mongan.
Por fin Cailté estuvo muy cerca: atravesaba el Ollarbé,
el río de Lame, a muy corta distancia hacia el sur del palacio de Mongan. Pero
todavía no se le veía, y sólo Mongan lo había oído. Caía la noche. Mongan
estaba en su palacio, sentado sobre su trono; a su derecha se encontraba su
mujer, deshecha en lágrimas; frente a él, el file Forgoll reclamaba la
ejecución de los compromisos contraídos por el rey y le llamaba a demostrar la
buena fe de sus cauciones. En ese momento se vio que un guerrero al que nadie
—salvo Mongan— conocía, se acercaba a la muralla por el lado de mediodía.
Llevaba en la mano un asta sin punta con ayuda de la
cual saltó sucesivamente los tres fosos y los tres terraplenes que formaban el
recinto de la fortaleza. Llegó hasta el patio en un abrir y cerrar de ojos;
desde allí pasó a la sala y se situó entre Mongan y la pared. Forgoll estaba
del otro lado de la sala, frente al rey.
El recién llegado preguntó qué pasaba, y Mongan le
contestó: El file aquí presente y yo hemos hecho una apuesta respecto de la
muerte de Fothad Airgtech. El file pretende que Fothad murió en Dubtar, en
Leinster, y yo digo que no es así. El guerrero desconocido exclamó: Pues
bien, el file ha mentido, a lo que éste replicó: Te arrepentirás de lo
que has dicho.
No está bien que hables así —le dijo el guerrero—. Voy a probar lo que he dicho. Nosotros
estábamos contigo —dijo dirigiéndose al rey—; estábamos con Find —agregó
dirigiéndose al auditorio—. Cállate, cometes un error al revelar ese
secreto, le dijo Mongan. Nosotros estábamos con Find —continuó el
guerrero—. Veníamos de Alba (es decir, de Gran Bretaña) cuando, cerca de
aquí, a orillas del Ollarbé, encontramos a Fothad Airgtech y le presentamos
batalla. Yo le lancé mi venablo de tal suerte que le atravesó el cuerpo; y el
hierro, desprendiéndose del asta, fue a clavarse en la tierra del otro lado de
Fothad. He aquí el asta de ese venablo. Encontraréis el hierro clavado en el
suelo, hacia el este, a poca distancia; y un poco más lejos, siempre hacia el
este, encontraréis la tumba de Fothad Airgtech. Un ataúd de piedra rodea su
cadáver, y dentro de aquél están sus dos anillos de plata, sus dos brazaletes y
su collar de plata.[5] Sobre la tumba se yergue una piedra en cuya extremidad inferior se
puede leer esta inscripción, grabada en ogámico: "Aquí reposa Fothad Airgtech;
combatía contra Find cuando fue muerto por Cailté."
Fueron al lugar indicado por el guerrero y
encontraron la roca, el hierro de lanza, la piedra erguida, la inscripción, el
ataúd, el cadáver y las joyas que había mencionado: Mongan había ganado su apuesta.
El guerrero desconocido era Cailté, alumno de Find y compañero suyo de armas,
que había regresado del país de los muertos para defender a su antiguo maestro
contra un ataque injusto.
Ya hemos visto que, al divulgar el secreto que
Mongan guardara hasta entonces, Cailté había proclamado públicamente la
identidad de Mongan con el célebre Find.. Y esta extraña identidad era
consecuencia del maravilloso nacimiento de Mongan, quien no debía la vida al
rey Fiachna, su padre aparente, sino a un ser perteneciente a una raza
superior. Porque Mongan era hijo de
Manannan mac Lir, o sea, hijo de un dios, de uno de esos personajes
sobrenaturales que, según la creencia gala recogida por San Agustín, se
enamoran de las esposas de los hombres.
[1]
En la "Odisea", l. VI,
verso 20, la diosa Atenea, que se aproxima al lecho donde dormía Nausicaa, hija
del rey de los feacios, es comparada con una racha de viento.
[2]
"República", l. II;
"Platonis opera", edic. Didot-Schneider, t. II, p. 26, líneas 15-20.
[3]
Más adelante, en la leyenda de
Cormac, encontraremos una rama análoga.
[4]
Es probable que la rama de plata
de Bran mac Febail, que ya hemos mencionado, y la rama con manzanas de oro de
Cormac a la que nos referiremos más adelante, hayan sido arrancadas de este
árbol. Se le puede comparar con los árboles del palacio subterráneo de Brug na
Boinné, p. 180. Sin duda el nombre de la isla de Avalon —o del Manzano—, en el
ciclo de Arturo, proviene de un árbol análogo.
[5]
Airgtech,
el sobrenombre del rey, probablemente significa
"que posee plata", "que posee ornamentos de plata". Debo
esta hipótesis al Sr. Ernault.
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