Los gentiles (jentilak) son protagonistas de muchas leyendas y dichos de ambas vertientes de la sierra de Aralar. Con este nombre designaban los antiguos vascos cristianizados a los que aún eran paganos-politeístas, personas que adoraban a más de un dios. La adopción del cristianismo por el pueblo vasco fue lenta y progresiva y, de hecho, aún existían jentilak en el siglo XI. Además de ser paganos, a estos seres se les atribuía mayor altura y fuerza que las normales. Vivían en las partes altas de los pueblos o en los montes.
J. M. de Barandiaran recoge varias de la leyendas atribuidas a los gentiles y también menciona un gran número de topónimos relacionados con su existencia: Jentiletxe, Jentilzulo, Jentilkoba, Jentilzeeta, Jentilbaratz, Jentilarri, Jentileio, Jentilzubi...
La sobrecama de oro
Vivía en Ataun un matrimonio que había entablado amistad con unos gentiles que vivían arriba de San Martín. Todos los atardeceres, los gentiles bajaban al pueblo y se reunían en casa del matrimonio para charlar y jugar a las cartas, pasando muy buenas horas juntos hasta que cantaba el gallo de la medianoche.
Un día, la señora de la casa enfermó, pero, no obstante, los gentiles continuaron bajando para pasar un rato con ellos, llevando con ellos una sobrecama bordada con hilos de oro, que extendían sobre el lecho. A las 12 de la noche cantaba el gallo, los gentiles recogían la colcha y se marchaban.
—¿Te has fijado en la sobrecama que traen? —preguntó la mujer al cabo de unos días y su marido afirmó con un gesto de cabeza—. Es de oro —continuó la mujer—, podríamos obtener unos buenos reales por ella.
Y los dos se miraron sin decir nada.
A la noche siguientes, los gentiles aparecieron como de costumbre, puntuales y con la valiosa colcha, que extendieron sobre el lecho. La velada transcurrió amablemente, pero la avaricia había hecho mella en los dos caseros. En un momento de descuido de los gigantes, el marido clavó la sobrecama con unos clavos a la madera de la cama.
Cantó el gallo a su hora y los gigantes intentaron recoger la colcha, pero no pudieron, pues estaba clavada. Tiraron con fuerza y la rompieron. Enfadados, se marcharon, pero no sin antes lanzar una maldición sobre los dueños de la casa.
—¡Mientras esta casa exista —gritaron cuando cogían el camino hacia San Martín—, no faltará un tuerto, un manco o un cojo en ella!
Y cuentan las gentes de Ataun que así ocurrió durante mucho tiempo.
Kixmi
Cuentan en la región de Ataun que, cierto día, los gentiles se divertían en el collado de Argaintxabaleta. En eso, un joven gentil observó que una nube luminosa se acercaba rápidamente hacia donde ellos estaban. Sorprendido y asustado ante semejante fenómeno, fue a avisar a los demás.
—¡Mirad! ¡Mirad!—gritó.
Todos dejaron de bailar, y durante largo rato contemplaron la nube misteriosa, sin saber qué hacer ni qué decir. Finalmente, decidieron ir a pedir consejo al más viejo y sabio de los gentiles.
El anciano nunca salía de la cueva en la que vivía, nadie sabía cuántos años tenía y algunos ni siquiera lo conocían. Condujeron al sabio hasta el borde del collado y le mostraron la nube, pero el viejo gentil estaba ciego y no podía ver.
—¡Abridme los ojos con dos palancas! —ordenó.
Inmediatamente, dos gentiles cogieron sendas palancas y, valiéndose de ellas, le abrieron los ojos. El anciano observó la nube durante mucho tiempo, mientras los demás, nerviosos, esperaban.
—Ha nacido Kixmi —dijo finalmente—, y ha llegado el fin de nuestra raza. ¡Echadme al precipicio!
Y los suyos lo echaron peñas abajo. Después, emprendieron una carrera veloz seguidos por la nube y, al llegar al valle de Araztaran, se metieron debajo de una gran piedra que desde entonces es conocida por el nombre de “Jentilarri” (“Piedra de los gentiles”), y desaparecieron para siempre.
En el lenguaje de los gentiles, Kixmi significaba “mono”, palabra que éstos utilizaban para designar a Cristo. Así explicaban nuestros antepasados el fin del paganismo y la llegada del cristianismo a Euskal Herria.
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