A los habitantes nacidos en Huariaca, mi tierra natal, les
llaman «huariaqueños huasca sua», que quiere decir «ladrón
de sogas»; y la leyenda cuenta que esto se debe a lo
siguiente: en la época del Virreinato, los españoles acostumbraban
mandar el oro, en lingotes o barras, a lomo debestia.
Sucedió que una piara de muías cargada de oro pasaba
una tarde por Huariaca; los arrieros decidieron descansar
esa noche en la plaza del pueblo, quedándose profundamente
dormidos por efecto del cansancio. Grande fue la
sorpresa de los arrieros cuando quisieron reanudar su viaje
en la madrugada; no pudieron hacerlo, pues les habían
robado todas las sogas; en cambio el oro estaba intacto.
Pocos días después trajeron de Huánuco una campana
para la iglesia que estaba en construcción; y el párroco del
lugar hizo colgar dicha campana en la torre, amarrándola
con una soga; grande también fue su sorpresa, al otro
día, cuando descubrió la campana en el suelo, porque la
soga había sido robada. Indignado, el párroco gritó desde
la torre: «¡Huariaqueños huasca sua!». Y desde entonces
ha quedado el apodo.
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