Una vez, la Luna, el Sol, el Viento, el Arco Iris, el Trueno, el Fuego
y el Agua se encontraron con un viejo. Este hombre viejo era Dios. Un
ser humano fue invitado a estar presente en la reunión. Entonces, el
Trueno le preguntó al viejo:
-¿Puedes hacer que la gente que vive en el mundo sean mis hijos?
-No, no pueden ser tus hijos; pero serán tus nietos. Si alguien de
los que habitan en el mundo pudiese levantar algo pesado, tú podrás
hundirlo.
El Sol le preguntó lo mismo al viejo, y éste le dijo:
-No, no serán tus hijos; pero sí tus nietos y amigos. Tú tendrás la
obligación de darles tu luz.
Entonces la luna le preguntó:
-¿Puedes hacer que los hombres sean mis hijos?
-No -le respondió-, no puedo hacer que sean tus hijos; pero serán
tus sobrinos y amigos.
Entonces el Fuego le preguntó si podía hacer que fueran sus hijos
los hombres, y el viejo le contestó:
-No, no puedo hacer que sean tus hijos; pero pueden ser tus nietos.
Mientras ellos crezcan, tú les calentarás y caldearás sus casas.
Luego el Viento hizo la misma pregunta, y el viejo le contestó:
-No, los hombres no pueden ser tus hijos; tú, en cambio, puedes
llevarte la suciedad y toda clase de impurezas.
También el Arco Iris quería que los hombres fuesen sus hijos.
-No, ellos no pueden ser hijos tuyos. Tú solamente puedes evitar
los diluvios y prevenir el tiempo lluvioso. Con ello puedes sentirte muy
honrado.
Entonces el Agua le preguntó si los hombres podían ser sus hijos y
el viejo le dijo:
-No, no pueden ser tus hijos; lo único que puedes hacer es lavarlos
y limpiarlos. Cuando estén cubiertos de lodo, tú podrás limpiarlos. Así,
se te llamará Gran-Persona.
Entonces el viejo añadió:
-Ya os he dicho cómo habéis de comportaros y lo que debéis hacer.
Todos debéis recordar ahora una cosa: que aquellos hijos son mis hijos.
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