En primer lugar, es preciso diferenciar las culturas indígenas del Paraguay —que sólo en parte se expresan en guaraní— y la cultura paraguayo-guaraní. En la fértil región oriental del Paraguay vivían numerosas tribus de indígenas guaraníes, quienes habitaban mayoritariamente la parte suroriental del continente. Los guaraníes eran guerreros seminómadas, que carecían de ruedas, arado, animales de cargas o metales. Las únicas herramientas y armas que utilizaban estaban hechas de hueso, madera y espina. De las otrora numerosas parcialidades indígenas del tronco guaraní sobreviven hoy grupos de mby'a guaraní (mayormente emigrados a Misiones, en Argentina), paî tavyterã, avá guaraní y chiriguano (sobre todo en Bolivia). Es el mérito de grandes etnólogos como Curt Nimuendaju Unkel, León Cádogan Miguel Chase Sardi y Branka Šušnik haber rescatado algo de sus culturas, que parecen condenadas a la desaparición.
Lo que caracteriza al teko 'modo de ser' de todos estos pueblos es su alto grado de espiritualidad y el carácter sagrado que tiene entre ellos la palabra como portadora del alma divina. El himno sagrado Ayvu Rapyta 'asiento de la palabra sagrada' fue recogido en los años 40 por León Cádogan entre los mby'a guaraní del Guairá. El guaraní que usan los mby'a y los otros pueblos originarios es diferente del guaraní paraguayo, al no tener los hispanismos que caracterizan al jopará o forma híbrida castellano-guaraní. A veces adquiere la calidad de un idioma secreto y su uso muchas veces está limitado al ámbito religioso.
Los guaraníes eran selváticos y su palabra para designar el Paraíso o Cielo fue Yvága, que significa 'lugar de abundantes árboles frutales'. Su lengua, originariamente onomatopéyica, todavía conserva los sonidos de la floresta. Su mitología religiosa les permitía vivir en armonía con las plantas y los animales a su alrededor. Se dice que han puesto nombre a más de 1.100 especies de plantas y que conocían sus propiedades medicinales.
La mitología guaraní es muy amplia. A través de ella explicaron la existencia de animales, plantas y fenómenos atmosféricos; tras la llegada de los españoles también recibieron influencia de la religión cristiana, con la que formaron interesantes procesos sincréticos.
La génesis de la etnicidad guaraní
Una antigua leyenda guaraní asegura que se produjo un gran diluvio del que dos hermanos (junto con sus respectivas esposas) se salvaron subiéndose a un gran pindó (palmera), de cuyos frutos se mantuvieron hasta que bajaron las aguas. Estos hermanos, que se llamaban Tupí y Guaraní, se instalaron en el corazón del Matto Grosso, a orillas del ancho río Araguay (ára 'cielo' + gua 'de' + y 'agua' = 'agua caída del cielo'). Otra versión dice que se instalaron en la costa del Océano Atlántico ecuatorial. Los hermanos, con sus respectivas familias, vivían juntos en completa armonía, cultivando la tierra, pescando, cazando, criando los hijos, todo ello sin egoísmos ni peleas. Con el correr de los años esta gran familia fue creciendo en número, siempre viviendo juntos. Tenían un ararakä o papagayo multicolor, que sembró cizaña entre los hermanos hablando mal de las respectivas esposas, manteniendo que la esposa de uno se entendía con el otro y viceversa. Esto hizo que comenzaran las peleas entre los hermanos y luego entre las respectivas familias. Para evitar una confrontación entre los hermanos, y viendo que la situación no mejoraría, Guaraní decidió alejarse con su familia hacia el sur, instalándose en el actual territorio paraguayo. Tupí quedó establecido, con su descendencia, en el Brasil. Esto dio origen a las dos grandes familias étnicas: tupí y guaraní.
Tierra sin mal (yvy marâ´eÿ)
Los guaraníes migraban o se desplazaban dentro de su área o guara, cuando la tierra de cultivo se agotaba, en busca de tierra nueva y virgen, el yvy marâ´eÿ, para continuar gozando de buena subsistencia, de un estado de bienestar y de felicidad. Transfiriendo este concepto socio-económico-subsistencial a lo espiritual o religioso, se encuentra precisamente el mito de "la tierra sin males". Los guaraníes, en su oguata 'andar, vivir', buscaban la tierra sin males, indestructible, sin teko meguâ, sin lo malo, lo negativo, sin calamidades, donde se goza del pleno aguyje, felicidad y bienaventuranza, un concepto análogo al cielo cristiano. A ella se llega mereciéndola, no después de la muerte sino por el buen comportamiento en esta vida y la práctica de los ritos como la danza-rezo (jeroky purahéi), no necesariamente después del cataclismo final. En ella están las almas de los buenos, de los paje (sacerdotes), de los héroes culturales, de los guerreros que murieron en combate y de otros privilegiados. Está situada hacia el este: para los que viven en la costa atlántica se encuentra en una isla en el mar, para otros en el cenit, el refugio del dios sol, y para otros, en fin, en el centro de la tierra, en el yvy´ita mbytépe, donde el héroe cultural Ñanderuvusu (Dios-Hijo) levantó su casa primitiva.
Mitos de creación
El Dios supremo de los guaraníes es Tupã, Tupavé o Tenondeté, creador del universo y de la luz. Habita en Kuarahy, el sol, foco de luz, origen de la raza guaraní. Se trata de un espíritu puro y sin forma que vive y anima el universo entero. Tupã no es capaz de hacer el mal. Solamente uno de los dioses fue malo; el resto eran protectores de la naturaleza. Las acciones de Tupã indican lo efímero de la vida terrenal. Por esta causa, cuando llegaron los misioneros cristianos, los guaraníes no tuvieron problemas para combinar las dos religiones. Tupã contrajo nupcias con Arasy (ára 'madre' + sy 'cielo' = 'madre del cielo'), la consagró como madre del cielo y le concedió por morada la luna (Jasý). Es la deidad que creó la etnia guaraní. Una remota mañana, Tupã y Arasý bajaron a la tierra. Instalados sobre una colina de Areguá, crearon los mares y ríos, los bosques, las estrellas y todos los seres del universo. Allí, Tupã creó la primera pareja humana. Con un poco de arcilla, mezclada con zumo de Ka'á-ruvichá (la yerba fabulosa), sangre de yvyja'ú (ave nocturna: Lurocalis semitorcuatus, caprimúlgido), hojas de plantas sensitivas (entre ellas el jukeri: Mimosa sepiaria, M. asperate L. Leguminosas Mimosáceas) y un ambu'á (ciempiés, miriápodo), hizo una pasta remojada con agua de un manantial cercano, Tupâykuá (hoy Tupaikuá, lago Ypakaraí) y con ella formó dos estatuas a su semejanza, las expuso al sol para que se secaran y quedaron dotadas de vida. Tupã y Arasý pusieron a los recién creados frente a ellos, y dijo Arasý: "Mujer, que de mi naciste a mi semejanza, te doy por nombre Sypavé" (es la madre común de la raza americana); y al otro, que era varón, dijo Tupã: "te doy por nombre Rupavé" (el padre común de la raza americana). Tupã les dio muchos consejos para vivir en amor y procrear pacíficamente, y puso a disposición de ambos todos los seres y productos de la tierra. A Rupavé dejó especialmente el mbokajá (cocotero: Acrocomia totai Mart. y Copernicia totai, palmáceas), y Arasý dejó a Sypavé la fruta del arasá (guayaba: Psidium guayaba, mirtácea). Les anunció que algún día llegarían a estas tierras los karaieté, desde otros continentes, para marcar el destierro de éste. Tupã creó y dejó con ellos a Angatupyry, espíritu del bien, y a Taú, espíritu del mal, que les indicarían el camino que habrían de seguir en la vida. Rupavé y Sypavé tuvieron tres hijos varones y muchas hijas. Ellos fueron: Tumé Arandú, gran sabio y profeta guaraní, padre de la sabiduría, inspirado del cielo (es el Pa'i Sumé de las leyendas); Marangatú, virtuoso y bondadoso, el padre de Keraná, la diosa del sueño e hija mimada; y Japeusá Cangrejo, que nació de pie, el hijo desobediente, que hacía las cosas al revés y ganó el desprecio de la familia por haber envenenado por imprudencia a su hermano Yrasêma, tras lo cual se suicidó ahogándose y su cuerpo se transformó en cangrejo, para marchar hacia atrás. Entre las mujeres se distinguieron sobre todo Porâsý, madre o diosa de la hermosura, de gran fuerza física, que se sacrificó para redimir a su pueblo de la dominación de los siete hermanos maléficos, hijos de Taú y Keraná, y Guarasyáva, gran nadadora, casada con el atlante Karivé, apodado Paraguá (hombre del mar). En la tribu vivía una mujer extraordinariamente bella, Kerana (dormilona), que pasaba los días durmiendo. Era la hija de Marangatú. Tau, el espíritu malo, se enamoró de ella. Se transformó en un joven e intentó raptarla, pero Angatupyry, el espíritu del bien, intervino para defenderla. Pelearon por siete días y noches, y Angatupyry venció a Tau. Fue exiliado por Pytajova'i, el dios del valor y de la guerra, quien llevaba dentro de sí el fuego de la destrucción. Tau raptó luego a Keraná. Arasý lo maldijo, y procrearon siete hijos sietemesinos monstruosos o fenómenos. Son los siguientes:
1. Tejú-Jaguá (lagarto/iguana-jaguar) o Jaguarú: Es un gran lagarto con cabezas de perro, dominador de las cavernas y protector de las frutas.
2. Mbói-Tu'î (víbora-loro): Una enorme serpiente con pico de loro. Sus dominios eran los grandes esteros. Fue protector de animales acuáticos y anfibios, del rocío, la humedad y las flores.
3. Moñái: Dios del campo, el aire y los pájaros, protector de los robos y picardías. Era aficionado a robar y acumular el fruto de sus robos en una gruta del cerro Yvytykuápe, hoy llamado cerro Kavaju, en Atyrá. Fue quemado por Avare Tume en la gruta que desde entonces se llama Moñái-kué, cerca de Yaguarón, con sus seis hermanos y con Porãsy, que se sacrificó para salvar a su pueblo del dominio de los siete hermanos monstruos maléficos.
4. Jasý Jateré (fragmento de la luna): Hombrecillo de cabellos dorados, señor de las siestas, poseedor de una varilla mágica que le hacía invisible. Protector de las abejas y del ka'a-ruvichá o yerba hechicera. Extraviaba a los niños para llevarlos a su hermano Aó-Aó, que era caníbal.
5. Kurupí: Poseedor de un enorme miembro viril, largo como un lazo. Espíritu de la fecundidad, señor de las selvas y de los animales silvestres. Secuestraba a niños y mujeres.
6. Aó-Aó: Espíritu de la fecundidad, que dejó mucha descendencia. Era caníbal y considerado el señor de los cerros y montañas.
7. Luisón o Huichó: Hombre de la noche y compañero de la muerte. Sus dominios eran los cementerios. Vivía de la carne de difuntos. Era feo, de cabellos largos y sucios, con una palidez mortal y olor fétido. Causaba repugnancia y terror.
El Jasý Jateré (Fragmento de la luna)
Es un antiguo, muy difundido y popular mito guaraní. Jasý Jateré es el cuarto hijo de Tau (espíritu del mal) y de Kerana (diosa del sueño), aunque otras versiones lo identifican como hijo de Urutaú y de Kuarahy (sol). Es un niño hermoso, pequeño, desnudo, rubio, de cabellos dorados y ondulados, medio humano y medio divino. Su madre, convertida en pájaro, lo abandonó al intentar acercarse al sol, y el niño fue cuidado y alimentado por los habitantes de la selva. Al pasar el tiempo se convierte en el genio de las siestas tropicales de la selva, y va rondando portando un bastoncito de oro, a modo de vara mágica, fuente de su poder de atracción, que nunca abandona, y al son de un menudo y melódico mimby guajaki (flauta nativa) o de un silbato va diciendo Jasý Jateré, Jasý Jateré (son onomatopéyico), imitando el canto de un pájaro. Otras fuentes indican que simplemente lanza un silbido rítmico. A. de W. Bertoni identificó el silbido rítmico del Jasý Jateré con el de un cuclillo raro, oscuro, de pecho blanco: el Geophillus Jasý Jateré, que vive en la hojarasca y duerme en lo alto de los árboles. En Brasil es el guyra-paje (pájaro-paje o hechicero), el Cucullus Cayanus, identificado por Barbosa Rodrigues. El Jasý Jateré atrae a los niños con su flauta, o tocándolos con su bastón. Al encontrarse con él quedan extraviados, los rapta y los retiene durante algún tiempo, haciéndoles pasar momentos de gran alegría, jugando y disfrutando con las maravillas de los bosques: animales, arroyos, árboles. Los alimenta con miel silvestre y frutas, juega con ellos y al fin los suelta o los deja enredados en ysypo (lianas), pero los niños ya se han vuelto tontos, idiotas (tavy: akã tavy), mudos (ñe' engu) o sordomudos; se recuperan después de un cierto tiempo. Se dice, también, que cuando Jasý Jateré, como muestra de afecto, besa al chico en la boca, es cuando se vuelve tonto y mudo, y entonces lo abandona. En algunos lugares, la gente cree que en el aniversario del rapto del Jasý Jateré el niño tiene un "ataque" con convulsiones (epilepsia). De este mito viene la advertencia de las madres: "cháke Jasý Jateré" (cuidado con el Jasý Jateré), para que los niños no se escapen de casa durante las siestas, anden por la capuera o el monte haciendo sus diabluras, se bañen en aguas sucias y jueguen con hondita y bodoques o municiones, o con "matagatos". Es creencia popular que al desorientarse una persona en la selva o bosque, en un lugar ya conocido por ella, ocurre porque Jasý Jateré ha cruzado por ese paraje. Esta persona retomará su camino sólo después de ocultarse el sol. Cuando Jasý Jateré pierde su bastoncillo y su silbato se vuelve inofensivo, porque se ve desposeído de su poder mágico. Se cree, también, que una manera de apoderarse de esos símbolos de su poder es embriagándolo, pues gusta de beber.
El Kurupí y el Urutaú
El Kurupí es el genio protector de la fecundidad, los bosques, la caza, las cosechas abundantes y la lluvia bienhechora después de una sequía. Tiene figura de ser humano, con el cabello rojo y un falo exageradamente desarrollado, enroscado a la cintura como un lazo. Lo utiliza como arma defensiva y ofensiva. Realiza su ronda a la siesta, como Jasý Jateré. Con su falo enlaza a los niños que se alejan de la casa sin el permiso de sus padres, y especialmente a las muchachas, que son las que más peligro corren de ser atrapadas por Kurupí. A veces sucede que alguna muchacha queda embarazada de modo extraño, lo cual hace pensar en él. Si toca el vientre de una vaca tendrá varios terneros mellizos y si duerme en una capuera, los tubérculos de mandioca o de batata que están bajo él crecerán desmesuradamente.
En cuanto a Urutaú (un ave nocturna, Nyctibius griseus Vieill, de la familia de los camúlgidos, que tiene el canto como un lamento), hay dos versiones: puede ser una mujer que pretendió ir con Dios al cielo, lo acompañó brevemente pero no pudo alcanzarlo porque Dios ya había llegado al sol, lloró amargamente y quedo transformada en el ave; una segunda versión cuenta que una kuñataï (moza) muy hermosa recibía pretendientes desde lejanos lugares a los cuales despreciaba con indiferencia. Poco tiempo después los tavaygua (habitantes de la ciudad) vieron llegar a un apuesto forastero rubio, en cuyos ojos se reflejaba el cielo azul, causando la admiración de todos. Al verle, la moza tembló por primera vez ante la presencia de un hombre; la atracción que le produjo fue extraordinaria desde el primer instante, por lo que no tardó en comunicar a su padre la impresión que le causaba aquel esbelto mozo y su anhelo de casarse con él. Se preparó el casamiento, al que desde lugares remotos concurrieron músicos, mancebos y danzarines, notables y hechiceros, y hubo abundancia de comida, frutas, chicha y mieles. En el nuevo hogar la vida transcurría armoniosamente. Sin embargo, la bella mujer se extrañaba de que al despuntar el día su esposo emprendía el camino de su trabajo, regresando después de la entrada del sol. Un día interrogó a su esposo sobre la razón de su desaparición diurna. El hombre contestó que le confiaría un secreto pero debía ser fiel depositaria del mismo o lo perdería para siempre. Cual no sería el asombro y la alegría de la mujer al saber que su esposo era el sol, señor de los cielos, convertido en ser humano y futuro padre de la criatura que ya sentía latir en su entrañas. Al día siguiente, la joven esposa desveló a su madre el secreto. Caía el atardecer y un temor iba inquietando el pecho de la enamorada mujer, consciente de que había violado la promesa hecha a su marido. Cuando caía la noche y no volvía al hogar como de costumbre, recordó sus palabras —"me perderás para siempre"— y estalló en un incontenible llanto. En su desesperación se internó en el bosque y dio a luz a un niño rubio que en la selva guaraní llaman Jasý Jateré. En su deseo de comunicarse con Kuarahy (sol), su esposo, para que supiera la buena nueva y a la vez implorarle perdón, subió a un árbol, ensayó un movimiento y se sintió convertida en pájaro (Urutaú). Como no fue perdonada rompió en quejumbroso llanto al esconderse el sol. Al anochecer, en los bosques paraguayos se escucha el impresionante lamento del Urutaú, al que durante todo el día se le ve posado en la alta copa de un árbol, con los ojos llenos de lágrimas, siempre fijos en el sol.
El Pombero y el mundo rural paraguayo
Además de todos estos seres mitológicos existe el Pombero, Karaí Pyharé (señor de la noche). Su vigencia es permanente en todo el Paraguay, especialmente en las zonas rurales. Es un duende antropomorfo, un hombre feo, más bien bajo, fornido, moreno, con manos y pies velludos, cuyas pisadas no se sienten, tal vez un indio guaikurú. Lo describen también andrajoso, cubierto con sombrero de paja y con una bolsa al hombro. Algunos lo identifican con el enviado de la misteriosa Mba'evera guasú, la luminosa ciudad de las leyendas indígenas, que se creía escondida en el noroeste, más allá de Corumbá hacia el Amazonas, quizás sumergida por el océano en la perdida Atlántida. El Pombero habita en el bosque o en casas o rozados abandonados, en taperas. El tatakuá (horno campesino) suele ser refugio predilecto de este personaje. Desde allí espía y escucha todo lo que ocurre en el hogar elegido. En las noches de "amenazo" (amenaza de lluvia) suele ser más persistente en sus andanzas. Anda de noche, viajando por todas partes. Se desliza entre la maleza, silencioso y vivaz, con los ojos brillándole de astucia diabólica. Puede mimetizarse con facilidad, hacerse invisible cuando quiere o hacerse sentir por un toque, con sus manos velludas, que producen pirî (escalofrío); puede escurrirse por los espacios más estrechos, pasar por el ojo de una cerradura o correr a cuatro patas. Conoce el secreto para convertirse en tronco o matorral en los fugaces momentos en que el relámpago rasga las tenebrosas tinieblas. "Si, no hay que mancillar su nombre de Pombero y decir que su fornido cuerpo es ralo y sin pelo, porque podría irritarlo", así se oye comentar a los campesinos de la región sureña. En cambio, en otras regiones del país se le cree un ser peludo.
A los niños les está prohibido decir Pombero, sobre todo por la noche, hora en que vigila, escucha y escudriña con ojo avizor porque puede aparecer cuando se lo nombra, acudiendo a la llamada. A veces, sin embargo, es vencido por las tentaciones de la civilización, enemiga de su vieja cultura. Lo seduce el bello cuerpo de una mujer a quien puede raptar o la brillantez de algún objeto, que robará luego. Entonces pierde su poder de volverse invisible y es posible dar con su rostro. Despierta a las mujeres con el suave roce o caricia de sus manos velludas, especialmente a las que duermen afuera en las noches de verano. A veces las posee, y se cuenta de mujeres embarazadas por el Pombero, cuyo hijo nace muy parecido a éste. Lo describen también como ventrílocuo. Es el ñandu Kavaju (tarántula), afirman. El Pombero imita el canto de las aves, especialmente las nocturnas, al ñahana (gallina de agua), el piar de los pollitos y el grito lastimero del karau, ave negra zancuda, para alejarse en la noche con crujir de ramas rotas, seguido de la suspensa atención de los estremecidos habitantes del lugar. También puede simular el silbido de los hombres y de las víboras, el grito de animales, aullidos, etc. Tiene ocurrencias y es travieso. Suelta los animales del corral o dispersa tropas o manadas de animales salvajes o domésticos, roba tabaco del perchel, desparrama el maíz amontonado y el popî (mandioca mondada), roba miel, gallinas, huevos, echa del caballo al jinete, etc.
Para granjearse su amistad o buena voluntad hay que hacerle regalos. La gente suele dejarle un trozo de náko (tabaco para masticar) en un angu'a (mortero), miel u otras ofrendas, como una botella de caña, en lugar accesible, en un sobrado, sobre algún apyka (banco o silleta), en el okupe (atrás de la casa), cerca del rancho, pronunciando una corta oración para rogarle que no cometa más fechorías. Ganando su simpatía, el Pombero cuida de la casa del que le regaló, de sus animales, de sus cosas y hasta se dice que retribuye atenciones, apareciendo en la casa un pindorope (Vaina de la flor de la palmera) lleno de eirete (la rubia miel silvestre). Además, será el celoso guardián de los caballos en los largos viajes por las regiones desiertas. Pero si se habla mal de él o no se le hacen regalos puede vengarse persiguiendo a las moradores y la desgracia caerá sobre la casa. El Pombero no perdona y la venganza será fatal. El perro será la primera víctima: amanecerá loco. Se dirá que fue tocado por el Pombero: "pombero opoko hese". Su contrariedad la manifestará con el remedo del kara-kara (ave de rapiña). Al que habla mal de él puede dejarle mediante un simple toque con ataques, o mudo (ñe'engu) o con tembleque (marachachâ). Si en su plan de venganza abriga el deseo de matar, lo anunciará con el relincho del kavaju ra´'y (potrillo). Estremecido de ira, se deslizará entre las sombras para desatar las cabalgaduras o los terneros del que lo burló, abrir el "chiquero" o corral y arrojar piedras sobre el techo de la casa. En estos casos, es fácil ahuyentarlo. Con solo proferir quejas de dolor, diciendo que se padece de "buba" (botón de oriente), ya no molestará más.
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