viernes, 29 de marzo de 2019

El pretil

El príncipe de Tsinn estaba banqueteando con sus cortesanos. La comida se había
regado abundantemente. El soberano, un poco achispado, decía palabras
deshilvanadas, y en ocasiones muy extravagantes, a las que sus favoritos respondían
con halagos untuosos. De repente, el príncipe estiró las amplias mangas de su traje,
lanzó una exclamación de satisfacción y declaró:
—No existe mayor felicidad que la de ser monarca. ¡No hay que rendir cuentas a
nadie y ninguno se atreve a contradecirte!
Kuang, su maestro de música, que estaba sentado frente a él, tomó entonces su
laúd y se lo arrojó a la cara. El príncipe brincó de su asiento, esquivando así el
instrumento, que se hizo pedazos contra el muro con un gemido lastimero.
Indignados, los cortesanos se levantaron y protestaron enérgicamente. Uno de
ellos le preguntó al músico:
—¿Cómo has osado levantar la mano contra tu soberano?
—¡Jamás haría yo nada semejante! —se ofendió el maestro de música—.
Sencillamente he querido corregir a un usurpador que había tomado el puesto del
príncipe.
Y señaló el asiento vacío del monarca diciendo:
—¡He oído, procedentes de ese sitio, palabras indignas de un soberano!
Algunos dignatarios, irritados, habían echado mano al grosero personaje. Lo
arrastraron ante el príncipe de Tsinn para preguntarle a su Majestad qué castigo
quería que se le infligiera. Pero el soberano se echó a reír y dijo:
—Soltadlo. ¡Me es mucho más útil que vosotros, ya que él me sirve de pretil!

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