La noticia de la existencia de un gran remolino en el océano, capaz de tragarse las
mayores naves, parece ser común a muchos pueblos marineros. El etnógrafo
Malinowski la ha encontrado en Polinesia, entre los que él llama «los argonautas del
Pacífico Occidental». Los navegantes árabes medievales del océano Índico creían
firmemente en la existencia de tal remolino, lo mismo que marinos de Irlanda y de
Islandia, quienes lo situaban muy al Oeste. Si griegos y latinos creyeron en Scila y
Caribdis, no parece que lo hayan hecho en un enorme remolino en aguas
mediterráneas, ni en las peligrosas Sirtes —costa Occidental de Egipto y mar de la
Cirenaica—, ni aun en las proximidades de la Ultima Tule, la más boreal de las
tierras habitadas, rodeada «por turbulentas y sombrías aguas». Juvenal, hablando de
la feliz extensión de la retórica latina por Occidente, exagerando, llega a decirnos que
«en Tule ya se habla de contratar a un profesor de retórica». Juvenal compara la
difusión de la cultura en su tiempo con la que tenía en otros más antiguos, y sus
afirmaciones nos tocan también algo a los hispanos: «Donde había… un estoico
cántabro… La Galia ha formado elocuentes abogados entre los britones, y de
conducendo inquitur iam rhetore Thule». Siempre oscuro el cielo sobre la extrema
isla, el retórico tendría que enseñar las flores griegas y las latinas a la luz de una vela,
aun a mediodía.
La imagen del gran remolino se ha popularizado desde que Edgar Allan Poe ha
escrito su cuento «Descenso al Maelstrom». Contra la opinión antigua nórdica de
situarlo a cien leguas al Sur de Groenlandia, más o menos, Poe ubica el gran remolino
cerca de la costa de Noruega. El guía que acompaña al narrador concreta:
—Estamos ahora muy cerca de la costa noruega, a los sesenta y ocho grados de
latitud, en la gran provincia de Nordland y en la sombría comarca de Lofoden. La
montaña en cuya cumbre nos encontramos es la Helgessen, la Nubosa.
El guía le indicaba al viajero, a quien acompañaba, que mirase más allá, al otro
lado del cinturón de vapor que había bajo ellos, hacia el horizonte marino. Poe, o
quien fuese el viajero, asiste desde aquella altura a la formación, en el océano, del
gran remolino. La descripción del Maelstrom es a la vez precisa y poética. «El ruido
del remolino —nos dirá Poe— apenas es igualado por las más atronadoras y terribles
cataratas; este ruido se escucha a varias leguas, y los vórtices u hoyas poseen tal
extensión y profundidad que, si un barco entra en su zona de atracción, es
inevitablemente absorbido, arrastrado al fondo y despedazado allí contra las rocas.
Cuando las aguas se calman, los restos son devueltos a la superficie». A este vómito
del gran remolino se debe la salvación del guía en el cuento de Poe, abrazado a una
barrica, atado a ella con unas cuerdas… En fin, lean a Poe y mediten un poco sobre
sus opiniones sobre el comportamiento de los cuerpos esféricos y los cilíndricos en la
rueda terrible del remolino.
Pero en el gran remolino de los pilotos árabes en el Índico, las naves no eran
destrozadas contra el fondo, sino que se posaban suavemente sobre fondo de arena, y
alguna, en raras circunstancias, volvió a la superficie, como se lee en un kitab, en un
Libro de los mares y de las islas. Con toda la tripulación que quedaba a bordo
ahogada, eso sí. Y se cuenta en el citado libro que la fuerza de expulsión del gran
remolino era tan grande que la nave expulsada salía más de cien cuartas fuera de las
olas, con lo cual se vaciaba de agua, y al volver a caer en el mar, flotaba como si la
acabaran de botar. Se estimaba que era funesto subir a la susodicha nave, o
remolcarla, pero en más de una ocasión hubo marineros de Basora o de Ormuz que
fueron nadando hacia la nave surgida de los abismos, subieron a ella, dieron los
cadáveres de los ahogados al mar y navegaron felizmente hasta un puerto del Califa,
haciéndose ricos con el cargamento de especias, canela, pimienta, clavo y todas las
delicias orientales que perfumaban las cocinas de Bagdad y de Damasco.
Los polinesios creen, según Malinowski, que el gran remolino lo provoca un
movimiento de la gran bestia marina que duerme en el fondo del océano. No se sabe
muy bien cuál sea esta bestia, aunque las versiones más comunes le dan forma de
serpiente. No solamente al moverse da origen al gran remolino, sino a los maremotos.
Los marineros de las barcas polinesias, que pasan por donde se supone que la gran
bestia está durmiendo, le echan alimentos. Por ejemplo, un cochinillo. También le
cantan y le echan flores.
Pero, desde Poe, para nuestra imaginación, el gran remolino es el Maelstrom de la
costa noruega. Yo creí en él a pies juntillas, y hubiera dado algo por subir a la
montaña Helgessen, la Nubosa, a verlo en toda su terrible actividad.
Desgraciadamente, parece que, si hay remolinos allí, ninguno iguala al descrito por
Poe. Imagínense cuántos viajeros del mundo entero no viajarían a Lofoden a ver, en
un mar «oscuro como tinta», el inmenso remolino del océano.
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