domingo, 24 de marzo de 2019

Un cuento de Viriato

Los más antiguos narradores relatan cómo el pretor Galba, con el pretexto de renovar
un tratado de paz que los propios romanos habían violado, tras recibir a los guerreros
lusitanos que se oponían a la invasión de Roma, los desarmó con engaños y los hizo
matar. Entre los pocos que lograron salvar la vida en la matanza estaba Viriato, que se
hizo caudillo de todos los españoles entre el Ebro y el Tajo y durante más de un lustro
presentó una resistencia tan encarnizada a las legiones, que en Roma era difícil
reclutar soldados que quisiesen luchar en la península, temerosos de la ferocidad de
los ejércitos indígenas.
Los narradores recuerdan, junto a sus virtudes guerreras, su templanza y su
entereza, la calidad del ingenio de Viriato, que sorprendió a sus contemporáneos
romanos, sobre todo por tratarse de un oscuro ibero que había debido educarse él
solo. Los habitantes de lo que luego vino a ser Martos, en la provincia de Jaén, no eran
firmes en sus compromisos y fluctuaban entre la amistad de los romanos y la de los
demás españoles, según iban las cosas de la guerra. En una ocasión, al recibir Viriato
las excusas de los embajadores de Martos por haber dejado de cumplir ciertas
obligaciones bélicas con él, lo que les había salvado de una represalia de parte de los
romanos, el caudillo hispano les contó el siguiente cuento:
«Érase un hombre, ya no joven pero tampoco viejo, que se casó con dos mujeres,
una moza y la otra madura. Cuando estaban juntos, la mujer moza, por remozarlo
también a él, le arrancaba los cabellos canos. Por otra parte, en su intimidad, la mujer
mayor le arrancaba los cabellos negros que le quedaban, con el pretexto de que le iba
mejor un aspecto venerable. Y así fue como entre ambas lo dejaron calvo. El destino
de Martos puede reflejarse en la cabellera de aquel hombre, pues por evitar la
represalia de los romanos, la ciudad va a sufrir la de los hispanos. Y, represalia tras
represalia de los enfrentados adversarios, a los que los de Martos traicionan
sucesivamente, la ciudad acabará quedando vacía de habitantes».

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