domingo, 24 de marzo de 2019

De xanas, lamias, donas y fuentes prodigiosas

Quien haya escuchado de noche, en la soledad del monte, el fluir de las fuentes o el
murmullo de los arroyos, al oír las oscuras y cantarinas voces de mujer que se
mezclan con el sonido de las aguas entenderá las viejas historias acerca de las ninfas
que habitan en ellas. Son las xanas o janas asturianas y leonesas, las anjanas
cántabras, las lamiñak vascas, las donas y donas d’aigua aragonesas y catalanas. En
el resto de España hay unas moras o mouras que cumplen ese mismo papel y que a
veces se confunden con las que pudiéramos llamar «moras» genuinas. Muchísimas
fuentes están señaladas por su presencia o algún suceso en que ellas intervinieron.
Las xanas y janas son muy bellas, visten túnica de blanco lino, tienen hermosas
melenas rubias que peinan con peines de oro y cautivan con su voz. Hacendosas,
hilan sin cansancio, con huso y rueca, sus madejas de hilo de oro, que extienden a la
orilla del agua, después de lavarlas, en las noches de luna llena. Son caprichosas, en
general temibles, pues atraen a los mozos para ahogarlos en las fuentes de los ríos.
No pueden dar de mamar a sus hijos, que se crían desmedrados, y a veces los
cambian por los hijos más rollizos de los mortales. Pueden producir malos hechizos.
También pueden regalar una madeja o una figura de oro. Se ha dado el caso de
haberse casado alguna de ellas con un mortal, aunque no se conoce que ninguno de
estos matrimonios haya dado buenos resultados.
En la fuente del Naranco del Val de Osín o Valdosín, León, donde brota uno de
los manantiales del río Esla, hubo una jana que se estaba peinando los cabellos con
su peine de oro. Pasó cerca un pastor y la jana le preguntó qué era lo que más le
gustaba de ella. El pastor, encandilado por el brilllo del oro, dijo que el peine, y la
jana se retiró a la fuente con aire de enojo. Cuando volvió al rebaño, el pastor
descubrió consternado que los lobos lo habían diezmado. Sin embargo, en la fuente
de Pumarín, en Blimea, Asturias, una xana le preguntó lo mismo a otro pastor y, al
responderle éste que le gustaba toda ella, pues nunca había visto una mujer tan
hermosa, la xana le regaló dos ovillos de oro. En Nueva de Llanes, Asturias, se canta
un romance que habla de una xana que vivía en la fuente de Cueto Lloro, y que con
sus cantos atrajo a tres niñas hasta el interior de la tierra, donde se perdieron para
siempre.
También en el berciano lago de Carucedo —y no en otros, como algunos
narradores poco rigurosos señalan— vivió una jana llamada Carucea que, para tomar
venganza de los romanos que habían invadido su territorio y destruían sus montañas
en busca de oro, atrajo hasta las aguas al pretor Carisio, con el señuelo de su hermoso
cuerpo y de un bellísimo palacio de cristal que sería su morada. Allí hizo que se
ahogase el implacable invasor.
Las anjanas son al parecer muy semejantes a las janas, aunque se asegura que son
espíritus sosegados y que Dios las creó para hacer el bien, que cantan y danzan con
mucha dulzura, que son obsequiosas y que sus grutas tienen el suelo de oro y las
paredes de plata. También hay quien dice que las anjanas vengan a las mujeres
burladas.
Los narradores cuentan que las lamias vascas, que entraron en decadencia cuando
llegó el cristianismo a sus tierras, eran hospitalarias y amigas de la conversación. Se
cuenta que un vecino de Indusi, para protegerse de una tormenta, se metió en una
gruta que existe en aquellos parajes, llamada cueva de Balzola. En la cueva vive una
lamia, que en aquella ocasión se apareció al inesperado visitante y estuvo departiendo
buen rato con él. Al despedirse, la lamia le regaló a su interlocutor un pedazo de
carbón, que al salir de la cueva se transformó en oro puro.
En Caldes d’ Estrac, Barcelona, hubo una dona d’aigua que habitaba desde hacía
mucho tiempo en la llamada Torre de los Encantados, un lugar cargado de historias
prodigiosas. Las gentes del lugar atribuyeron a la dona una larga racha de malas
cosechas y escasez de pesca que había sobrevenido de repente. Un grupo de vecinos
fue a visitar a la dona para contarle sus cuitas y suplicarle respetuosamente que se
trasladase a otro sitio. Ella, compadecida, les dijo que iba a regalarles una riqueza que
nunca habría de faltar, para fortuna del pueblo. Y con un golpe de su varita de fresno
hizo brotar de una peña el manantial de agua salutífera que ha dado fama y
prosperidad a la villa.

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