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eus tuvo dos hermanos, Poseidón y Hades, que ejercieron el poder supremo dentro de sus propios territorios, y tres hermanas, su esposa y reina Hera, Deméter y Hestia. Estos hijos de Crono y Rea serán el objeto del presente capítulo, junto con la mitología de los Infiernos y la vida después de la muerte. Cuando el mundo se dividió entre Zeus y sus hermanos tras la derrota de los Titanes (cf. p. 121), a Poseidón y Hades se les adjudicó territorios propios, los mares y el mundo subterráneo respectivamente y así adquirieron un estatus de soberanía dentro de sus dominios específicos, por más que, en último término, Zeus mantuviese su poder como rey de los dioses. Obviamente, Zeus también tuvo su dominio específico como señor de los cielos. A través de la posesión de estos reinos diferenciados, los dioses de esta generación más antigua se sitúan aparte de los jóvenes dioses del Olimpo, que no tienen dominios comparables. Desde que Hades se retirara al reino que recibió en el reparto y que rara vez abandonaría, llevó una existencia aislada, sin apenas nada en común con los demás dioses o con el mundo de los vivos. Las actividades de Poseidón, por el contrario, en ningún caso estaban restringidas al mar, ni sus funciones como dios de ese reino lo apartaron del mundo común de dioses y mortales. En sus imágenes, Poseidón y Hades mantienen un considerable parecido con el mismo Zeus, como hombres maduros con barba y de aspecto severo y majestuoso. En lo que concierne a las hermanas de Zeus, ya hemos conocido a Hera como su consorte, y a Deméter como esposa anterior o amante con la cual tuvo a Perséfone. La mayor parte de los principales mitos de Hera, la diosa del matrimonio, están, de un modo u otro, relacionados con su matrimonio con Zeus, mientras que el principal mito de la diosa del cereal, Deméter, trata del conflicto con su hermano Hades cuando rapta a su amada hija para conseguir una esposa. El miembro de la familia menos conspicuo, Hestia, era la diosa virgen del hogar, que, aunque muy venerada en el culto, estaba demasiado ligada a la vida de la casa como para tener aventuras memorables.
Poseidón, el señor de los mares y los terremotos
Según la ya mencionada división de autoridad, Poseidón comparte el poder con Zeus en el mundo superior como dios de los mares. También era el dios de los terremotos y los caballos. Aunque es una divinidad inmensa que domina sobre las fuerzas violentas de la naturaleza, tiene un carácter más simple que su hermano, y mucho menos abierto que él a cambios y desarrollos procedentes de la evolución de esquemas morales y teológicos. Quizá la etimología más probable de su nombre (Poseidaon, Poseidan, Poseideon, Poseidon, según dialectos) es la que la presenta con el significado «Esposo de la tierra», con la asunción de que su segundo elemento (-da-) es un nombre antiguo de la diosa tierra. Sin embargo, esto dista de la realidad y se han propuesto otras etimologías que podrían vincular su nombre con los mares o las aguas. Sea cual sea el origen, se trataba de una divinidad helénica muy antigua, cuyo nombre aparece en las tablillas micénicas de Pilos y Cnosos. De hecho, en Pilos, situado en la costa mesenia, era en principio el dios principal, incluso con mayor importancia que Zeus. Aunque se le representa principalmente como el gran dios de los mares en la épica homérica y en la tradición posterior, esto apenas refleja su naturaleza original, siempre y cuando lo llevaran a Grecia los helenos, puesto que éstos llegaron desde las lejanas tierras del interior y no estaban familiarizados con el mar antes de su llegada a lo que sería su hogar. Parecería que sus atributos experimentaron un cambio considerable en tiempos antiguos, cuando pasó a ser un dios del mar y se especializó en esa función, pero es imposible ahora trazar el curso de este proceso, a no ser por vía especulativa. Sus relatos en la tradición literaria siguen el modelo establecido por Homero, que lo retrata como el monarca majestuoso e intimidatorio del mar; del dominio asignado del que constantemente surge, en el que se sumerge o por el que viaja y en el que agita sus aguas para hacer naufragar a su enemigo Odiseo. En el arte es una figura alta, madura e imponente, no muy diferente a Zeus en aspecto, pero distinguido por su emblema, el tridente, y por su apariencia más desmarañada y tosca, característica que queda enfatizada especialmente en el período helenístico. Los romanos, que carecían de un mejor equivalente (puesto que originalmente no tenían ningún tipo de dios marítimo), lo equipararon a la compleja y oscura deidad del agua, Neptuno.
Si Hades en algunos casos era descrito como «otro Zeus», lo mismo podría decirse de Poseidón, que era el Zeus del mar. Vivía en un palacio dorado bajo el mar en Egas,[1] no lejos de la isla de Samotracia. Su principal atributo era el tridente de mango y dientes largos, que le servía a la vez de cetro y de arma. Lo que en origen se trataba de un simple arpón de pescador, en sus manos se convirtió en un implemento temible. Lo usaba para remover las aguas y calmarlas de nuevo; para partir rocas, como cuando provocó que Áyax el menor fuera lanzado al mar (cf. p. 625); para reorganizar la topografía de la tierra, como cuando creó el valle del Tempe en Tesalia.[2] Píndaro y Esquilo lo equiparan al rayo de Zeus.[3] Cuando marchaba por el mar, le atendían las ninfas marítimas, así como las bestias y monstruos de las profundidades. En los períodos romano y helenístico, su paso por el mar y su procesión nupcial se convirtieron en tema favorito para los artistas, a los que les gustaba representarlo en compañía de tritones (cf. p. 157), delfines e hipocampos (monstruos con la parte superior de un caballo y la inferior de un pez). Estos últimos tiran algunas veces del carro de Poseidón o incluso lo llevan sobre sus lomos. El esplendor de su cabalgata es vivamente evocado en la Ilíada, en un famoso pasaje que describe cómo se alejó por el mar después de descender de la cumbre más alta de Samotracia:
Tres veces tendió el paso y a la cuarta llegó a su meta, Egas, en cuyos encharcados abismos sus ilustres moradas están construidas, chispeantes de oro y siempre inconsumibles. Una vez allí, unció al carro dos caballos, de pezuñas broncíneas, vuelo ligero y crines áureas que les ondeaban. Se vistió de oro su cuerpo, asió la tralla áurea, bien fabricada, montó en el carro y partió sobre las olas. A su paso los monstruos marinos hacían fiestas con cabriolas desde sus cubiles por doquier, y nadie ignoró a su soberano. El mar se hendía de alegría abriendo paso; los caballos volaban muy ágilmente, y debajo el broncíneo eje ni siquiera se mojaba.[4]
Las principales características de la actividad de Poseidón se resumen de manera sucinta en el pequeño Himno homérico a Poseidón. Tras referirse a él como el rey dios de las profundidades, «agitador de la tierra y del mar estéril», el poema continúa diciendo que los dioses han asignado un encargo ambivalente al Agitador de la tierra, como domador de caballos y salvador de barcos.[5] Tal como esto indicaría, el poder de Poseidón, tanto para proteger como para destruir, se manifestaba sobre todo en el dominio que ejercía sobre las fuerzas elementales de la naturaleza. En su esfera principal como dios del mar, se revelaba más como un dios de las aguas en la tormenta que del mar en calma. En tierra, era el dios del terremoto, como la épica homérica ya reconoce al referirse a él como «El que agita la tierra»[6] (Enosichthon; sus títulos Seisichthon y Ennosigaios tienen el mismo significado). Cualquier tormenta violenta en el mar podría ser atribuida a su obra. Este es otro aspecto de Poseidón que Homero describe de forma pintoresca, en su relato de la persecución del dios a Odiseo en la Odisea. En un pasaje digno de mención, Poseidón, al ver al héroe navegando por el mar en una balsa construida por él mismo (tras haber dejado atrás la isla de Calipso cf. p. 640), «reunió nubarrones y, blandiendo su tridente, alborotó el mar. Excitó todas las furias de los vientos de varios rumbos, y con nubes recubrió a la vez la tierra y el mar. Desde el cielo caía de golpe la noche. Y juntos se lanzaron el Noto y el Euro y el borrascoso Céfiro y Bóreas nacido en el alto éter, revolviendo un enorme oleaje. Entonces desfallecieron las rodillas y el corazón de Odiseo».[7] Si podía enviar tormentas, también podía proteger a los marineros y pescadores de los peligros del mar si se le honraba adecuadamente. Era aconsejable invocar su ayuda antes de emprender un viaje por mar. También podía agitar sus aguas a beneficio de sus acólitos, como cuando una tormenta en el mar destruyó buena parte de la flota persa frente a Tesalia en 480 a.C. Al oír este acontecimiento, los griegos le rindieron honores, hicieron libaciones al dios y fundaron el nuevo culto de Poseidón Soter (el Salvador) en su honor.[8] Así como podía remover las aguas hasta sus profundidades, si ésa era su voluntad, también podía agitar la tierra hasta lo más hondo como señor del terremoto. En tales circunstancias, los griegos sabían a quién echar las culpas o apaciguar. Cuando Esparta, que era especialmente propensa a terremotos, fue sacudida por un grave terremoto en 464 a.C., los espartanos interpretaron esto como la retribución de Poseidón por un sacrilegio que habían cometido no mucho antes, al expulsar y matar a algunos ilotas (siervos) que habían buscado refugio en un templo de Poseidón.[9] Podía ser apaciguado en época de terremotos si se le ofrecían sacrificios bajo la invocación de Poseidón Asphaleios con la esperanza de que mantuviera firme la tierra (asphalos) o se le dirigían himnos.[10] Como divinidad ctónica, también llevaba a cabo una función más amable y útil al hacer que surgieran manantiales de la tierra. A veces se le presenta creando fuentes y arroyos a golpe de tridente, como en el caso de la fuente de la Acrópolis ateniense (cf. infra) o el manantial de Amimone en Argos (cf. p. 312).
Poseidón como dios de los caballos
Otra característica de Poseidón por la que se le menciona en el himno homérico citado anteriormente es su función como dios de los caballos.[11] Aunque también estaba asociado en cierta medida con los toros, que recibía en sacrificio y que en ocasiones hacía salir del agua en el mito (como en el caso de Minos, cf. p. 443), esta conexión con los caballos era especialmente estrecha tanto en el mito como en el culto. Esto parece muy apropiado por varías razones, ya sea porque el caballo representaba una de las más poderosas fuerzas de la naturaleza que los humanos podían dominar y estaban asociados con lo ctónico, o porque se les atribuía la creación de los manantiales en el folclore griego. Merece la pena destacar, sin embargo, que los griegos no utilizaron metáforas de caballos para describir las olas y el rugido del mar (como el inglés white horses —caballos blancos—). La conexión de Poseidón con los caballos era probablemente muy antigua, quizá incluso más que su asociación con el mar. Fue ampliamente venerado como Poseidón Hippios (Señor de los caballos) y los caballos desempeñaban un papel principal en su culto e incluso la leyenda lo presentaba como el padre del primer caballo. En sus santuarios se criaban caballos y se sacrificaban en su honor; en algunas de sus festividades había carreras de caballos, y los aurigas invocaban su ayuda antes de una carrera, igual que los marineros en el mar. El Himno homérico a Apolo hace referencia a un curioso rito de Onquesto en el que los aurigas abandonaban sus carros tras azuzar los caballos con el látigo y, si el carro quedaba destrozado al llegar a un bosquecillo cercano consagrado al dios, pedían la protección de Poseidón para el futuro.[12] Cabe detenerse ahora en aquellos mitos que conectan a Poseidón con los caballos y el origen de la raza equina.
En el mito heroico, se dice que sus hijos Pelias y Neleo (cf. p. 496), junto con Hipotoonte (cf. p. 451), fueron amamantados por yeguas, y se asegura que entregó caballos alados o maravillosos a Idas y a su favorito Pélope para ayudarles a conseguir a sus prometidas (cf. pp. 214 y 683). Sin embargo, sus mitos equinos más interesantes son leyendas de naturaleza más primitiva que cuentan el modo en el que se supone que se convirtió en padre de destacados caballos maravillosos o incluso del primer caballo. Según Hesíodo (cf. supra p. 102), se acostó una vez con la monstruosa Medusa, después de lo cual ésta concibió a Pegaso, el caballo alado, que salió de su cuerpo (junto con Crisaor) después de que Perseo cortara la cabeza de la gorgona. Una leyenda que no es menos extraordinaria cuenta cómo se convirtió en el padre de Arión, el caballo divino de Adrasto, al unirse a Deméter mientras los dos estaban transformados en caballos. Tal como se relata en Telpusa, Arcadia, donde se veneraba a la diosa bajo la advocación de Deméter Erinys, el mito se cuenta de la siguiente manera. Mientras que Deméter iba por el mundo en busca de su hija perdida (cf. pp. 182 y ss.), Poseidón la persiguió para hacer el amor con ella. Cuando la diosa intentó escapar de él, convirtiéndose en una yegua y escondiéndose entre algunos caballos a las afueras de Telpusa, él tomó la forma de un semental y tuvo un encuentro sexual con ella. Los frutos de esta unión fueron el caballo divino Arión (cuyo nombre probablemente significaba «muy rápido») y una hija cuyo nombre sólo se revelaría a los iniciados. Se decía que Deméter había recibido su título local de Erinys (Furia) porque «se había enfurecido» por el tratamiento que le había dispensado Poseidón (ya que el verbo erineuein portaba dicho significado, irritarse como una furia). Para explicar la razón por la que también fue honrada allí como Deméter Lousia (Deméter lustral), se añadió que se había lavado en el río Ladón después del encuentro.[13]
Arión fue célebre en la leyenda desde la épica antigua en adelante como el caballo que llevó a Adrasto, rey de Argos, a un lugar seguro tras su desastroso ataque contra Tebas (cf. p. 420). Algunos afirmaban que Arión había pertenecido antes a Heracles, que lo había adquirido de Onco, rey de Telpusa (o de Copreo, rey de Haliarto, cerca de Telpusa), y luego se lo entregó a Adrasto.[14] Había versiones alternativas en las que se narraba que Poseidón había engendrado a Arión con una Erinia cerca del manantial del Tilfusa (cf. p. 203) en Beocia, o con una Harpía.[15] El mito de la unión de Poseidón con Deméter bajo la forma de caballos también aparece en Figalia, Arcadia, donde se representaba a Deméter con cabeza de caballo de color negro, pero el único retoño de la unión en la tradición de Figalia era la hija sin nombre antes mencionada, cuyo título público entre los arcadios era Despoina («la Señora», también un título de Core/Perséfone).[16] El culto de Poseidón Hippios (Señor de los caballos) era especialmente prominente en Arcadia. Según una tradición arcadia, Rea salvó a Poseidón de Crono, el devorador de sus hijos: escondió al recién nacido en un aprisco cerca de Mantinea (de ahí el nombre de un manantial local llamado Arne o «Manantial del cordero») y entregó a su marido en su lugar un potro con el pretexto de que su hijo había nacido como caballo.[17]
Una leyenda de Tesalia, al nordeste, uno de los centros de cría de caballos, representaba a Poseidón como el progenitor de toda la raza equina. Ya que una vez que se había quedado dormido en esa tierra (donde era venerado bajo el título de Petraios «El de la roca»), había esparcido su semen sobre la tierra rocosa, fertilizándola y provocando la creación del primer caballo, Escifio. En algunos relatos posteriores, hizo surgir a Escifio (y también a Arión en una versión) al golpear el suelo con su tridente.[18] En versiones secundarias desarrolladas en Atenas, Poseidón fertiliza la tierra de Colono, población en las afueras de la ciudad, para dar lugar al primer caballo, aquí llamado Escironite; en otra versión hace que éste salga de la tierra con un golpe de tridente cuando competía con Atenea por la soberanía sobre el Ática.[19]
Mitos en los que Poseidón compite con otras deidades por la soberanía de las tierras griegas
Algunas de las historias más interesantes y distintivas de Poseidón son aquellas leyendas locales que cuentan sus competiciones con otras deidades para obtener la soberanía sobre varios territorios (y ser así adoptado como el dios patrono de dichas tierras). En la que sin duda es la más famosa, se enfrenta a Atenea por la soberanía del Ática en una competición arbitrada por los Doce dioses, por el rey de Atenas, o por sus ciudadanos. Nada más llegar a esa tierra, Poseidón intenta establecer su prioridad: golpea en la Acrópolis con su tridente y crea así un pozo de agua salada, el llamado «mar» del Erecteion (que se hallaba dentro del templo y se decía que producía un sonido semejante al de las olas siempre que el viento soplaba del sur). A continuación llega Atenea, planta el primero de los (posteriormente muchos) olivos de Ática y llama a Cécrope, el primer rey de Atenas, para que haga de testigo. Cuando Zeus da cuenta de la disputa para que los Doce dioses arbitren en ella, todos se inclinan a favor de Atenea tras escuchar el testimonio de Cécrope. Parece que llegaron a tal decisión porque estimaron que el regalo de Atenea era más importante (que sería una de las bases de la economía) que el hecho de que Poseidón llegara en primer lugar. El dios de los mares se enfureció tanto que inundó la llanura de Tría, al noroeste de Atenas, al menos durante un tiempo. También planeó anegar todo el país, pero Hermes le transmitió un mensaje de Zeus que le ordenaba desistir de su intento.[20] Los detalles de la historia difieren considerablemente según las narraciones. En una versión, Poseidón reclama su preeminencia haciendo nacer el primer caballo.[21] En otra se relata que Atenea provoca que surja el primer olivo al golpear la tierra con su lanza[22] al igual que Poseidón crea el «mar» al golpear la Acrópolis con su tridente. En cuanto al arbitraje, el mismo Zeus actuó como juez, o el propio Cécrope, o su hijo Erisictón.[23] En una curiosa versión racionalista recopilada por Varrón, el oráculo de Delfos advierte al pueblo de Atenas que decida entre las dos divinidades después de que surjan la aceituna y una fuente de agua como sus símbolos. Los ciudadanos, que habían votado en masa al dios, fueron superados por las ciudadanas, que votaron a la diosa, ya que las mujeres superaban en un voto a los hombres.[24]
Aunque Atenea se convirtió en la principal diosa de Atenas, se podía decir que se alcanzó la reconciliación, puesto que Poseidón fue ampliamente venerado bajo diversas advocaciones y disfrutaba de un culto en la misma Acrópolis como Poseidón Erechtheus (título que lo vincula con el rey mítico Erecteo cf. p. 482). Como sabemos por Pausanias, el «mar» que había creado todavía era visible en tiempos de Adriano, al igual que el olivo de Atenea, que había renacido milagrosamente, elevando su tronco en un solo día, después de que los persas lo hubieran destruido durante la quema de santuarios en la Acrópolis en 480 a.C.[25]
Se decía que Hera había consolidado su posición como la gran diosa de Argos a través de otra competición similar, en la que juzgó Foroneo, el primer rey de la región (cf. p. 303), con la ayuda de tres dioses de los ríos locales, Ínaco, Céfiso y Asterión. Foroneo concedió el territorio a Hera, para disgusto de Poseidón, que en venganza secó los ríos de la Argólide durante la mayor parte del año.[26] Sin embargo, más tarde solventó parcialmente la situación al crear un manantial de corrientes perpetuas en Lerna para una de las hijas de Dánao (cf. p. 312). Según una leyenda argiva, Poseidón anegó la mayor parte de la tierra en su furia hasta que Hera intercedió y lo obligó a retirar las aguas, de ahí el origen del santuario de Poseidón Proklystios (el que destroza con olas, el Inundador) en Argos, supuestamente erigido en el lugar desde donde había empezado a ceder la inundación.[27] En competiciones similares que tuvieron lugar en las islas griegas, Poseidón perdió Naxos frente a Dioniso y Egina frente a Zeus.[28] Sin embargo, en otras dos ocasiones se propusieron acuerdos. Cuando Poseidón competía con Atenea por el patronazgo sobre Trecén, Zeus ordenó que los dos compartieran la región, y ambos la presidieron conjuntamente desde entonces: Poseidón bajo el título de Basileus (Rey) y Atenea como Polias (Protectora de la ciudad) y Sthenias (Poderosa).[29] En Trecén se contaba una historia de inundaciones que mantenía alguna similitud con la de Argos (aunque no hay indicación de que estuviera asociada con una competición por la tierra), puesto que se decía que Poseidón había inundado una vez el territorio y había vuelto estéril la tierra con sus aguas saladas, hasta que cedió a los ruegos y sacrificios de los trecenios, que lo veneraron desde entonces fuera de los muros de la ciudad bajo la advocación de Phytalmios (Patrono del crecimiento).[30] En otra competición que tuvo lugar en Corinto, Briareo (uno de los Centimanos cf. p. 109), el árbitro, propuso un acuerdo por el que decidió conceder el Istmo de Corinto a Poseidón y la acrópolis de la ciudad a Helios.[31] En cuanto a la significación de estas historias tan variadas, sin duda es un error intentar interpretarlas en un sentido simplemente histórico, como si reflejaran conflictos de culto en tiempos remotos. Antes bien, parece que expresan algo sobre el mismo Poseidón y su lugar en la ciudad, como divinidad amenazadora y terrible que es muy venerada, aunque nunca como dios patrono.
Poseidón desempeña un papel principal en la Ilíada, que lo describe como un violento partidario de los griegos y enemigo de los troyanos. Tiene suficientes razones para ser hostil respecto a Troya, puesto que Laomedonte, el padre de Príamo, lo «contrató», junto con Apolo, para construir los muros de la ciudad, pero luego los insultó y se negó a pagarlos una vez finalizada la tarea (cf. p. 674).[32] En un primer momento, cuando los griegos construyen un muro para proteger sus barcos, se queja en la asamblea de dioses, aduciendo que la fama de este nuevo muro puede ensombrecer la del que construyeron él y Apolo;[33] pero luego interviene para reorganizar a los griegos cuando los troyanos se abren paso y atacan sus barcos, ayudando a cambiar el sentido de la batalla hasta que Zeus le ordena que desista.[34] Aunque su papel es más restringido en la Odisea, su hostilidad hacia el héroe principal es uno de los motivos centrales del poema. Encolerizado con Odiseo por haber dejado ciego al cíclope Polifemo, su hijo, retrasa el retorno del héroe muchos años y finalmente hace que navegue a la deriva en medio de una gran tormenta[35] (aunque el héroe sobrevive y alcanza la costa en la isla de los Feacios cf. p. 641). No obstante, Poseidón castiga a los feacios por ayudar a Odiseo a regresar a casa en uno de sus barcos mágicos.[36] En un relato épico posterior dentro del ciclo troyano, provoca que parte de la flota griega quede destrozada durante su viaje de retorno (para ayudar a Atenea a vengar un grave acto de sacrilegio cf. p. 626). Sus apariciones en las fuentes posteriores de mitología heroica son menores de lo que cabría esperar, y principalmente están vinculadas con sus hijos mortales y las historias de su concepción. Otros relatos característicos cuentan cómo envió toros o monstruos desde el mar como plaga o don beneficioso para los mortales. Envió un toro como favor hacia Minos, aunque con consecuencias desastrosas a largo plazo (cf. pp. 444 y ss.), y otro a petición de Teseo para causar la muerte de Hipólito (cf. p. 468). Para castigar la presunción de Laomedonte y de la madre de Andrómeda, envió monstruos marinos contra sus tierras (cf. pp. 319 y 674).
Anfitrite, consorte de Poseidón; sus hijos con ella y con otras mujeres
A Anfitrite, la consorte de Poseidón, generalmente se la consideraba hija de Nereo (aunque una tradición diferente hace de ella una hija de Océano, y una fuente afirma que era la madre de las Nereidas).[37] Era una novia recelosa, como solía ser el caso entre las Nereidas, que preferían vivir una vida despreocupada como vírgenes en compañía de sus padres y sus muchas hermanas. Según una versión, Poseidón la raptó en la isla de Naxos después de que hubiera emergido del mar para bailar en la costa con sus hermanas.[38] Pudo ser también que huyera de él cuando trató de cortejarla, y se escondió en las profundidades del océano, cerca de Atlas (en el confín occidental). En este último caso, Poseidón envió muchos mensajeros en su busca, entre ellos su animal particular, el delfín, que la descubrió en el océano exterior y la llevó en su lomo hasta Poseidón (o por lo menos le hizo saber dónde estaba escondida). El dios estaba tan agradecido que declaró sagrado el delfín y elevó su imagen a las estrellas (la constelación Delfín del hemisferio norte).[39] Finalmente, una vez convertida en la esposa de Poseidón, Anfitrite vivió con él en su palacio dorado bajo el mar, disfrutando de altos honores como reina de los mares. Aunque frecuentemente en las obras de arte es una diosa de noble aspecto, a menudo en el trono junto a su marido, raramente aparece en los relatos míticos. Según una leyenda bastante antigua, ofreció una grata recepción a Teseo (aquí hijo de Poseidón), cuando se lanzó por la borda de un barco para demostrar a Minos que era hijo del dios del mar (cf. pp. 452-453). Una historia posterior afirmaba que ella había provocado que Escila fuera convertida en un monstruo después de descubrir que su marido tenía una relación amorosa con ella (cf. p. 640). A Poseidón y Anfitrite se les atribuye un único hijo en la Teogonía, el dios del mar Tritón, «que, en el fondo del mar, ocupa palacios de oro junto a su madre y su soberano padre, terrible dios».[40]
Apolodoro añade otras dos hijas, Bentesicime y Rodo, la ninfa o personificación de la isla de Rodas.[41] Rodo se convirtió en la consorte del dios del sol Helios, cuyo culto fue especialmente importante en Rodas (cf. p. 81); las versiones sobre su nacimiento son contradictorias. Se recuerda a Bentesicime únicamente como madre adoptiva de Eumolpo (cf. p. 483).[42]
Nada se sabe a ciencia cierta sobre el significado y origen de los nombres de Anfitrite y Tritón, aunque es posible que el elemento común trito (que también se encuentra en el antiguo título Tritogeneia que recibe Atenea, cf. p. 245) puede haber tenido algo que ver con agua o con el mar. Tritón es un ser con cabeza y parte superior humanos y con cola de pez. Los seres del mar de este tipo en Grecia se originaron probablemente en la tradición nativa como productos de la imaginación popular, por más que las representaciones de éstos pudieran en algún caso haber estado influidas por imágenes de deidades biformes orientales. Aunque Tritón es un dios del mar de cierta dignidad en el pasaje citado de la Teogonía, no tiene apariciones significativas en la mitología convencional excepto en su papel específico como el dios del lago Tritónide en Libia (cf. p. 245). Según un relato arcaico, conocido por Píndaro y Heródoto,[43] se presentó frente a los Argonautas cuando quedaron atrapados en el lago durante su viaje de retorno, y no sólo les mostró el camino hacia el mar abierto sino que le dio a uno de ellos un puñado de tierra del que surgiría la isla de Tera (cf. p. 517). Para explicar el título de Atenea como Tritogeneia, se afirmaba que Tritón había criado a la diosa en Libia (cf. p. 245). Este dios del lago era presumiblemente una divinidad local que acabó siendo identificada con el dios griego. En decoración de vasos cerámicos del siglo VI a.C., se puede ver a Heracles luchando contra Tritón (y no con Nereo, como en todas las fuentes literarias conservadas) para obligarlo a enseñarle el camino a las Hespérides (cf. p. 355, o quizá a la isla de Gerión). Por otro lado, hay varias fuentes latinas que hacen referencia al pasatiempo favorito de Tritón, que consiste en hacer sonar una caracola de mar, instrumento que es su atributo en las obras de arte. Virgilio cuenta cómo Tritón ahogó a Miseno, un habilidoso trompetista que acompañaba a Eneas a Italia, por su presunción al retar a los dioses a competir con él haciendo sonar una caracola de mar.[44] En otros relatos, se cuenta que sembró el pánico entre los Gigantes durante su batalla con los dioses al soplar su caracola, y que lo hizo por orden de Zeus, tras la gran inundación, para reconducir las aguas a sus curso.[45]
Aunque aparentemente sólo había un único Tritón en la tradición más antigua, su nombre llegó a aplicarse en sentido general a toda una raza de seres marinos con cola de pez que acompañaban a Poseidón por el mar y que jugaban con las Nereidas. Todos ellos resultaron atractivos para los artistas de la Grecia helenística y finalmente también para los de Italia, especialmente en los detalles decorativos de piezas con referencias al mar. Se llegó a representar a las hembras y a las familias de tritones, idea ajena a la tradición griega arcaica. Como espíritus de la naturaleza de un estatus no muy elevado, los tritones entraron en el folclore prácticamente en la misma medida que las Sirenas en tiempos más recientes, y muchas historias sobre ellos fueron seguramente transmitidas por los marineros y los habitantes de las costas. Como es habitual, podemos referirnos a Pausanias en uno o dos relatos locales. Como había visto dos tritones que se guardaban en Roma y en Tanagra, en la costa Beocia, Pausanias pudo ofrecer una descripción precisa de su apariencia: tenían cabello verde en su cabeza, agallas tras las orejas, ojos de color verde grisáceo, un cuerpo con hermosas escamas y la cola de un delfín en vez de piernas y pies.[46] Había dos leyendas contradictorias sobre el Tritón de Tanagra, que era el mayor de los dos. Según una versión, atacó a unas mujeres del lugar mientras se bañaban en el mar como purificación para los ritos secretos de Dioniso, quien inmediatamente acudió en su ayuda y venció a su posible raptor tras una dura lucha. En otra versión, el Tritón molestaba a los de Tanagra al capturar el ganado cuando lo conducían hacia el mar, o al atacar sus embarcaciones. Le tendieron una trampa: dejaron un gran cuenco de vino en la costa y, cuando salió del mar, bebió el vino y se durmió una siesta etílica, uno de los de Tanagra se deslizó hasta él y le cortó la cabeza con un hacha. Como prueba de este último detalle, enseñaban una estatua sin cabeza de Tritón en el templo de Dioniso.[47]
Después de Zeus, padre de un número incontable de hijos tenidos con madres mortales, Poseidón es el dios al que se le atribuye un mayor número de hijos no divinos. Cabe dividirlos en dos grupos principales. Como dios salvaje e impredecible, Poseidón fue considerado un padre adecuado para héroes o gigantes de naturaleza violenta o tosca, pero como gran dios que es únicamente superado por Zeus en la jerarquía divina, fue incluido en genealogías heroicas por casi las mismas razones que su hermano: bien como fundador divino de linajes reales locales, o bien como padre divino de héroes destacados pero cuya actitud dejaba bastante que desear. Su hijo más importante en este último grupo es Teseo (por lo menos en la tradición de su localidad natal, cf. p. 448). Se puede mencionar también a Pelias y a Neleo (cf. p. 496 para la historia de su concepción) y Belo y Agénor, los fundadores de las dos ramas principales de la familia de los Ináquidas (cf. p. 309). Iremos mencionándolos según surjan sus mitos. Entre los hijos indómitos del segundo grupo, encontramos figuras pintorescas e infames como el cíclope Polifemo (cf. p. 635), el gigante cazador Orión (por lo menos en una versión, cf. p. 720), los Alóadas que intentaron asaltar los cielos (cf. p. 139), Ámico, que mataba en competiciones de boxeo a los extranjeros que se acercaban a su morada (cf. p. 504), el violador ateniense Halirrotio (cf. p. 478) y muchos de los rufianes que se enfrentaron a Heracles (como por ejemplo Anteo, cf. p. 356) y a Teseo (como Escirón y Sinis, cf. p. 448) a lo largo de sus viajes.
Hades y la mitología del mundo subterráneo
El terrible señor del mundo subterráneo
Tras obtener el mundo subterráneo como dominio específico, una vez hecho el reparto entre él y sus dos hermanos, Hades vivió apartado de los demás dioses y tuvo poco que ver con los asuntos de los vivos. Como soberano de los muertos, era grave y lúgubre tanto en su carácter como en sus funciones, severamente justo e inexorable en la realización de sus deberes. Actuaba a la manera de un carcelero y se aseguraba de que los muertos que entraban en su oscuro reino nunca escaparan y volvieran a ver la luz del sol. En su reino había un lugar de castigo donde los que habían ofendido gravemente a los dioses, y los malvados en general según esquemas posteriores, eran sometidos a tormento en la vida póstuma. Sin embargo, Hades no es un enemigo de la raza humana, ni radicalmente diferente en naturaleza de sus más afortunados hermanos. Se trata de un dios terrible, pero no malvado.
El nombre del rey de los muertos aparece en varias formas distintas; como Hades (Haides) en su forma conocida en dialecto ático, o como Aïdes o Aïdoneus (o como Aido y Aidi sólo en genitivo y dativo, probablemente de *Ais) en la épica. Los griegos asumieron que Aïdes sencillamente significaba «el que no es visible» o «invisible»[48] (a-ides: la a- tiene significado privativo, como in- en español), y perfectamente pudo ser correcto, aunque la especulación siga abierta, puesto que se argumentó, por ejemplo, que el nombre estaba, por otro lado, relacionado con aia, tierra. En su uso clásico, el nombre de Hades no se aplicaba directamente a su dominio, que era propiamente la residencia o «casa» de Hades. En griego, como lenguaje flexivo, la distinción podía indicarse por el uso del genitivo de su nombre sin necesidad de un sustantivo que lo acompañara. Puesto que la riqueza viene de las profundidades del suelo en forma de cosechas y minerales, los griegos a menudo se referían a Hades bajo el título de Plouton (Plutón: «el Rico» o «el que concede riqueza»), al menos desde el siglo V a.C. en adelante. Adquirió gran variedad de títulos eufemísticos, tales como Polydegmon, Polydektes o Polyxeinos (todos ellos con el significado de receptor o anfitrión de muchos, y de ahí «el Hospitalario»), o Eubouleus («Sabio en el consejo») o Klymenos («el Renombrado»), puesto que los griegos por lo general preferían no hablar directamente de la muerte en relación con ellos mismos o sus amigos, tanto si era para evitar comentarios de mal augurio o pasar por alto realidades no gratas. Se referían a Hades con tales títulos por prácticamente las mismas razones por las que decían que alguien «se había ido» (bebeken) o se referían a la persona muerta como «el bienaventurado» (ho makaristes), o incluso comenzaban documentos prácticos, tales como las últimas voluntades, con la fórmula «Todo irá bien, pero si algo pasara, dejo las siguientes disposiciones».[49] Como soberano absoluto de un reino que fue dejado aparte del resto del mundo, Hades también pudo ser llamado Zeus Katacthonios («Zeus de los Infiernos») o simplemente «el otro Zeus».
Puesto que los romanos no tuvieron un dios de la muerte propio, o lo olvidaron en caso de haber tenido uno, tomaron el nombre griego Plouton (latinizado como Pluto) como título para esta divinidad; también lo tradujeron como Dis, la forma contraída de la palabra latina dives (riqueza). El nombre de su consorte sufrió cambios y acabó como Proserpina, y nada se añadió a la mitología existente de ambos. Hades no recibió culto prácticamente en ningún lugar de Grecia. En relación con su recinto y templo en Élide, que se abría un solo día al año e incluso dicho día permanecía cerrado para todos excepto para el sacerdote, Pausanias comenta que no conoce otro lugar en el que se le venere.[50] Sin embargo, hay menciones de un recinto de Hades en Pilo Trifilia (y se ha argumentado que Klymenos, que tuvo un templo en Hermíone, puede identificarse con Hades).[51] Dis y Proserpina fueron venerados en el culto de Roma desde la época en la que los romanos se familiarizaron con las divinidades griegas. Hades aparece comparativamente menos en el arte griego que otros dioses y cuando lo hace, a menudo lleva un cetro o llave como signo de su autoridad (o una cornucopia por su naturaleza como Plutón) y su forma y características difieren muy poco de las de Zeus, salvo en su expresión. Séneca describe la diferencia cuando señala de él vultus est illi Iouis, sed fulminantis, «tiene la apariencia del mismo Júpiter, pero del atronador».[52]
La tenebrosa tierra de los muertos
Por supuesto, se asumía con toda normalidad que el reino de Hades estaba situado en algún lugar lejano bajo tierra. Sin embargo, en tales asuntos, no debe buscarse coherencia en las tradiciones de los pueblos, puesto que los mismos griegos también tendían a situar la residencia de los muertos en los confines occidentales (como ya se ha comentado, cf. p. 53), donde el sol y otros cuerpos celestiales descienden. Aunque ambas ideas se encuentran en la épica homérica, aparecen ya plenamente conciliadas, puesto que el viaje de Odiseo hacia el occidente, rumbo a la tierra de los muertos,[53] no es más que un modo de aproximación a un dominio subterráneo. Salvo en un pasaje del libro final de la Odisea que es con casi toda seguridad una interpolación posterior,[54] Homero no sugiere que las sombras de los muertos tengan que viajar a los Infiernos por dicha ruta (o que de hecho tengan que buscar una abertura en la tierra). Cuando en la Ilíada la sombra de Patroclo muerto parte tras hablar con Aquiles, se desvanece bajo tierra como humo. De modo similar, cuando Patroclo y Héctor mueren, su alma sencillamente se escabulle en silencio del cuerpo y se dirige al Hades sin más.[55]
La idea de que las sombras de los muertos eran capaces de pasar directamente hacia abajo, o la creencia común de un período de algún modo posterior en el que eran conducidos por Hermes hacia un nivel inferior, no excluye el desarrollo de tradiciones locales en las que la gente afirmaba tener una cueva, grieta o lago en su región que se comunicaba con los Infiernos (de modo muy parecido a las bocas del infierno del folclore moderno). Dado que los vivos que querían descender como seres totalmente corpóreos tenían necesariamente que buscar una abertura de este tipo, estas bocas del infierno aparecen en el mito como las rutas tomadas por los grandes héroes del pasado que descendieron con vida al Hades, como es el caso de Heracles, Teseo y Orfeo. Por ejemplo, se supone que Heracles encontró la vía hacia las profundidades por una cueva sin fondo en Ténaro, al sur del Peloponeso (cf. p. 352). Asimismo, se decía que Dioniso había descendido allí por un lago sin fondo situado en Lerna, en la Argólide, cuando fue a buscar a su madre muerta (cf. p. 233). El viaje de Odiseo en la Odisea es más exótico. Tras poner rumbo al oeste, hacia la puesta de sol, cruzando el océano exterior, llega a la tierra envuelta en neblina de los cimerios, un pueblo que nunca veía la luz del sol. Vara allí su barco y se dirige al límite de los Infiernos, el lugar donde se cruzan dos ríos infernales.[56] En vez de aventurarse a entrar en el mundo de los muertos, como hicieron los héroes ya mencionados, Odiseo los invoca derramando libaciones en su honor y, para ello, cava una fosa y degüella sobre ella un cordero y una oveja a fin de proporcionarles sangre para beber. Cuando las agitadas sombras ascienden y beben la sangre, recuperan parte de su consistencia corporal y el suficiente juicio como para conversar con su visitante.[57] Aunque Homero no describe la topografía del mundo subterráneo, alude a su característica más distintiva, las famosas praderas de asfódelo, ya que Odiseo ve el espíritu de Aquiles caminando a grandes pasos por una pradera de asfódelos y ve al cazador muerto Orión cuidando animales fantasmales en ella.[58] Aunque su nombre tenga ecos románticos, el asfódelo es una planta deslucida y poco atractiva que crece en tierra estéril. Podríamos imaginar según esto un pálido paisaje monocromo que proporciona un entorno adecuado para la descolorida media vida de las sombras.
La residencia de los muertos se representa normalmente como una tierra tenebrosa que contiene estas praderas de asfódelos y también, en muchos relatos posteriores, arboledas y colinas, así como otros elementos del paisaje convencional. Está separado del mundo de los vivos por las aguas de la Estigia en la Ilíada, aunque normalmente el Aqueronte en fuentes posteriores.[59] Aparecen mencionados cuatro ríos infernales en la Odisea, el Estigia, Aqueronte, Cocito (aquí descrito como un afluente del Estigia) y Piriflegetonte (también conocido como Flegetonte);[60] otro río, el Leteo, fue añadido en la tradición posterior.[61] Sus nombres tienen en todos los casos significados que respectivamente serían el Detestable, el Afligido (siempre que el nombre de Aqueronte pueda ser derivado correctamente de achos, aflicción, angustia), el río de la Lamentación, el Ardiente y el río del Olvido. El nombre de Piriflegetonte no tenía originariamente nada que ver con fuegos de castigo (aunque es mencionado como un lugar de tormento en algunos pasajes tardíos), sino que sencillamente se refería a las llamas de la pira funeraria. En algunos momentos se dijo de Aqueronte que desembocaba en un lago o pantano encenagado (el lago de Aquerusia).[62] Su nombre también se utilizó, por extensión, como término poético para designar los Infiernos. Hesíodo menciona sólo a Estigia, y afirma que corre hacia las profundidades desde el océano tomando una décima parte de su agua, y que los dioses juran solemnemente tomando sus aguas por testigo (cf. p. 89).[63]
Estigia, Cocito y Aqueronte tienen sus equivalentes en el mundo superior: Estigia en Arcadia, Cocito en Tesprotia al noroeste de Grecia y Aqueronte también en Tesprotia y en algún otro lugar. Había una Estigia en el norte de Arcadia que tenía una caída de muchos metros por una escarpada pendiente cerca de Nonacris (en las cataratas hoy conocidas como Mavronero), de modo similar a como Hesíodo relata la manera en la que el río infernal fluye cayendo desde un enorme precipicio. En la referencia más antigua que se conserva sobre la Estigia de Arcadia, Heródoto menciona que los arcadios hacían juramentos en su nombre y creían que las aguas del río infernal desembocaban en él.[64] No se puede decir si la concepción tradicional del río infernal estuvo influenciada por el conocimiento del Estigia arcadio y sus cataratas o si, por el contrario, el río fue llamado así puesto que sus gélidas fuentes se asemejaban a las de la descripción de Hesíodo. No resulta sorprendente que se atribuyeran cualidades siniestras a las aguas del río arcadio. Pausanias da cuenta, por ejemplo, de la creencia de que podían dar muerte a los animales y humanos que bebían de ellas, y que tenían el poder de disolver o corromper casi todo, incluido el cristal, el ágata e incluso la cerámica. Una tradición afirmaba que Alejandro Magno fue envenenado con agua de la Estigia, enviada a Asia en una pezuña de caballo, la única sustancia a la que no afectaban sus poderes.[65] El Aqueronte de Tesprotia también tenía una impresionante localización, ya que pasaba por profundos desfiladeros en un paisaje agreste. Por momentos desaparecía bajo tierra y pasaba por un pantanoso lago antes de emerger y desembocar en el mar Jónico. Había un oráculo de los muertos junto a él, al igual que había en otro Aqueronte cerca de Heraclea Póntica en Asia Menor. También había un Aqueronte en el sur de la Élide.[66]
Una alusión en la República de Platón proporciona la primera evidencia del Olvido (ton tes Lethes potamon) como río de los Infiernos. Resulta apropiado que las aguas del Olvido fluyan por los Infiernos puesto que es un reino de inconsciencia, donde las sombras de los muertos esperan el olvido de todas o casi todas sus experiencias terrenales. Un pasaje de Teognis observa a partir de este hecho que Perséfone confiere lethe, olvido, a los mortales perturbando su juicio, y Platón y Aristófanes hacen referencia a un campo del Olvido (to tes Lethes pedion, que probablemente figuraba en la escatología de Eleusis).[67] Una vez que surgió la idea de que las aguas del Leteo corrían por los Infiernos, podía imaginarse fácilmente que los recién llegados fueran privados de su memoria al beber de ellas; y para aquellos que creían en la reencarnación, un trago de sus aguas podía explicar la razón por la que las almas que habían renacido en cuerpos terrenales no recordaban nada del otro mundo o de sus previas reencarnaciones. A partir de esta última asociación Platón se refiere al «río de la Despreocupación» (ton Ameleta potamon).[68] Como consideración a añadir, podría imaginarse que las personas que habían fallecido recientemente que poseyeran el conocimiento necesario podrían abstenerse de beber de las aguas de Leteo y así retener toda su memoria y conocimiento. Instrucciones sobre este mismo punto aparecen en láminas de oro encontradas en las excavaciones de las tumbas de los iniciados báquicos en el sur de Italia y en otros lugares. En una de esas hojas de Hiponion, en el sureste de Italia, aproximadamente del 400 a.C., se le indica al iniciado que evite un manantial que hay en el lado derecho, bajo un ciprés blanco, a la entrada del Hades, pero que por el contrario beba de las frescas aguas que fluyen desde el lago de Mnemósine (la Memoria).[69] Aunque no se nombra explícitamente el manantial que tiene que evitar, se trata evidentemente de un manantial de lethe, olvido. En la vida ordinaria, quien quería consultar el oráculo de Trofonio en Lebadea (cf. p. 718) bebía de dos manantiales cercanos, primero del de Leteo, para aclarar su mente de cualquier pensamiento previo, y luego del de Mnemósine para así ser capaz de recordar lo que el oráculo revelaba.[70]
A partir de Homero, las puertas del Hades son un elemento habitual en la imaginería de los Infiernos. En una escena de batalla en la Ilíada, por ejemplo, Tlepólemo alardea de que va a matar a Sarpedón y lo hará «pasar por las puertas de Hades». El señor del Mundo Subterráneo es descrito en dicho relato épico como «el guardián de las puertas» (pylartes).[71] Estas puertas podrían representarse formando la entrada a la «casa de Hades», tal como se llamó habitualmente al hogar de los muertos.[72] Este cuerpo de imaginería resultaba perfectamente adecuado para señalar cómo estaba controlada la entrada en el mundo de los muertos e impedida la salida. En este último punto, será suficiente citar unos versos de Hesíodo:
Allí lejos están las sonoras moradas del dios subterráneo [del robusto Hades y de la terrible Perséfone], y delante vigila un terrible perro despiadado, y que tiene artes horribles: a los que entran los saluda a la vez con la cola y con ambas orejas, pero no les deja salir de nuevo, sino que, espiando, se come al que sorprende saliendo de las puertas.[73]
Cerbero, el perro del infierno (cf. p. 104) hace guardia en las puertas con estos modos tan salvajes, pero también se decía que, en ocasiones, el siempre justo Éaco (cf. p. 94) actuaba como guardián de las puertas o de amo de llaves.
El paso de los muertos al mundo subterráneo. Hermes y el barquero Caronte
Ahora cabe considerar el modo en que se suponía que los muertos hacían su camino de este mundo al otro. No hay mención de ningún barquero de los muertos en la épica homérica y Hermes aparece como escolta de las sombras en un único pasaje en el libro final de la Odisea, donde se le describe guiando al otro mundo a las sombras de los pretendientes muertos por prácticamente la misma ruta que antes siguió Odiseo:
Pasaron más allá de las corrientes del Océano y de la Roca Blanca, pasaron más allá de las Puertas del Sol y del País de los Sueños, y no tardaron en llegar al prado de los asfódelos, donde habitan las almas, imágenes de los difuntos.[74]
Hermes no aparece de nuevo con esta función hasta el período clásico, cuando Esquilo habla de él al ir a buscar a una heroína muerta, Escila, en el momento de su muerte.[75] El testimonio más antiguo en las artes visuales nos lleva poco tiempo atrás, hasta el final del siglo VI a.C. De hecho no es descabellado suponer que el pasaje relevante de la Odisea forme parte de un añadido posterior al relato épico (como ya afirmaron algunos estudiosos de la Antigüedad), y si esto es así, puede reconocerse un patrón coherente en la épica homérica en el que los muertos pasan a Hades por sí mismos sin necesidad de un guía o barquero. Puesto que las sombras (psychai) son retratadas como seres ligeros que revolotean de un lado a otro como espíritus, es fácil imaginarse que serían capaces de desvanecerse bajo tierra «como el humo» (como hace la sombra de Patroclo tras su visita a Aquiles),[76] y de cruzar volando el río limítrofe y cualquier otra barrera sin dificultad. El alma sale volando como un sueño y se va o sale sigilosa del cuerpo del hombre muerto y parte hacia Hades sin más demora, lamentando su destino.[77]
Sin embargo, en el relato homérico, los muertos que acaban de partir se encuentran con una destacable restricción, puesto que no pueden unirse a la sociedad de los muertos hasta que sus restos terrenales hayan sido enterrados. Cuando la sombra de Patroclo aparece frente a Aquiles, le pide:
Entiérrame cuanto antes, que quiero cruzar las puertas de Hades. Lejos de sí me retienen las almas, las sombras de los difuntos, que no me permiten unirme a ellas al otro lado del río, y en vano vago por la mansión, de vastas puertas, de Hades.[78]
Cuando Odiseo visita los límites de los Infiernos en la Odisea, la primera sombra que se le aproxima es la de su camarada muerto Elpenor, que se queja de que lo han dejado insepulto y pide a su amigo que enmiende la situación, sin duda por la misma razón que Patroclo.[79] La tragedia y otras fuentes sugieren que el enterramiento ya no era una condición previa para entrar en el Hades en época clásica. Este cambio puede haber tenido lugar porque Hermes y Caronte pasaron a ser considerados como los que dirigían el tránsito del mundo de los vivos al de los muertos.
Caronte, el barquero de los muertos, aparece mencionado por primera vez en un fragmento de Miníada,[80] una epopeya de datación incierta (probablemente del siglo VI a.C. o algo anterior), y representado en pinturas cerámicas a partir del siglo VI. Hay visiones diferentes sobre su origen, algunas de ellas argumentan que se trataba de una figura muy antigua procedente de la creencia popular, mientras que otras afirman que fue una invención literaria del período arcaico, lo cual parece más probable. También es difícil señalar con exactitud el momento en el que Hermes asumió por primera vez su papel como guía de los muertos (psychopompos). Hacia el siglo V en cualquier caso, la versión homérica sobre el tránsito de los muertos había sido desplazada por otra en la que Hermes guiaba a las sombras de los muertos hasta las regiones inferiores, donde Caronte los llevaba cruzando el río que servía de límite (normalmente Aqueronte, en algunos casos Estigia) hasta el mundo de los muertos. Como ya hemos visto, Hermes aparece como guía de los muertos en el texto citado de la Odisea, pero si cabe aceptar que el pasaje es un añadido posterior al relato épico (quizá de comienzos del siglo VI), es razonable asumir que al dios se le asignó esta función en algún momento del período arcaico. Aunque los inmortales normalmente evitaban todo contacto con la muerte y los muertos, cabía la posibilidad de imaginar a Hermes, un dios especialmente asociado con los límites y su trasgresión (cf. p. 219), como un dios que no se amilanaría ante el hecho de cruzar la más prohibida de las fronteras, tanto como psychopompos o en su más antigua función de mensajero. En el Himno homérico a Deméter, por ejemplo, Zeus lo envía a las profundidades para pedir a Hades el retorno de Perséfone al mundo superior.[81] En las ocasiones excepcionales en las que se permitió a algunos muertos visitar el mundo de la superficie, Hermes debía ser su acompañante (como, por ejemplo, en el caso de Protesilao).[82] Cuando actúa como guía de las sombras, Hermes no las conduce a su morada definitiva (excepto en el relato del libro final de la Odisea), sino que las lleva al límite con la tierra de los muertos y deja que Caronte las conduzca a través de la frontera final.
En las imágenes más antiguas Caronte aparece casi siempre representado como un hombre increíblemente viejo y de apariencia vulgar, aunque con el paso del tiempo se le retrata más feo y escuálido, como en Las ranas de Aristófanes, la Eneida de Virgilio y Diálogos de los muertos de Luciano.[83] Virgilio lo describe como loco y repulsivo, con una maraña de pelo blanco en su barbilla, ojos fieros y un jubón sucio como vestimenta. Excepto en una dudosa referencia que lo hace hijo de Acmón (un ser que fue en algunos casos considerado el padre de Urano, cf. p. 66), no existe genealogía sobre él, por lo que podría posiblemente ser considerado como un daimon o divinidad menor. Su deber es asegurarse de que sólo se permita pasar al mundo de los muertos a los que estén debidamente cualificados. Su único mito propio cuenta que en una ocasión fue encadenado durante un año por llevar en su barca a Heracles vivo (cuando el héroe viajaba a las profundidades a buscar a Cerbero, cf. p. 353).[84] Nunca desplazaba a Cerbero, que se encontraba al otro lado del río, donde los mortales que cruzaban cuando todavía estaban vivos podían calmarlo lanzándole un pastel de miel (una parte de la comida de los muertos, puesto que dichos pasteles eran una forma común de ofrenda). Como el barquero de los muertos esperaba ser recompensado por sus servicios, los muertos eran enterrados con una pequeña moneda en su boca, el óbolo de Caronte. En la tradición etrusca, Charun, como se denomina en la lengua local, es un daimon de carácter bastante terrible que lleva un pesado martillo para matar a sus víctimas. Caronte sobrevivió en el folclore griego moderno como figura llamada Caro, al que generalmente se le representa montado a caballo y llevando consigo tanto a jóvenes como a viejos.
Los espíritus que se agolpan en los Infiernos son las meras sombras de hombres y mujeres, carentes de lo más esencial que se necesita para una auténtica vida plena. Todo lo que sobrevive de la persona es la tenue psyche o «alma-aliento», que parte del cuerpo en el momento de la muerte y va al encuentro de los muertos. La psyche, el nombre que está relacionado con la palabra griega para respiración (psychein), no se consideraba originariamente como centro de la consciencia, y mucho menos el alma, tal como se entiende en el contexto socrático-platónico y de la religiosidad moderna. Homero nunca utiliza el término en relación con las funciones mentales de los vivos, sino que se refiere al conjunto de «facultades» que dependen del cuerpo en vida para llevar a cabo su actividad (tales como el thymos, una especie de alma vital o centro afectivo, el noos o entendimiento, y el phren, literalmente el diafragma). Por el contrario, la psyche es el aliento de partida y el espectro que toma posesión como continuación del ser de la persona muerta. Es tan insustancial como el aliento o el humo, pero se asemeja a la persona muerta en su apariencia exterior, y puede así ser llamado un eidolon o doble. Sobre el tema del nivel de consciencia de las psychai que han partido hacia el Hades, la épica homérica no es coherente puesto que en algunos casos se sugiere que carecen por completo de inteligencia, mientras que en otros momentos parecen poseer alguna forma de vida consciente, y de este modo son capaces de actuar de forma espontánea (como debía suceder si evitaban que el insepulto Patroclo entrara junto a ellos, o si tenían que acercarse a Odiseo para beber la sangre que había vertido para ellos),[85] pero en ningún caso es éste un territorio en el que se pueda esperar una lógica y coherencia perfectas. Las discrepancias podrían ser interpretadas en términos de perspectivas divergentes, puesto que se puede considerar que las sombras pueden carecer de inteligencia en comparación con los mortales corpóreos, mientras que aún se les tiene que suponer en posesión de alguna forma de consciencia atenuada si son capaces de formar una sociedad y de comunicarse entre ellas. También se ha considerado que éstas son ideas contrapuestas de diferente origen, y que la inconsistencia surge así porque en la épica homérica se preservan juntos distintos estratos de creencia.
Héroes y heroínas con destinos excepcionales. Los privilegiados que van al Elisio o las Islas de los Bienaventurados
Puesto que los muertos no están sujetos a ninguna forma de juicio póstumo en el relato homérico, la gran masa de ellos comparte un destino común en los Infiernos. Viven juntos como sombras que emiten sonidos ininteligibles, a la manera de los murciélagos en una cueva. Aunque esto ciertamente pareciera una perspectiva poco alentadora, los muertos no tenían que temer nada terrible, fuera cual fuese su comportamiento en la vida previa. Píndaro y Esquilo son los primeros autores que se refieren a un juicio de los muertos que asignaba a los individuos un destino mejor o peor según sus méritos. Esquilo afirma que la sentencia sería ratificada por «otro Zeus», es decir, por el mismo Hades (tal como también se infiere de la vaga referencia de Píndaro a un anónimo «alguien»).[86] Sin embargo, en la tradición posterior a Píndaro, la tarea normalmente recae en Minos y en otros héroes que habían destacado por su justicia durante sus vidas (cf. p. 177). Aunque a Minos ya se le describe en la Odisea como el que dispensa justicia entre las sombras con su cetro de oro en la mano,[87] Homero no afirma en ningún caso que las juzgue por aquellos actos cometidos durante sus vidas terrenas. Como rey entre los muertos, simplemente continúa ejerciendo su actividad en la vida póstuma, igual que el cazador Orión lidera una cacería fantasmal en el Hades (cf. p. 720). Sólo en una única conexión, la de los juramentos perjuros, llega Homero a sugerir que la muerte pueda ser castigada en el mundo subterráneo por acciones cometidas en vida. Cuando en una ocasión Agamenón hace un juramento, invoca a Zeus, a la Tierra y al Sol como sus testigos junto con «las Erinias que ejecutan la venganza bajo tierra sobre los hombres cuando alguien jura en falso». Hay un pasaje similar en algún otro lugar de la Ilíada que hace referencia al castigo de los perjuros muertos en donde no se nombra a los que ejecutan el castigo.[88]
Si a algunos de los muertos en la versión de Homero se les asigna un destino más o menos favorable del que está reservado a la mayoría de sus camaradas, en ningún caso son mortales comunes sino grandes figuras del pasado mítico que o bien estuvieron especialmente favorecidos por los dioses o, por el contrario, provocaron su odio eterno. Unos pocos, los favorecidos, son llevados al Elisio en cuerpo y alma, un lejano paraíso en el confín de la tierra, mientras que los que ofendieron a los dioses están sujetos a tormentos eternos en el mundo subterráneo. Consideraremos en particular los destinos excepcionales de estos héroes y heroínas, tal y como los presentan Homero y otros autores posteriores, antes de pasar a analizar los esquemas escatológicos posteriores a Homero en los que a cada mortal se le asigna un destino mejor o peor dependiendo de un juicio post mortem.
El Elisio (Elysium en latín) aparece mencionado por primera vez en un pasaje de la Odisea en el que Proteo, el viejo del mar, profetiza a Menelao que no está destinado a morir, sino a ser trasladado junto a los inmortales a la llanura elisia en el confín de la tierra «donde habita el rubio Radamantis. En ese lugar es dulcísima la existencia de los hombres. No existe allí la nieve ni el denso invierno ni jamás hay lluvia, sino que permanentemente envía el Océano las brisas del Céfiro de soplo sonoro para refrescar a los humanos».[89]
La presencia de Radamantis, cuyo nombre es de origen prehelénico y estaba asociado con Creta (cf. p. 459) ha impulsado a algunos a afirmar que el Elisio era un resto de la religión minoica, pero esto no es cierto. Cualquiera que sea su origen, es una tierra en la que todo es perfecta felicidad, concebida de un modo material aunque no vulgar, y en donde nadie muere. Dado que se corresponde con el estado de las cosas en la edad de oro, el reino de Crono (cf. p. 113), los testimonios posteriores a Homero señalan en ocasiones que Crono era el señor del Elisio, quizá con Radamantis a su servicio.[90] En la narración homérica y, en general, en la tradición arcaica, este lugar de dicha se encuentra en algún territorio lejano en la superficie de la tierra, pero no en el mundo subterráneo, tal y como es lógico suponer, ya que el Hades es el ámbito de las sombras incorpóreas y no el de aquellos que han recibido la inmortalidad. La entrada al Elisio, o las Islas de los Bienaventurados (makaron nesoi), como a menudo se llama a este paraíso, se obtiene mediante gracia divina otorgada en especial a los héroes y heroínas cercanos a los dioses. Como se ha mencionado en el pasaje antes citado de la Odisea, Menelao recibe este privilegio por ser el esposo de Helena y, por ello, yerno de Zeus. Los que aparecen en las tradiciones posteriores como habitantes del Elisio o de las Islas de los Bienaventurados son principalmente célebres héroes y heroínas de la épica más antigua, como Aquiles, con Medea como consorte en algunos relatos, Diomedes, Peleo, Alcmena y Cadmo.[91]
Se pueden encontrar descripciones líricas sobre las Islas de los Bienaventurados en dos poemas de Píndaro, su Olímpica II y un fragmento de uno de sus cantos fúnebres. Cabe citar este pasaje de la Olímpica II: «Y allí las brisas oceánicas abrazan las Islas de los Bienaventurados. Las flores de oro relucen, unas y otras brotan de la tierra, de los brillantes árboles y a las demás las nutre el agua, entrelazándose en manos con guirnaldas y coronas, bajo los justos designios de Radamantis, al cual tiene el gran padre y esposo de Rea, de elevado trono como consejero». También éste de un fragmento de Píndaro: «En prados de rojas rosas, la tierra en las afueras de la ciudad la sombrean árboles de incienso y está cargada de árboles de dorados frutos. Unos se deleitan con los caballos y los ejercicios gimnásticos, otros con los juegos de damas, otros con las forminges, mientras que entre ellos brota dicha floreciente y sobre esa tierra siempre se esparce una grata fragancia, cuando mezclan toda clase de ofrendas con el fuego que de lejos brilla en los altares de los dioses».[92]
En otras palabras, los afortunados que eran enviados a este reino disfrutaban, para siempre y en un entorno ideal, del tipo de vida que los griegos de las clases ociosas mantenían cuando podían, activo y lúdico, incluso extenuante pero sin obligación de trabajar, «pero con iguales días e iguales noches, contemplando siempre el sol, los justos llevan una vida menos fatigosa, sin violentar la tierra con el vigor de sus manos, ni el agua del océano» (tal como afirma Píndaro en algún otro lugar cuando describe un tipo de casa a medio camino de este paraíso).[93]
Otro hogar para los muertos privilegiados era Leuce (la isla Blanca) que servía como lugar de retiro para los grandes héroes de la guerra de Troya. Originariamente un emplazamiento puramente mítico como las Islas de los Bienaventurados, fue posteriormente identificada con una pequeña isla del mar Negro cerca de la desembocadura del Istro (Danubio). En la Etiópida, un poema épico perdido del ciclo troyano, se decía que Aquiles, tras su muerte, había sido enviado allí por su madre, la diosa Tetis (cf. p. 605). En la tradición posterior, Patroclo y Antíloco, así como los dos Áyax (Telamonio y Oileo) se cuentan entre sus habitantes, al igual que Helena (o Medea), como esposa de Aquiles.[94] Para conocer la historia de un griego del sur de Italia del que se supone que visitó la isla y conoció algunos de sus fantasmales habitantes en tiempos históricos, cf. p. 746.
En su narración de las cinco razas, Hesíodo afirma que algunos de los miembros de esta quinta raza (a la que pertenecían los grandes héroes de la leyenda) fueron enviados por Zeus a las Islas de los Bienaventurados (cf. p. 114).
En la tradición original, Elisio estaba situado en el mundo superior ya que se consideraba que la continuidad de la vida física era esencial para una existencia vigorosa y agradable; pero cuando se desarrolló la idea de que la gente corriente podía obtener un mejor destino para sí en la vida postrera a través de una vida virtuosa o siendo iniciado en ciertos cultos, se tomó prestada la imaginería que se asociaba tradicionalmente a este paraíso terrenal para describir la parte del Mundo Inferior en la que los muertos virtuosos esperaban vivir. En la tradición posterior, Elisio se utilizó como nombre para esa región específica del Mundo Inferior, como en la Eneida de Virgilio.[95] No hace falta decir que toda esta concepción quedó transformada como consecuencia de ello.
Héroes y heroínas muertos que sufrieron crueles castigos en los Infiernos
Si algunos de los especialmente queridos por los dioses fueron enviados a un paraíso terrenal como alternativa a la muerte, otros que los habían ofendido especialmente fueron sometidos a torturas crueles e ingeniosas en los Infiernos tras ella. Aquí, de nuevo, las primeras concepciones no tienen un carácter ético en su sentido más estricto, puesto que aquellos seleccionados para dichos castigos no son en general los peores entre los malvados, sino simplemente ciertas personas que suscitaron el odio de los dioses. Odiseo ve durante su visita a los Infiernos a tres infractores que sufren tal trato. Primero encuentra al gigante Ticio que yace tumbado en el suelo con sus miembros estirados y atado de tal modo que es incapaz de espantar a los dos buitres que picotean su hígado, uno a cada lado —su ofensa consistía en haber intentado violar a Leto, la madre de Apolo y Ártemis (cf. p. 207)—;[96] luego a Tántalo, un rico rey lidio (cf. p. 646) sometido a hambre y sed eternas en circunstancias cruelmente frustrantes, ya que permanece en un estanque lleno de agua que le llega hasta la barbilla pero que desaparece sin dejar rastro cada vez que intenta beber de ella; asimismo, árboles cargados de fruta de todo tipo extienden sus ramas sobre su cabeza pero un golpe de viento siempre los pone fuera de su alcance cuando intenta agarrar sus frutos.[97] Odiseo no ofrece un relato de su crimen y puesto que los autores posteriores discrepan sobre este asunto, e incluso sobre la naturaleza de su castigo, volveremos a este tema tras tomar en consideración al último de los pecadores homéricos: Sísifo, antiguo rey de Corinto, es condenado a llevar rodando una enorme piedra hasta lo alto de una colina sin posibilidad de descanso o liberación puesto que, cuando está a punto de alcanzar la cumbre, el peso de la roca lo hace retroceder y ésta vuelve rodando al pie del monte. Una vez más, la Odisea no explica su crimen. Según Ferécides, su tarea fue impuesta por Hades ya que cuando murió la primera vez había conseguido escapar al mundo superior por medio de un engaño (cf. p. 559); en ese caso su castigo tiene también una función práctica puesto que apenas puede intentar otra evasión si siempre está llevando a cuestas su piedra. Según otra versión, esta tarea le fue impuesta por Zeus porque había dicho al dios-río Asopo que Zeus había raptado a su hija Egina (cf. p. 633).[98]
En los Nostoi, un poema épico del ciclo troyano perdido, Tántalo sufría un castigo sensiblemente diferente del descrito en la Odisea, puesto que Zeus había dejado una piedra suspendida sobre su cabeza que amenazaba con caer si intentaba acercarse a las cosas buenas que se le ponían delante.[99] En relatos posteriores, así como en las artes visuales, esta versión se combina con bastante frecuencia con la encontrada en Homero.[100] En Nostoi se explicaba que Tántalo había sido invitado a vivir con los dioses y se le había permitido pedir aquello que más deseara, pero cuando, de manera presuntuosa, pidió disfrutar de la misma vida que los dioses, Zeus se enfadó tanto que cumplió su promesa de un modo puramente formal al asegurarle cosas buenas de todo tipo pero en tales circunstancias que nunca podría disfrutarlas. En un relato más siniestro, que tiene que haber sido mucho más antiguo puesto que era conocido por Píndaro, él intentó probar la omnisciencia de los dioses sirviéndoles en una fiesta la carne de su hijo Pélope. Sin embargo, ellos reconocieron la naturaleza de la carne y devolvieron a Pélope a la vida (ver más en p. 647), y al autor del crimen se le hizo penar por ello en los Infiernos.[101] Píndaro hace mención del relato sólo para rechazarlo puesto que no es posible creer que los dioses pudieran haber estado involucrados en tales artimañas de mal gusto. Propone en cambio que Tántalo sufrió su castigo porque robó algo de néctar y ambrosía (alimento divino de los dioses, cf. p. 128) para compartirlo con sus camaradas mortales.[102] En otra versión, que menciona por primera vez Eurípides, traicionó la camaradería de los dioses al revelar sus secretos a los mortales.[103] Finalmente, en versiones que son claramente de origen tardío, sufrió el castigo por haber raptado a Ganímedes (acción normalmente atribuida a Zeus, cf. p. 672), o por negar que el Sol era un dios, alegando por otro lado que era una masa de materia incandescente (una herejía que se atribuyó en un principio a Anaxágoras, filósofo del siglo V a.C.).[104]
Debe cuestionarse ahora si el castigo asignado a cada uno de esos infractores pretendía reflejar la naturaleza particular de su ofensa. Esto ciertamente parece haber sido el caso con Ticio, puesto que el hígado era a menudo considerado como el asentamiento de los deseos en tiempos antiguos; y si este concepto estaba todavía vigente en la época de Homero, se valoraba que a Ticio se le hiciera sufrir en la parte propia con la que había manifestado su lujuria hacia Leto. A Tántalo, por su parte, lo habían admitido a la mesa de los dioses, pero él había abusado del privilegio, por lo que encaja perfectamente que no fuera únicamente castigado a sufrir hambre y sed sino a sufrir en tal medida que fuera consciente de forma permanente y dolorosa de su cambio de fortuna. Esta es claramente la moraleja que se extraería de su castigo en Nostoi, y es razonable asumir que el público de Homero lo habría interpretado de un modo similar. La significación del castigo de Sísifo es en principio menos obvia. De las varias explicaciones que se han sugerido, la más plausible la vincula con la naturaleza particular de su crimen, al igual que en los casos precedentes; puesto que sufrió su castigo (al menos en una versión) al haber burlado la muerte al escapar e ir de vuelta al mundo superior, podría vislumbrarse un significado simbólico en el proceso por el que es constantemente detenido y obligado a volver cada vez que intenta iniciar su ascenso.
Castigos equiparables fueron impuestos a otros malvados en la tradición poshomérica, aunque ninguno ha sido tan célebre por sus sufrimientos como este trío homérico, aparte quizá de Ixión. Aunque la leyenda de su crimen puede haber sido bastante antigua, no queda ninguna prueba evidente anterior al siglo V a.C. Sabemos que intentó seducir a Hera y fue por ello atado a una rueda y se le hizo girar por el aire sobre ella (cf. p. 712). Aunque pudo haber sido llevado por el aire en el relato original, su castigo se trasladó a los Infiernos en cierto momento del período helenístico y debe admitirse que su estancia en compañía de Tántalo y Ticio es perfectamente posible.[105] Según una tradición anterior que aparece en un poema épico primitivo, la Miníada, Anfión fue castigado en el Hades de forma no determinada por haberse burlado de Leto y de sus hijos[106] (una ofensa atribuida sólo a su esposa Níobe en la mayoría de versiones, cf. p. 218). Salmoneo aparece por primera vez con este grupo en la Eneida.[107] Como gobernante mítico que intentó usurpar las funciones y privilegios de Zeus (cf. p. 548), encaja aquí tan bien como Ixión. Otros héroes mencionados en fuentes romanas entre los muertos que sufrieron tormentos, aunque no aparecen en ninguna de las fuentes griegas que han llegado hasta nuestros días, son Flegias, que osó atacar el templo de Apolo en Delfos[108] y los Alóadas, que emprendieron el asalto contra el cielo (cf. p. 139).[109]
En la tradición posterior, las Danaides, grupo de antiguas princesas de la Argólide, se añaden con frecuencia a aquellos que son obligados a llevar a cabo tareas inútiles en los Infiernos. Como castigo por haber asesinado a sus maridos, deben ir a buscar agua en cántaros agujereados, o llenar un gran cuenco de agua mientras que el líquido sale continuamente por un agujero que hay en el fondo. El pseudoplatónico Axíoco (probablemente del s. I a.C.), proporciona la primera prueba definitiva de este castigo, que menciona junto con los impuestos a Tántalo, Ticio y Sísifo.[110] La traída inútil de agua se recoge como tarea para los muertos en un período mucho anterior a éste, puesto que la cerámica a partir del fin del siglo VI a.C. en adelante muestra en ocasiones pequeñas figuras aladas que se esfuerzan por llenar una urna que gotea. Sin embargo, está comúnmente aceptado que esas imágenes no tienen nada que ver con las Danaides, puesto que aparecen figuras masculinas junto a las femeninas. Cuando Pausanias describe la pintura de Polignoto sobre el infierno, fechada en el siglo V a. C., menciona que aparecen dos mujeres llevando agua en cántaros rotos a las que se había identificado en una inscripción como mujeres que habían fracasado en la iniciación a los misterios.[111] Éste es posiblemente el significado original del motivo: tal iniciación debería haber asegurado a esas mujeres o a otras como ellas un destino mejor en la vida postrera, pero ahora es demasiado tarde para recibir algo distinto por más que su deseo sea enorme. La imaginería no es difícil de interpretar si se recuerda que iniciados posteriores tenían que tomar un baño purificador antes de su iniciación. Cuando esto se trasladó a las Danaides en la tradición posterior, su tarea inútil viene a simbolizar su esfuerzo fútil para conseguir agua que las purifique de su culpa de sangre.
Ocno realiza otra tarea inútil en los Infiernos, trenzando constantemente una cuerda que siempre es devorada por un burro que está detrás de él (o a su lado). Dado que su nombre significa «duda» o «vacilación», su actividad póstuma sin duda se debe interpretar con el mismo sentido que los porteadores de agua anónimos, ilustrando la situación apurada de aquellos que han abandonado la iniciación hasta que es demasiado tarde. Aparece con su burro en la pintura de Polignoto. En el tiempo de Pausanias, algunos explicaron la imagen en términos de fábula y decían que se refería al destino de Ocno durante su vida como un hombre trabajador con una esposa muy estrafalaria que gastaba todas sus ganancias tan pronto como él las llevaba a casa.[112]
El significado de estos castigos míticos cambia con la evolución de la tradición. En el relato homérico, el destino de los que sufrían el suplicio (así como de las personas que son enviadas a Elisio) es absolutamente excepcional y no puede ser interpretado como un aviso a la gente corriente, que podrían llegar a compartir un destino común en la vida postrera. Sin embargo, con la evolución del concepto en el que habría un orden de justicia dominante por el que se esperaba que los muertos comunes fueran juzgados en otro mundo por crímenes cometidos en éste, el sufrimiento de los infractores muertos del mito adquiriría naturalmente una significación ejemplarizante. En la descripción de Virgilio del lugar infernal de castigo, se retrata a Flegias gritando palabras de aviso en la penumbra, llamando a los otros para que, aprendiendo de su ejemplo, se comporten rectamente y no menosprecien a ningún dios.[113] Además, debe señalarse que originalmente no había un lugar determinado de castigo que pudiera ser descrito como infierno; en la Odisea, Odiseo ve a Tántalo, Ticio y Sísifo padeciendo sus sufrimientos entre las sombras, en el lugar común de los muertos. Por otro lado, en esquemas escatológicos posteriores que implican el juicio de los muertos, se llegó a considerar que los muertos dignos e indignos se consignaban en diferentes regiones de los Infiernos, una sería luminosa y dichosa y sombría y dolorosa la otra. Desde el tiempo de Platón el lugar de castigo o corrección (o la peor parte de él) se denomina frecuentemente Tártaro. Este uso supone un cambio en el significado, al igual que cuando se denomina Elisio a la residencia de los muertos virtuosos, puesto que Tártaro fue en origen un lugar totalmente separado que servía como prisión de deidades desterradas (cf. p. 55).
Desarrollo en la creencia escatológica y la idea de un juicio de los muertos
La evolución de la mitología de los Infiernos a lo largo de los siglos se vio enormemente afectada, de modo inevitable, por los avances en las creencias escatológicas, tanto en la sociedad griega en general como en círculos más estrechos dentro de ella. Aunque intentar llegar a trazar estas líneas de desarrollo con cierto detalle nos llevaría muy lejos de nuestro camino, debe decirse algo sobre las tendencias más generales. En relación al destino de los muertos en la vida postrera, subsistieron durante el período clásico dos concepciones paralelas: la más antigua sugería que los muertos seguían diferentes destinos, según sus méritos. En la antigua creencia encontrada en Homero, tal como se ha resumido anteriormente, los muertos vivían juntos en un nivel inferior dentro de un mismo entorno de penumbra como sombras en un estado de mayor o menor consciencia. Incluso si una persona era destinada a esta desmedida vida no tenía nada que temer, pues la perspectiva era absolutamente deprimente. Aquiles declara en la Odisea que preferiría ser el siervo vivo más humilde que el rey de todos los muertos.[114] En la época clásica, por otro lado, se desarrolló una visión por la que se suponía que los muertos podrían ser recompensados o castigados según su comportamiento durante sus vidas terrenas, o que la gente se aseguraba un destino mejor en la vida postrera si se introducía en ciertos ritos iniciáticos. En ese caso, se genera un panorama de luz y sombra, puesto que unos serán destinados a un final más brillante, seguramente en una región más luminosa de los Infiernos y otros a un fin más oscuro. Respecto a esto, los misterios, especialmente los de Eleusis, ejercían una influencia considerable. La mayor parte de los atenienses y muchos griegos de cualquier lugar eran iniciados en Eleusis y parece que los ritos eran efectivos, puesto que dotaban a los iniciados con la seguridad subjetiva de que todo les iba a ir bien en la vida postrera. Sin embargo, en la fe escatológica de Eleusis, las consideraciones estrictamente éticas permanecían en gran medida en un segundo plano. Al considerar cómo se llegó a imaginar que en la otra vida los buenos serían recompensados y los malos castigados, se deben tener en cuenta ciertos aspectos en la simple evolución del sentimiento moral. Puesto que a menudo el mal es recompensado en este mundo y los buenos suelen sufrir, se llegó a suponer que las cuentas deben saldarse en la otra vida si es que hay algún orden justo. Como veremos, tales ideas fueron realmente comunes dentro del período clásico, y marcaron un avance respecto a la cruel idea de que los crímenes de los individuos se castigarían en sus hijos o descendientes. También merecen señalarse varias creencias escatológicas de naturaleza no ortodoxa que se desarrollaron en círculos relativamente pequeños de pitagóricos, órficos y báquicos a partir del período arcaico. Aunque los factores rituales también fueron aquí importantes, los miembros de tales círculos normalmente creían que era necesario llevar una vida de bondad y pureza si se quería obtener buena fortuna en la otra vida.
Entre los pitagóricos y otros que aceptaban la idea de la trasmigración de las almas, se crearon esquemas escatológicos en los que se consideraba que el alma llevaba a cabo renacimientos sucesivos, y vivía alternativamente en un cuerpo terrenal y en el otro mundo; también se consideraba que pasaba por los equivalentes al infierno, purgatorio y paraíso tras la encarnación terrenal. Estas ideas encontraron camino en la literatura más elevada y en la cultura en general a través de los escritos de autores como Píndaro, y sobre todo por Platón. Así, en la Olímpica II de Píndaro, que ha sido citada parcialmente con anterioridad, aquellos que han vivido una vida justa y piadosa en este mundo disfrutarán una vida tranquila allá abajo, en una región donde el sol brilla para siempre, mientras que los malhechores serán sometidos a castigo. El alma retorna entonces al mundo superior y aquel que mantenga su alma libre de todo mal a ambos lados de la tumba durante tres ciclos sucesivos pasará al lugar paradisíaco descrito anteriormente.[115] Este relato refleja un esquema de creencia en el que se considera que el hombre, caído de su origen divino, ha entrado en un ciclo de reencarnación del que finalmente podrá escapar a través de una conducta virtuosa combinada con ciertas obligaciones rituales, con la esperanza de conseguir una condición de felicidad absoluta y eterna. Platón debe mucho a las enseñanzas órfico-pitagóricas en la configuración de la imaginería y esquema de sus grandes mitos escatológicos, mientras que posteriormente otras creencias religiosas y cuasi-religiosas fueron añadiendo contribuciones. Cuando las ideas originales homéricas se fundieron con ideas posteriores de origen diverso, autores del tiempo de Platón en adelante llegaron a ofrecer curiosas descripciones mixtas de la otra vida, acompañadas por relatos cada vez más elaborados y precisos de la topografía del Hades.
Como ya se ha mencionado, Píndaro y Esquilo son los primeros autores que hacen una referencia concreta a un juicio de los muertos (cf. p. 168) y autores posteriores generalmente han aceptado que el juicio lo llevaban a cabo mortales que habían sido excepcionalmente justos durante sus vidas terrenas, mas no el mismo Hades. Los tres héroes míticos a los que habitualmente se les atribuye este honor, Minos, Radamantis y Éaco, son identificados por primera vez como jueces infernales en los escritos de Platón (que murió en 347 a.C.).[116] Puede deducirse del lenguaje que utiliza en este contexto que éstos eran nombres tradicionales para los jueces, probablemente derivados de la mitología asociada con los Misterios de Eleusis. En la mitología convencional, Minos y Radamantis eran dos antiguos miembros de la familia real cretense, famosos por su justicia y su sabiduría como legisladores (cf. p. 169), mientras que Éaco había sido rey de Egina, parangón de rectitud que a menudo actuaba como árbitro en disputas (cf. p. 684). Platón añade el héroe eleusino Triptólemo (cf. p. 187) a la lista en su Apología, junto con «otros semidioses que vivieron vidas justas»,[117] pero Triptólemo rara vez figura posteriormente en este papel. Algunos autores asignan funciones distintas a los jueces siguiendo un criterio propio. Por ejemplo, Platón sugiere en Gorgias que Radamantis juzga a los muertos asiáticos y Éaco a los europeos, mientras que Minos tiene la última palabra si el juicio necesita ser revisado. En la Eneida de Virgilio, Minos preside una corte infernal que examina los casos de aquellos que han sido condenados a muerte por falsos cargos, mientras que Radamantis juzga las faltas de los malvados en otra región de los Infiernos.[118] A veces se dice que a Éaco le encomendaron tareas de otro tipo, como la de portero del Hades (o amo de llaves, que viene a ser casi lo mismo).[119] Algunos autores siguen a Homero en la creencia de que Radamantis pasó su vida póstuma en Elisio o en las Islas de los Bienaventurados (cf. p. 169).[120]
Los muertos son consignados por estos jueces a una región mejor o peor de los Infiernos según sus méritos y así a un destino mejor o peor en la otra vida. En términos generales, la residencia y modo de vida de los muertos favorecidos son descritos según la imaginería tradicionalmente asociada con Elisio o las Islas de los Bienaventurados. Los muertos indignos son condenados a la penumbra, al destino común de los muertos en el relato homérico, y quizá a trabajos forzados así como a alguna forma de correctivo o castigo. Si se hace debida excepción de los destinos crueles que tradicionalmente se asignaban a unas pocas figuras notables del mito, los relatos griegos sobre el castigo de los muertos son muy limitados en comparación con los que en algún momento fueron habituales en la tradición cristiana. Apenas hay referencia directa a la aplicación de tormento físico hasta por lo menos el período romano. Esos castigos, tal como fueron recogidos en relación a Eleusis, son de naturaleza simbólica; el impuro se arrastrará en el lodo,[121] los no iniciados lucharán en vano por llevar agua purificada en vasijas agujereadas (cf. supra). Sin embargo, la imagen se oscurece en cuanto avanza el período helenístico. En pintura cerámica del sur de Italia, a las Erinias (Furias) o las Poines (Vengadoras) que son prácticamente lo mismo, se las podía ver aplicando castigos a los muertos con látigos o antorchas encendidas. El seudoplatónico Axíoco (probablemente de siglo I a.C.) señala que los malvados pagarán eternamente por sus pecados en el Tártaro, donde son «lamidos por las bestias, constantemente quemados por las antorchas de las Poinas, y sometidos a todo tipo de tormento».[122] En la literatura del período romano, los monstruos míticos se presentan algunas veces como agentes de retribución. Por ejemplo, en Diálogos de los muertos de Luciano, el muerto Minos ve cómo un ladrón de templos es despedazado por la Quimera.[123]
Eso no quiere decir que los miedos populares sobre castigos crueles en los Infiernos no hayan sido atestiguados en la literatura anterior. Por el contrario, hay buenas razones para suponer que tales aprensiones estaban bastante extendidas en tiempos clásicos. En la República de Platón, por ejemplo, el anciano mercader Céfalo señala a Sócrates que muchos viejos como él se sienten intranquilos frente a la muerte puesto que empiezan a preocuparse por si las historias que se cuentan sobre el mundo inferior y los castigos que se aplican allí por los errores cometidos aquí, podrían ser ciertas.[124] Una de las frases de Demócrito apunta en la misma dirección: «Algunas personas que no saben nada sobre la disolución de la naturaleza mortal pero que están bien familiarizados con las malas acciones en la vida, padecen en el período de su vida preocupaciones y miedos al inventar cuentos falsos sobre qué seguirá al final de su vida».[125] La descripción de Pausanias sobre la pintura de los Infiernos de Polignoto da una idea sobre cómo los griegos llegaron a imaginar castigos por ofensas muy graves. En una escena se muestra a un hombre que ha sido malvado con su padre y que es estrangulado por éste cuando llega al mundo de los muertos; en otra, un ladrón de templos recibe un castigo de una mujer, quizá una Erinia, que (tal como Pausanias nos cuenta) sabía todo sobre drogas y especialmente sobre aquellas que podían causar sufrimiento a los hombres.[126] Temores populares a las bestias, espectros y daimones de los Infiernos encuentran poco reflejo en la literatura de más alto nivel. Por ejemplo, no sabríamos nada del repulsivo Eurínomo, si Pausanias no se hubiera referido a él en relación con la pintura de Polignoto. Este daimon de los Infiernos, que devoraba la carne de los muertos dejando sólo sus huesos tenía un color entre azul y negro, como una mosca carroñera, con dientes a la vista bajo una mueca y utilizaba una piel de buitre como asiento.[127] En Las ranas de Aristófanes, rica fuente de sabiduría antigua sobre los Infiernos, Dioniso y su esclavo Jantias temen encontrarse con monstruos horribles tras pasar el río en barca y llegar al Hades, y se alarman al encontrar a Empusa, un espectro femenino de rostro luminoso y una pierna de cobre.[128]
Relato de Virgilio sobre el descenso de Eneas a los Infiernos
Como hemos comenzado con el relato de Homero sobre los Infiernos, podemos concluir con una narración épica del período romano, en concreto la ofrecida por Virgilio en el libro sexto de la Eneida, que testimonia el desarrollo ocurrido. Al describir el modo en el que Eneas pasa por las distintas regiones de los Infiernos en compañía de la Sibila de Cumas, Virgilio proporciona el relato más claro, elaborado y coherente que se puede encontrar de todos los escritos después de Platón. Para conseguir entrar en los Infiernos, Eneas toma una rama dorada de un árbol especial cerca de Cumas siguiendo el consejo de la Sibila, y lo lleva consigo como ofrenda a Proserpina (Perséfone). Se sugiere en fuentes posteriores que cortó la rama de la arboleda de Diana en Aricia, arrancándola del famoso árbol custodiado por el «rey» de la arboleda.[129] Tras bajar por una cueva cerca del lago Averno, Eneas y la Sibila encuentran dos grupos horribles en el umbral del Hades: el primero consiste en personificaciones de lo más terrible de la vida (tal como el Miedo, el Hambre, la Muerte, la Guerra y otros que son descritos como miembros de la familia de la Noche en la Teogonía de Hesíodo) y el segundo está formado por los monstruos tradicionales de forma híbrida, como la hidra, la Quimera y los Centauros, las Harpías y Gorgonas, o al menos la sombra de ellos. Los habitantes temporales de esa región eran las sombras de los muertos insepultos que tenían que permanecer en el lado más cercano del río infernal durante cien años hasta que les cruzaran al mundo de los muertos.[130]
Tras hacer su viaje cruzando el río-frontera (aquí la Estigia) a bordo de la barca de Caronte, Eneas y su acompañante llegan frente al Cerbero de tres cabezas, pero la Sibila lo duerme rápidamente al arrojarle un pastel de miel en el que ha introducido adormideras. Luego continúan por un camino que pasa por varias regiones o zonas en las que se refugian aquellos muertos que no están ni en el Elisio ni en el Tártaro. Todas son gentes que han muerto antes de tiempo por diferentes razones. Primero, en la misma entrada, pueden oírse las almas de niños muertos lamentando su suerte. En la zona siguiente vienen aquellos que han sido condenados a muerte sobre acusaciones falsas, pero están recibiendo un juicio justo en un tribunal convocado por Minos; luego vienen aquellos que han muerto por su propia mano (aunque ahora estuvieran deseando soportar cualquier sufrimiento bajo la luz del sol si les fuera posible encontrar el camino de vuelta a través de los anillos concéntricos de la Estigia); la cuarta zona está formada por los Campos de la Aflicción (Campi Lugentes), el doloroso hogar de los que han desaparecido por amor o han perecido a consecuencia de ello. Finalmente, en la zona más interior, están los guerreros que han tenido una muerte gloriosa en la batalla. Eneas y su acompañante llegan entonces a un lugar donde el camino se divide, hacia el Tártaro por un lado y hacia el Elisio por el otro.[131]
Ambos bordean la entrada del Tártaro; entre medias, el Piriflegetonte, el río en llamas del infierno. Se oyen los aullidos y gritos de los condenados a través de la entrada al Tártaro, y se puede ver a Tisífona, la guardiana, sentada en una torre de hierro junto a la puerta, vestida con un traje ensangrentado. La Sibila cuenta que Tisífona, con la ayuda de sus hermanas las Furias, castiga con el látigo a los muertos más malvados una vez que han sido sentenciados por Radamantis. Luego informa a Eneas sobre los sufrimientos que se imponen a algunos héroes míticos, como Tántalo, Ixión y Flegias (cf. supra) y también a los Titanes (que ahora se encuentran en el mismo lugar puesto que el Tártaro ha llegado a ser considerado como parte de los Infiernos). Virgilio resume el carácter de los habitantes del Tártaro, de forma más sucinta, con la expresión ausi omnes immane nefas ausoque potiti, «todos ellos emprendieron algún monstruoso empeño y acabaron realizándolo».[132] Se refiere en concreto a la violación de los lazos más cercanos de relación sanguínea y obligación social, traición contra la patria, abuso grave de poder y ofensas directas contra los dioses.[133] En la Antigüedad pocos deben de haber estado en desacuerdo con este relato. Al final de su viaje, Eneas y la Sibila llegan al Elisio, el hogar luminoso y feliz de los muertos justos. Aquí Virgilio sitúa, entre otros, a importantes patriotas y guerreros renombrados, sacerdotes y poetas de inspiración por encima de lo común.[134] En este punto dejamos a Eneas, antes de que dé su visión anticipada de la historia futura de Roma.
Hades, Perséfone y Deméter
Volviendo al dios Hades, éste tiene un único mito de primer orden, en el que se cuenta cómo se aventuró en el mundo superior para raptar a Perséfone como su prometida. En otros casos rara vez abandonaba su reino, si no es nunca. Posiblemente como resultado de una falsa interpretación de un pasaje de la Ilíada, se llegó a creer que había sido herido por Heracles en Pilos mientras estaba apoyando al rey de esa ciudad contra el héroe[135] (vid. infra p. 368); y según un mito menor de una fuente muy tardía, una vez raptó, en el mundo superior, a una ninfa del océano llamada Leuce para convertirla en su amante, y quedó tan desconsolado cuando ella murió después de un tiempo que creó el álamo blanco (leuke) que crecería en su memoria en los campos Elíseos (aquí considerados como parte de los Infiernos).[136] Si Hades no era muy partidario de aventurarse en el mundo superior, sus camaradas dioses, que evitaban todo contacto con la muerte y los muertos, no tenían ningún deseo de visitarlo en sus dominios, con la excepción de Hermes, que se aventuraba allí cuando sus obligaciones como mensajero lo exigían (también llevaba a los muertos al río-frontera, vid. supra). Hades apenas tenía nada que ver con los asuntos de los mortales vivos; como mucho, se sugiere en dos pasajes de la Ilíada que él y Perséfone pueden acudir, a través de la intermediación de las Erinias (Furias), si los mortales les invocan para que cumplan maldiciones (cf. p. 74).[137] Los pocos héroes que se atrevieron a descender vivos a su reino quedaban sometidos a su dominio: en algunas ocasiones se muestra benévolo, como en el caso de Heracles y Orfeo (cf. pp. 353 y 708), y a veces no tanto, como en el de Teseo y Pirítoo (cf. p. 470). Hades también aparece en el mito heroico dentro de historias en las que concede permiso para ausentarse a héroes como Protesilao (cf. p. 582) y Sísifo (que abusó del privilegio, cf. p. 559).
Hades rapta a Perséfone y la convierte en su prometida, aunque finalmente le obligan a compartirla con su madre
Hades decidió casarse con Perséfone, la única hija de su hermana Deméter, diosa del cereal y en general de la agricultura, así como la patrona de los Misterios de Eleusis. Dado que él raptó en secreto a Perséfone en el mundo superior, su madre quedó totalmente desconsolada por su desaparición y estaba dispuesta a recuperarla de cualquier modo. Esta antigua leyenda que habla del rapto y sus consecuencias es el mito principal de Deméter así como el de Hades y de la misma doncella. Al final, se impuso un acuerdo por el que Perséfone pasaría parte del año en el reino subterráneo con Hades y parte en el mundo superior con su madre. Perséfone es, por tanto, una diosa ambivalente, puesto que es a la vez la impresionante reina de los muertos y la diosa de la fertilidad de la tierra en unión con Deméter. A menudo aparecía estrechamente asociada con su madre en el culto, hasta el punto en que se podía hacer referencia a ambas como las Dos Diosas (to Theo) o las dos Deméter o las dos Tesmoforias. Se conocía también a Perséfone en el culto como Kore (la Muchacha). Aunque la última parte del nombre de Deméter significa sin duda «madre», el significado de la primera sílaba es objeto de conjeturas. La idea, en algún momento popular y ya común en la Antigüedad, de que el nombre significaba «Madre Tierra» ha llegado a considerarse erróneamente fundada.
La historia del rapto de Perséfone se relata tal como sigue en el Himno Homérico a Deméter, que proporciona la primera versión más completa. Mientras la muchacha recoge flores con sus acompañantes, Tierra hace que crezca una flor maravillosa en su camino a petición de Hades, un capullo de tamaño y belleza incomparables. Cuando Perséfone se acerca para agarrarla, la tierra se abre y Hades emerge en su carro dorado para atraparla y llevarla en dirección a los Infiernos. Aunque el Himno nombra un lugar puramente mítico, la llanura Nisia, como sitio del rapto, en la tradición posterior el incidente normalmente tiene lugar en Sicilia. Sólo Hécate y Helios oyeron los gritos de Perséfone. Su madre pronto se inquieta y sale corriendo en su busca pero no logra saber nada sobre su paradero ni a través de dioses ni de mortales, pájaros o augurios. A continuación, enciende dos antorchas (de las llamas del Etna según la tradición posterior) y sale a recorrer el mundo durante nueve días, ayunando todo el camino hasta que encuentra a Hécate que le dice que había escuchado el llanto de su hija. Las dos diosas consultan al dios-sol Helios, que puede ver todo desde su posición privilegiada en el cielo. Cuando Helios revela que es Hades quien ha raptado a Perséfone con la complicidad de Zeus, Deméter se enfada y se disgusta tanto que abandona la compañía de los dioses y se esconde entre los mortales disfrazada de anciana.[138]
Tras un largo tiempo errante, llega a Eleusis (en el noroeste de Atenas) y se sienta junto a un pozo llamado Partenion (el Pozo de la Doncella). Cuando las hijas de Céleo, el rey de la ciudad, la ven sacando agua, se dirigen a ella cortésmente y le señalan que las mujeres de la ciudad estarán encantadas de darle la bienvenida. Ella les hace creer que ha sido raptada en Creta por unos piratas y les pide que la ayuden a encontrar algún trabajo. Las muchachas consultan a su madre, Metanira, que les indica que comuniquen a la anciana que puede ser el ama de cría de su bebé Demofonte. Después de entrar en el palacio, Deméter se queda sentada en un silencio desconsolado hasta que su ánimo mejora gracias a las bromas de un poema que la hace reír por vez primera desde la pérdida de su hija. Cuando después Metanira le ofrece vino, ella, por el contrario, pide kykeon, bebida que contiene harina de cebada y menta poleo. El humor obsceno y la burla tenían su lugar en los Misterios de Eleusis, como también lo tuvo el uso del kykeon como bebida ritual. En versiones de la tradición posterior, una mujer llamada Baubo es quien provoca la risa de la diosa al levantarse las faldas y enseñar sus genitales.[139]
Para agradecer a Metanira su amabilidad, la diosa se propone conferir inmortalidad a su lactante, frotándolo con ambrosía cada día y sumergiéndolo en el fuego cada noche para hacer que se consuma todo lo que es mortal en su cuerpo. Su plan funcionó satisfactoriamente hasta que un día Metanira la descubre metiendo al niño en el fuego por la noche y grita espantada. Enfurecida por esta interferencia inesperada, la diosa arroja al niño al suelo y regaña a la reina, diciéndole que ella es Deméter y que podía haber hecho inmortal a su hijo si no se hubiera entrometido. Entonces, la diosa recupera su forma y exige que se instituyan ritos en su honor en Eleusis. Predice, además, que los hombres jóvenes de la ciudad organizarán en el futuro en honor de aquel al que había amamantado una batalla simulada en Eleusis. Finalmente promete que, una vez que sus peticiones sean cumplidas y se haya erigido un templo en su honor, instruirá a las gentes de Eleusis en sus ritos secretos, que serán ampliamente conocidos allí, en días futuros, como los famosos Misterios de Eleusis.[140]
Mientras Deméter se ausenta del Olimpo y en su tiempo de luto, la tierra se vuelve infértil y es asolada por el hambre, puesto que sin el concurso de la diosa nada puede crecer o alcanzar la madurez. Tras la construcción de su templo en Eleusis, Deméter permanece allí afligida durante un año más, hasta que los dioses sienten miedo de que la raza humana muera de hambre y ellos se vean entonces privados de sus sacrificios. Por ello, Zeus envía a Iris, la mensajera divina, a pedir a Deméter que vuelva al Olimpo, pero la diosa se niega a obedecer. Cuando envía a los otros dioses a visitarla y uno tras otro le ofrecen hermosos regalos, ella no cambia de parecer y declara que no volverá a poner nunca el pie en el Olimpo, ni hará que las cosechas crezcan hasta que no vea a su hija con sus propios ojos. Al enfrentarse con este ultimátum, Zeus se ve obligado a enviar a Hermes al señor de los Infiernos para pedirle que libere a Perséfone. Hades accede a la petición de su hermano pero en secreto invita a Perséfone a comer una semilla de granada (o semillas en otras versiones) antes de partir, como modo de asegurarse de que ella seguirá ligada a su reino para siempre. Cuando, una vez reunidas madre e hija, Deméter se entera de esto entiende que tiene que llegar a un acuerdo y accede a la propuesta de Zeus: Perséfone pasará un tercio del año en el mundo inferior como esposa de Hades y los otros dos tercios con su madre y los dioses del Olimpo. En algunas versiones posteriores, se afirma que Perséfone pasa la mitad del año abajo y la otra mitad en el mundo superior.[141] Una vez solucionado el asunto, Deméter restaura la fertilidad en la tierra y cumple con su promesa a los eleusinos al iniciar a Céleo y a otros líderes de la ciudad en sus ritos y misterios.[142]
En la versión original de la historia, la mera acción de comer de la granada en el mundo inferior era suficiente para unir a Perséfone a ese mundo para siempre, pero se sugiere en algunos relatos posteriores que se le impuso este destino porque un habitante de los Infiernos testificó que había comido granada. El secreto fatídico fue descubierto por un tal Ascálafo, hijo de Aqueronte y la ninfa de los Infiernos Gorgira u Orfne. Perséfone se enfureció tanto que lo salpicó con agua del río infernal, el Flegetonte, convirtiéndolo en una lechuza, un pájaro nocturno de mal agüero.[143] En otra versión, Deméter lo castigó confinándolo bajo una pesada piedra y lo transformó en un búho más tarde, cuando Heracles apartó la piedra durante su visita a los Infiernos (cf. p. 353).[144]
Se ha recogido otra historia menor de transformación en relación con el rapto. Cuando Hades llevó a Perséfone al mundo inferior, Minte, ninfa de los Infiernos que había sido anteriormente su amante, se jactaba de que era más hermosa que la diosa y volvería a recuperar a su amante en breve. Deméter estaba tan furiosa por su presuntuosidad que la pisoteó hasta meterla bajo tierra y entonces surgió una planta de menta (minthe); o también pudo ser que fuera transformada en la planta por la misma Perséfone.[145]
En contradicción con el Himno homérico a Deméter, que asume que ya se conocía el uso del grano en el tiempo del rapto de Perséfone, pero algo lógico en una leyenda que surgió del culto a la diosa del grano, se afirmaba con frecuencia en época tardía que Deméter otorgó por primera vez el don del grano una vez que se hubo reunido con su hija. A los atenienses les gustaba jactarse de haber sido los primeros receptores del regalo (en Eleusis) y de ser lo suficientemente generosos como para compartirlo con otros.[146]
Todo tipo de leyendas locales llegaron a vincularse con el gran mito de Deméter y Perséfone. Merece la pena mencionar dos historias que están en relación con la visita de Deméter a Ática. Cuando una vez, debido al calor, estaba sedienta, una mujer llamada Misme la invitó a su cabaña y le ofreció kykeon (la bebida mencionada anteriormente que contenía hierbas y cebada). La diosa la bebió con tanta avidez que el impertinente hijo de la mujer, Ascálabo, se rió de su ansiedad. Ella, furiosa, arrojó los restos de la bebida en su cara y lo transformó en una salamandra (askalabos). Las señales del incidente todavía pueden verse en el cuerpo de la pequeña lagartija común, manchada con las pequeñas marcas que quedaron de la cebada del kykeon.[147] Este relato helenístico está claramente inspirado en el episodio del Himno homérico en el que Deméter rompe su ayuno al beber el kykeon que le había llevado Metanira.[148] En otra leyenda ática, en una ocasión Deméter recibió hospitalidad de un hombre llamado Fítalo, que vivía en la ruta sagrada entre Atenas y Eleusis, y lo recompensó al concederle la primera higuera.[149]
En Feneo, Arcadia, uno de los muchos lugares por los que se supone que Hades descendió con Perséfone, los lugareños señalaron a Deméter el lugar de su desaparición, una sima en el monte Cileno, sobre su ciudad, y ella los recompensó prometiéndoles que no perderían más de cien hombres en ninguna guerra.[150]
A los argivos les gustaba creer que Perséfone había sido llevada a las profundidades desde un lugar que estaba en su propio territorio, cerca de Lerna.[151] Cuando Deméter llegó a Argos en su busca, Crisántide, esposa de Pelasgo (cf. p. 692), uno de los principales gobernantes de la ciudad, le informó del hecho. La tradición local afirma que en esa ocasión la diosa reveló sus ritos y misterios y que sus misterios fueron introducidos en Eleusis de forma secundaria y en un período posterior, cuando el hierofante argivo (sacerdote en la iniciación) discutió con el gobernador y huyó a Ática.[152] Se atribuye a Deméter un milagro especial a los argivos ya en el siglo III a.C. Cuando Pirro, el belicoso rey de Epiro, atacó Argos, frustradas sus ambiciones en Italia y Sicilia, la diosa lo derribó en las calles de la ciudad con una teja que cayó desde lo alto de un tejado. Ésa era, al menos, la creencia popular. Los más escépticos consideraban que la teja la había arrojado una mujer argiva cuando vio a su hijo enfrentándose al rey.[153]
A partir de la época helenística, el rapto de Perséfone se emplazó en Sicilia, notable por sus ricos campos de cereal. Según una versión, Hades abrió una sima en la región de Siracusa para llevársela abajo y originó que la fuente de Cíane (la fuente Azul) brotara en ese lugar.[154] En la versión de Ovidio sobre esta historia, la fuente ya existía y su ninfa Cíane intentó obstaculizar el camino a Hades cuando éste se escapaba con Perséfone, pero el dios dirigió su carro directamente hacia el estanque, hundiendo su cetro en el fondo para abrir una brecha en la tierra. Cíane se enojó tanto por el destino de Perséfone y por su propia humillación que se consumió en lágrimas, y finalmente se mezcló con las aguas que estaban a su cargo.[155] Otros dicen que Core había sido secuestrada en las praderas alrededor del Enna, en la parte central de la isla, y que Hades había emergido de una gruta cercana que se comunicaba con los Infiernos. Las gentes de Enna afirmaban que Deméter y su hija habían nacido allí y que Deméter había entregado por primera vez el cereal en ese lugar.[156] Parece bastante probable que en esta región enormemente fértil se venerara en el culto local a una diosa del grano antes de que cualquier otro culto griego se hubiera establecido allí.
El acuerdo ya mencionado que obligaba a Perséfone a pasar un tercio del año bajo tierra y dos tercios arriba, se relaciona claramente con la rotación de las estaciones, el crecimiento de las cosechas y la vegetación. El Himno homérico indica esto de forma suficientemente directa al afirmar que Perséfone surge del reino de la oscuridad cada año «cuando con toda clase de fragantes flores primaverales florece la tierra».[157] Aunque el mito ha sido interpretado con bastante frecuencia como una alegoría de la siembra del cereal y su posterior crecimiento en primavera, se ha destacado que esto apenas se corresponde con las condiciones en Grecia, donde la semilla no permanece en la tierra durante el invierno tras la siembra de otoño, sino que crece a lo largo del invierno. Según esto se ha sugerido que la estancia de Perséfone en los Infiernos se corresponde con el período del verano en el que el grano se guarda en almacenes bajo tierra; pero aunque esto proporcionara una solución clara al problema, no existen evidencias de que los mismos griegos hubieran interpretado el mito de esa manera.
Perséfone aparece con bastante frecuencia en el mito como la impresionante reina de los Infiernos. Se asume ya desde el tiempo de Homero en adelante que ella ostenta una considerable autoridad en ese reino y se une a su marido en la toma de decisiones en lo que concierne a los muertos o a los héroes vivos que se aventuran en las profundidades, e incluso actúa por propia iniciativa en algunas ocasiones. La Ilíada sugiere que puede ser invocada en maldiciones y actúa en ellas junto con Hades (cf. p. 181), y en la Odisea, Odiseo invoca a ambos cuando se aproxima a los Infiernos, y ella envía sombras de mujeres muertas sobre él que luego hace desaparecer. Es más, al final de la visita, Odiseo sigue preocupado con la idea de que ella le pueda enviar algún espectro terrible.[158] Lo más curioso es que se considera probado que fue ella, ejerciendo su autoridad, quien otorgó a Tiresias el privilegio especial de mantener sus capacidades incluso después de muerto (cf. p. 432).[159] En ocasiones aparece en fuentes posteriores tomando decisiones independientes en relación con los mortales en los Infiernos, tanto permitiendo que el muerto Sísifo vuelva al mundo superior como dejando partir a Heracles con Cerbero o a Orfeo con Eurídice.[160] Como veremos (cf. p. 470), Teseo y Pirítoo se internaron en los Infiernos con el propósito específico de raptarla. Apenas se la menciona en conexión con sucesos del mundo superior, el único relato que merece la pena mencionarse es aquel en el que compite con Afrodita por la custodia del joven Adonis (cf. p. 268).
Triptólemo extiende el don de Deméter. Mitos de Deméter y Yaco
Según la tradición ática, fue un joven eleusino llamado Triptólemo quien extendió por todo el mundo el don del grano de Deméter. Triptólemo es una interesante figura que surgió como deidad local y que aparece mencionado por primera vez en el Himno homérico a Deméter como uno de los príncipes eleusinos que fueron iniciados por Deméter en sus ritos y misterios.[161] Aunque se han ofrecido muchas versiones diferentes de su nacimiento, quizá se le describe con más frecuencia como hijo del rey que gobernaba en Eleusis en el tiempo de la visita de Deméter (tanto si el rey es llamado Céleo, Eleusis o Eleusino) y en algunos casos se le identifica con el lactante al que atendió Deméter. También puede ser el hijo de Océano, o de Raro, cuya pradera fuera de Eleusis fue el primer lugar en el que se sembró o cosechó; o de Disaules, otro héroe local con conexiones agrícolas.[162] A los pintores de cerámica les gustaba mostrarlo disponiéndose a llevar a cabo su misión, sentado en un carro de dos ruedas (parece que autopropulsado y posiblemente alado) con espigas de grano en sus manos. En fuentes literarias, viaja por el aire en un carro tirado por dragones alados mientras siembra con grano la tierra inhabitada y extiende el conocimiento de su cultivo. Le encomendó esta misión la propia Deméter, que le proporcionó el transporte necesario.[163]
Se han recogido tres relatos específicos de las aventuras ocurridas a lo largo de sus viajes. Cuando llegó a Escitia, un gobernante local llamado Lineo intentó asesinarlo mientras dormía para usurpar el honor de extender el don del grano; pero cuando el rey se disponía a dar el golpe con la espada, Deméter desbarató su plan al transformarlo en un lince.[164]
En la misma región, Carnabón, rey de los getas, tramó la destrucción de Triptólemo, y planeó la muerte de uno de los dragones de su carro para evitar que pudiera escapar. Sin embargo, también en esta ocasión Deméter vino al rescate de su favorito al enganchar un nuevo dragón a su carro y llevárselo de vuelta. Como lección para otros, colocó a Carnabón en el cielo con un dragón enroscado a su alrededor, como la constelación de Ofiuco (el que porta la serpiente).[165] Y finalmente en Patras, Aquea, el hijo del gobernante local, Antias, intentó ponerse a sembrar grano él mismo. Aprovechando que Triptólemo dormía, enganchó los dragones al carro, pero fue incapaz de controlarlo (al igual que en la leyenda de Faetón) y murió al salir despedido. Junto con Eumelo, el padre del joven muerto, Triptólemo fundó en su honor la ciudad aquea de Antea.[166]
Del resto de leyendas destacables de Deméter, ya se ha relatado una en conexión con Poseidón (cf. p. 151), pero restan otras dos: una muy antigua y sencilla acerca de su historia amorosa con un mortal y otra que cuenta cómo castigó un acto de impiedad que se cometió contra ella en Tesalia. La primera era ya conocida por Homero, que afirma en la Odisea que Deméter se rindió a su pasión por Jasión y se acostó con él en un campo arado tres veces.[167] La historia también aparece en la Teogonía, que añade que el campo estaba situado en Creta y que como resultado de su unión nació un niño llamado Pluto, Riqueza, que representa sobre todo la riqueza que surge de la tierra en la cosecha.[168] Homero cita la historia de Jasión junto con otras para mostrar cómo los dioses se ofenden por las relaciones amorosas entre diosas y mortales, y, según eso, afirma que Zeus mató a Jasión con un rayo cuando supo de su relación con Deméter. Sin embargo, en algunas narraciones posteriores, se cuenta que había cometido una grave ofensa al intentar violar a la diosa (o en una versión parcialmente racionalizada al profanar su imagen cultual) y fue muerto por su grave impiedad. En contraposición a esto, Ovidio destaca que Deméter llegó a lamentar su pelo gris, lo cual podría implicar que él vivió hasta bien entrada la vejez.[169] No hay acuerdo sobre el lugar de su nacimiento. Si la Teogonía presupone que era cretense (y según esto es un nieto de Minos en algunas fuentes tardías),[170] algunas fuentes desde Helánico en adelante afirman que era de Samotracia, hijo de Zeus y de la atlántida Electra (cf. p. 671) y hermano de Dárdano. En esta conexión, se dice a veces que su muerte provocó la marcha de Dárdano a la Tróade (cf. p. 671).[171] Se acepta por lo común que la historia del encuentro en el campo arado es un reflejo mítico de un rito de fertilidad en el que las parejas mantenían relaciones sexuales en los campos para alentar el crecimiento de las cosechas.
En Helánico y, en principio también en el Catálogo atribuido a Hesíodo, aunque la parte relevante del texto no está bien conservada, el hijo de Electra relacionado con Deméter se llamaba Eetión en vez de Jasión.[172] El nombre de Jasión también aparece como Yasio. Según un relato tardío que se conserva en la literatura astronómica, Deméter tuvo dos hijos con Jasión, Pluto y Filomelo, concebidos en Creta. Ambos discutieron porque Pluto, el más rico, tal como su nombre sugiere, se negó a compartir sus riquezas con su hermano. Debido a ello, Filomelo cogió dos bueyes e inventó el arado para conseguir vivir del campo. Su madre divina quedó tan impresionada por su autenticidad que lo colocó en los cielos como la constelación del Boyero (el pastor del buey).[173]
El segundo de esos mitos cuenta cómo Deméter castigó al héroe tesalio Erisictón con un hambre perpetua por talar un bosque consagrado a ella. Erisictón, hijo de Triopas o Mirmidón, quería madera para construir una nueva sala o palacio y de manera infausta, decidió conseguir la madera necesaria talando árboles en un bosque de Deméter. En la primera versión completa de la historia relatada por Calímaco, decidió llevar a cabo la acción con veinte de sus criados y cuando la misma diosa, con la apariencia de su sacerdotisa Nicipe, intentó evitarlo, él la amenazó con su hacha. Enfurecida hasta lo indecible por su comportamiento, le dijo que continuara con el trabajo puesto que en breve necesitaría realmente una sala de banquetes. Desde ese momento en adelante, comenzó a sufrir un hambre voraz e insaciable. Cuanto más comía, más hambre tenía y más delgado se quedaba. Comía continuamente a lo largo del día, y consumió todo su ganado, sus mulas y caballos e incluso se comió el gato, hasta que acabó con todo y no le quedó más remedio que mendigar en los cruces de los caminos.[174] Se afirma en versiones posteriores que consiguió dinero para alimentos al vender a su hija Mestra como esclava en repetidas ocasiones, puesto que su amante Poseidón le había otorgado el poder de transformación a su deseo, y de ese modo era capaz de escaparse al transformarse en un animal distinto cada vez.[175]
Este mito es probablemente bastante antiguo, ya que un pasaje conservado en el Catálogo atribuido a Hesíodo menciona que Ericsitón era llamado Aitón por razón de su hambre ardiente (aithon). Helánico parece afirmar lo mismo. El hecho de que Paléfato considerara necesario proporcionar una explicación racional a los poderes de Mestra podría sugerir que ya eran conocidos en los primeros tiempos del período helenístico. Mestra aparece como la hija de Erisictón en el Catálogo. Licofrón es el primer autor que afirma que utilizó sus facultades para proporcionarle comida a su padre.[176]
En el relato de Ovidio, Erisictón tala el roble más grande y antiguo del bosque de Deméter, ignorando los avisos de la ninfa del árbol que vive en él. Tras su tala y la posterior muerte de la ninfa, sus hermanas, las Dríades, se acercan afligidas a Deméter para pedirle que ejerza el castigo debido sobre Erisictón. El poeta se había inspirado sin duda aquí en un pasaje del relato de Calímaco en el que Erisictón comenzó cortando un álamo excepcionalmente alto, cuyas quejas alertaron a Deméter del sacrilegio. Se afirma en ambas versiones que las ninfas del bosque solían bailar bajo el árbol en cuestión. Volviendo a la narración de Ovidio, Deméter castiga a Erisictón del modo habitual, y finalmente acaba vendiendo a su hija para conseguir dinero para comer. La muchacha pide ayuda a Poseidón, que la transforma en un pescador, lo cual le permite fugarse y regresar. Cuando su padre la vende en posteriores ocasiones, se escabulle cada vez bajo la forma de un animal (supuestamente como resultado de distintas intervenciones de Poseidón, puesto que no se afirma que le concediera el poder de transformarse ella misma).[177]
Según una tradición alternativa, el sacrilegio fatal fue obra de Triopas, el padre de Erisictón (o su hermano) y no de éste. En una versión de la literatura astronómica, Triopas ofende a Deméter al destruir un templo suyo (sic, posiblemente un error) a fin de conseguir material para el techo de su palacio. Ella lo castiga inicialmente a hacerle pasar por un hambre insaciable y añade a sus sufrimientos, al final de su vida, el envío de una enorme serpiente contra él. Tras su muerte, lo lleva a las estrellas como la constelación de Ofiuco, en donde se ve que la serpiente lo atormenta eternamente.[178] No hay que confundir al Erisictón tesalio con el ateniense del mismo nombre (cf. p. 477).
Cierta importancia para el culto, aunque prácticamente ninguna para la mitología, tiene Yaco, un dios menor asociado a Deméter y Perséfone en Eleusis. Parece haberse originado como la personificación de un estribillo, prácticamente del mismo modo que Himeneo (cf. p. 298); en este caso se trata del grito ritual Iakch’ o Iakche que cantaban los iniciados cuando iban en procesión de Atenas a Eleusis. Aunque a menudo se le equiparaba a Dioniso, aparentemente sin otra razón que la similitud en el sonido entre su nombre y el de Baco, se le mencionaba también como hijo de Dioniso, de Deméter o de Perséfone (o incluso como esposo de Deméter).[179] Presidía la gran procesión de los iniciados cuando iban por la vía sacra a Eleusis y su imagen iba en primer lugar en una carreta conducida por su sacerdote, el Iakchagogos. El coro de iniciados en Las ranas de Aristófanes invoca a Yaco para que brille sobre ellos como su líder.[180] Se le relaciona con un milagro relevante relatado por Heródoto. Justo antes de la batalla de Salamina, unos griegos aliados de los persas invasores vieron una nube sobrenatural de polvo (puesto que no quedaba nadie en Ática que pudiera formarla) que se movía desde Eleusis, y oyeron el himno yáquico de los misterios que surgía de la nube. Según se fue moviendo hacia el campo griego en Salamina, los testigos se dieron cuenta que el desastre de la tropa persa era inminente.[181
Hera, la esposa de Zeus y diosa del matrimonio
Hera se convirtió en consorte de su hermano Zeus y le dio tres hijos de distinta relevancia: Ares, Hebe e Ilitía; el dios herrero Hefesto era considerado como un hijo posterior de la unión o también como hijo que Hera engendró por sí sola, sin relación anterior con su marido (cf. p. 125). Aunque el culto a Hera tiene poco que ver con el de Zeus, sus leyendas están fundamentalmente relacionadas con su matrimonio con él y todo lo que aconteció después; por encima de todo se la consideraba como la diosa del matrimonio y las mujeres casadas. Era inevitable que una diosa, en oposición a un dios, se erigiera como la guardiana divina de esa institución sumamente importante, y nadie podía ser más adecuado para ese papel que la esposa del mismo Zeus. Los mayores centros de su culto eran el antiguo Heraion, situado entre Argos y Micenas y su espléndido templo en la isla de Samos. Su relación con la Argólide era particularmente cercana, tal como se reconoce en la literatura griega desde los primeros tiempos; Homero y Hesíodo se refieren a ella como la Hera Argiva (Hera Argeie) y Píndaro alaba a Argos como hogar de Hera.[182] Parece que se estableció como la gran diosa de Argos y que su conexión con Zeus es secundaria. Su culto se extiende por todas partes aunque florece en particular en el Peloponeso y en las islas del Egeo, y posteriormente en las colonias griegas de la Magna Grecia. A pesar de que su nombre puede significar sencillamente Dama o Señora (como forma femenina de la palabra heros), también se han propuesto otras etimologías.
Hera aparece como una mujer madura, e incluso matrona, cuya belleza noble y severa era muy diferente de la de Afrodita. En arte, se la muestra como una figura alta y majestuosa. Suele estar completamente vestida, coronada con una especie de diadema (polos, algunas veces con un velo añadido) o con una guirnalda y portando un cetro. Homero se refiere a ella como la de «ojos de vaca» (boopis) un epíteto que sin duda refleja su relación especial con el ganado en su Argos natal: los rebaños de vacas se guardaban en el Heraion argivo, se han descubierto muchas imágenes votivas de vacas allí, y se sabe que a la Hera argiva le agradaban especialmente los sacrificios de vacas blancas. Su estatus como diosa del matrimonio se indica en muchos de sus títulos de culto. Como la diosa que preside el acto solemne del matrimonio (telos), fue ampliamente venerada como Hera Teleta. También podía ser invocada como Zygia (la que une en matrimonio), Gamostoles (la que prepara la boda) y Gamelia (la que preside el matrimonio). Puesto que la novia se acerca al matrimonio legítimo siendo virgen, también puede ser invocada y adorada como tal, tanto como Pais (la muchacha), Parthenos (la doncella, como en su culto en Hermíone, cf. infra) o Nimphe (la novia). Según la tradición local en la Argólide, se bañaba en la fuente de Cánato cerca de Nauplia cada año para renovar su virginidad[183] (idea probablemente sugerida por un rito en el que su imagen de culto se bañaba en una fuente). En Estínfalo (Arcadia) era venerada en tres templos diferenciados como muchacha, esposa y viuda (Pais, Teleia, Chere). La leyenda local explicaba el origen de los santuarios afirmando que Témeno, hijo de Pelasgo, antiguo héroe de la ciudad, había criado a la diosa y le había levantado tres templos sucesivos bajo esos títulos: el primero cuando era todavía una joven virgen, el segundo en el tiempo de su matrimonio con Zeus y el tercero cuando volvió a Estínfalo durante un tiempo tras haber discutido con su marido.[184] La explicación real de estos epítetos es que, sin duda, era venerada por todas las mujeres cualquiera que fuera su condición y las representaba en cualquier etapa del curso normal de sus vidas.
Como diosa de las mujeres casadas, las ayudaba en el nacimiento de los hijos; fue venerada como Hera Eileithuia en Argos y Atenas y aparece en el mito actuando directamente para hacer más fácil el nacimiento de Euristeo (cf. p. 327). Es pues comprensible que Ilitía, la diosa del nacimiento de los niños, una deidad muy antigua que puede remontarse hasta el período micénico, fuera considerada su hija. Se puso tal énfasis en la función de Hera como esposa y patrona de las mujeres casadas que apenas se la concibe más que como madre. Nunca fue invocada o representada como tal, y no tuvo relación antigua o muy cercana con los hijos que le fueron asignados. Éstos son de origen diverso y debe destacarse que no fueron deidades de la más alta dignidad. Hera no tenía mucho aprecio por Hefesto, su hijo tullido. En relación con su desaprensivo trato hacia él y su ingenioso acto de venganza, cf. pp. 216-218.
Mitos locales y tradiciones de culto relacionados con el matrimonio de Hera o la primera unión con Zeus
Los mitos más distintivos de Hera se dividen en dos grupos: aquellos que cuentan cómo supuestamente se casó con Zeus o fue seducida por él en varios lugares del mundo griego y otros de naturaleza más negativa que relatan su persecución de amantes e hijos ilegítimos de Zeus. Dado que las narraciones de la última categoría están en su mayor parte en relación con la mitología heroica, nos ocuparemos ahora de las del primer grupo.
Según una leyenda cretense, Zeus tomó por esposa a Hera en una ceremonia solemne en la isla cercana al río Teren, dentro del territorio de Cnosos. Diodoro informa que se erigió un templo en el mismo lugar ese mismo día y que los lugareños ofrecían sacrificios anuales allí «e imitaban la ceremonia del casamiento, a la manera en la que la tradición afirma que se llevó a cabo originalmente».[185] Es imposible confirmar si esos ritos iban más allá del ceremonial externo de la boda y finalizaban en la representación ritual de la unión sagrada (hieros gamos, hierogamia); aunque se sabe que sí se realizaban en el antiguo Oriente Próximo, la evidencia griega es menos definitiva. El mito de Deméter en el que hacía el amor con Jasión en un campo arado (normalmente en Creta, cf. p. 188) señala sin duda un rito en el que el acto sexual tenía lugar allí con el fin de alentar la fertilidad de las cosechas. Toda la naturaleza se pone en funcionamiento en la famosa escena de la Ilíada en la que Zeus envuelve a Hera en una nube para hacer el amor con ella en el monte Ida: «Y el hijo de Crono estrechó a su esposa en los brazos. Bajo ellos la divina tierra hacía crecer blanda hierba, loto lleno de rocío, azafrán y jacinto espeso y mullido, que ascendía y los protegía del suelo. En este tapiz se tendieron, tapados con una nube bella, áurea, que destilaba nítidas gotas de rocío».[186]
Uno de los ritos principales en la festividad de las Tonaias de Hera, en Samos, también parece referirse a su casamiento con Zeus (aunque eso no abarque la totalidad del ritual). Cada año, durante esa festividad, se sacaba su estatua del templo y la trasladaban a la orilla del mar, donde era purificada; se la ocultaba cubriéndola con ramas de sauce y se colocaban pasteles ante ella. Los celebrantes se retiraban entonces y representaban la búsqueda de la estatua y su descubrimiento. La estatua puede verse en las monedas de Samos con los mimbres colgando de ella. La vegetación en cuestión (la de lygos, o agnus castus «cordero casto» en latín) era símbolo de castidad, en este caso supuestamente la de Hera como novia. El historiador de la Antigüedad Varrón afirma explícitamente que la estatua se cubría con ropajes nupciales y que la festividad se celebraba con ritos que imitaban el matrimonio.[187]
Una leyenda sobre su culto intentaba explicar las distintas partes del proceso y afirmaba que en una ocasión unos piratas habían intentado robar la estatua, pero al darse cuenta de que su barco no podía navegar con ella a bordo la abandonaron en la costa, donde los habitantes de Samos la encontraron y ataron con ramas de sauce para poner fin a sus salidas. Pero tal como ocurre normalmente con estas historias, esto no revela nada sobre el propio significado de los ritos.[188] Otra leyenda afirmaba que el santuario de Hera en Samos había sido fundado por los Argonautas que habían llevado su primitiva imagen de culto desde Argos.[189]
La mayor parte de las leyendas locales y los ritos que se recogen en relación con la unión divina se refieren más al primer encuentro prenupcial entre Zeus y Hera que a su casamiento. De hecho se afirma en Samos que la pareja había dormido junta por primera vez en esa isla y lo siguieron haciendo en absoluto secreto durante trescientos años.[190] La Ilíada ya menciona que se habían acostado juntos sin que sus padres lo supieran, pero no dice nada sobre las circunstancias o lugar del encuentro.[191] Parece que Naxos también afirmaba ser el lugar de su unión prenupcial, puesto que el comportamiento de Zeus y Hera era citado como explicación de una costumbre local de casamiento en la que la novia compartía su cama con un joven muchacho la noche antes de su boda.[192] Puesto que Eubea fue consagrada a Hera y la tradición local aseguraba que había sido criada allí por una ninfa llamada Macris,[193] no es sorprendente que se hayan propuesto también reivindicaciones similares en esa isla. Se han señalado no menos de tres lugares como sitio real donde la unión se había consumado, dos cuevas en la misma isla y una en un islote próximo.[194]
Otra tradición local situaba la primera unión en la punta sureste de la Argólide, cerca de la ciudad costera de Hermíone. Antes de su boda, al ver a Hera sola, Zeus se propuso seducirla. Tomó la forma de un cuco y se instaló en la montaña que luego fue conocida como la montaña del Cuco (Kokkyx o Kokkigion). Después de desencadenar una violenta tormenta de relámpagos, voló sobre Hera cuando estaba sentada en la montaña de Pron (el Promontorio), que estaba enfrente, y se posó en su regazo. Como sintió pena por el pájaro embarrado y húmedo, le dio cobijo bajo sus ropas, momento en el que Zeus volvió a su forma original y comenzó a hacer el amor con ella. Aunque ella se opuso en un principio porque eran hijos de la misma madre, se rindió a él en cuanto le prometió que la haría su esposa. Se podía ver un templo de Hera Teleia (la Realizada, o sea, como esposa) en el supuesto lugar del incidente, y había un templo de Zeus en la cumbre de la cercana montaña del Cuco.[195] La gran efigie de Hera en el Heraion argivo la mostraba sosteniendo un cetro coronado por un cuco, evidentemente en referencia a la leyenda precedente, tal como señala Pausanias.[196] Se consideraba que esta enorme estatua de oro y ébano hecha por Policleto, destacado escultor argivo del siglo V a.C., competía con la estatua de Atenea realizada por Fidias y que estaba en el Partenón de Atenas.
Una leyenda beocia sitúa la unión prenupcial en el monte Citerón, situado en la frontera sur de la provincia. Tras su crianza en la isla de Eubea, Hera fue raptada por Zeus que la llevó a Beocia, en la costa continental frente a la isla, y se refugiaron en Citerón, que, en palabras de Plutarco «les proporcionó una cueva oscura que formaba una cámara nupcial natural». Cuando Macris, la ninfa eubea que había criado a Hera, fue a ver a su pupila perdida, Citerón la despistó (la deidad titular de la montaña) al asegurarle que Zeus estaba allí divirtiéndose con Leto.[197]
Citerón era el lugar de una señalada festividad del fuego, las Daidalas, que los habitantes de Platea celebraban en la cumbre de la montaña. En la ceremonia habitual, tal como era organizada por ellos cada siete años, un ídolo de madera (daidalon) era vestido con atuendos nupciales y llevado en un carro tirado por un buey desde Platea hasta la cima de la montaña, donde se quemaba tras los rituales apropiados. En las Grandes Daidalas, que se celebraban cada 59 años, catorce daidala de distintas ciudades beocias se quemaban en una gran pira de madera con leña amontonada junto a un toro y una vaca que eran sacrificadas en honor de Zeus y a Hera. Esta gran pira en la cumbre de la montaña debió de haber constituido un impresionante espectáculo. Pausanias señala que no conoció ninguna otra llama que se elevara tan alto o que pudiera ser vista desde tan lejos.[198] La leyenda del culto que se ofreció para dar cuenta de la festividad cuenta lo siguiente. Cuando en una ocasión Hera discutió con Zeus, lo cual ocurría con frecuencia, se retiró al hogar de su infancia en Eubea y rechazó cualquier intento de reconciliación. De modo que Zeus buscó consejo del hombre más sabio sobre la tierra, Citerón, a su vez es el epónimo de la montaña (y no el dios de ella como en la historia anterior), que gobernaba en los tiempos más remotos en Platea, situada al pie. Citerón le aconsejó hacer una imagen en madera de una mujer cubierta con velos, como si fuera una novia, y luego llevarla en un carro tirado por bueyes, extendiendo el rumor de que estaba planeando casarse con Platea, hija del dios del río Asopo. Hera fue corriendo al lugar y arrancó los velos, y su alivio al encontrar una efigie de madera en vez de la novia esperada fue tal que al final consintió la reconciliación con Zeus.[199] En otra versión de la historia, Zeus pide consejo sobre su problema marital a Alalcomeneo, el primer hombre nacido de la tierra en Alalcómenas, al oeste de Beocia; él le ayudó a cortar y a adornar la efigie de madera, que fue conocida como Daidale (la elaborada astutamente). Hera bajó corriendo desde el Citerón, donde se había escondido, con todas las mujeres de Platea detrás, pero tan pronto como descubrió el engaño, todo el asunto concluyó con risas y buen humor. En esta versión, se introdujo a Alalcomeneo en la historia porque los habitantes de Platea recogían la madera para las daidalas de un bosque de robles cercano a Alalcómenas. Para seleccionar el árbol apropiado tenían que poner en marcha un proceso de adivinación que dependía del comportamiento de los cuervos de la zona; para ello dejaban carne para los pájaros, esperaban hasta que uno de ellos cogía un pedazo y luego observaban qué árbol elegía para posarse.[200]
Mitos de venganza de Hera
Aunque Hera era enormemente reverenciada como divinidad de culto, era quizá inevitable, a la vista de las innumerables infidelidades de Zeus, que quedara condenada a un rol indigno en muchos de sus mitos que la presentan como una esposa injusta y vengativa y en disputa constante con su esposo, persiguiendo a sus amantes e hijos extramaritales. Las principales características de su retrato ya se han escrito en la Ilíada, en donde ella llega en algunos momentos a convertirse en una figura cómica. Sin embargo, su carácter y voluntad son fuertes y están a la altura de los de su marido, incluso aunque a la larga acabe fracasando en sus enfrentamientos con él. Ella se expone a su ira cuando interviene en nombre de los griegos en la guerra de Troya, después de que él advierta a los dioses de que no intervengan, y consigue en cierto sentido su objetivo al conseguir seducirlo en el monte Ida para distraerlo mientras Poseidón espolea a los griegos en su camino al éxito.[201] Aunque Homero apenas tiene ocasión de mencionar relatos en los que ella discute con su marido acerca de sus aventuras amorosas, hace mención en más de una ocasión del odio que profesaba al hijo de éste, Heracles, y cuenta que una vez provocó tal furia en Zeus por haber enviado vientos de tormenta contra el héroe (cf. p. 364) que la mantuvo atada con un gran peso a sus pies (una forma de tortura que se aplicaba a los esclavos en tiempos clásicos).[202] Los diversos relatos de las fuentes posteriores en los que se dice que acosaba a las amantes y a los hijos de Zeus (puesto que apenas podía actuar contra el propio Zeus) se considerarán en los capítulos en los que se estudie a sus víctimas. Sin embargo no son tan numerosos como se podría suponer, pues no se recoge que haya actuado contra la mayoría de las aventuras amorosas de Zeus. De hecho, hay sólo cuatro corpora mitológicos de origen antiguo en los que se afirma que ella actuó en tales circunstancias: la persecución de Leto, cuando estaba embarazada de los gemelos divinos de Zeus (cf. p. 254); la de Sémele, su hijo Dioniso y las nodrizas de éste (cf. p. 234); la de Ío, la amante argiva de Zeus (cf. pp. 304 y ss.); y la de Heracles durante su vida en la tierra. También provocó la muerte de Calisto en algunas versiones de la leyenda de la heroína (cf. p. 696).
Como guardiana del matrimonio y esposa del dios supremo, Hera no podía tener amantes; ningún dios u hombre se atrevería a poner sus manos sobre ella. Hay un único mito de cierta relevancia en el que se ponga a prueba su virtud: una narración bastante antigua en la que Ixión, mortal bajo la protección de su esposo, fue lo suficientemente estúpido como para intentar seducirla. Ella simplemente informó a su marido que puso una trampa a Ixión al dar forma a una nube con la imagen de la diosa (cf. p. 712). A veces se dice que Endimión fue condenado al sueño eterno (o arrojado a los Infiernos) por una ofensa similar (cf. p. 535). Como treta de guerra, el mismo Zeus hizo nacer en uno de los gigantes el deseo por ella durante el conflicto bélico entre los Gigantes y los dioses (cf. p. 137).
Como todas las grandes diosas, Hera podía comportarse de forma implacable con los mortales que la ofendían. Para vengar las impiedades de Pelias, que cometió un asesinato en su santuario y después menospreció sus ritos, puso en funcionamiento una serie de sucesos que finalmente condujeron a su muerte (cf. p. 496). Al haber perdido en el juicio de Paris, se convirtió en su enemiga (envió tormentas contra él cuando huía en barco con Helena, cf. p. 576) y fue un sostén incondicional de los griegos durante la guerra de Troya. En lo que probablemente fue la versión original del mito de las Prétides, las hijas de Preto, las volvió locas al burlarse de la pobreza de uno de sus santuarios (cf. p. 555). Para conocer cómo provocó la ceguera de Tiresias, cf. pp. 432-433. En historias menores, envió a la esposa de Orión a los Infiernos por pretender rivalizar con ella en belleza (cf. p. 721), y convirtió el pelo de Antígona en serpientes para castigarla por jactarse de ser más bella, pero los dioses se apiadaron de su situación y la convirtieron en una cigüeña, pájaro que se alimenta de culebras.[203
Hestia, la diosa virgen del hogar
Hestia fue el primer retoño de Crono y Rea y también la última, puesto que fue la primera en ser devorada tras su nacimiento por su padre y la última en ser expulsada.[204] Como diosa del hogar (hestia) y del lar, preside el centro de la casa y también el hogar comunal de la ciudad. En otras palabras, ella era el Hogar Sagrado, venerada por muchos pueblos por ser el centro natural del culto familiar, puesto que existe una conexión íntima entre el fuego y la vida y porque el hogar de un rey o jefe tribal tiene gran importancia en una comunidad primitiva en la que con mucha frecuencia se mantiene un fuego perpetuo, ya sea por razones prácticas, para proporcionar luz cuando se necesite, o por cuestiones rituales, mágicas o religiosas. Aunque Hestia fue muy venerada en el culto griego e incluso disfrutó de cierta preeminencia, nunca fue considerada un ser completamente antropomórfico, y aparece muy poco en forma de mito. En los sacrificios, por lo general, recibía la primera ofrenda o la libación preliminar; en los rezos se la invocaba antes que a ningún otro dios y en las fiestas la primera y la última libación se dedicaban normalmente a ella.[205] Estas prácticas inspiraron el proverbio «comenzando con Hestia» (aph’ Hesitas archesthai), que viene a significar empezar adecuadamente o comienzo válido.[206] Cuando el fuego crepitaba, se decía «Hestia se ríe».[207] Los romanos la identificaron con su propia diosa del hogar, Vesta, cuyo nombre tenía la misma derivación y cuyas funciones eran virtualmente idénticas. Sin embargo, Vesta fue mucho más importante que su contrapartida griega en su culto público como guardiana del estado.
Como diosa estrechamente identificada con el fuego del hogar, se la imaginaba confinada en el centro de la casa, Hestia tuvo pocas oportunidades de aparecer en relatos míticos. Platón alude a su predicamento (que era, en un sentido, su privilegio) en su gran mito del Fedro, al afirmar que cuando los otros dioses pasaban en procesión por el cielo bajo el liderazgo de Zeus, «Hestia permanece en la casa de los dioses, ella sola». Se la excluye de las actividades ordinarias de los dioses, pero aun así sigue siempre en su centro.[208] Puesto que se consideraba naturalmente que el fuego era un elemento puro (y purificador), Hestia fue considerada como una diosa virgen, y su hogar era atendido por las muchachas solteras de la casa. Ideas de esta naturaleza se reflejan en antiguos tabúes relacionados con el fuego del hogar. Hesíodo advierte a la gente contra la exposición de sus genitales desnudos frente a él tras hacer el amor.[209] Se crearon mitos de carácter muy elemental para explicar cómo la elección de Hestia de mantenerse virgen llegó a establecerse de forma irrevocable. Según el Himno homérico a Afrodita, tanto Apolo como Poseidón habían intentado casarse con ella en una ocasión, sin embargo, ella los rechazó de forma obstinada y juró permanecer virgen, poniendo su mano sobre la cabeza de Zeus para hacer un juramento solemne a tal efecto. Zeus entonces le otorgó grandes honores en sustitución del matrimonio y declaró que residiría en el centro de la casa y recibiría la mejor porción en los sacrificios.[210] También se contaba que tras la derrota de los Titanes, ella pidió a Zeus que le otorgara virginidad eterna y la primera porción en todos los sacrificios.[211] La pintura cerámica la muestra a veces fuera de los confines de la casa acompañando a los otros dioses en ocasiones festivas, tales como el matrimonio de Peleo y Tetis. Ovidio recoge un relato de etiología puramente romana en el que su compañera Vesta es salvada de la violación por el oportuno rebuzno de un burro (cf. p. 297)
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