miércoles, 6 de marzo de 2019

SHEIJ

Había una vez un sheij que era el hombre más ilustrado de la tierra. El pueblo lo
consideraba como un profeta. Una mañana, su mujer le dijo:
«¡Tu corazón es tan duro como la roca! ¿Forma parte eso de las reglas de la
sabiduría? Todos nuestros hijos han muerto y yo, a fuerza de llorar, me he encorvado
como un arco. A ti, nadie te ha visto llorar nunca. ¿No hay lugar en tu corazón para la
piedad? Nosotros estamos ligados a ti y te servimos día y noche, pero ¿qué podemos
esperar de alguien que no conoce la piedad? ¿A qué llaman sheij? A un anciano de
pelo y barba blancos. Sabe que el verdadero sheij no tiene ni siquiera asomo de
existencia. El que no tiene pretensión alguna de existencia, sea su pelo negro o
blanco, ¡ése es un sheij! ¡No olvides que Jesús habló en su cuna!».
El sheij respondió:
«Te engañas si crees que no existe piedad ni ternura en mi corazón. Siento piedad
por los infieles que se exponen al infierno con sus horribles blasfemias. Cuando un
perro me muerde, pido a Dios que le conceda un carácter más apacible, pues si
mordiese a algún otro, correría el riesgo de ser lapidado».
La mujer replicó:
«Si realmente sientes esa ternura por el universo entero, ¿por qué no hay rastro de
lágrimas en tus ojos cuando el destino nos ha quitado a nuestros hijos?».
El sheij respondió:
«Muertos o vivos, nunca desaparecerán de mi corazón. ¿Por qué habría de llorar
si los veo sin cesar, ahí, ante nosotros? No se llora a alguien sino cuando uno está
separado de él». Otro día, un hombre llamado Behlul preguntó a ese mismo sheij:
«Dime cómo estás. ¿En qué estado te encuentras?».
Él respondió:
«Todos los viajeros soportan Su voluntad y los ríos fluyen en el sentido que Él les
ordena. La vida y la muerte van adonde Él quiere. Algunos reciben mensajes de
pésame y otros felicitaciones. ¡Nadie puede sonreír si Él no ha dado la orden!».
Behlul dijo entonces:
«Es verdad lo que dices y tienes cien mil veces razón. Pero explícame eso algo
más claramente para que tanto el ignorante como el sabio puedan aprovechar tu
sabiduría. ¡Prepáranos un festín de platos variados para que todos puedan comer lo
que les conviene!».
El sheij:
«Todos saben que nada ni nadie puede hacer cosa alguna sin la voluntad de Dios.
Ni siquiera la hoja del árbol. Y Sus órdenes son muy numerosas y nadie puede
contarlas pues ¿quién podría contar las hojas de un árbol? Lo infinito no puede ser
delimitado por las palabras. Los decretos de Dios encuentran aceptación entre Sus
criaturas. Cuando la criatura se somete a la voluntad de Dios, la vida y la muerte le
parecen iguales. Su vida no está volcada hacia el lucro, sino hacia Dios. Su muerte no
es causada por las enfermedades o las pruebas, sino por Dios. Su fe no se dirige a las
huríes y al paraíso, sino a Dios. Renuncia a la blasfemia, no por temor al infierno,
sino por temor de Dios. Eso está en su naturaleza. No es algo que haya adquirido por
su esfuerzo o por la práctica del ascetismo. Ríe sólo cuando comprueba que Dios la
ha aceptado. Para ella, el destino es una golosina. Si un servidor de Dios es de tal
naturaleza, ¿por qué habría de decir: “¡Oh, Dios mío! ¡Cambia mi destino!?”».
Porque sabía que la muerte de sus hijos había sido querida por Dios es por lo que
esta muerte le era tan dulce como los kadaifs (pastelería oriental).

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