Cuatro indios entraron en la mezquita para prosternarse ante Dios, con el corazón
en paz. Pero, de pronto, el almuédano entró también en la mezquita y uno de los
indios dejó escapar estas palabras:
«¿Se ha recitado la llamada a la oración? ¡Si no es así, nos hemos adelantado!
—¡Cállate!, le dijo el otro; ¡con tus palabras, has invalidado tu oración!
—¡Cállate tú también, porque acabas de hacer lo mismo!».
Y el cuarto añadió:
«¡Gracias a Dios, yo no he hablado, y mi oración sigue siendo válida!».
Es una verdadera bendición el no ocuparse uno sino de su propia vergüenza.
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