En el momento en que la caravana ha llegado para hacer un alto, se te ha perdido
tu camello. Lo buscas por todas partes. Finalmente, la caravana sale de nuevo sin ti y
cae la noche. Toda tu carga ha quedado en el suelo y tú preguntas a todos:
«¿Habéis visto mi camello?».
Incluso añades:
«¡Daré una recompensa a quien me dé noticias de mi camello!».
Y todo el mundo se burla de ti. Uno dice:
«¡Acabo de ver un camello de pelo rojizo y muy gordo. Se fue en esa dirección!».
Otro:
«¿No tenía tu camello una oreja rota?».
Otro:
«¿No había una manta bordada en la silla?».
Otro más:
«¡He visto irse por allí un camello con el ojo reventado!».
Así, todo el mundo te da una descripción de tu camello con la esperanza de
aprovecharse de tu largueza. En el camino del conocimiento, son numerosos los que
evocan los atributos de lo Desconocido. Pero tú, si no sabes dónde está tu camello, sí
que reconoces la falsedad de todos estos indicios. Encuentras incluso a gente que te
dice:«¡También yo he perdido mi camello! ¡Busquemos juntos!».
Y cuando por fin viene alguien que te describe realmente tu camello, tu alegría no
conoce límites y haces de ese hombre tu guía para recobrar tu camello.
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