miércoles, 6 de marzo de 2019

PELOS

Había un predicador de gran elocuencia. Ni hombres ni mujeres se cansaban de
escucharlo. Un día, un hombre llamado Diuhá con la cara velada, se mezcló con las
mujeres. Alguien preguntó al predicador:
«¿Se anula el valor de las plegarias si se omite afeitarse el pubis?».
El predicador respondió:
«Si los pelos son demasiado largos, queda manchada la plegaria y vale más
afeitarlo para que vuestras plegarias sean puras».
Una mujer preguntó entonces:
«¿Cuál es la longitud autorizada?
—Si los pelos sobrepasan la longitud de un grano de cebada, dijo el predicador,
entonces hay que afeitarlos».
Entonces Diuhá se dirigió a su vecina y le dijo:
«¡Oh, hermana mía! ¿Quieres tener la amabilidad de poner la mano en mi pubis
para verificar si mis pelos son demasiado largos y manchan así mis plegarias?».
Cuando la mujer hubo puesto su mano bajo su túnica, tocó su miembro y lanzó un
gran grito:
«¡Mis palabras han tocado su corazón! dijo el predicador.
—¡No! exclamó Diuhá, su corazón no ha sido tocado. Sólo sus manos. ¿Qué
habría sido si le hubieses tocado el corazón?».
Los niños gritan para obtener nueces y uva. Pero, para el corazón, las nueces y la
uva carecen de valor. Toda persona velada es como un niño. Si la nobleza de la
virilidad residiera en los testículos o la barba, entonces más valdría buscarla en los
machos cabríos. Ellos conducen a los carneros, pero es para llevarlos al matadero.
Tienen mucho cuidado con su barba y proclaman con orgullo: «¡Yo soy el que
conduce a los inocentes!».
¡Toma el camino de la fidelidad y no te ocupes de tus pelos!

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