viernes, 29 de marzo de 2019

Palabra de carretero

Un príncipe, experto letrado, había ordenado a su secretario particular que le leyera
un texto. La lectura tenía lugar en una habitación del piso alto, bajo la techumbre de
tejas abrasada por un sol canicular. La ventana estaba abierta de par en par. En el
patio, un viejo carretero reparaba una rueda. El maestro artesano dejó su martillo, se
enjugó la frente, subió por la escalera, hizo irrupción en la sala e interrumpió la
lectura con estas palabras:
—¿Qué es toda esa palabrería sobre el Tao?
—¡Silencio, pedazo de ignorante, son las palabras de los antiguos sabios!
—Entonces, ¿ya no están vivos?
—No, murieron hace mucho tiempo.
—Majestad, entonces no bebéis más que el poso de su sabiduría.
—¡Turres quien ha bebido, miserable patán, lamentable analfabeto! ¿Cómo te
atreves a venir aquí a importunarme? ¡Te conmino a que justifiques tus palabras, de
lo contrario tu cabeza irá a reunirse con tus talones!
El carretero frotó sus callosas manos la una contra la otra y dijo:
—Bueno, ¿sabéis, Majestad?, sólo pretendía compartir con vos el fruto de una
larga experiencia. Cuando hago una rueda, si voy demasiado despacio, el trabajo es
menos penoso, pero no es sólido. Si voy demasiado deprisa, la tarea realizada es más
rentable, pero es una chapuza. Necesito, pues, encontrar el ritmo justo en armonía con
el Tao. La mano debe ser guiada por el corazón. Esto no se puede aprender con
palabras. Puesto que no he conseguido transmitir mi arte a mi hijo, a mi edad todavía
estoy obligado a trabajar. ¡Lo que los antiguos sabios no pudieron transmitir en vida
está muerto, por eso digo que las palabras que vos bebéis no son más que el poso de
su palabra!
El príncipe ofreció un asiento al viejo carretero. Y cobró suma afición a hablar
con él cada día, saboreando el agua viva de su sabiduría, que tenía su fuente en la
caverna insondable del Tao.

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