En una tarde de abril,
deliciosísima tarde,
no tengo presente el año
pero muchos años hace;
en la vega deleitosa5
del humilde Manzanares
río pobre en sus corrientes,
pero en su renombre grande,
pues su orilla es celebrada
por ser cuna favorable10
de las hermosas, según
nacen en ella deidades;
que aunque sólo en el Oriente
las circasianas encanten;
y aunque no hay tan bellos ojos15
como son los orientales;
aunque Málaga y Jerez
sin ser del Oriente parte,
son en materia de hermosas
fuentes ricas y abundantes;20
y pasan las de Granada
por ser hurís celestiales,
y las damas de Valencia
por las damas más notables;
las arenas de este río,25
el imperio se reparten
en punto a mirar hermosas,
en sus mágicos raudales.
Y no extrañéis que prodigue
encarecimientos tales30
a las bellas de mi patria;
que no fueran disculpables,
a no ser tanto el hechizo
de sus ojos virginales,
las demandas y tragedias35
que desde añejas edades
por alcanzar un suspiro
bañaron su suelo en sangre.
En aquella hora del día
en que los rojos celajes,40
ciñen un lazo de fuego
sobre la frente gigante
del horizonte extendido,
y en que variados cambiantes
tornasolan en las aguas45
brilladoras y fugaces,
los últimos rayos tibios
de un sol, que en destellos suaves
va prodigando su luz
a los montes y a los valles,50
gozándose en detener
su cabeza agonizante
mayor tiempo, por mirar
el mundo de donde parte,
en ese momento, pues55
de armonía inimitable
en que parece que el ruido
de las ondas es más fácil,
el olor de las praderas
más sentido y agradable,60
más blando el son de las ramas,
más triste el son de los aires,
más rico el manto de flores,
más amorosas las aves,
dos damas están sentadas65
del pobre río en la margen.
Las olas leves, parece
que entre sus pies se deshacen,
y así el tocar en la orilla
es sólo para besarles;70
porque acaso agradecido
el río, querrá pagarles
con la espuma que salpica
sus mantos cual blanco encaje,
el ver que aumentan sus ojos,75
la copia de sus caudales.
La más hermosa, y por cierto
que la que es más no se sabe,
pues de ambas celoso el sol,
se hundió en el ocaso aun antes,80
es morena, alta y delgada,
de graciosos ademanes.
Las azucenas y el lirio
en el color de sus carnes
su pura esencia confunden85
en graduación admirable.
La sonrisa es hechicera,
tan bella, y tan insinuante,
que los amores dichosos
sus nidos en ellas hacen.90
No es mucho en concha de perlas
y entre un ramo de corales
que anide amor, si otra concha
fue la cuna de su madre.
Sus ojos son dos estrellas;95
cuando en luz agonizante,
vierten tranquilas miradas,
no hay alma que no desmaye,
y en su lumbre moribunda,
no tema que al fin se apague100
un corazón tan hermoso
que despide albores tales;
cuando fogosas e inquietas,
en fuego inspirado se arden,
se espera que sus dos soles105
todo el universo abrasen.
Sus maneras, aunque nobles,
son atrevidas y audaces:
su edad, la del rostro apenas
cinco lustros la señale;
más se presume en razón
que de siete lustros pase.
Su amiga es joven y hermosa,
tan sencilla, tan amable
que acaso sirvió en sus sueños115
al pincel de Miguel Ángel
para sus vírgenes bellas,
de tierna y divina imagen.
-«¿Y dices tú, dulce amiga,»
la preguntó con donaire120
la niña de azules ojos
a la dama, «qué le hablaste
a ese señor don Gonzalo,
por primera vez en Flandes?»
-«Camila, sí.» -«¿Por qué lloras?125
¿Es, Lucrecia, inconsolable
tu dolor? ¡Poco en mí fías
pues me ocultas tus pesares!
Si ellos no admiten remedio
no busco yo remediarles,130
que hay penas en que el llorar
es lo que más satisface.
Pero al menos, ya que sé
que te lastiman tus males,
quiero mezclar mis suspiros135
con el clamor de tus ayes.»
La estrechó entonces Lucrecia
contra su seno oscilante;
y no quedaran aquí
de su afecto las señales,140
a no reparar las gentes
que se paran a observarles.
Que aunque buscaron de intento
el más oculto paraje,
y de la fiesta y bullicio,145
el que hallaron más distante,
como es noche de verbena
fluctúan por todas partes
las parejas y los grupos,
de las danzas populares.150
Y es tan crecido el tropel,
que embaraza lo bastante
para tener por estrechas
las anchas extremidades
del soto ameno y frondoso;155
y para que así se ensanchen,
como las olas de un mar,
a límites tan distantes
de la sagrada capilla
de S. Antonio, al que aplauden,160
y por quien es la verbena,
la concurrencia, y los bailes.
Son tan añeja costumbre
en ciertas festividades,
a guisa de romería,165
estos campestres solaces,
que en ellos lo más florido
de la corte se distrae.
Jamás se falta a lo honesto
en punto de libertades,170
las bellas damas platican
con los garridos galanes;
el rebozo no embaraza,
ni se torna por ultraje,
que los que no se conocen175
allí se miren y se hablen.
Las dueñas allí no acechan,
ni son espías los pajes,
que el campo y la noche dan
extrañas seguridades.180
Y como no hay atrevidos
que el mudo recato asalten,
se admiten cortesanías,
sin responder con desaires;
y requiebros, y los dulces,185
del primero que los mande.
Y así, excusando algún duelo
entre donceles rivales,
(lo que mención no merece,
donde los hay tan amantes,190
y haber cursado los más
en las escuelas de Marte,
donde aun les cabe por gala
hacer del valor alarde.)
Jamás tamañas licencias195
causaron temeridades.
Y el no encontrar, con las damas
quien se atreva a propasarse,
es que acaso les contenga,
que haya tantos capitanes,200
caballeros tan cumplidos,
que no excusaran mil lances
por vengar en los villanos
sus licencias y desmanes.
Pusiéronse en pie las damas,205
y con lentos pasos graves,
tomaron por el camino
que al campo del Moro sale.
La confusión de las gentes,
la variedad de los trajes,210
ni una mirada las roba
ni de su andar las retrae;
y eso, que son tan vistosos
que causa hechizo mirarles.
Sombreros de larga falda,215
con retorcidos plumajes,
anchas valonas caídas
sobre los coletos de ante.
Ya capotillos airosos
ferreruelos y gabanes:220
ya capas de inmenso vuelo
que hasta sus espuelas caen.
Botas de fieltro con vueltas,
en casi la mayor parte;
y medias de mil colores225
lazos, cintas, alamares:
cruces de ser caballeros,
a medio codo los guantes,
y asomando por el cinto
del puño los gavilanes,230
todo esto da a los hidalgos
cumplido y marcial realce.
Las camisolas rizadas,
de las damas, los encajes
de las golas, que en cañones235
sin que su cuello embaracen
forman un blanco dosel
en que sus rizos descansen,
que en trenzas cortas les cuelgan
partidos en dos mitades;240
jubones acuchillados,
petos de punta adelante
sendas sayas de Cambray,
tocas tan largas que arrastren,
negras porque entre ellas más245
su blanca color resalte,
completan de aquella escena,
el movimiento incansable,
y del cuadro pintoresco
el mágico paisaje.250
La campana de la ermita
da las seis. Luces errantes
van de pronto apareciendo,
entre los verdes ramajes
de los troncos populosos,255
de que cuelgan los cristales
de los pintados faroles
que las luminarias traen.
Puéblase el campo de luces,
y el crepúsculo agradable260
va enmarañando las sombras
porque alumbren más brillantes.
De pronto se oyen ruidosos,
confusos gritos mezclarse,
y un eco formaron ronco265
que turbó la paz del valle,
«¡Fuego! ¡Fuego!» -Otras cien voces
lo repitieron distantes.
La campana de la ermita
tocó a rebato; y voraces270
poco después ya las llamas
sobre la techumbre salen.
En aquel punto, cruzaban
tan cerca de sus umbrales,
las dos damas, que por fuerza,275
bajo sus mismos pilares
el gentío que avanzaba,
las obligó a refugiarse.
A poco tiempo, observaron
que un doncel de buen semblante,280
mozo en años, bien dispuesto,
vigoroso, atento, y ágil,
una mujer desmayada
sobre sus hombros de Adlante
sostenía, procurando,285
cual rauda y velera nave
que rompe las rudas ondas
de los tormentosos mares,
traspasar aquel tropel
de la turba innumerable.290
Le vio Lucrecia al pasar;
y creyendo desmayarse
apoyó en su tierna amiga
la pálida sien. -«¡Ah! ¡infame!»
(Gritó con furia.) ¿Le ves?295
¡Es Federico!... ¡Es su amante
sin duda! -Es verdad; es tu hijo.
-¡No, Camila; no le llames
hijo mío! -¿Cómo no?
-¡Cómo es hijo de otros padres!300
¡Mas ah! sigamos sus pasos,
si no quieres que me mate
el pesar: que ya sabrás
historias ¡ay! que te pasmen.
Son las diez del otro día,
y aún el rumor de la fiesta
se escucha del Manzanares,
en las frondosas riberas.420
Mas ya la gente cansada
de pasar la noche en vela,
mustia, ojerosa, y rendida,
forma dos anchas hileras
al retirarse en tropel425
por el largo de la cuesta,
que por nombre inmemorial
se llama la de la Vega;
donde el cubo ennegrecido
de un corto lienzo de almena430
la imagen de aquella virgen
soberana representa,
que ahuyentó de la morisma
las escuadras altaneras.
La ermita del Santo, está435
casi la mitad por tierra;
Y aún las quemadas paredes
en los montones humean.
Junto a los negros escombros,
solos dos hombres pasean;440
y alguna vez sus miradas
entre furiosas y tiernas,
se clavan por un momento
en aquel montón de piedras,
cual si pensaran hallar445
alguna reliquia entre ellas.
El traje que visten, es,
de personas de gran cuenta,
según dicen los aromas
de sus guantes y melenas,450
y según reluce el oro
de los pinchos de su espuela.
Ancianos son; y uno de ellos
acaso demás lo sea,
pues el peso de los años,455
rinde su blanca cabeza,
que escasa de nobles canas
sobre el coleto se asienta,
hasta que impide la barba
que más adelante venga;460
semejando un tronco añoso
que ha encorvado la tormenta.
El otro es fiero y erguido,
y su porte y gentileza
desmiente el rugoso sello465
de su frente macilenta.
Altivo levanta el rostro
como haciendo alarde muestra
de dos ojos, que aunque ocultos
bajo sus pobladas cejas,470
fingen dos vivos volcanes,
que entre nieve centellean.
Azules son, por formar
armonía más perfecta
con la color sonrosada475
de sus mejillas aún frescas.
Dos horas van de silencio,
y dos horas que no cesan,
de recorrer los escombros,
y de mirar sus arenas;480
y en tan rara suspensión
ignoro cuanto estuvieran,
a no llegar un soldado
y entrégales una esquela.
El más anciano, leyó,485
del sobre escrito las señas.
«De una amiga, a don Gonzalo
de Guevara, Artel y Urrea.»
Recorrió con avidez
las breves líneas que encierra;490
prosiguió de esta manera.
«El ser Urreas los dos
me hizo tomar la licencia
de ver la carta, sin ver
que a don Gonzalo es la muestra,495
pero me huelgo ser ya
quien os dé tan buenas nuevas,
y exijo de vos albricias
por las que a mi parte quepan.
Vive Eloísa. -¡Es posible!500
-Con un doncel se aposenta;
y aseguran que la trata,
con respeto y con decencia.
-Ah señor, dejad al menos
que alguna lágrima viertan505
estos ojos, ya que tantas
mi fiel corazón anegan.
Gracias, mil gracias os doy.
¡Quién duda de Dios blasfema!
-¡Sí, don Gonzalo; no falta510
al triste la Providencia!
Ahora preparad el alma,
don Gonzalo, toda entera,
para aposentar su dicha,
y aun dudo que la contenga.515
¿Conocéis una señora
de Sevilla? -¡Ah... sí! -¿Lucrecia?
-Ese es su nombre, don Lope.
¿Y esta carta? -Es cierto, es de ella.
-Dadme. -Tomad, y advertid520
si es vuestra dicha completa.
-¿Cómo? ¡Mi hijo! ¡mi hijo amado,
me prometen que le vea,
y que hoy mismo, entre mis brazos
le estrecharé con terneza!525
Corramos, señor, corramos,
porque temo de mi estrella
según fue siempre enemiga,
que dejó de serme adversa
porque al darme un desengaño530
me mate así más apriesa.
Este hijo amado, fue el fruto
de mis pasiones primeras;
el que he llorado perdido
desde que nació a la tierra:535
¡cuyo recuerdo alentaba
mi entusiasmo en la pelea;
por quien estimaba tanto
mis títulos y riquezas!
Como era hijo natural,540
me instaba aun más la conciencia
a que pagase en el hijo,
lo que le resté por deuda
a su madre, en no elegirla
por mi esposa, y compañera.545
Mas ya sabéis se terció
de mi amor en competencia
aquel alférez francés;
y aunque se quedó en sospechas,
para un hombre como yo550
bastaba sólo tenerlas.
Cesaron nuestros amores,
partiose altiva y resuelta
aquella mujer llevando
el fruto de nuestras penas,555
sentida en que la ofendí
cuando dudé de quién era.
Y aunque después procuré,
sin excusar diligencias,
averiguar su retiro,560
se ocultó de tal manera
que aun me ha dejado, ¡ah cruel!
ignorar de su existencia.
Llegando a tan alto punto
su energía o su soberbia,565
que algunas cuantiosas sumas
que giré sobre Venecia
(pues sospeché que en su patria
acaso algún deudo tenga,)
a su nombre, con el fin570
de prevenir su miseria
a favor de un Federico
he sabido dejó impuestas
en el banco, y sin tocar
ni un escudo de las letras.575
¡Y acaso ese Federico
será la perdida prenda
de un amor que quince inviernos
en mi corazón no hielan!
Don Lope no creo en esto580
que vuestro respeto ofenda,
pues de caberos mancilla,
me cabría a mí la mesma.
Dígolo porque ya somos
deudos los dos tan de cerca,585
como lo está el que es esposo
de la inocente hija vuestra.
Que aunque no hace un sol cumplido
que nos enlazó la iglesia,
y aunque a poco de ser mía,590
nos sucedió su tragedia;
corre ya vuestro apellido
con el mío de mi cuenta.
-Don Gonzalo, vanas son
aquí excusas ni protestas.595
No puede extrañarle a un padre
de otro padre la flaqueza;
y yo por mí, os aseguro
que en extremo me interesa
hagáis legítimo al hijo,600
por acallar la conciencia.
-¿Y Eloísa que dirá?
-Es mi sangre. -¡Que grandeza!»
A largo paso subieron
del Alcázar por la senda605
que cruza el campo del Moro
al cubo de la Almudena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario