miércoles, 27 de marzo de 2019

EN EL NOMBRE DEL PADRE

El cuarto estaba oscuro, era una de aquellas piezas modernas con su toque de antigüedad, su único huésped era una pequeña de 16 años, acababa de llegar al pueblo de Zacatlán, en la serranía de Puebla, era un pueblo que conservaba esa esencia de nostalgia en sus calles empedradas, casas de adobe, en fin; pero volvamos al cuarto de la pequeña Karina, a esas paredes poseídas por el polvo y por las viejas imágenes religiosas, cuadros de las vírgenes y los santos por todos lados, había además, una cama al centro de la habitación, dos buroes, a los costados de esta, un closet empotrado en la pared derecha, arriba de la cabecera de la cama, se encontraba un crucifijo de madera, tallado a mano, regalo de familia, la protegía del mal, al anochecer, se hincaba en la cama para dar gracias, le hablaba como si la imagen de Jesús crucificado tuviera vida, y con el claroscuro de la luna que entraba por la ventana pareciese que era así, esos ojos implorando piedad divina, la expresión de tristeza en la cara maltratada, el cuerpo fatigado y azotado, todo esto se iluminaba de tal forma que parecía un pequeño ser humano en el lecho de su deceso.

En esos momentos la casona se encontraba sola, todos habían salido, pero no tardaba en llegar la joven Karina, iban a dar las 2 de la tarde, hora en que ella salía del colegio, siendo nueva en el pueblo no tenía muchas opciones para salir, aún no estaba acostumbrada a socializar, era algo autista, contrario a lo que denotaba su físico; 16 años, delgada, 1.50 mts, cabello castaño claro que le llegaba a la mitad de la espalda, ojos cafés, boca pequeña, mostraba al mundo una edad menor de la que tenía.

La puerta sonó con un estrepitoso ruido al abrirse, se oía un forcejeo entre 2 personas, venía nuestra protagonista empujada por un tipo de aproximadamente 40 años, regordete, cabello negro con unos toques de canas a los lados, ojos grandes negros y ahora enrojecidos por su visible coraje, medía 10 cms. Más que Karina; iba vestido con un pantalón de vestir negro, camisa blanca, mocasines negros y una cruz de oro colgando de su cuello.

* ¡DEJEME! – se oyó gritar a la joven.
* Tranquila, no va a pasarte nada, ya veras que en unos momentos estarás más tranquila.
* Le voy a contar a mis padres.
* ¿Te creerán? –aquella pregunta dejo fuera de lugar cualquier respuesta de aquella muchacha asustada e indefensa - jajá jajá.

El tipo la arrastró por toda la casa hasta dar con la puerta de la habitación de Karina, la cual estaba ubicada en el segundo piso de aquel hogar mancillado ahora por un desconocido, el sujeto abrió la puerta, empujó a la chica hacia el cuarto, entrando él después, azotó la puerta, la pequeña gritó lo más fuerte que pudo, intentó pedir ayuda por cualquier medio, lamentablemente, sus gritos se ahogaron hasta perderse en el silencio; la casa estaba ubicada en una parte alejada del pueblo, solamente la iglesia local estaba a 100 metros de distancia, era imposible que alguien la escuchara, no estaba en una de esas películas donde cuando todo parece ir de lo peor, llega el héroe a salvar el día, esa no era la situación y Karina, lo sabía.

Una hora pasó desde que la puerta encerró tras de ella aquel ultraje terrible, la perilla dio
lentamente vuelta y ésta se abrió, salió aquel personaje, tenía en el rostro una cara que delataba satisfacción y malicia, giró la cabeza hacía el interior del cuarto, vio por ultima vez la escena del crimen y salió corriendo a carcajadas, no sin antes ver el crucifico que pendía de el y decir: “Si el padre no hubiese querido que esto pasara lo habría impedido”.

Pasemos dentro de la pieza, lugar que hacia un par de horas pareciese abandonado, ahora presentaba una escena para nada agradable, todo parecía igual que antes, los cuadros, testigos silenciosos del crimen ahí cometido, cobraban vida, trataban de consolar silenciosamente a aquella desdichada, que yacía ahí, tendida en la cama, con el cuerpo desnudo, cubierto solo una parte por las sabanas blancas, tenía heridas en el cuerpo, pequeños moretones por el forcejeo, pero no se comparaban con las que tenía su alma, ultrajada, mancillada… estaba despeinada, llorando amargamente, acababa de perder la inocencia que durante tantos años se conservó en un nicho, ahora estaba esfumada; sus ojos estaban inyectados de ira, amargura y dolor, observó su alrededor, preguntándose ¿por qué a mí?, yo no he hecho nada, a
cuestionamiento quedó sin respuesta, cobró fuerzas, se levantó, cual si fuese fiera destruyó todo lo que encontraba a su paso, empezando por aquellos santos y aquellas vírgenes a quien no les bastó tanta devoción para impedir aquella canallada, los arrojó con furia hacia el suelo, pisoteándolos y reduciéndolos a nada, tomó luego el crucifijo, le escupió, lo maldijo y después se encargó de que tuviera la misma suerte de las demás imágenes.

Transcurrieron tres horas para que llegaran sus padres, estos se alarmaron al ver el estado que se encontraba el cuarto de su hija, eran personas mayores para tener una hija tan joven; el señor contaba con 50 años y la esposa con 45, apegados a las viejas ideas acerca del dogma religioso, pensaron que el diablo había entrado en el cuerpo de su princesa (así solían llamarle), por lo cual, la primer idea del señor fue avisarle al “señor cura”, salió corriendo en dirección a la iglesia; la madre trató de hablar con su hija, pero el intento fue en vano, ésta la corrió de su habitación y cerró la puerta, su madre enfurecida gritó: “ya fue tu padre por el señor cura, él sabrá que hacer”; estas palabras causaron en el rostro de Karina una expresión de temor.

La Parroquia del Señor De Los Milagros, como todo en el pueblo tenía su aspecto anticuado, era una construcción enorme de la época de la colonia, estaba atardeciendo y al estar en el cerro solitaria, le daba un aspecto de escenario ideal para una película de vampiros, el atardecer era rojo y de lejos únicamente se veía la construcción en aspecto sombrío.

* ¡PADRE FELIPE, PADRE FELIPE! –gritaba desesperado el padre de Karina.
* ¿Qué pasa don Raúl? – contestó el clérigo de espaldas, puesto que estaba acomodando la imagen en el altar principal.
* Es mi hija padre, se le ha metido el DIABLO.
* No diga eso, deben ser alucinaciones.
* NO padre, por favor venga a verla – suplicó casi de rodillas el pobre don Raúl.
* Esta bien hijo, solo acabo de acomodar esto y vamos a ver a tu hija.
* Gracias padrecito, ¡que bueno es usted!

Un par de minutos bastaron para que el sacerdote finalizara su labor, volteó hacía don
Raúl. Aquel “soldado de Dios” era el mismo hombre que horas atrás se encontraba en el forcejeo con Karina, era aquel mismo rostro con sonrisa cínica, ahora luciendo una sotana; don Raúl no sabía nada obviamente, ni siquiera se lo imaginaba, para su mente, lo último que podía deducir era que su hija de 16 años había sido violada por aquel hombre “enviado de Dios”, para el pueblo, toda persona religiosa era muy respetada, motivo por el cual lo condujo hasta su casa, donde lo aguardaba su mujer, ahogada en un mar de lágrimas, aquella señora que tenía los ojos hinchados por el llanto.

* Se encerró en su cuarto, no quiere salir – fue el recibimiento para su cónyuge.
* Aquí tengo la llave vieja, no te preocupes, aquí esta el señor cura, que nos lo envía Dios pa’que nos ayude

La mujer volteó a ver al acompañante de su marido y este le devolvió una sonrisa, último y más socorrido recurso para esconder cualquier delito, la señora notó algo raro en la mirada de aquel hombre, pero antes de las averiguaciones, fue junto con su marido a abrir el cuarto cerrado con llave, aquel cuarto que
escondía el terrible secreto. Cuando don Raúl encontró la llave, la introdujo en la cerradura y le dio vuelta, la puerta cedió al primer intento, las tres personas se apresuraron a entrar, sin saber la escena que estaban a punto de presenciar.

El siguiente cuadro era aterrador, la pequeña Karina yacía acostada en la cama, tenía los brazos en forma de cruz, una enorme cortada recorría su garganta, en la mano izquierda sostenía una vieja Biblia, la misma que usó en su primera comunión acompañada de un sobre, en la otra mano, sostenía aún el cuchillo que dio fin a su vida, y enredado en la misma un rosario blanco, el cual estaba totalmente teñido de rojo, la sangre corría por el, aquel río de sangre que desembocaba en el rosario, terminaba por caer de gota en gota sobre el piso de madera.

Los padres enloquecieron al ver el cuadro tan escabroso que se les presentaba, el cura avanzó impasible hacia el cuerpo sin vida de la joven, separó de su mano la Biblia y el sobre, el cual tenía escrita la palabra CONFESION, al leer eso, el cura se estremeció hasta el tuétano, tembló y sintió pavor, aquel hombre tan fuerte
hacía un par de horas, se encontraba desarmado ante tal situación, trató de pensar una forma rápida de librarse de aquel lío, pensó que iba a ser muy difícil, pero al ver que los señores estaban al otro lado abrazando y besando el cuerpo de su hija escondió el sobre bajo su sotana.

Estaban ya en el panteón, la mayor parte del pueblo acompañaba a la dolida familia, era un caso único, motivo por el cual la noticia corrió por todo el pueblo cual si hubiesen prendido la mecha de un barril de pólvora; la familia estaba ahí ante el ataúd de su única hija, llorando resignada y oyendo las últimas palabras de aquel ser sin entrañas que les arrebató la vida sin ellos saberlos, aquel hombre que por saciar sus bajos instintos terminó con la vida de una familia entera, era dueño del secreto de la muerte de Karina y pensaba guardarlo hasta el día de su muerte.

- Hermanos, debemos resignarnos ante los designios del Señor, seamos fuertes y pidamos fuerzas a Dios para que nos ayude a superar esta trágica situación. En el nombre del padre…


Esa noche, el padre Felipe estaba solo, vivía en un cuarto atrás de la iglesia, era pequeño, pero no necesitaba más, cabía su cama testiga de las más horrendas violaciones, un viejo ropero y sus imágenes religiosas. En aquel pueblo no había luz eléctrica, por lo que el padre tenía siempre encendidas 4 o 5 velas, aquellas que los fieles dejaban con devoción a los santos en la parroquia, el padre las convertía en su sistema de iluminación.

Felipe comenzó a desvestirse, se disponía a dormir, primero despojó a su cuerpo de aquella sotana negra que lo cubría, la cual, al salir dejó caer un papel arrugado, el papel quedó en el suelo, el padre volteó y lo vio, empezó a dudar, pasaron 3 minutos, la mirada fija y absorta en aquel pedazo de papel, era la carta post mortem de la pequeña Karina. Se decidió, tomó aquel papel, lo desdobló devolviéndole su forma original de sobre. Leyó.

“Padre: sé que es usted el que está leyendo esto, ¿cómo lo se?, es fácil imaginarlo a usted usurpando la confianza de mis padres para que lo hayan dejado a solas con mi cuerpo. Solo me limitaré a decir que desde
la muerte haré su vida imposible, de mi cuenta correrá que no destroce más almas, como lo hizo con la mía y la de mi familia.”

El religioso, soltó senda carcajada, ¿asustarme a mí?, para nada, se decía, abrió su armario y sacó una botella de tequila que tenía ahí para ocasiones en las que deseaba descansar, tomó media botella de un sorbo, su sombra se reflejaba alargada en aquella pared casi destruida por el paso del tiempo, las veladoras, estaban casi consumidas y un silencio inundó todo el cuarto. El padre, dirigió una mirada a la figura de yeso que tenía de Jesús, parecía que lo miraba, sintió que el temor invadía su cuerpo, agarró la estatua y la aventó contra la pared, empezó a oír una voz: la de su conciencia.

* Ha pecado padre – escuchaba estas palabras como si se las gritasen.
* Yo… yo… no quería… - respondió el padre
* ¿Seguro padre?, ¿no quería pecar?, ¿no quería saciar sus apetitos carnales?, ¿no quería violar a una niña y después ser cómplice de su suicidio? – al ir escuchando estos cuestionamientos,
por la mente del padre comenzaron a pasar las imágenes de aquella trágica tarde, veía a Karina cual si estuviese a su lado, podía oír sus gritos y sus súplicas desgarrándole el tímpano.
* No… ¡Yo no quería!
* ¿Por qué lo hizo padre?, ¿Cuál fue el motivo para que el diablo se saciara con su cuerpo, estando él dentro?
* ¡No es mi culpa!, si Dios no hubiese querido que pasara lo hubiera detenido… El… ¡SI, EL TIENE LA CULPA!
* ¿Acaso no sabe que Dios deja a los humanos cometer errores?... incluso tan graves como el suyo.
* ¿Quién eres?, ¿Por qué me haces esto? – preguntó el sacerdote con pavor visible.
* Sólo soy tu sombra, se podría decir que tu conciencia pero un hombre como tú, no tiene, has perdido todo padre, TODO, ahora sabes lo que hay que hacer…
* ¡No!, no vengas atormentando mi alma.

Cayó de rodillas, con el llanto en los ojos. No es fácil decir cuánto tiempo estuvo ahí tirado,
pero se levantó casi de mañana, fue a buscar una pluma y una hoja y garabateó algunas palabras, acabando su escritura salió.

Constantes campanadas despertaron al pueblo entero, no era común una misa a las 5 de la mañana, sin embargo debía de ser algo importante, las campanas no dejaban de sonar, repicaban con una fuerza inmensa, como queriendo llamar a todos los habitantes del lugar, así fue, todos llegaron, el cielo estaba oscuro, color morado, los tonos morados daban a la iglesia el papel de ser una sombra negra, todas las personas llegaron al mismo tiempo, iban adormilados aún por la hora, hasta que…

* ¡MIREN TODOS ALLA ARRIBA!

La gente desvió su mirada hacía el campanario, ahí estaba, parecía algo imposible, era la sombra de un humano pendiendo de la cuerda con la que se hacía llamar a las misas, lo reconocieron rápidamente, era el padre Felipe, colgando ahí, sin vida por la asfixia, dando vueltas por la fuerza del viento matutino, de sus manos se soltó un papel; la carta que había escrito momentos antes, don Raúl la abrió y
leyó en voz alta las palabras que estaban con unas letras escritas con rapidez, se notaban en sus malos trazos:
“FUE EN EL NOMBRE DEL PADRE…”

No hay comentarios:

Publicar un comentario