viernes, 15 de marzo de 2019

Los hijos del Sol (mito inca)

No había en el principio del mundo comida para un hombre y una
mujer que el dios Pachacamac había creado. Murió de hambre [el hombre]
y quedó la mujer sola; que saliendo un día al campo a sacar las raíces
de hierbas entre espinas, con que poderse sustentar, alzó los ojos al
Sol, y entre abundantes lágrimas y quejosos suspiros, le dijo al Sol así:
-Amado Creador de todas las cosas, ¿para qué me sacaste a la luz
del mundo, si había de ser para matarme con pobreza, y consumirme
con hambre? ¡Oh, nunca te acordarás de crearme de la nada, o me
acabarás al punto que salí a este mundo, yo sola viva en el mundo,
sin sucesión de hijos, pobre, afligida y sola; ¿por qué, oh Sol, si nos
creaste, nos consumes? ¿Y cómo, si eres el que repartes luces, muestras
ser miserable negándome el sustento? No pareces ser piadoso, pues
no te compadeces de los afligidos, y no socorres a los que creaste tan
desdichados; permite o que el cielo me mate con un rayo, o la tierra
me trague acabando tan trabajosa vida, o socórreme benigno, pues me
creaste, Omnipotente.
Éstas y otras ternuras y desesperaciones decía afligida al Sol...
Oyendo sus lástimas, condolido de sus lágrimas, le dijo palabras
amorosas [el dios del Sol], que depusiese el miedo, que esperase descansos,
porque ya no sería causa de sus penas la que hasta allí lo había
sido de sus congojas (...). Mandóle que continuase en sacar las raíces,
y ocupada en esto, le infundió sus rayos el Sol, y concibió un hijo que
dentro de cuatro días con gozo grande parió, segura ya de ver sobradas
sus venturas, y amontonadas las comidas. Pero salió al contrario, porque
el dios Pachacamac, indignado de que al Sol se le diese la adoración
debida a él, y naciese aquel hijo en desprecio suyo, cogió al recién
nacido semidiós, y sin atender a las defensas y gritos de la madre, que
pedía socorros al Sol, padre de aquel hijo, y también padre del dios
Pachacamac, lo mató despedazando en menudas partes a su hermano...
Pero Pachacamac, porque nadie otra vez se quejase de la providencia
de su padre el Sol de que no producía mantenimientos, ni la necesidad
obligase a que a otro que él se le diese la suprema adoración,
sembró los dientes del difunto y nació el maíz; maíz, semilla que se
asemeja a los dientes. Sembró las costillas y huesos, nacieron las yucas,
raíz que tiene proporción en lo largo y blanco con los huesos, y las
demás frutas de esta Tierra que son raíces. De la carne procedieron los
pepinos, pacayes y lo restante de sus frutos y árboles, y desde entonces
ni conocieron hambre ni lloraron necesidad, debiéndole al dios Pachacamac
el sustento y la abundancia, continuando de suerte su fertilidad
la tierra, que jamás ha tenido con extremo hambres (...).
No se aplacó la madre con estas abundancias, porque en cada fruta
tenía un «acordador» del hijo, y un sisal de su agravio; y así su amor
y la venganza la obligaban a clamar al Sol, y a pedir el castigo o el
remedio de sus desdichas. Bajó el Sol no poderoso contra el hijo Pachacamac,
sino condolido de la mujer que le lastimaba; y preguntándole
dónde tenía la vid y ombligo del hijo difunto, se lo mostró, y el Sol
dándole vida creó de él otro hijo, y se lo entregó a la madre, diciéndole:
-Toma y envuelve en mantillas a este hijo que llora, que su nombre
es Vichama (otras informaciones dicen es Villama).
Se crió al niño que creció hermosísimo, hasta ser bello y gallardo
mancebo (...).

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