En el valle de Cuapa, hay una gran piedra que dicen
cayó del cielo y a una legua de ella se encontraba la hacienda
La Flor. Allí vivía un matrimonio que tenía una
hija muy hermosa, de la cual se habían enamorado los
duendes que habitaban en la casa. Todas las noches llegaban
y le ponían flores en la cama y cuando iba a traer agua
le enfloraban el camino. Pero los duendes no querían a
la mamá de la muchacha y en lugar de flores le ponían
espinas. Si iba a lavar le escondían el jabón, si iba a zurcir
le escondían el hilo y en fin, que ya nadie los aguantaba.
La muchacha estaba asustada y tenía miedo de salir sola
porque los duendes las seguían a todas partes.
El papá de la joven tenía un burro con el que jalaba
agua y cargaba zacate y un día de tantos no lo encontró,
se puso furioso y comenzó a buscar el burro acompañado
por los vecinos. Después de varios días lo encontró arriba
de la piedra rebuznando afligido porque no podía bajarse.
Comprendiendo que era una zanganada de los duendes,
el señor le ordenó a su hija que les fingiera cariño a éstos,
correspondiendo con palabras amorosas a los regalos que
le hacían. Lo que el señor quería era que los duendes bajaran
el burro.
La joven hizo caso y temblando de miedo les pidió que
le bajaran el burro a su papá. Por quedar bien con ella, los
duendes bajaron el burro y lo llevaron a la caballeriza.
Durante algunos días no aparecieron y el señor creyó
que ya no iban a seguir molestando, pero se equivocó; su
esposa tenía dos tazas y ellos le quebraron una porque sabían
lo mucho que le dolería aquella maldad. A mediodía,
cuando ella estaba tomado sopa, exclamó: «Que lástima
que se quebró mi taza, tan bonita la pareja» diciendo esto
le dejaron caer real y medio en la sopa, entonces ella dijo:
«Con esto se paga la taza». Cuando se levantó para contar
el dinero que tenía guardado en un cofre, vio que le hacían
falta real y medio, murmuró: «De mis mismos reales
me están pagando; que malos que son esos duendes» y le
jalaron el cabello.
Como ya no los soportaban, decidieron hacerles la
guerra. Después de inventar miles de cosas, los dueños
de la hacienda y los vecinos, se pusieron a tocar música
de cuerda. Esto desagrada a los duendes porque les producía
dolor de cabeza. Día y noche pasaron los señores
tocando hasta que los traviesos no tuvieron más remedio
que abandonar la casa. Dicen que los chontaleños cuando
ven a una persona sobre la piedra gritan: «Allá está el burro
de Cuapa» y el que está arriba, en venganza contesta:
«Allá están los duendes.»
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