Muchos juran y perjuran que las han visto de noche volar demandando la sangre infantil como alimento, el pueblo dice, que el infierno abre sus puertas al anochecer y deja escapar a los más crueles y despiadados seres, quienes surcan los cielos como ráfagas de fuego, buscando aquello que han de comer. Atormentan poblados enteros, cobran vidas inocentes, ellas, las brujas, no son felices hasta que no satisfacen su ansia de hacer daño, su espíritu de maldad, aliadas de Satán, hijas del infierno, después del aquelarre, salen a destruir, a burlarse, a matar…
Pocas pruebas hay de su existencia, los mitos, la superstición, es lo que las mantiene vivas, solo hay dos hombres quienes han convivido con ellas, quienes se han acostado con ellas y que al descubrir el terrible sello impreso en sus almas, aquel que solo tienen los hijos de la oscuridad, han muerto, no sin antes, poner en evidencia pública los daños causados por estos monstruosos seres.
Fue en el año de 1900, cuando comenzaron los sucesos extraordinarios en nuestro pueblo,
diario, las víctimas aumentaban, los únicos afectados, eran los bebés, seres inocentes, que nada malo habían hecho al mundo, amanecían desangrados, con una marca de quemadura en el cuello. Lo peculiar en todos los casos, es que los niños atacados, eran recién nacidos, ninguno bautizado aún; en un lugar donde la religión tiene el papel más importante, ese tipo de cosas no se tomaba como mera coincidencia.
El cura del pueblo, Monseñor Irriarte, era atacado frecuentemente con preguntas que no sabía contestar, los hechos que atacaban al pequeño poblado, se adjudicaban a un castigo divino, era la única respuesta que el clero podía dar: “hijos míos, todos ustedes no han llevado una vida como Dios manda, sus actos, no son bien vistos ante los ojos de Dios nuestro señor, El, en su infinita sabiduría, nos ha mandado un ángel, para que lleve a su reino a estos pobres niños, ya que Él piensa, que así como son todos ustedes, no es conveniente dejarlos aquí”. No había más explicación que esa. Todo el pueblo se la pasaba pensando en sus actos malos, todos querían confesarse, arrepentidos, llegaban a la parroquia de San Pedro de
rodillas, sangrando, pagando la culpa de sus pecados.
El pueblo de Ahuacatlán estaba muy cerca del nuestro, constantemente ambos pueblos se juntaban para comerciar, los arrieros eran los encargados de transportar los productos de un pueblo a otro, entre ellos había dos muy respetados: Juan Ignacio y José. Ambos indios de nacimiento, forjados bajos los rayos inclementes del sol, labrando las tierras, trabajando como todo hombre de campo. Arrieros recientes, reconocidos por su valor, eran capaces de ir a donde otros no se atreverían, la noche, tiempo de mal augurio para todos, era para ellos el tiempo favorito para viajar.
Es así como les fue encomendada una misión muy importante, debían avisar al pueblo vecino de los recientes acontecimientos en Zacatlán, a fin de que estos cuidaran a los recién nacidos, era necesario el bautizo, según decía el señor cura, no dudaban que Dios quisiera castigar por su comportamiento también al pueblo vecino.
Nuestros personajes, como ya lo hemos dicho, se caracterizaban por su valor, y en aquel
momento ningún otro hombre se atrevía a recorrer el camino que estos valerosos hombres estaban a punto de empezar.
La tarde caía, el sol se apagaba lentamente, para dar paso a la luz pálida de la luna. El par de valerosos hombres solo había recorrido la mitad del camino, uno de los caballos se rehusaba a continuar, no había otra cosa que hacer, tenían que pedir posada para pasar la noche, su animal posiblemente estaba enfermo y necesitaba un descanso, pero estaban a la mitad de la nada, su esperanza estaba perdida, cuando alcanzaron a ver una pequeña casa a medio kilómetro, la alegría inundó el rostro de ambos compañeros y se pusieron en marcha a la casa.
Llegaron. Una muchacha de unos 25 años les abrió. Le explicaron la situación en la que se encontraban, y la muchacha llamó a su madre. Señora que se veía joven aún, con un carácter fuerte, parecía imposible convencerla de que Juan y José se quedaran ahí esa noche. Juan era un joven apuesto, tenía 23 años, traía locas a muchas jovencitas en el pueblo, y a la hija de la dueña de la casa no le parecía mal, así que esta intercedió para que se quedaran.
Solo hay una regla en esta casa: dormirán en el granero, y por ningún motivo durante la noche pueden acercarse a la casa.
Era la mejor oferta que tenían, loas arrieros aceptaron gustosos, sabían que dormir en un granero era significado de una mala noche, pero peor era dormir en pleno campo, y peor aún con el “ángel de Dios”, rondando en las noches.
* Compadre… ¿qué misterio se traerán las locas estas?
* No lo se compadre, yo note muy rara a la señora.
* Pero no me vas a negar que la hija esta muy…
* Silencio compadre, ¿oyes?
* Si compadre, están hablando, mira, se puede ver por ese agujero.
* ¿Crees que sea correcto?
* Y tú dime… ¿Crees que sea correcto que nos tengan en este lugar?, ni de cenar nos dieron, tu me conoces compadre, no soy ingrato con los favores, me gusta pagar lo que debo, incluso voy a pagarles mañana por el
hospedaje… pero con estos tratos de animales, ¿crees que me da gusto?
* Tienes razón compadre, vamos a ver que tanto dicen estas viejas locas, igual y hasta acabas matrimoniado, jajaja.
Se pusieron a espiar por la rendija, su asombro fue muy grande cuando vieron el hogar de la madre y la hija que los habían acogido, todo estaba tapizado con objetos sexuales. Tenían escobas cuyo mango terminaba en forma de falo, miembros artificiales, aparatos para “auto-satisfacerse”, y demás…
* ¡Si que les afecta vivir solas!
* ¿Y si sacamos provecho de esto compadre?
* Yo con la hija y tú con la madre.
* No le aunque, yo me aviento.
Tocaron a la puerta, inmediatamente abrió la joven, se asombro de ver allí a los dos compañeros, los hacía dormidos en el granero.
* Por favor váyanse, no nos gusta que nos interrumpan cuando estamos…
* Si señorita, ya vimos lo que estaban haciendo…
* Pero…
O pretendían hacer, lo que queremos mi compañero y yo… es ayudar, es mejor tener a un hombre de verdad, que a un aparatejo de esos que tienen ahí de madera…
* Se equivoca señor… - interrumpió la madre de la joven – ese… aparatejo, como usted lo llama, no falla antes de cumplir su misión – una sonora carcajada se oyó.
* Ahora… - agregó la joven – que si están dispuestos a soportar lo que nuestros “juguetes” pueden, adelante. ¿No lo crees madre?
* Tienes razón hija, ¿Qué dicen?, ¿lo pueden hacer?
* Nos cansamos de que si doña.
Los hombres entraron, hicieron suyas a las mujeres, fue algo inesperado, nuevo para ellos, ambas (madre e hija), parecían no saciarse con nada, ellas lo disfrutaban, pero no como ellos pensaron que lo harían, lo que comenzó como un juego erótico de la muchacha, se convirtió en una total orgía, donde los que acabaron agotados, fueron los arrieros, dormidos sobre la cama de estas singulares damas.
Despertaron una hora después, se llevaron una sorpresa al verse desnudos en una cama, luego se acordaron de lo ocurrido, y se enorgullecieron de lo que había pasado.
* ¿Dónde habrán ido?
* No se compadre… a lo mejor allá abajo con sus “juguetitos”, ¿Las alcanzamos?
* Ya vas compadre.
Bajaron despacio las escaleras, a la mitad de camino se quedaron pasmados, la madre y la hija estaban sangrando, ambas, se habían quitado una mano y un pie, y los habían depositado en forma de cruz frente a un viejo caldero. Eso no era todo, cada una agarró una gallina y pronunciando algún conjuro le arrancaron las patas poniéndolas en donde faltaban sus miembros; una vez hecho esto, tomaron las escobas en forma de falo, y ahí, ante los ojos sorprendidos de los huéspedes, transformaron su materia en ráfagas de fuego y salieron volando por la ventana.
Los compadres se quedaron anonadados ante lo que acababan de ver sus ojos, no sabían qué hacer, en ese momento recordaron las viejas leyendas que sus madres les contaban acerca de las brujas, esta vez, no había duda alguna,
estaban ante un par de ellas, acababan de poseerlas, y habían presenciado su transformación. Ahora sabían quienes eran las culpables de los bebés muertos.
* ¿Qué hacemos compadre?
* Ni modo de quedarnos aquí, yo tengo rete harto miedo.
* Pues vámonos.
Ambos se vistieron rápidamente y se disponían a correr…
* Nadie nos va a creer esto en el pueblo compadre.
* No tenemos pruebas.
* Si compadre, si las tenemos – al decir esto, Juan agarro los amputados miembros de las brujas y con ellos alimentó la lumbre del caldero.
* ¡Bien pensado compadre!
Corrieron por uno de los caballos y lo montaron, estaban temblando de miedo, veían bolas de fuego acercarse y sabían quienes eran; hicieron correr al caballo a todo galope, lo reventaron al llegar al pueblo, el pobre animal escupía sangre, pero esto a los amigos los tenía sin cuidado fueron a tocarle y a gritarle al señor
cura, quien al escuchar atento el relato, convocó a todo el pueblo con un toque de campanas.
El pueblo, enardecido como todo mundo lo estaría ante semejante situación, fue enseguida a la casa de las brujas, donde las encontraron, tal y como los arrieros les habían dicho, con extremidades amputadas.
Bastaron 3 descargas de rifles sobre cada una para poner fin a su vida, la gente quería vengar la muerte de sus pequeños, no tuvieron piedad alguna con los cadáveres de las mujeres, los cuales fueron pateados, apedreados, pisoteados…
* Ahora hijos míos solo nos queda acabar con alguien más, este par de bribones, quienes tuvieron relaciones carnales con ese par de asesinas, deben de morir también, ahora, ya están malditos.
Así lo hicieron, el pueblo entero, mató a palos a los dos amigos, que en vez de ser vistos como héroes al descubrir el secreto de las brujas, fueron vistos como criminales ordinarios, y como tales murieron.
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