domingo, 24 de marzo de 2019

Las mocedades del Cid

De Laín Calvo y Nuño Rasura, los jueces que personificaron un grave enfrentamiento
castellano contra los reyes de León, vino el linaje de Rodrigo de Vivar. Su padre fue
Diego Laínez, su madre Teresa Núñez y su padrino un clérigo llamado Pedro Pringos.
Siendo muchacho, Rodrigo le pidió a su padrino que le regalase un caballo, y éste
lo llevó a las cuadras y le dejó elegir el que más le gustase. Rodrigo escogió un potro
que no era el más hermoso de todos, por lo que su padrino se burló de él. El potro
provenía de la comarca leonesa de Babia y Rodrigo le puso de nombre Babieca.
Bajo el cuidado de su padrino, de su padre y de otros caballeros, Rodrigo llegó a
convertirse en un guerrero temible. Un día, mientras recorría el condado de Castilla
en busca de aventuras, Rodrigo se encontró con el conde de Gormaz. Ambos
caballeros se retaron en duelo, y el conde perdió la vida en la pelea.
La condición de gran luchador de Rodrigo se hizo aún más notoria poco después,
con ocasión de invadir cinco reyes moros el oriente castellano. Los reyes moros se
hicieron con numerosos cautivos y muchas cabezas de ganado, pero en Montes de
Oca, cuando regresaban a sus reinos, les salió al paso Rodrigo con el ejército
cristiano que había conseguido reunir y derrotó completamente a los invasores,
aunque permitió que los cinco reyes regresasen a sus tierras tras reconocerse vasallos
y tributarios suyos.
Ya era famoso el nombre de Rodrigo en la corte cuando Jimena Gómez, la hija
menor de aquel conde Gómez, señor de Gormaz, que había muerto en duelo frente a
él, llegó ante el rey para pedirle que le diese a Rodrigo por esposo, en compensación
del padre que el joven caballero le había quitado. El rey avisó a Rodrigo de que debía
presentarse ante él, y así lo hizo Rodrigo, acompañado de cuatrocientos caballeros,
unos vasallos suyos y otros de sus parientes y amigos.
El rey recibió a Rodrigo con mucha solemnidad, lo que suscitó la envidia de
ciertos nobles. Luego, el rey le comunicó a Rodrigo que Jimena Gómez, hija del
conde de Gormaz, a quien había quitado la vida, estaba dispuesta a perdonarle
siempre que se casase con ella. El rey añadió que él se sentiría muy complacido de tal
boda y que le concedería a Rodrigo muchas mercedes. Rodrigo repuso que, como leal
vasallo, obedecería al rey en todo lo que le mandase.
El obispo de Palencia casó a Rodrigo de Vivar y a Jimena Gómez, y el rey, tras
celebrar las bodas con muchos festejos, les regaló tierras que acrecentaron las que
tenían. Luego Rodrigo, sin consumar el matrimonio, llevó a Jimena a casa de su
madre, donde la dejó, con la promesa de vencer en cinco batallas campales antes de
hacerla su mujer. Y se preparó para marchar a la frontera con los moros.
Mas la primera pelea en la que le correspondió participar no iba a tener a los
moros como adversarios, sino al rey de Aragón, que disputaba con el de León, señor
de Rodrigo, la propiedad de Calahorra. Así, en nombre de su rey, Rodrigo debía
enfrentarse a Martín González, campeón de los aragoneses.
Mientras se determinaba la fecha del combate, Rodrigo decidió peregrinar a
Santiago, y en el camino no dejaba de dar limosna a los mendigos y ayudar a los
necesitados. Siguiendo su peregrinación, un día encontró un leproso atrapado en un
tremedal, que pedía ayuda a voces. Rodrigo no solo salvó al leproso sino que,
montándolo en su caballo, lo llevó a su posada y lo sentó a su lado, entre sus
caballeros, y le dio de comer de su mismo plato, lo que molestó mucho a los demás
comensales, que se retiraron. Luego, Rodrigo se llevó al leproso a su alcoba y, tras
mandar preparar una cama, se acostó con él.
Cuentan los juglares que, a la medianoche, cuando Rodrigo dormía, sintió a sus
espaldas un fortísimo resoplido, pero que al volverse no encontró al leproso que debía
de estar compartiendo su lecho. Más tarde, desvelado por la extraña desaparición,
recibió la visita de un hombre vestido con una túnica luminosa. Aquel hombre resultó
ser san Lázaro, que había tomado la figura del leproso. Le dijo que, por haber
encontrado en Rodrigo tanta caridad, Dios le había concedido el don de sentir en las
espaldas aquel fuerte resoplido que lo había despertado, siempre que la empresa que
fuese a acometer tuviese visos de terminar felizmente.
Y con aquel buen augurio, Rodrigo de Vivar continuó su peregrinación, llegó a
Compostela, luchó en su día contra Martín González y lo derrotó y salió victorioso de
todos los combates que se había impuesto como prueba antes de estrechar el amoroso
cuerpo de Jimena Gómez y emprender las nuevas empresas que acabarían
otorgándole el sobrenombre de Cid Campeador.

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