Zacatlán es un pueblo grande, lleno de atractivos, lugares hermosos, digno de ser llamado paraíso, sobre todo un lugar cerca del río, una porción de tierra, habitada por la gente más noble de toda la región. Era la hacienda de don Julián.
Vivía con su hija María de 16 años, se había separado de su esposa y la niña había decidido irse a vivir con su padre; como todos los planes de la juventud, esta resolución tenía algo más oculto, la razón por la que Maria fue a vivir con su padre era Justino, hijo del capataz de la hacienda. Muchacho 5 años más grande que ella, con el que había crecido, compañeros de juegos de toda la vida, compañerismo que ahora se tornaba en amor.
Era un amor puro como el de todos los jóvenes, conducido por la locura y la pasión, el bosque había sido varias veces testigo de la entrega suprema de ese amor tan grande que se tenían ambos, amor que era fantasía, los dos lo sabían, el padre de María jamás aceptaría a Justino c
acababa con la felicidad momentánea de los jóvenes amantes. Aunque lo que era motivo de tristeza para unos, era motivo de felicidad para otros, en este caso para Cecilia, una eterna enamorada de Justino. Que sentía unos celos terribles por Maria, odiaba a esta al grado de desear su muerte, quería a Justino para ella sola, no le importaba como, pero su objetivo era hacer que su amado se enamorara perdidamente de ella, tal como ella lo estaba de él.
Cecilia era la mujer más odiada en todo el pueblo, sus aires de grandeza, la hacían presumida e insoportable, ante los ojos de todos era una presumida, el único que la toleraba era don Julián, quien había sido su protector, la encontró abandonada casi recién nacida, se apiadó de ella y la adoptó como hija suya, y fue por causa de ella que su esposa lo había abandonado. Le tenía un cariño ciego, totalmente entregado a ella, era su todo, la quería más que a la misma María que era hija de su sangre, y a quien no le demostraba nunca el más mínimo afecto, lo único que le interesaba era buscarle un buen partido para casarla y que la nobleza de su apellido no se perdiera. Pensaba por su hija, le presentaba
pretendientes con buena posición, pero ninguno de estos le interesaba a María, ella, estaba totalmente entregada en cuerpo y alma a Justino, no tenía ojos para nadie más.
Una tarde Cecilia llegó con su padre adoptivo con el firme propósito de acabar con el romance que su hermanastra tenía con Justino.
* Padre, quiero hablar contigo…
* ¿Qué sucede nena?
* Es que…
* ¿Qué paso?
* No quiero que te enojes con María
* ¿Por qué me iba a enojar con ella?
* …
* ¿Ha hecho algo malo?
* La vi con Justino… el hijo del capataz en el campo… se besaban y…
* No digas más…- Dio un golpe en su escritorio.
* Papito… no te enojes
* Tranquila mi niña, tu no tienes nada que ver en esto, ¿Dónde esta tu hermana?
* En el campo, cerca del río, los acabo de ver a los dos.
Don Julián salió, montó el primer caballo que vio y partió a todo galope hacía el río. En el trayecto estaba pensando en qué castigo darle a su hija, y cual al mequetrefe que se había osado meter con su hija. Llegó al río. La joven pareja estaba tendida en el campo observando el cielo.
* ¿Qué esta pasando aquí?
* ¡Don Julián!
* ¡Padre!
El viejo tomo a su hija y la subió al caballo, iba con la cara llena de lágrimas, sentía que la vida se le iba, ya no se preocupaba tanto por ella, le asustaba saber qué le haría su padre a Justino, su amado, el único ser en el mundo que era capaz de amar.
* Contigo… Al rato termino, espero que seas hombre y no huyas como cobarde.
En todo el camino don Julián no paró de maldecir, su hija de llorar; ambos estaban destrozados, aunque en muy distinta forma.
* ¿Qué era lo que pensabas?
* Papá… yo…
* Nada de “papá”, tú no tienes padre… lo traicionaste y lo mataste interiormente, pero esto se acabo. ¿Me oyes?, no volverás a ver al fulano ese, mañana mismo te largas con tu abuela a México.
* No papito, ¡por favor!, él y yo nos amamos
* ¿Se aman?, que tierno, pues a mi no me importa en lo más mínimo. Me ha costado trabajo conservar un apellido noble, como para que lo mancilles con tus estupidas fiebres juveniles. ¡Lárgate a tu cuarto, y de ahí no sales hasta mañana!
María obedeció, no tenía muchas opciones, respetaba a su padre más que a nadie, fue a su habitación con el rostro empapado por el llanto, estaba destrozada, muerta, ya no era la misma María, algo le faltaba: Justino.
Puso llave a la habitación y se tendió sobre la cama para descargar aún más su llanto; solo pensaba en Justino, lo amaba, lo necesitaba. Una mano le tocó el hombro, la hizo brincar de la impresión. Una sonrisa se dibujó en el
rostro de ambos y los dos cuerpos se fundieron en un abrazo.
* ¡Mi amor!
* ¡Mi vida!
* ¿Qué paso?, ¿qué te dijo tu padre?
* Mañana me envía a México
* Si es que da contigo mañana…
* ¿Qué quieres decir?
* ¿Me amas?
* Sabes bien que si…
* ¡Fuguémonos esta noche!
* ¡Es una locura!
* Pero es la única solución…
* Tienes razón…
Maria se apresuró a empacar unas cuantas de sus cosas, solo lo que pensó le sería útil en un viaje. Su ropa era lo único que había puesto en la maleta. No escribió una carta explicatoria como se acostumbra en los casos de fuga, simplemente tomó sus cosas, le imprimió un beso en los labios a Justino y ambos saltaron por la ventana. Ninguno miró hacia atrás. Corrieron hasta perderse en el horizonte.
Al día siguiente don Julián fue a despertar a su hija, al no encontrarla en su cama se alarmó,
con un grito llamó a todos en la hacienda, en unos instantes todos cumplían la orden de buscar a la niña María por cualquier lugar.
* ¡Magdaleno! – Gritó don Julián
* Dígame patrón
* ¿Dónde carajos está tu hijo Justino?
* No lo se Señor, ayer salió en la noche, me dijo que iba a probar suerte en otros lados, que no le gustaba el campo y que por eso se iba
* ¡Con mil demonios!, ¡Me lleva la…!
* ¿Sucede algo patrón?
* ¿Qué si sucede algo?, ¡Claro que sucede algo!, tu maldito hijo se escapó con mi hija
* ¿Qué pasa papito? – dijo Cecilia con voz adormilada – Escucho demasiado alboroto.
* Tu hermana, hija… ha manchado nuestro apellido, se ha fugado con el infeliz de Justino
* ¿Qué dices?
* Si hija, tu hermana se ha ido.
* Pero… ¡No puede ser!
Cecilia se dio cuenta del error que había cometido, en lugar de separar a la pareja, los
unió más. Sintió desfallecerse cuando se enteró que Justino se había llevado a su hermana.
Justino tenía que ser solamente de ella, no le importaban los medios para apoderarse del amor de este, una semana entera se la pasó en su habitación pensando en un plan para que su hermanastra regresara… y con ella Justino. ¡Por fin dio con el plan perfecto!, si su padre moría, María tendría que venir, después de todo, ella quería mucho a don Julián, y un asesinato bien valía la pena por tener a Justino a su lado.
Don Julián no comía, no dormía, estaba destrozado. Una tarde, Cecilia preparó la comida, se la llevó personalmente a su padre adoptivo.
* Anda papi… come algo – suplicó la joven.
* No hija… gracias, no tengo hambre.
* ¡Por favor!, hazlo por mí, yo misma preparé la comida para ti.
* Esta bien hija, solo por ti.
Don Julián comió todo lo que Cecilia le había llevado, esta esperaba a lado de su padre. Un
fuego intenso comenzó a recorrer el estomago del viejo, el dolor se hacía muy intenso.
* Hija… siento que me muero – murmuró el viejo - ¡Llama a un médico!
* Para nada viejito… tus días se acabaron…
* ¿Qué? – Dijo sorprendido
* Si te mueres, viene María, y trae consigo a Justino que ha de ser solo mío y de nadie más.
* ¿Cómo pudiste?... Te maldigo a ti, y maldigo este maldito lugar donde te encontré. Nunca nadie podrá conocer la felicidad sobre esta tierra, tu la has maldecido con tu presencia… - La voz del viejo se ahogó y en instantes expiró.
* Para lo que me importan a mí las maldiciones. Lo único que me interesa es que mi querida hermanita traiga consigo a mi hombre. Antes tengo que hacer pública la muerte de este vegete. ¡Magdaleno!.
* Mande uste’ señito
* Mi padre… - fingió llorar – mi padre ha muerto… traiga un cura y arregle el entierro lo más pronto posible.
* Si seño, como uste’ mande
El plan de Cecilia dio resultado, al día siguiente cuando ella estaba preparando el funeral de su padre, se aparecieron en la puerta Justino y María.
* Supe que mi padre había muerto – dijo María
* Así es hermanita, se nos fue… murió de tristeza…
* ¿Podemos quedarnos el día de hoy?
* Claro, esta siempre será su casa.
* Justino, quieres ir a traer mis cosas en lo que platico con mi hermana.
* ¡Por supuesto mi amor!
Cecilia acompañó a María hasta su habitación, lo tenía todo planeado, una muerte fue fácil, otra más sería pan comido. Abrió el cuarto María, y Cecilia se abalanzó sobre ella, llevaba puñal en mano y lo enterró a su hermana en el pecho; María sin oponer resistencia, murió en el acto.
La infame hermanastra, puso el puñal en manos de María, salió y cerró el cuarto.
* ¿Dónde esta Maria?
* No lo se Justino, me dijo que la esperara aquí, entró a su cuarto
* Voy a verla
Cuando Justino entró, cayó de la impresión, María estaba completamente desangrada, y él estaba ahí, impotente para poder hacer algo, su amada se había quitado la vida y nada podía hacer.
* ¿Por qué mi amor? – sollozó – no importa mi reina, juré que siempre íbamos a estar juntos, y ni siquiera la muerte nos va a separar.
Justino tomó una pistola que llevaba en el cinturón y se pegó un tiro en la sien, su cabeza fue perforada al instante, atravesada por aquel proyectil que lo privó de la vida y lo iba a reunir con su amada María. El disparo se oyó en toda la hacienda. Cecilia corrió al cuarto de María y casi se vuelve loca al ver a su hermana yaciendo muerta junto al cadáver de aquel a quien las 2 habían amado tan fervientemente.
* ¡Maldición!, A los dos los maldigo, jamás serán felices, pasarán la eternidad buscándose,
día que lo hagan, ya no tendrán interés el uno por el otro.
Los criados acudieron para averiguar qué había pasado y al ver ahí a Cecilia, la denunciaron ante las autoridades como autora de un doble homicidio.
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