Muchos son los asesinos que andan caminando libre por la vida. Sus caminos son desdichados, algunos encuentran la fortuna, otros la desgracia; los motivos para matar a una persona son muy variados, ya sea por necesidad, error, o simplemente por el puro placer de acabar con la vida de alguien. Tal era el caso de Fernando de la O. Español, habitante de Zacatlán hacía apenas unos meses. Joven, ambicioso, con ínfulas de grandeza, muy excéntrico. Gustaba por las buenas artes: música, pintura, pero sobre todo la literatura; era escritor.
Había elegido Zacatlán como lugar de residencia a raíz de varias visitas efectuadas en sus vacaciones a ese lugar tan hermoso; 3 años antes, ese pueblo había dado la inspiración a Fernando para su libro más exitoso: “Crimen y placer”. Hablaba de un asesino serial en aquel pueblo, nadie de ahí lo había leído; pero todos sabían que aquel respetable señor (loco, como muchos lo llamaban), había dado a conocer al mundo entero que Zacatlán existía, que era hermoso y había que visitarlo. Es por eso que muchos lo respetaban, otros lo admiraban y
los que lo conocían más de cerca le temían. No era para menos, el aspecto de aquel joven era tétrico; delgado (casi en los huesos), pálido, acostumbraba a usar barba de candado, la mirada profunda, capaz de adivinar el pensamiento, bajo sus ojos cafés, parecía tener un detector que lo alertaba cuando la gente le mentía, su cabello era largo a media espalda. Pero lo que más resaltaba al verlo siempre, era su estilo para vestir, muy europeo; la ropa siempre la misma; pantalón de vestir negro, camisa blanca, chaleco negro, saco negro… y cuando salía, nunca olvidaba una capa para cubrirse y un sombrero de copa; vestimenta que le había otorgado entre los habitantes de Zacatlán el apodo de “El vampiro”.
En el pueblo era muy popular, acostumbraba asistir a todos los eventos sociales, se mezclaba entre la más alta sociedad; más de una mujer en el pueblo quería ser la esposa de aquel extraño personaje, todas platicaban de lo guapo e inteligente que era. Las madres arreglaban con esmero a las hijas cuando sabían que Fernando iba a estar presente en alguna reunión.
Contar todos los aspectos de la vida del joven de la O, sería bastante largo, su vida como lo
hemos dicho, no era pasiva, pasaba de juerga en juerga, vivía en las fiestas, reuniones, y un sin fin de lugares; inclusive llegar a contar su vida sería tedioso, limitémonos a relatar la parte que nos interesa, el lado oculto, el lado asesino que todos llevamos dentro, pero que Fernando lo había desarrollado como un maestro, haciendo del asesinato un arte. Relatemos pues, el primer asesinato cometido en Zacatlán, ejecutado por la mano de este mensajero de la muerte, contratado por el diablo para finiquitar la paz de un pueblo entero.
A finales del noveno mes del año de 19.. Fernando de la O. se había decidido a ofrecer una fiesta en honor a su onomástico. Solamente la gente de más clase en el pueblo había sido invitada a tan grande evento. Ningún invitado faltó a la cita en la hacienda del famoso escritor. Todos querían congraciarse con aquella figura.
La casa de la hacienda tenía el estilo gótico europeo, con mucha tendencia a parecer castillo, Fernando había mandado derribar la antigua casa y construyó aquel coloso de piedra, visto en el pueblo como la casa más
ostentosa de los alrededores, enorgulleciéndose de que esa casa estuviera en Zacatlán. No había gente en muchos kilómetros a la redonda que no conociesen: el castillo del conde de la O. El título de conde se lo adjudicó Fernando al llegar a su nueva residencia, inventándose cualquier pretexto para hacerlo notar, siempre se presentaba como el conde de la O.
* Señor Conde, esta fiesta está excelente, los músicos son maravillosos. Gracias por la invitación.
* Este vino esta exquisito señor, ¿Es de su tierra?
* Los adornos son bellísimos Conde de la O. Tiene un gusto refinadísimo.
De este tipo de comentarios y más lisonjeros aún, eran los únicos que recibía esa noche Fernando de la O. La gente admiraba su buen gusto, su esmero en la preparación de la fiesta, sus preferencias musicales y demás. El reloj tocó la onceava campanada de la noche, un ujier anunció la llegada del presidente municipal y familia.
La mirada del conde se dirigió a la hija del presidente; sus ojos quedaron hipnotizados
con cada movimiento de la tierna muchacha de escasos 20 años. Durante la siguiente hora, los ojos y la mente del conde no tuvieron más presa que aquella mujer.
* Permítame presentarme señorita, soy el Conde Fernando de la O. Soy su anfitrión esta noche y también admirador de la belleza que rodea todo su ser.
* Sabía que era escritor, pero no pensé que se dedicara a la poesía. – Respondió la joven coquetamente.
* Cualquier ser se vuelve poeta al ver tan encantadora flor, de la cuál quisiera saber su nombre.
* Mi nombre señor conde, realmente poco importa…
* Aún así, ardo en deseos de conocerlo… Por favor.
* Usted puede llamarme simplemente… “siempre”…
* ¡Siempre!, esa es una palabra muy injusta señorita, una palabra cuyo significado no existe en el parámetro humano.
* Precisamente señor conde… yo no existo para los humanos…
¡Eso es imposible!
* Estoy tan segura de ello que algún día retaré a la muerte de frente… ganaré y permaneceré aquí en este mundo por la eternidad.
* ¿Está usted segura?
* Tan segura, como de que usted quiere bailar conmigo, y de que si no me lo propone ahora, más tarde perderá su oportunidad.
* ¡A bailar pues!
Dieron las doce, todos brindaron por la vida del escritor, los abrazos se hicieron llegar. El conde solo esperaba la de una persona: Siempre. Fue la última en abrazarlo, le dio un beso en la mejilla y le susurró al oído, de tal manera que nadie se percatase.
* Querido conde, ¡muchos días de estos!, lo espero en media hora a orillas del puente que cruza el río.
* Ahí estaré pequeña – Dijo el conde con una sonrisa esbozada en el rostro, una sonrisa con toque maquiavélico de la cuál “siempre” no le tomó importancia. Apenas había visto ese día a su anfitrión, y no lo conocía lo suficiente
para juzgar las expresiones faciales del mismo.
Fernando desapareció del salón. Subió a su habitación, escondió unos artefactos bajo su capa y salió por una puerta secreta, oculta detrás de la cama. Caminó rumbo al bosque, a encontrarse con aquella mujer misteriosa, que lo había cautivado.
Llegó despacio, sin hacer ruido, por un camino que solo él conocía; se detuvo en un árbol y miró… “Siempre” lo estaba esperando, la misma sonrisa maquiavélica se dibujo en los labios del conde y rodeó camino para sorprenderla por detrás. Le cubrió los ojos con una venda que llevaba, mientras tapaba su boca con la mano; después de ponerle la venda, cubrió la boca con un pañuelo.
¡Mira que belleza!, juraría que eres una Diosa, la Diosa del placer. Tal vez te parezca extraña esta forma que tengo de amar a alguien, pero no creo que tardes en acostumbrarte – Sonrió – cuando lo hagas no sentirás.
l conde miró aquella joven, tendida, con lágrimas ocultas por la venda, temblando de miedo. Ver esto lo excitaba. Sacó de su capa una filosa daga hindú, viejo regalo de familia; procedió a cortarle el cuello. “Siempre” expiró casi al instante. Muerta ya, el conde comenzó a cortar partes de su cuerpo, le desgarró la ropa, la desolló, cada capa de piel que quitaba encendía más la pasión de aquel hombre enfermo.
La muerta quedó únicamente con los músculos asomándose, la piel ya no existía, toda estaba a lado de su cuerpo, ya no tenía forma humana, esto causo el éxtasis del conde. Se quitó la ropa, hizo suyo aquel cuerpo sin vida, ese era su placer, disfrutaba de hacer el amor solo con mujeres muertas. La vida, era el peor defecto que las mujeres podían tener para el conde, para disfrutar del acto sexual, necesitaba sentirse único, sin nadie, su cuerpo le reclamaba cuerpos sin vida, lubricados en sangre, para bañarse a si mismo, y entonces después del clímax, purificar su alma con la sangre de la víctima.
De la O. terminó su “auto regalo de cumpleaños”. Dejó el cadáver ahí tirado, y partió como si nada hubiese pasado. Llegó a su
castillo por el mismo camino que horas antes recorriera, camino que solo conocían él, y el diablo. Se cambió de ropas en el cuarto, se dio una ducha rápida para eliminar la sangre de su cuerpo, y volvió a unirse con los invitados. Estos no habían notado su ausencia, para la gente de aquel lugar, era novedoso ver una fiesta europea, todos estaban más entretenidos viendo y analizando cada detalle de aquella reunión.
Eran ya las cinco de la mañana cuando el salón se comenzó a vaciar, los invitados habían quedado satisfechos, con una gran sonrisa daban las gracias y las buenas noches al conde.
* Señor conde… - preguntó el presidente - ¿No ha visto usted a mi hija?
* No señor, estuvo conmigo hace unas horas pero después de medianoche desapareció de mi vista.
* Ya la buscamos y no aparece señor…
* Tranquilícese amigo – dijo el conde consolándolo – aparecerá, tenga Fe en Dios
* Tiene razón señor, solo la justicia divina de nuestro creador puede reponerme a mi hija…
La puerta se abrió. Un hombre entró corriendo, fue directo a donde estaban el conde y el alcalde, estos no escondieron en lo más mínimo su extrañeza y se apresuraron a preguntarle al recién llegado el motivo de su intrusión tan violenta.
* Señor… ¡Su hija!... rápido… ¡No hay tiempo!... ¡Dios nos ampare! – dijo persignándose el intruso.
* ¿Mi hija?, ¿Dónde esta?, ¡Habla pronto!
* ¡Sígame señor! – Echó a correr, detrás de él iban el presidente y el conde.
En el lugar del crimen los curiosos no se hicieron esperar, antes de la llegada del presidente, el cuerpo de “siempre” estaba rodeado por muchas personas. El presidente llegó. Sus ojos fueron bañados por lágrimas de dolor y rabia, corrió a abrazar lo que parecía ser su hija.
EL CEMENTERIO 2DA PARTE DE ASESINATO EN EL RÍO
Pasaron los días, meses e incluso un par de años. La escena en la que dejamos al presidente se repitió en varias ocasiones; eran incontables
las muertes que habían tenido el mismo procedimiento de violación y desollación. La gente estaba furiosa, clamaba acción por parte de las autoridades. Estas no hacían nada. El pueblo se había quedado sin una sola mujer joven, las que aún quedaban ahí fueron mandadas a la ciudad. Cuando el pueblo quedó sin ninguna joven, algo nuevo comenzó a suceder… las tumbas eran profanadas y los cadáveres (algunos ya podridos), aparecían con huellas de violación.
Fernando de la O. Era inteligente, sabía que el pueblo no tardaría en descubrirlo, así que, comenzó a tramar una coartada, decidió simular un viaje. Excusándose ante sus amigos con el pretexto de que tanta muerte lo desolaba, estos le dieron el adiós y le desearon un buen viaje. Partió inmediatamente. No se equivocaba, a su partida, muchos sugirieron que el era el autor de tan horrendos crímenes.
Las autoridades trataron de apaciguar a los que sostenían esta teoría. Lo lograron con mucho trabajo, hicieron un trato con aquella gente: Si los sucesos continuaban después de que “el vampiro” se había alejado del pueblo, quería decir que este no era el causante de tanta muerte; pero si todo se calmaba, el conde tenía
que pagar con su vida aquella afrenta al pueblo. Esperaron la noche.
Era ya de noche, una sombra apareció en el cementerio, estaba vacío, entró sigilosamente, buscó una tumba, la tumba donde yacía la primer mujer que lo había cautivado en aquel pueblo, buscaba la tumba de “siempre”. No le fue difícil encontrarla, había acudido al entierro años atrás.
El visitante cavó hasta dar con el ataúd, lo sacó con extremo cuidado. Lo abrió. Un cadáver descompuesto estaba ahí tendido. Inundado por gusanos, el olor era fétido, casi insoportable, pero esto no le importo a aquél extraño; no conforme con profanar una tumba, profanó también aquel cuerpo que no era ya más que materia muerta, lo ultrajó por segunda vez. Con aquel cadáver satisfizo sus bajos instintos.
A la mañana siguiente el pueblo entero recorrió el panteón. Un gritó convocó a todos. El mismo los estremeció. Los hizo temblar:
* ¡Otra tumba ha sido profanada!
* ¡La hija del ex presidente!
* El asesino demente volvió anoche.
* Estábamos equivocados, “el vampiro” no fue.
* Si, él no pudo haber sido, anoche no estaba.
* Nosotros mismo lo acompañamos a la central de camiones.
Dos meses enteros el pueblo siguió en la incógnita de no saber quién era el asesino y profanador de tumbas, aquel que no respetaba ni el descanso eterno de los muertos, ocupándolos como instrumentos de satisfacción.
El conde de la O. Regresó al pueblo, todos lo acogieron con esmero, el pidió informes del asesino, esperando que ya lo hubiesen agarrado, pero todos le dijeron que era un ser de otro mundo, que no habían dado con él.
Fernando se mostró consternado con la noticia, ofreció su apoyo y todos le agradecieron infinitamente. Seguía siendo la figura pública número uno de Zacatlán de las Manzanas Puebla. Todos seguían respetándolo como antes.
Estaba el conde acostado en su cama, su reloj indicaba la llegada de la medianoche, estaba agotado, esa noche no hizo su extraña visita al panteón. Fue justo a esa hora cuando una aparición estaba delante de él.
* ¡Siempre!
* ¿Me extrañaste? – pregunto la muchacha – Hoy no fuiste a visitarme, extrañé mucho tu visita… al igual que mis compañeras.
* ¡Esto no es posible!, Tú… ¡tú estas muerta! Yo te maté.
* ¡No has oído hablar de la vida después de la muerte?
* Pero…
Siempre, puso un dedo suyo sobre los labios asombrados del infeliz conde. Este miraba todo con asombro, se sentía prisionero en su propia pesadilla.
* Si te gusta hacer el amor con los muertos, piensa en lo que sentirás al hacerlo con un espíritu
* …
* Solo goza, y disfrútalo mucho, que pocos hombres saben lo que es tener a un espíritu entre sus piernas.
El conde hizo caso a las palabras de la bella siempre, más que por deseo, esta vez por temor, sintió aquella expresión como una orden impuesta como penitencia por su larga vida de crímenes. Siempre, le hizo el amor al conde como nunca se lo habían hecho, Fernando estaba totalmente satisfecho y complacido, ni siquiera en el cementerio había sentido tanto placer como el que ahora le brindaba aquel espíritu.
Las visitas de Siempre fueron diarias, el conde dejó de visitar el cementerio por las noches, prefería un millón de veces estar con su bella amante que con unos cadáveres inertes, ahora inútiles para él. Ya no le causaba la misma satisfacción tener relaciones con un cadáver que con su amada Siempre. Desde que la vio entrar por primera vez a su casa, supo que ella sería la mujer de su vida.
Al igual que todas las mujeres que se aman intensamente, Siempre, iba a ser la perdición de aquel hombre, aficionado por la necrofilia. Esto Fernando no se lo veía venir. Estaba tan feliz, tan contento, tan satisfecho, con aquel espíritu que cada noche venía a ofrecerse sin pedir nada a cambio. Esa noche llegó tan
puntual como siempre, a la doceava campanada, hizo su acto de aparición. El conde estaba ansioso y esperándola.
* Ya te esperaba – le dijo
* Ya lo se… - no puedes vivir sin mí, así como yo no puedo morir sin ti – el conde rió sin notar nada extraño, sin percibir el doble sentido de aquella frase.
* ¿Me amas?
* No vendría todas las noches si no lo hiciera… ¿Y tú? ¿Me amas?
* ¡Claro!, haría lo que fuera por ti mi bello espíritu.
* ¡Demuéstramelo!
* Pídeme lo que quieras… estoy a tus pies.
* No sé, no creo que seas capaz de hacer lo que quiero, dudo que me ames tanto como dices.
* Ponme a prueba y ya verás amor mío, pídeme cuanto te venga en gana, yo te complaceré en todo.
* Esta bien, esta noche nada de sexo…
* ¿Eso es todo?, nada más fácil…
* Eso no es todo…
* ¿Qué más deseas amor mío?
Mi cuerpo, hace mucho que no lo veo gozar, como gozó la primera vez que lo poseíste.
* No te entiendo…
* Quiero que mañana seas tú quien me busque, que vayas a mi tumba, que la profanes nuevamente, que saques mi cadáver y lo ultrajes de todas las formas posibles.
* ¡Hecho amor mío!, como muestra de mi amor, mañana acudiré a la cita, tan puntual como tú lo has sido por este tiempo.
* Ahí te esperaré, espero no decepcionarme.
* Te doy mi palabra de que no pasará eso.
* ¡Tu palabra!, ¿Cuánto vale tu palabra?
* El amor es un acto de Fe, confía en mí y yo no defraudare tu fe.
La noche siguiente llegó, el conde se preparó como en su primera cita, el amor lo embriagaba de tal forma que para él no existía ningún peligro, demasiadas veces había entrado al cementerio a profanar tumbas, que una más no le haría mal a nadie, al contrario, era la prueba del amor que tenía por Siempre, su bella y siempre amante.
medianoche era ya cuando el conde había profanado la tumba y procedía a sacar el cuerpo, acostumbrado a esos menesteres prosiguió con lo suyo, con un solo testigo, el espíritu de su amada que lo contemplaba poseer aquel que había sido su cuerpo durante su paso por la tierra de los vivos.
Esa misma noche, el antiguo presidente de Zacatlán soñó con su hija, lo llamaba urgentemente, estaba en el cementerio y lo necesitaba. El padre de Siempre se levantó agitado bañado en sudor. Tenía la facultad de ver las cosas futuras en sueños.
* Oficial, tal vez le parezca una locura, pero se que algo esta pasando en el cementerio.
* ¿Qué dice amigo?, es muy noche, yo no voy.
* ¡Es urgente!, ¿qué no entiende? ¿No sabe quién soy yo?
* Señor… perdón – se excusó al reconocer a aquel ex funcionario – ahorita mismo pido refuerzos.
El ex presidente y 12 policías estaban rumbo al cementerio, mientras ahí el conde se
encontraba extasiado con el cuerpo descompuesto de Siempre.
* ¡Maldito degenerado! – gritó el ex presidente con una cólera tremenda, al ver el cuerpo de su hija ultrajado, por uno de los hombres a quienes llamaba amigo.
El conde volteó asustado, intentó correr, pero se vio rodeado por los agentes de la policía, quienes lo detuvieron, impidiéndole a aquel criminal escapar. El padre de Siempre, se abalanzó sobre él, propinándole una golpiza que casi apaga la llama de vida del conde de la O. Dejándolo irreconocible, con la cara amoratada, y llena de sangre, los oficiales detuvieron al señor para que eso no acabara en un asesinato, que según ellos, consideraban poco castigo para aquel hombre que tenían entre sus manos. El señor se tranquilizó y accedió en llevarlo al pueblo para ser juzgado.
Llegaron al pueblo, el ex presidente tenía práctica para hablar, expuso a su gente el caso de aquel criminal y la forma como fue encontrado el degenerado asesino. Sin embargo, el pueblo no quería palabras, esta
vez, exigía sangre, tomaron venganza por sus propias manos.
Golpearon, apedrearon y asesinaron al conde Fernando de la O. dejándolo irreconocible, no quedó nada del cuerpo del necrófilo, que acabó con la paz del tranquilo pueblo. Tomaron los restos del infame y los quemaron, reduciendo a cenizas a aquel hombre. Después de esto, corrieron al castillo y lo derribaron, encontrando con asombro cadáveres incrustados en las paredes, cuyas almas, ahora podían descansar en paz. Su asesino, había muerto. Sus muertes, habían sido vengadas. Dios, había hecho justicia después de tanto tiempo.
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