miércoles, 6 de marzo de 2019

LA MADRE

Attar refiere esto: Cuando hubo ganado la guerra contra la India, el sultán
Mahmud recibió un esclavo como parte del botín. Lo adoptó y lo hizo hijo suyo, lo
honró más que a nadie y lo nombró su sucesor. Si quieres detalles de esta historia,
echa una ojeada al libro del sheij Attar.
Resumiendo: este niño, sentado en un trono de oro al lado del sultán vertía todos
los días lágrimas amargas. El sultán le preguntó:
«¡Oh, niño afortunado! ¿Por qué lloras? Todos tus deseos son complacidos y estás
cerca del sultán. Te sientas en el trono y los soldados, como el visir están a tu
servicio».
El niño replicó:
«Lloro porque me acuerdo de mi madre. Cuando ella quería reprenderme, decía
maldiciéndome: “¡Que el sultán Mahmud te lleve!” y mi padre se lo reprochaba
diciéndole: “¿Por qué lo maldices así? ¿No tienes más maldiciones que esas
imprudentes palabras?”. Y acusaba a mi madre de no tener corazón por tratar así a su
hijo. Esta disputa entre ellos no hacía más que aumentar mi pena y mi temor. Yo me
decía: “¡Qué arrebatado carácter debe de tener ese Mahmud para representar así el
temor y la calumnia!”. Yo vivía entonces temiéndote, ignorando todo de tus favores.
¿Dónde está ahora mi madre, ¡oh sultán del universo!? ¡Ojalá pudiera ella verme
ahora sentado en este trono!».
¡Oh, ignorante! Tu estado de pobreza es como el sultán Mahmud. Tu naturaleza lo
teme. Si conocieses su misericordia, rezarías a cada instante para que tu fin fuera
Mahmud. No escuches, pues, a tu madre Naturaleza que te induce a error. Si buscaras
la pobreza, llorarías hasta el fin del mundo. En lo que toca a la subsistencia,
seguramente tu cuerpo es para ti como una madre. Sin embargo, es más enemigo tuyo
que millares de enemigos.

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