Había antiguamente sobre la Tierra un hombre que estaba casado.
Tenía una hermana de la cual estaba enamorado y de la que se hizo su
amante, sin que ella supiese con quién tenía relaciones, pues no iba a
verla sino por la noche. Curiosa por saber quién era su visitante nocturno,
puso cerca de ella frutos de huitu, y cuando el hombre se presentó
junto a ella se los aplastó en las manos con el pretexto de acariciarle, se
los pasó por el rostro, reteniéndole junto a ella hasta la mañana siguiente,
con el fin de que el jugo de la fruta se pudiese secar.
Antes de la aurora, el hombre, que no quería ser reconocido, se fue,
pero al salir el Sol vio que su rostro estaba cubierto de manchas negras
de huitu y, avergonzado, a fin de no ser descubierto, se dispuso a volar al
cielo. Por eso, hizo con plumas dos abanicos y llamó al sara-pisku4 para
que le ayudase a volar. Al mismo tiempo había llamado a su mujer, con
el fin de partir con ella, pero ésta no consiguió estar preparada a tiempo:
tan pronto su anaku se desataba, tan pronto sus sacos de provisiones no
estaban llenos, tan pronto ella se olvidaba de algún objeto en la casa.
Entre tanto, el hombre veía cómo se iba elevando el Sol y cómo avanzaba
el tiempo, y desesperado de no ver arreglada a su mujer, le dijo:
-Yo me voy -y voló al cielo tocando la flauta. Voló y voló, cada vez
más alto, hasta que se hizo muy pequeño y se quedó en lo alto: él es la
Luna, y las manchas de huitu que aquel hombre tenía en el rostro son
las que se observan en el disco de la Luna.
En cuanto a la hermana parece ser que los padres, habiendo sabido
lo que ocurría, le dieron una seria corrección a base de golpes y se la
llevaron.
Pero la mujer, viendo que su marido la había abandonado, se convirtió
en pájaro nocturno, que no canta más que las noches de luna, y grita:
«¡Kusa-kusa!» (¡Esposo, esposo!) en cuatro notas descendentes bastante
tristes. Y dicen que es la mujer abandonada que llama a su marido.
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