Aunque la primera luz del alba comienza a anunciarse por las montañas del Este,
el valle permanece aún sepultado por la oscuridad y la bruma. Atrincherados entre las
peñas y los riscos que rodean la Cova Dominica, inasequibles al frío o al sueño, los
cristianos aguardan convenientemente desplegados. Apenas trescientos valientes.
Pelayo y los suyos esperan pacientes, con fría determinación, a un cuerpo de ejército
sarraceno compuesto por veinte mil hombres.
Mientras el velo opalescente de la noche se va quebrando Pelayo, descendiente
del rey Chindasvinto, recuerda. Sus ojos claros y fríos miran sin ver hacia el fondo
del valle. Su mente se traslada a las orillas de un río tinto en sangre, donde los
últimos caballeros que defienden al rey Rodrigo son pasados a cuchillo por las hordas
africanas. El último visigodo, víctima de la traición de Oppas y los hijos de Witiza,
apenas se sostiene en la montura. Un rey sin espada, con la armadura abollada por los
mandobles de las cimitarras enemigas, vaga sin remedio entre los muertos. Pelayo,
agotado y malherido, ve a lo lejos un caballo desbocado, sin jinete, que cruza el
malhadado río. Guadalete es el fin de la dinastía visigoda.
Pelayo recuerda tiempos de aflicción. Su captura y confinamiento en Córdoba, su
posterior huida en una noche sangrienta, el tortuoso camino hacia las montañas del
norte. Pelayo recuerda la desolación, la muerte, y el exilio que imponen a su paso los
fieles de Mahoma. España, feudo de Cristo, se ha perdido.
El visigodo irreductible llega a Cangas de Onís, al valle de agua. Bajo sus ropas
de pordiosero porta una espada y un crucifijo que cuelga del cuello. Bagaje
suficiente, si se tiene coraje, para sublevar a los nobles contra el dominio de la media
luna. El gobernador moro Manuza, en su cuartel general de Gijón, aún no lo sabe.
Pero la rebelión ha comenzado.
Del fondo del valle proviene un rumor sordo. Pelayo se incorpora y otea el
horizonte. Las columnas del Alkama se internan ya por los estrechos desfiladeros en
busca de las cumbres. Son una fuerza de choque aterradora. El godo sabe que va a
necesitar mucho más que valor para salir indemne de esta batalla. O Dios obra un
milagro o hasta el último palmo de tierra hispana quedará en manos del infiel.
Un sol tibio dispersa las últimas brumas de la madrugada. Los africanos están
llegando a las estribaciones de las posiciones cristianas. Todas sus fuerzas ocupan los
senderos que llevan a las cumbres, donde Pelayo y los suyos se preparan para la
embestida. El godo da la orden y una lluvia de flechas diezma la vanguardia
sarracena. Los honderos, con demoledora puntería, completan la faena. Las montañas
astures parecen cobrar vida y arrojan enormes peñascos por sus laderas que se
estrellan contra las filas mahometanas. El ejército omeya, atrapado en los estrechos
desfiladeros carece de movilidad. Alkama ordena a sus tropas que carguen a pecho
descubierto contra los rebeldes. El choque es brutal.
Cubiertos por los arqueros y los honderos, la infantería cristiana sostiene sus
posiciones como fieras. Los cadáveres musulmanes comienzan a contarse por
docenas. Pero su superioridad numérica hace imparable su avance y la resistencia
comienza a flaquear. Astures, galaicos, cántabros y vascones comienzan a ofrecer su
tributo de sangre por la libertad y por la Fe.
En el momento álgido de la batalla, el cielo se abre. La Virgen lleva entre sus
manos una cruz de roble y una extraña luz ilumina a los exánimes defensores de la
Cova Dominica. Pelayo sabe que Dios está con ellos y, tras arengar a los suyos, se
lanza sobre las filas enemigas. Imbuidos por una fortaleza divina, las tropas cristianas
contraatacan.
Una lluvia de flechas parece caer del mismo cielo sobre los asaltantes, que
comienzan a dudar. Ya no les parecen hombres aquellos montañeses, sino demonios.
Y el pánico creciente les hace retroceder desordenadamente. Decenas de hombres se
despeñan por los precipicios. Su jefe, Alkama, es herido de muerte. La desbandada
sarracena es total.
Apenas doscientos hombres rodean a Pelayo, el héroe de Covadonga. Elevan sus
espadas al cielo. Ha nacido el reino de Asturias. La reconquista de España ha
comenzado. Es el año de Nuestro Señor de 722.
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