Había una vez un enamorado notable por su constancia. Había pasado años con la
esperanza de reunirse con su amada. Ahora bien, un día, su amada le dijo:
«¡Ven a reunirte conmigo esta noche, que he preparado una gran fiesta para ti!».
Lo citó en un lugar convenido y añadió:
«Espérame hasta medianoche y vendré sin que tengas que llamarme».
El enamorado se alegró tanto que distribuyó limosnas, carne y pan entre los
pordioseros. Después corrió al lugar que su amada le había indicado y se puso a
esperar…
Cuando cayó la noche, llegó su amada, fiel a su palabra. ¡Descubrió a su amado
dormido! Recortó un trozo de tela de su vestido y lo puso en el bolsillo de su
enamorado con unas cuantas nueces.
Cuando, al amanecer, el enamorado descubrió las nueces y la tela en su bolsillo,
exclamó:
«¡Mi amada es fiel y constante! ¡Si estoy afligido, sólo yo tengo la culpa!».
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