miércoles, 6 de marzo de 2019

EL TESORO EN LA CENIZA

Bilal era esclavo de un infiel. Un día le dijo su amo:
«¿Por qué no dejas de invocar el nombre de Mahoma? ¿Cómo te atreves a
provocarme así?».
Y, bajo el ardiente sol, lo azotaba con un bastón espinoso. Bilal, sin protestar, se
contentaba con proclamar la unicidad de Dios.
Un día, Abu Bekr, compañero del profeta, pasó por allí y oyó las palabras
murmuradas por Bilal. Su corazón quedó inmediatamente conmovido y, en aquellas
palabras de unicidad, presentía el perfume de un amigo. Dijo a Bilal:
«¡Oculta tu fe a los infieles, pues es Dios el que conoce los secretos!».
Bilal le prometió actuar según sus consejos y se arrepintió de su actitud, pero,
unos días más tarde, al pasar de nuevo por allí, Abu Bekr oyó de nuevo el ruido de
los bastonazos y la voz de Bilal repitiendo la unicidad de Dios. Su corazón quedó
como lleno de fuego. Renovó sus buenos consejos y Bilal volvió a prometer no
reincidir. Todo esto continuó así durante mucho tiempo, pues, cuando el amor hacía
su aparición, las resoluciones de Bilal se esfumaban. Y, al expresar su fe, sometía su
cuerpo a una dura prueba. Decía entonces:
«¡Oh, mensajero de Dios! ¡Todo mi cuerpo y mis venas están llenos de tu amor!
¿Cómo podrían penetrar en ellos esas resoluciones? Ante la tempestad del amor, soy
como una brizna de paja y no puedo saber dónde me detendré. ¿Es posible a una
brizna de paja resistirse al viento del apocalipsis y elegir su dirección?».
Los que aman se han dejado apresar por un diluvio. Son como las muelas de un
molino y giran día y noche rechinando. Eso es un testimonio para los incrédulos de
que el río sigue corriendo.
Abu Bekr describió la situación de Bilal al profeta y le dijo:
«Este hombre es un halcón que se ha dejado coger en la trampa por tu amor. Es
un tesoro oculto en la ceniza. Unos miserables murciélagos torturan a este halcón.
Pero su único pecado es el de ser un halcón. Sucede con él como con José, al que
calumniaban sólo a causa de su belleza. Los murciélagos viven en las ruinas y ésa es
la razón de su rencor hacia los halcones. Esos murciélagos le dicen: ¿Por qué
recuerdas constantemente el palacio y el puño del sultán? ¡Nosotros estamos aquí en
el país de los murciélagos! Así que ¿por qué tanta presunción? ¡El cielo y la tierra
están celosos de nuestra guarida y tú la tratas de ruinosa! ¿Acaso tienes intención de
convertirte en sultán de los murciélagos? Acusándolo así, lo atan bajo el ardiente sol
y lo flagelan con ramas espinosas. Mientras que corre su sangre, él no hace sino
repetir: “¡Dios es único!”. Yo le he aconsejado muchas veces que oculte su fe y su
secreto, pero él ha cerrado la puerta a estas resoluciones».
Ser enamorado, resuelto y paciente al mismo tiempo es imposible. Pues la
resolución y el arrepentimiento son como el lobo y el amor como un dragón. El
arrepentimiento es atributo de los hombres y el amor es atributo del Creador.
El mensajero de Dios preguntó a Abu Bekr:
«¿Qué propones hacer?».
—¡Voy a comprarlo! dijo Abu Bekr, ¡Sea cual fuere su precio!
El profeta le dijo:
«Deseo que me asocies a esta compra».
Así pues, Abu Bekr se volvió hacia la casa del amo de Bilal. Se decía:
«Es fácil quitar una perla de la mano de un niño, pues los niños del deseo
cambian fácilmente su fe y su razón por unos pocos bienes de este mundo. Estos
cadáveres están tan bien decorados que los cambian por centenares de jardines de
rosas».
Abu Bekr llamó a la puerta de la casa y lleno de cólera, preguntó al amo de Bilal:
«¿Por qué maltratas a este amado de Dios? Si tú eres fiel a lo que crees, ¿por qué
guardas rencor a alguien que es fiel a su fe?».
El propietario de Bilal respondió:
«Si sientes piedad por él, sólo tienes que pagar su precio. ¡Cómpramelo!».
Abu Bekr dijo:
«Poseo un esclavo blanco que es un infiel. Su color es blanco, pero su corazón es
negro. ¡Cámbiamelo por este esclavo que tiene la piel negra, pero el corazón
luminoso!».
Hizo venir a su esclavo, que provocó la admiración del amo de Bilal, de tan
hermoso como era. Sin embargo, no cedió inmediatamente y aumentó sin cesar sus
pretensiones. Abu Bekr se rindió a todas sus exigencias y compró a Bilal. Cuando el
trato quedó cerrado, el hombre se echó a reír.
«¿Por qué te ríes?» le preguntó Abu Bekr.
El hombre respondió:
«¡Si no hubieses mostrado tanto deseo de comprar a este esclavo, habrías podido
obtenerlo por la décima parte! ¡No tiene gran valor, pero tu cólera ha hecho subir su
precio!
—¡Oh, imbécil! replicó Abu Bekr, ¡Unos críos cambian una perla por una nuez!
Para mí, este esclavo vale como los dos universos, pues yo veo su alma y no su color.
¡Si hubieras pedido más, habría sacrificado todos mis bienes! Si eso no hubiera
bastado, habría contraído deudas. ¡Tú no le has concedido valor alguno y lo has
vendido barato! Por tu ignorancia, me has dado un cofrecillo lleno de esmeraldas sin
saber lo que contenía. Acabarás lamentándolo, pues nadie habría desperdiciado
semejante oportunidad. Te he entregado un esclavo de hermosa apariencia, pero
idólatra. Conserva tu fe. Yo conservo la mía».
Y tomando a Bilal de la mano, lo condujo ante el profeta. Al ver el rostro de este
último, Bilal perdió el conocimiento y se puso a llorar. El profeta lo tomó en sus
brazos y le reveló sabe Dios cuántos secretos. Un pez acababa de encontrar de nuevo
el océano y es difícil describir tal acontecimiento.
El profeta preguntó a Abu Bekr:
«Te había pedido que me asociases a esta compra. ¿Por qué no lo has hecho?».
Abu Bekr respondió:
«¡Los dos somos esclavos tuyos! Yo no he hecho más que liberarlo en tu nombre.
¡Considérame como esclavo tuyo, pues yo no querría que me liberasen de ti! Mi
libertad es ser esclavo tuyo. Cuando yo era joven, tenía un sueño: el sol me saludaba
y me consideraba como amigo suyo. Me decía yo que ese sueño no era más que una
ilusión, pero, al verte, me he visto y, desde entonces, el sol ha perdido para mí todo su
atractivo».
El profeta dijo a Bilal:
«¡Sube a lo alto del minarete para entonar la llamada a la oración! ¡Ve a gritar lo
que habrías debido ocultar a tus enemigos! No tengas miedo, pues ellos son como
sordos. Se oye el ruido ensordecedor de los tambores y ellos dicen: ¿pero dónde oís
tambores?».
Los ángeles hacen a los ciegos el favor de llevarlos de la mano, pero los ciegos
consideran este favor como una tortura. Dicen:
«¿Por qué nos lleváis de acá para allá? ¡Quisiéramos dormir un poco!».
Los santos sufren todavía más tormentos, pues el Amado es muy caprichoso con
sus enamorados.
Ahora que has oído la historia de Bilal, sabe que su estado nada tiene que ver con
el tuyo. Él avanzaba y tú retrocedes. Tu estado es comparable al de aquel hombre a
quien preguntaban su edad. Él respondió:
«Tengo dieciocho años. Bueno, diecisiete. Quizá dieciséis o incluso quince…».
Su interlocutor lo interrumpió:
«¡Si continúas, vas a encontrarte de nuevo en el vientre de tu madre!».

No hay comentarios:

Publicar un comentario