domingo, 24 de marzo de 2019

Jaun Zuría

Andaban revueltos los jefes de los euscaldunas, euskaldunak, porque el caudillo de
todos, Lekobide, era ya anciano y había quien pensaba que convenía relevarlo del
mando y elegir un sustituto más joven. Sin embargo, no acababa de haber acuerdo
entre las tribus.
Fue por entonces cuando el señor de Busturia, una mañana, encontró en las playas
de Mundaca una pequeña nave de forma poco habitual, casi deshecha por las olas, y a
su tripulante, un joven fuerte y rubio, desfallecido sobre la arena, con aspecto de
haber navegado mucho tiempo. El señor de Busturia se llevó a su casa al forastero y,
cuando éste se recuperó de su debilidad, le pidió que le contase su procedencia.
El forastero, con pesadumbre, narró su historia. Dijo ser el hijo primogénito del
rey de Erín y el legítimo sucesor de la corona. Un día, mientras cazaba con su padre y
su hermano, en el rastro de un enorme jabalí, había disparado un dardo, pues el
movimiento de unas ramas le había parecido anunciar la llegada de la fiera, y había
causado fatalmente la muerte de su padre el rey. Los ancianos del consejo, al entender
que el parricidio había sido involuntario, le perdonaron la vida, pero lo despojaron del
derecho a heredar el reino y lo condenaron al destierro. Tras embarcarlo con pocos
víveres en un pequeño navío, lo habían dejado a merced de las olas y de los vientos
que, después de un azaroso viaje, habían terminado por arrojarlo a aquellas playas.
La noticia de que un forastero del linaje de los reyes de Erín estaba en tierra vasca
llegó a oídos del anciano Lekobide, que quiso conocerlo. Cuando lo tuvo en su casa,
Lekobide sintió tanta simpatía hacia el irlandés, que no dejó de agasajarlo, y lo
mantuvo mucho tiempo como huésped de honor, admirando la destreza con que el
joven manejaba el arco y la espada, su habilidad como jinete y su fuerza en la lucha
cuerpo a cuerpo.
Entonces se extendió por todas las tierras de los euscaldunas la alarmante noticia
de que un poderoso ejército se acercaba dispuesto a someterlos. Mandaba aquellas
tropas Ordoño IV, a quien la historia conocería como el Malo, que se había hecho con
la corona de León por conspiraciones de la nobleza, mientras el otro pretendiente, su
primo Sancho, viajaba a Córdoba para que un famoso médico árabe lo curase de su
monstruosa gordura.
Los guerreros invasores iban bien armados y estaban curtidos en las guerras
contra los moros. Lekobide tenía clara conciencia de que su edad y condiciones
físicas ya no le permitían encabezar el ejército que debía oponerse a los leoneses, y el
consejo de las tribus vascas no acababa de decidir quién había de ser el caudillo de
todos.
Entonces Lekobide comprendió que aquel forastero tan ducho en las artes de la
guerra era un enviado providencial. Hizo que se presentase ante el consejo y, con toda
la autoridad y el prestigio que le daban sus años de jefatura, propuso que fuese él
quien en su nombre condujese a la batalla a los euscaldunas, ofreciéndole su cota, su
espada y su lanza. Al conocer el consejo la sangre real que corría por las venas del
irlandés, lo aceptaron como jefe militar y le dieron por nombre Jaun Zuría, el Señor
Rubio.
El enfrentamiento entre los leoneses y los vascos fue brutal, y la batalla duró
muchas horas, pero el empuje de los invasores no pudo vencer la feroz resistencia de
los euscaldunas. Al cabo de la jornada, los invasores habían sido derrotados y Jaun
Zuría había librado singular pelea con Ordoño, de la que éste resultó muerto.
Tal fue la mortandad entre los invasores, tanta la sangre vertida por ellos en sus
desesperados esfuerzos por dominar a los vascos, que las rocas quedaron teñidas
durante mucho tiempo, y el nombre originario del campo de batalla, Padura, se
cambió por el de Arrigorriaga, que significa «piedras rojas».
Tras la aplastante victoria, Jaun Zuría fue confirmado como caudillo de todas las
tribus vascas. Su matrimonio con la hija de Lekobide dio origen a la estirpe de los
señores de Vizcaya.

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