El condado de Castilla, que había nacido cien años después del reino asturleonés,
manifestó desde sus primeros momentos un fuerte deseo de independencia frente a
sus señores, los reyes de León. Después de que el rey Ordoño II derrotase a los árabes
en la batalla de San Esteban de Gormaz, Abderramán III consiguió vencer a los
cristianos, unidos esta vez leoneses y navarros, en la batalla de Valdejunquera, por la
defección de los condes castellanos Nuño Fernández, Abolmondar Albo y su hijo
Diego, y Fernando Ansúrez. Ordoño II los mandó detener en secreto y conducirlos a
la corte, donde los tuvo presos, y hasta se dice que hizo que los matasen.
Las ansias independentistas de los castellanos se mostraron también en el
nombramiento de dos jueces en Burgos, Laín Calvo y Nuño Rasura, para sustituir con
la suya propia la justicia real.
Fue en tiempos de Sancho el Craso cuando Castilla consiguió su independencia.
Hay que decir que el conde castellano Fernán González había tenido, de joven, un
vaticinio maravilloso de su destino. En cierta ocasión, persiguiendo a un jabalí en una
cacería, llegó hasta una ermita escondida en lo más enmarañado del bosque y vio con
asombro que el jabalí buscaba cobijo detrás del altar. El jabalí era el animal de
compañía de un anciano eremita, que tras saludar al cazador le aconsejó que dejase la
caza y se entregase a la lucha contra el moro, y le aseguró que estaba llamado a llevar
a cabo grandes empresas.
La voluntad de independencia del conde Fernán González frente a los reyes de
León, con todas las intrigas que comportaba, no era obstáculo para que visitase a
menudo la corte, en épocas de paz. En cierta ocasión se presentó en ella llevando un
azor muy ligero y preciso en la caza, y un caballo extraordinariamente hermoso.
Ambos animales despertaron la admiración del rey, que quiso comprarlos.
El conde no quería desprenderse de aquellos animales, pero tanta fue la
insistencia del rey, que al fin decidió vendérselos, aunque procurando poner los
medios para que la compraventa fuese a la larga muy ventajosa para sus propósitos
políticos. Para empezar, pidió por el caballo y el azor una cantidad importante, que el
rey aceptó pagar. Precisamente por lo elevado de la suma, el conde no quiso que el
rey se la diese en aquel momento, sino que aseguró que no tenía inconveniente en que
el rey aplazase la deuda, siempre que la cancelase cuando el rey quisiese o él se lo
pidiese, aunque cada día de retraso en el pago duplicaría el precio de la venta.
Todas estas condiciones quedaron estipuladas por escrito en un documento. El rey
se olvidó de su compromiso y, cuando transcurridos siete años el conde Fernán
González le pidió que cancelase su deuda, no había en todo el reino dinero suficiente
para cubrirla, de modo que el rey tuvo que reconocer, a cambio de que su deuda
quedase saldada, que el condado de Castilla era independiente del reino de León y
que desde entonces viviría su historia separadamente.
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