El rey Gárgoris fue extremadamente cruel con un nieto suyo llamado Habis, a quien
ciertos narradores denominan Abides y otros Habidis, pues por haber nacido de una
hija fuera de matrimonio y sin padre conocido, el abuelo ordenó que lo abandonasen
en un monte para que fuese comido por las alimañas.
Algunos cuentan que el padre de aquella criatura fue el propio Gárgoris: al
intentar un día succionar con su boca el veneno de una abeja que había picado uno de
los juveniles pechos de su hija, concibió por ella el lúbrico deseo que, tras cumplirse,
habría de engendrar aquel hijo incestuoso.
El caso es que las alimañas y fieras del bosque no solo no mataron a Habis, sino
que le dieron su leche. Conocedor de ello, Gárgoris le tendió sucesivas trampas para
destruirlo, como ponerlo en el paso de los rebaños de vacas para que lo pisoteasen,
echarlo a los perros hambrientos y tirarlo al mar, pero Habis fue salvándose de todas
ellas. Devuelto a una playa por las olas, una cierva sustituyó a las alimañas en la
alimentación del niño, y éste acabó convirtiéndose en el jefe de la manada. Capturado
por los hombres, fue llevado ante Gárgoris, que lo reconoció por una marca de
nacimiento y, tras cambiar su adversa disposición hacia él, lo acogió al fin como hijo
y, a su muerte, lo nombró sucesor.
Todos los narradores están de acuerdo en afirmar que Habis fue el mejor rey que
tuvo España en aquella antigüedad. Vivió muchos años, creó villas y ciudades, sacó a
las gentes de su barbarie, enseñó a uncir los bueyes al arado, recuperó la agricultura
de los cereales y el cultivo del vino, que se habían olvidado, ordenó leyes y tribunales
y trajo bonanza y paz a los españoles de su tiempo, que coincidió con el de David, rey
de los judíos.
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