Muy cerca del Temén, en la ciudad de Darván, vivía un hombre lleno de
generosidad, de bondad, de madurez y de razón. Su morada era el lugar de reunión de
los desheredados, de los pobres y de los melancólicos. Tenía la costumbre de
distribuir la décima parte de sus cosechas.
Cuando el trigo se convertía en harina y hacían pan con ella, distribuía la décima
parte de él. Cualquiera que fuese la naturaleza de su cosecha, hacía así, cuatro veces
al año, esa distribución.
Un día dio estos consejos a sus hijos:
»Cuando yo haya muerto, perpetuad esta tradición para que el favor divino esté
sobre vuestra cosecha. El fruto de una cosecha proviene de lo desconocido, pues es
Dios quien nos lo proporciona. Si disponéis adecuadamente de sus larguezas, la
puerta del provecho se abrirá para vosotros. Así hacen los campesinos que siembran
sin esperar ya una parte de su cosecha. Puede suceder que lo sembrado sea más
importante en cantidad que el resto. ¡Qué importa! ¡Tienen confianza! El zapatero se
priva igualmente de todo para comprar pieles, pues ésa es la fuente de sus ingresos.
Pero la tierra o el cuero no son, de hecho, sino velos. Y la verdadera fuente de
ganancia es lo que Dios nos ofrece. Si restituís vuestras ganancias a la fuente,
recuperáis vuestra apuesta centuplicada. Imaginad que hayáis colocado vuestras
ganancias en el lugar en el que suponéis que se encuentra su fuente y que nada brota
durante dos o tres años. No os queda ya sino implorar a Dios.
»No lo olvidéis: Él es quien nos procura alegría y embriaguez, no el vino ni el
hachís. Ninguna ayuda verdadera nos vendrá de vuestros tíos, de vuestros hermanos,
de vuestro padre o de vuestros hijos. Sabedlo: llegará un día en que ellos se alejarán
de vosotros y vuestros amigos se volverán enemigos. Durante toda vuestra vida no
habrán hecho sino obstaculizar vuestro camino, igual que ídolos.
»Si un amigo se aleja de ti con rencor, celos o cólera, no te apenes. Muy al
contrario, da limosnas y da gracias a Dios pues no estabas ligado a ese amigo sino por
ignorancia. Pero ahora te has liberado de sus redes. Busca, pues, un verdadero amigo.
El verdadero amigo es aquél cuya amistad no se deja enfriar por nada, ni siquiera por
la muerte.
»No olvidéis esto: sembrad vuestra semilla en la tierra de Dios para que vuestra
cosecha esté al abrigo de los ladrones y de las calamidades. En cualquier momento el
diablo nos amenaza con la pobreza. No le sirvamos de pieza de caza. Por el contrario,
démosle caza nosotros, pues no es digno que el halcón del sultán sea cazado por una
perdiz».
Pero este sabio sembraba la semilla de la sabiduría en un terreno árido. En las
palabras del sabio se encuentran miles de exhortaciones útiles. Pero hace falta oído
para oírlas. ¡Quién mejor que los profetas para aconsejar, puesto que sus palabras
hacen moverse las montañas!
Las montañas han aprovechado sus consejos, pero muchos hombres les arrojaron
piedras. Así es como, hipnotizados por la idea de sacrificar una décima parte de sus
ganancias, muchos hombres olvidan el favor divino que obtendrían obrando así.
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