Dios creó al hombre de tal manera que puede distinguir el bien del mal. Un día
pidió al ángel Gabriel que fuese a buscarle un puñado de tierra. Pero cuando éste
tendió la mano, la tierra retrocedió y dijo lamentándose:
«¡Oh, ángel! ¡Por el amor de Dios, perdóname! ¡En nombre de la ciencia que
Dios te confió, no me hagas daño!
Tú tratas con Dios a cada instante. Eres el dueño de los ángeles y el mensajero del
profeta. Has tenido revelaciones. Eres un ángel superior, pues insuflas el espíritu al
alma igual que Izrafel insufla el alma al cuerpo. Cuando él sopla su trompeta, el
cuerpo se reanima, pero cuando eres tú quien pones en tu boca la trompeta, el corazón
resucita a la luz. ¡Miguel nos proporciona el alimento del cuerpo, pero tú alimentas el
corazón! ¡Como la misericordia triunfa sobre la cólera, lo mismo triunfas tú sobre
Azrael!».
Así habló la tierra. Gabriel, emocionado por sus lágrimas, regresó ante Dios y le
dijo:«No me atrevo a diferir la ejecución de tus órdenes, pero sabes lo que ha pasado
entre la tierra y yo. ¡Me hubiese sido fácil traerte un puñado de ella si no me hubiese
intimidado invocando uno de tus nombres!».
Dios dijo entonces a Miguel:
«¡Ve a la tierra y tráeme un puñado de ella!».
Pero la tierra, fogosamente, expresó sus tormentos al ángel:
«¡En nombre de Aquel que te hizo sostén de los cielos, perdóname! Tú eres el que
pesa el don de cada criatura, el que calma la sed de los sedientos. Ten piedad de mí.
¡Mira las lágrimas de sangre que vierto!».
Un ángel es una manifestación de la misericordia divina y no pone sal en la herida
de un enfermo. Así, Miguel regresó ante Dios sin haber cumplido su misión. Le dijo:
«¡Oh, Señor que conoces lo oculto y lo aparente! Las lágrimas de la tierra han
alzado un obstáculo en mi camino. Conozco el valor de las lágrimas y no he podido
mostrarme insensible».
Entonces, Dios dijo a Izrafel:
«Ve a buscarme un puñado de tierra».
Apenas Izrafel hubo llegado a su destino cuando la tierra empezó de nuevo a
lamentarse diciendo:
«¡Oh, savia de la vida! ¡Con tu aliento resucitas a los muertos! Tu aliento lleno de
misericordia reanima el universo entero. Eres el sostén de la tierra y el ángel de
misericordia. En nombre de Dios, no me causes ningún daño. Pues me atenaza la
duda. Tú eres fiel al Misericordioso y Dios es el que no espanta a nadie, ni siquiera al
pájaro. ¡Por piedad, sé tan clemente como tus dos predecesores!».
Así Izrafel se volvió hacia Dios:
«Tú has ordenado a mis oídos que vayan a buscar tierra y has ordenado lo
contrario a mi razón. ¡Que tu misericordia sea mayor que tu cólera!».
Entonces Dios dijo a Azrael:
«¡Tráeme un puñado de tierra sin más vacilaciones!».
Ahora bien, la tierra volvió a lamentarse:
«¡En nombre del Misericordioso! ¡En nombre del Todopoderoso! ¡Déjame! Pues
Dios no niega a quien pide».
Azrael replicó:
«¡Yo no tengo poder para diferir una orden del Todopoderoso!
—¡Pero Dios ordena ser sabio y perdonar!
—La sabiduría, dijo Azrael, puede interpretarse de maneras diferentes, pero
cuando se tiene una orden tan estricta, apenas hay lugar para interpretaciones. Tus
lágrimas y tus suspiros abrasan mi corazón. No creas que soy insensible a la piedad.
Puede incluso que sea más compasivo que los que me han precedido. Pero, si, ante
una orden de Dios, yo abofeteo a un huérfano, y si un hombre de buena voluntad le
ofrece leche, mi gesto valdrá más que el suyo. En toda prueba hay un don. El ágata
siempre está oculta en el barro. ¡Puesto que es El quien te invita, ven! ¡Esta invitación
sólo te traerá honor y alegría! Más vale obedecer las órdenes de Dios. Por mi parte,
no tengo fuerza para resistirme a ellas».
Después, como la tierra persistía en su petición:
«Yo soy como un lápiz entre dos dedos. ¡No hago más que obedecer!».
Y, mientras que la tierra lo escuchaba, tomó de ella lo suficiente para llenar su
mano. Y la tierra se sintió como el niño que llevan por fuerza a la escuela.
Dios dijo entonces a Azrael:
«¡Te nombro arrancador de espíritus!
—¡Oh, Señor mío! dijo Azrael, si ésa es mi tarea, toda criatura será mi enemiga.
¡No hagas de mí el enemigo de toda criatura!».
Dios respondió:
«No temas nada. Crearé enfermedades de la cabeza, convulsiones… y muchas
otras cosas como razones aparentes de la muerte y nadie te considerará responsable.
—¡Oh, Señor mío! ¡Habrá sin duda sabios entre tus servidores que rasgarán ese
velo! —Esos saben que existe un remedio para cada pesar y que sólo el destino es
irremediable. Los que miran el origen no te verán. Aunque estés oculto a los ojos del
pueblo, eres un velo tú mismo para los que ven la verdad. Puesto que, para ellos, el
destino tiene la dulzura del azúcar, ¿qué tendrían que temer? Si derribas los muros de
una prisión, ¿por qué quieres que se aflijan los prisioneros? ¿Por qué dirían: “¡Qué
lástima haber roto tan hermoso mármol!?”. Ningún preso está triste por salir de la
prisión, salvo el destinado al patíbulo. El que duerme en prisión y sueña con jardines
de rosas se dice: “¡Oh, Dios mío, déjame gozar de este Edén!”. Cuando duerme, no
desea despertar».
El alma dormida ignora el cuerpo, esté éste en el jardín de rosas o en el fuego.
¡Qué hermoso sueño! ¡Visitar el paraíso sin morir!
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