Se dice que el primer poblador que tuvo la ciudad que fundó Hércules en torno a la
torre que cimentaba el cráneo del gigante Gerión, tras derrotarlo en descomunal
combate, fue una mujer de nombre Crunna, Crunia o Cruña, que de las tres maneras
la conocían y llamaban sus allegados y vecinos, y que Hércules quiso que la ciudad
por él fundada, La Coruña, recibiese el mismo nombre que tenía aquella mujer.
Espan, o Hispan, acabó de construir la torre cuyos cimientos había puesto su tío
Hércules. Espan era hombre de muchas destrezas y conocimientos ocultos, e hizo
fabricar un enorme espejo conforme a ciertas trazas de una sabiduría muy antigua y
secreta. El espejo permitía avistar en su superficie las naves más lejanas y Espan
ordenó ponerlo en lo más alto de la torre que había mandado edificar su tío, para así
proteger la ciudad en que vivía de otras gentes que pudiesen venir a hacerle la guerra,
mediante la vigilancia que el espejo hacía de toda la mar.
Muchísimos siglos después, cuando ya la ciudad que Hércules fundó había
quedado deshabitada y la gran torre comenzaba a arruinarse y nadie vigilaba en el
espejo de Espan una posible invasión, llegó desde la isla de Erín, Brath, hijo de
Death, con sus carneros y sus guerreros, y se dispuso a iniciar la conquista de la
península Ibérica.
Brath tuvo en España un hijo llamado Breogan, que fue coronado rey a la muerte
de su padre. Era diestro con las armas y tenía la ambición de ser rey de todos los
españoles. A la ciudad deshabitada de Crunna, Crunia o Cruña dio el nuevo nombre
de Brigantia y restauró la torre de Hércules para convertirla en su propia morada.
Desde ella, por medio del espejo mágico, contemplaba el mar y vigilaba los navíos
que se acercaban a las costas.
A la muerte de Breogan le sucedió su hijo Ith. Ante la preocupación de su esposa
y de sus consejeros, Ith se pasaba delante de aquel espejo portentoso muchas horas
del día y de la noche, absorto en la contemplación del mar y de las naves que lo
surcaban. Un día, encontró en el espejo la imagen viva de Erín, de donde había
llegado su bisabuelo, y aquella imagen le devolvió el rastro fiel de los relatos que
desde niño había escuchado sobre la tierra originaria. Ith vio fluir suavemente el
humo por entre el ramaje de los techados de las aldeas. Le pareció sentir cómo
rebullían las bestias en las cuadras y escuchar el suave lamento de las gaitas y hasta el
chapoteo de las truchas saltando en los arroyos. Así, Ith concibió la idea de regresar a
Erín para conquistarla.
Ordenó construir siete grandes naves y se embarcó en ellas en compañía de los
más selectos entre sus guerreros. No volvieron a tenerse noticias de la expedición
hasta finales del invierno, cuando a los pies de la torre de Hércules el mar depositó el
cadáver de Ith y de muchos de sus compañeros. Así fue conocido de todos el fracaso
de aquel intento de conquista.
Parece ser que, muchos años más tarde, unos piratas normandos, tras invadir la
ciudad y desvalijarla, arrojaron desde la torre al mar el espejo maravilloso. Allí
mismo debe de encontrarse todavía.
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