£1 indio Fabián Sangama, en altas horas de una noche
de tormenta, regresaba con su hijo de nueve años de edad
más o menos, de Yurimaguas al fundo Santa Rosa, donde
vivía. Bajaban lentamente en su canoíta por el río Huallaga,
cuando, de repente, Sangama se dio cuenta que una
mujer desnuda y hermosa estaba agarrada a la proa de su
canoa. La canoa empezó a sumergirse, e instantáneamente
sus ocupantes se vieron dentro de una casa, en el fondo
del río. El techo de la casa era de arena, los horcones, vigas
y demás maderaje eran víboras de diferentes tamaños y
grosores, y los bancos para sentarse eran charapas («tortugas
de río»).
Muchas mujeres desnudas y de deslumbrante belleza
estaban en la casa, y acostado en un lecho de caracolillos,
un viejo.
El hijo de Sangama iba a sentarse en una charapa, pero
esta, al darse cuenta de la intención del chico, corrió velozmente.
El niño se asustó y lanzó un grito. El viejo, al
oír el grito y sentir nuevos huéspedes, se irguió y exclamó,
sentencioso: «Micushará» («comeré»), pero una de las
mujeres lo hizo incorporarse en su lecho.
El niño lloraba inconsolablemente y Sangama mascaba
y mascaba tabaco-
De pronto y sin saber cómo, Sangama y su hijo se
encontraron nuevamente en su embarcación, sin haber
perdido nada de su equipaje. La canoa se hallaba seca y
siguieron rumbo a Santa Rosa, como si nada les hubiera
sucedido, no obstante haber sido, por breves momentos,
huéspedes del Yacuruna.65
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