José Curinuqui había comprado del administrador de
la hacienda Arahuante una escopeta nueva de retrocarga y
había ido al bosque a probarla. Orgulloso con su escopeta
nueva, pensó hacer buena caza.
Se había internado en la selva, silencioso, sin cortar las
ramas, quebrándolas nomás con las manos para evitar la fuga
de los animales salvajes. Montaña adentro encontró al yanapuma
(«tigre negro»). Bien sabía Curinuqui que el yanapuma
no se dejaba matar, porque muchas veces él y varios cazadores
habían visto romperse sus escopetas al dispararle. Pero
orgulloso y más valiente que nunca porque tenía seguridad
en su flamante escopeta de retrocarga, disparó al yanapuma.
Este animal fantástico lo miró con los ojos fijos y penetrantes,
como un desafío. Curinuqui volvió a disparar,
de frente a la cabeza de la fiera, salió la bala, resonó el estampido
en toda la selva y el yanapuma se encaminó hacia
su agresor. El indio, retrocediendo algunos pasos, volvió
a disparar, pero tampoco hizo blanco, y el yanapuma más
se le acercaba... y ya Curinuqui empezaba a temer. Retrocedió
más e hizo un tercer disparo, fallando también. Y el
yanapuma caminaba con más prisa hacia él; entonces este,
presa de pánico, echó a correr en busca de salvación. En
precipitada fuga llegó al camino y la fiera lo seguía casi
pisándole los talones. ¡Estaba perdido!
Al acercarse al pueblo, los perros que por allí andaban
salieron a perseguir al yanapuma, pero este a manotazos y
dentelladas los iba dejando muertos a lo largo del camino.
Curinuqui alcanzó su casa y entró en ella atropelladamente,
atrancó la puerta con un palo y cargó nuevamente
su escopeta para disparar por entre la quincha en caso de
que el tigre se acercara.
La fiera ambulaba por las calles del pueblo, sembrando
el terror. Las gentes disparaban por entre las quinchas y
nadie alcanzaba a herirle. Al yanapuma no le entra la bala.
El yanapuma es el mismo diablo que se presenta bajo la
figura de tigre negro.
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