miércoles, 6 de marzo de 2019

EL ROSTRO PINTADO

Había una anciana de noventa años cuya cara arrugada era amarilla como el
azafrán. Sus mejillas estaban plegadas como una cortina, pero el deseo de encontrar
esposo era aún vivaz en ella. Ya no tenía dientes y su pelo era blanco como la leche.
Su silueta estaba tan encorvada como un arco y sus sentidos estaban debilitados. En
una palabra, ¡era vieja! Sólo el deseo del amor y la gana de marido subsistían en ella.
Tenía muchos deseos de cazar, pero su trampa estaba en ruinas. Era como el gallo que
canta demasiado tarde, como un pasajero extraviado. Se alimentaba su fuego, pero su
marmita estaba vacía. Tenía deseo de cantar, pero ya no tenía labios.
Cuando pierde sus dientes, el perro deja de importunar a la gente. Ya no ataca a
nadie y se pasea por el estercolero. Pero mirad a esas perras de más de sesenta años:
¡sus dientes están más acerados que los colmillos de los perros! Cuando envejece, el
perro pierde su pelo, pero esta vieja perra se viste de piel y de seda. Si le dicen:
«¡Que tu vida se prolongue!», ella quedará encantada y tomará esta maldición por
una bendición. Tal deseo se concebiría si ella supiera algo del otro mundo, pero esta
perra ignora todo de él. Cuando el hombre se gasta sin haber conocido la madurez, no
es más que viejo. No tiene ninguna forma ni clase de belleza. Huele a cebolla. No
tiene ni favor, ni generosidad, ni sentido, ni esencia.
Con la esperanza de convertirse en una hermosa novia, esta vieja se depiló las
cejas y se puso ante el espejo para maquillarse. Por mucho que se recubrió de polvos,
no por eso dejaron de persistir sus arrugas. Como último remedio, imaginó recortar
unas ilustraciones del Corán y adornarse la cara con ellas, esperando situarse así en el
rango de las bellezas. Cuando se puso el vestido, cayeron al suelo las ilustraciones y
ella volvió a pegarlas con saliva. Como seguían sin adherirse a su vestido, acabó por
ponerse nerviosa y exclamó:
«¡Maldito sea Satanás!».
En aquel instante, Satanás se le apareció y le dijo:
«¡Vieja ramera! ¿Qué es ese maquillaje? Ni siquiera yo he llegado nunca a
semejante aberración. ¡Lo que haces no tiene precedentes! ¡Ni siquiera has dudado en
recortar las ilustraciones del Corán! ¡Tú vulgar, como ejércitos satánicos! ¡Déjame en
paz, tú que, para adornar tu cara, has tomado los adornos del Corán!».
Para venderte y hacerte apreciar, has robado la palabra de los hombres. Pero una
obra teatral relatada carece de valor, igual que una rama atada a un árbol no da fruto.
Cuando la muerte te desnude, todo lo que te has añadido, se desprenderá.
¡Oh, mujer vieja! ¡No luches contra el destino! ¡Mira tu estado! No te vuelvas
hacia el pasado. No hay esperanza de que puedas embellecer tu cara. Y, lo pintes de
rojo o de negro, nada cambiará.

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