Una caravana llegó un día a un pueblo. Allí, los viajeros vieron una puerta
entreabierta. Uno de ellos propuso:
«Descarguemos y quedémonos aquí durante algunos días hasta que cese el frío».
En aquel momento, se oyó una voz, procedente del interior de la casa, que decía:
«¡Dejad vuestras cargas fuera antes de entrar!».
No cargues con lo que debe quedar en el exterior puesto que se te convida a una
reunión importante.
El hombre que acababa de hablar era un esclavo que tenía a su cargo el cuidado
de los caballos. Tenía nombre de esclavo, pero, en realidad, era un sultán. El bey, su
amo, no conocía su valor real y lo consideraba como Satanás consideraba a Adán. Un
día, este esclavo cayó enfermo y su estado fue revelado al profeta. Pero su amo, el
bey, se ocupaba tan poco de él que no sabía nada de su enfermedad. Durante nueve
días, el esclavo, que se llamaba Hilal, sufrió sin que nadie se diera cuenta.
El profeta recibió una revelación diciéndole que fuera a visitar a alguien llamado
Hilal, que era un hombre atraído por él.
Cuando el bey fue advertido de que iba a tener el honor de recibir la visita del
profeta, creyó que era a él a quien venía a ver y su alegría no tuvo límites. Estaba
dispuesto a colmar de regalos al mensajero venido a traerle la noticia. Besó la tierra
con fervor y exclamó:
«¡Sed bienvenidos! ¡Vuestra presencia honra mi casa! ¡Que estos lugares se
conviertan en un paraíso! ¡Que mi palacio se enorgullezca de recibiros bajo su
techo!».
Pero el profeta le dijo:
«¡No es a ti a quien vengo a visitar!
—¡Sea mi alma sacrificada por ti! exclamó el bey. ¿A quién deseas ver? ¿Cuáles
son tus órdenes? ¡Sea yo transformado en polvo bajo los pasos de aquél a quien haces
este favor!».
El profeta le dijo:
«¿Dónde está Hilal? ¡El que está tendido en el suelo a causa de su enfermedad!
¡Querría tener noticias suyas!
—No sabía que estuviese enfermo, dijo el bey. No lo he visto desde hace algunos
días. Pasa el tiempo con los caballos y las mulas. Es mi palafrenero y se aloja en la
cuadra que puedes ver allí».
El profeta se dirigió hacia la cuadra.
El instante de su visita hace desaparecer la sombra y el polvo. Hilál había notado
el perfume del profeta como Jacob había notado el de José. Pero los milagros no son
necesarios para el hombre de fe. No sirven más que para destruir a los enemigos y no
están hechos para los amigos. Así pues, mientras que dormía, Hilal fue despertado
por un perfume. Se dijo:
«¿De dónde procede ese perfume? ¿Qué es este olor tan agradable en la cuadra?».
Y de repente, vio, entre dos caballos, la túnica del profeta. Se precipitó para
besarle los pies. El profeta acercó su rostro al de él y lo besó.
«¡Oh, solitario en este mundo! ¿Cómo estás?».
Hilal respondió:
«Cuando el sol nace en la boca del insomne, ¿en qué estado podría estar éste?
Cuando el agua sumerge al que tiene tal sed que hasta comería tierra, ¿cuál puede ser
el estado de este hombre? Cuando un perro que sueña que es un león se despierta de
pronto, ¿en qué estado puede estar?».
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