Era el gran deseo de un cazador ambicioso que su único hijo obtuviera
un poderoso espíritu guardián.
Cuando llegó el día indicado para la ceremonia del ayuno del muchacho,
le dio instrucciones para que fuera valiente y supiera comportarse
bien, con espíritu viril. Entonces llevó el muchacho al se-ra-lo, o
cabaña del vapor, que está separada de las otras y que contiene piedras
muy calientes sobre las cuales se vierte agua fría hasta que la cabaña se
llena de vapor.
Cuando estuvo en ella el tiempo necesario, el muchacho salió y se
lanzó a las aguas frías de un río. Este proceso se repitió dos veces.
Y después su padre lo acompañó a una cabaña secreta escondida en
las profundas sombras de una floresta, que había sido expresamente
preparada para él, y allí se echó sobre una estera tejida por su madre,
y se cubrió su cara con un paño. Después de esto, el padre se retiró
prometiéndole volver cada mañana. Y así comenzaron los nueve días de
ayuno para el muchacho.
Durante ocho días el padre se presentó cada mañana en la cabaña
para darle coraje a su hijo de modo que resistiera el severo ayuno. El
octavo día las fuerzas del joven fallaron y ya no se podía mover siquiera.
Sus miembros tenían la rigidez de alguien que está a punto de
morir.
En la mañana del día noveno, el muchacho dijo a su padre:
-Mis sueños no son buenos; los espíritus que me visitan no son favorables
a tus deseos. Permíteme romper mi ayuno, y en otra ocasión
trataré de ayunar de nuevo. No tengo fuerzas para resistir más.
-Hijo mío -le replicó el padre-, si tú rompes ahora el ayuno todo se
perderá. Has perseverado valientemente hasta aquí. Sólo un poquito de
tiempo te falta. Algún otro espíritu vendrá a ti... Resiste, mi muchacho,
un poquito más.
El hijo cubrió su rostro otra vez y quedó sin moverse hasta el día onceno,
en que volvió a repetirle a su padre, con voz muy débil, su deseo
de romper el ayuno.
-Mañana -le dijo el padre- vendré temprano y te traerá comida...
Silencio y obediencia era todo lo que le quedaba por hacer al muchacho.
Parecía un muerto. Solamente observándolo muy de cerca se
conocía que respiraba.
El día se hizo noche y la noche día y el tiempo no existía para él.
Llegó la mañana del duodécimo día y el padre vino con la comida prometida.
Al acercarse a la puerta de la cabaña, el padre oyó voces, como si
alguien estuviera hablando. Se detuvo y miró a través de una rendija
y vio a su hijo sentado y pintándose el pecho y los hombros mientras
hablaba consigo mismo.
-Mi padre me ha destruido, no ha hecho caso de mis peticiones.
Pero yo seré feliz para siempre porque he sido obediente con él más
allá de mis fuerzas. Mi espíritu guardián no es el que yo deseaba, pero
es piadoso y me ha dado una nueva forma.
En ese momento el padre entró en la cabaña, gritando:
-¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡No me abandones!
Pero el muchacho, mientras su padre hablaba, se transformó en un
bello pájaro, el o-pe-che (el petirrojo de pecho encamado), y voló a lo
alto de la cabaña, y desde allí dijo a su padre:
-No lamentes mi cambio, seré ahora más feliz que lo que sería si
fuera un hombre. No te daré el orgullo de ser un guerrero. Pero te alegraré
con mi canto y te produciré la felicidad que siento. Me hallo ahora
libre de los sufrimientos de la raza humana. Mi comida me la darán
los bosques y mi camino será el aire.
Al decir esto, abrió sus alas; salió volando.
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