miércoles, 6 de marzo de 2019

El ogro de Rashōmon

Hace mucho, mucho tiempo, en Kioto, la gente de la ciudad estaba aterrorizada debido a un malvado ogro que, según se decía, encantaba la Puerta de Rashōmon al ocaso y capturaba a cualquiera que pasara cerca. Las víctimas perdidas desaparecían para siempre, así que se murmuraba que el ogro era un horrible caníbal, que no solo mataba a sus infelices víctimas, sino que las devoraba con vida. En aquel entonces todo el mundo de la ciudad y el vecindario estaba muy asustado, y nadie se atrevía a aventurarse después del ocaso cerca de la Puerta de Rashōmon.

    En aquella época, vivía en Kioto un general llamado Raikō, que se había hecho famoso por sus valerosas hazañas. Antes, hizo que todo el país vibrara al oír su nombre, pues había atacado Oeyama, donde un grupo de ogros vivía con su jefe, que en vez de vino bebía sangre humana. Los había eliminado a todos y había cortado la cabeza al jefe monstruoso.

    Un grupo de leales guerreros seguía siempre al valiente general. En ese grupo, había cinco caballeros de gran valor. Una noche, mientras los cinco caballeros estaban sentados en un festín bebiendo sake en sus boles de arroz, y brindaban por su salud y sus hazañas, el primer samurái, Hōjō, dijo al resto:

    —¿Habéis oído el rumor de que todas las noches después del ocaso aparece un ogro en la Puerta de Rashōmon y que captura a todo el que pasa?

    El segundo, Watanabe, le respondió:

    —¡No digas tonterías! ¡Todos los ogros murieron a manos de nuestro jefe Raikō en Oeyama! No puede ser verdad, porque, incluso si algún ogro se escapó de la gran masacre, no se atrevería a aparecer en la ciudad, pues debe saber que nuestro valiente señor volvería a atacarlo al momento si supiera que quedaba alguno con vida.

    —Entonces, ¿no crees lo que digo y piensas que te estoy mintiendo?

    —No, no creo que estés mintiendo —dijo Watanabe—, pero has escuchado la historia de alguna anciana a la que no deberías haber creído.

    —Entonces, el mejor plan para probarlo es ir allí y que demuestres que no es verdad —dijo Hōjō.

    Watanabe, el segundo samurái, no podía soportar la idea de que su compañero creyera que tenía miedo, así que respondió rápidamente:

    —¡Por supuesto, iré al momento y lo descubriré por mí mismo!

    Así que Watanabe se preparó para ir, envainó su espada y se puso una cota, y se ató su gran casco. Cuando estuvo preparado para marchar, dijo al resto:

    —¡Dadme algo para demostrar que estuve allí!

    Entonces, uno de los hombres sacó un rollo de papel de escritura y su caja de tinta india y pinceles, y los cuatro camaradas escribieron sus nombres en un trozo de papel.

    —Me llevaré esto —dijo Watanabe— y lo pondré en la Puerta de Rashōmon, así mañana por la mañana iréis y lo veréis allí. ¡Puede que capture un ogro o dos para entonces! —Y se montó en el caballo y trotó galantemente.

    Era una noche muy oscura, y no había luna ni estrellas que alumbraran a Watanabe su camino. Para que la oscuridad fuera mayor, una tormenta llegó; la lluvia caía con fuerza y el viento aullaba como los lobos en las montañas. Cualquier otro hombre hubiera temblado ante la idea de enfrentarse a salir por las puertas, pero Watanabe era un guerrero valeroso y osado, y su honor y su palabra estaban en juego, así que avanzó en la noche mientras sus compañeros oían el sonido de las pezuñas de su caballo desaparecer en la distancia. Después cerró todas las ventanas y se reunieron alrededor del fuego del carbón y preguntándose qué iba a pasar, y si su camarada se encontraría con uno de esos terribles oni.
Watanabe encontró el brazo del ogro.

   

    Por fin, Watanabe llegó a la Puerta de Rashōmon, pero por más que intentaba atravesar la oscuridad con su mirada, no conseguía ver ninguna señal del ogro.

    —Justo como pensé —se dijo Watanabe—. Por supuesto que no hay ogros por aquí, son solo historias de viejas. Pegaré el papel a la puerta para que los demás vean que he estado aquí cuando vengan mañana, y después volveré a casa y me reiré de ellos.

    Puso el papel, firmado por sus cuatro compañeros, en la puerta y después giró la cabeza de su caballo hacia casa.

    Al hacerlo, se dio cuenta de que había alguien detrás de él, y al mismo tiempo una voz le pidió que esperara. Entonces, agarraron su casco desde atrás.

    —¿Quién eres? —dijo Watanabe sin miedo. Entonces alargó la mano y tanteó alrededor para descubrir quién o qué estaba sujetándolo por el casco. Mientras lo hacía, tocó algo que parecía un brazo, ¡pero estaba cubierto de pelo y era tan grande como el tronco de un árbol!

    Watanabe sabía que era el brazo de un ogro, así que sacó la espada y atacó con fiereza.

    Hubo un aullido de dolor, y entonces el ogro corrió delante del guerrero.

    Los ojos de Watanabe se agrandaron por la sorpresa, pues vio que el ogro era más alto que la gran puerta, sus ojos brillaban como espejos a la luz, y su enorme boca estaba completamente abierta. Al respirar, grandes llamas salían por allí.

    El ogro pensaba aterrorizar a su enemigo, pero Watanabe ni se inmutó. Atacó al ogro con toda su fuerza, y así lucharon cara a cara mucho tiempo. Por fin el ogro, al ver que no podía asustar ni vencer a Watanabe, y pensando que podía acabar derrotado, intentó escapar. Pero Watanabe, decidido a no dejar escapar al monstruo, picó espuelas y lo persiguió.

    Pero aunque el samurái corrió más rápido, el ogro avanzó a más velocidad, y para decepción del samurái, no fue capaz de alcanzarlo, ya que lentamente desapareció de su vista.

    Watanabe volvió a la puerta donde la feroz lucha había tenido lugar, y se bajó del caballo. Mientras lo hacía, se encontró algo en el suelo.

    Se arrodilló para recogerlo y descubrió que era uno de los enormes brazos del ogro que debía haber cortado en la lucha. ¡Qué felicidad sintió al conseguir tal premio! Pues esa era la mejor de todas las pruebas de su aventura con el ogro. Así que lo recogió con cuidado y se lo llevó a casa como trofeo.

    Cuando volvió, le enseñó el brazo a sus camaradas, quienes le llamaron héroe y dieron un gran festín en su nombre. Su maravillosa actuación pronto fue conocida más allá de Kioto, y la gente de todo el país se acercó a ver el brazo del ogro.

    Watanabe empezó a sentirse incómodo respecto a cómo proteger con cuidado el brazo, pues sabía que el ogro al que pertenecía seguía vivo. Estaba seguro de que algún día, en cuanto el ogro se sobrepusiera a su miedo, intentaría volver a recuperar el brazo. Watanabe hizo por ello una caja de la madera más fuerte y la recubrió de hierro. En ella, puso el brazo y la selló con una pesada tapa, que se negaba a abrir para nadie. Mantenía la caja en su propia habitación y la llevaba consigo a todas partes, sin permitirse perderla de vista.

    Una noche, escuchó a alguien llamar al porche, pidiendo permiso para entrar.

    Cuando el sirviente fue a la puerta para ver quién era, solo había una anciana, de apariencia muy respetable. Al ser preguntada quién era y qué buscaba, la anciana respondió con una sonrisa que había cuidado al señor de la casa cuando era un bebé. Si el señor de la casa estaba disponible, suplicaba que le permitieran verlo.

    El sirviente dejó a la anciana en la puerta y fue a decirle a su señor que su cuidadora había venido a verlo. Watanabe pensó que era extraño que viniera a esas horas de la noche, pero al pensar en su anciana cuidadora, que había sido como una madre para él, y a quien hacía mucho que no veía, un sentimiento muy amable surgió en su corazón. Ordenó al sirviente que la llevara hasta él.

    Llevaron a la anciana hasta la habitación, y después de que las reverencias y los saludos de costumbre acabaran, dijo:

    —Señor, el informe de tu valerosa batalla con el ogro de la Puerta de Rashōmon es tan conocida que incluso tu pobre y anciana cuidadora ha oído hablar de ello. ¿Es verdad lo que dicen? ¿Qué cortaste uno de los brazos del ogro? Si lo hiciste, ¡tus acciones son admirables!

    —Estoy muy decepcionado —dijo Watanabe— de no haber sido capaz de capturar al monstruo que era lo que deseaba hacer. ¡Solo conseguí cortarle un brazo!

Una noche, escuchó a alguien llamar al porche, pidiendo permiso para entrar.

   

    —Estoy muy orgullosa de pensar que mi señor es tan valiente como para cortar el brazo de un ogro —respondió la anciana—. No hay nada que pueda compararse con tu valor. Antes de morir, deseo con toda mi alma ver este brazo —añadió suplicante.

    —No —dijo Watanabe—. Lo lamento, pero no puedo concederte tu petición.

    —Pero ¿por qué? —preguntó la anciana.

    —Porque los ogros son criaturas vengativas, y si abro la caja no hay duda de que el ogro podría aparecer de repente y llevarse el brazo —respondió Watanabe—. He conseguido que hagan una caja a propósito con una tapa muy pesada, y en ella mantengo seguro el brazo del ogro, y nunca se lo enseñaré a nadie, en ningún caso.

    —Tu precaución es muy razonable —dijo la anciana—. Pero soy tu anciana cuidadora, así que seguro que no rechazarás mostrarme a mí el brazo. No solo he oído de tu valiente acción, sino que no soy capaz de esperar hasta la mañana, y vine al momento para pedirte que me lo enseñaras.

    Watanabe estaba muy preocupado por las súplicas de la anciana, pero siguió negándose. Entonces la anciana dijo:

    —¿Sospechas que soy una espía enviada por el ogro?

    —No, por supuesto que no sospecho que seas una espía del ogro, pues eres mi anciana cuidadora —respondió Watanabe.

    —Entonces, por supuesto, no puedes negarte más a enseñarme el brazo —suplicó la anciana—, ¡pues es el deseo más ferviente de mi corazón ver por una vez en la vida el brazo de un ogro!

    Watanabe no podía seguir negándose más, así que se rindió y dijo:

El ogro escapó con el brazo.

   

    —Entonces te enseñaré el brazo de un ogro, ya que tanto deseas verlo. ¡Ven, sígueme! —Y la guio hasta su propia habitación, con la anciana detrás.

    Cuando estuvieron ambos en la habitación, Watanabe cerró la puerta con cuidado y luego se dirigió a una gran caja que estaba en una esquina de la habitación y levantó la pesada tapa. Después llamó a la anciana para que se acercara y mirara, pues nunca sacaba el brazo de la caja.

    —¿Qué es eso? Déjame echarle un vistazo —dijo la anciana cuidadora, con felicidad.

    Ella se acercó cada vez más, como si estuviera asustada, hasta que estuvo al lado de la caja. De repente, lanzó la mano al interior de la caja y agarró el brazo, gritando con una voz terrorífica que hizo que la habitación temblara:

    —¡Oh, felicidad! ¡He recuperado mi brazo!

    ¡Y la anciana se transformó de repente en la enorme figura del terrible ogro!

    Watanabe saltó y, sorprendido por completo, fue incapaz de moverse un momento, pero cuando reconoció al ogro que lo atacó en la Puerta de Rashōmon, decidió con su habitual valor terminar esto de una vez por todas. Agarró su espada, la desenvainó al momento y se lanzó en busca de la yugular del ogro.

    A pesar de la enorme velocidad de Watanabe, la criatura se escapó por los pelos, saltando a través del techo. La última imagen que el samurái tuvo del ogro fue la de una sombra entre la niebla y las nubes.

    Así escapó el ogro con el brazo. El samurái rechinó los dientes con su decepción, pero fue todo lo que pudo hacer. Esperó con paciencia otra oportunidad para despachar al ogro. Pero este estaba aterrorizado de la gran fuerza y valor de Watanabe, y no volvió a asomar su sucio rostro por Kioto. De esa manera la gente de la ciudad fue capaz de salir sin miedo incluso por las noches, ¡y los valientes actos de Watanabe nunca fueron olvidados!

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