miércoles, 6 de marzo de 2019

Cómo un anciano perdió su quiste

Hace muchos, muchos años, había un buen anciano que tenía un quiste como una pelota de tenis que crecía en su mejilla derecha. Este bulto desfiguraba terriblemente su rostro, y estaba tan molesto que durante muchos años gastó todo su tiempo y dinero en librarse de él. Intentó todo lo que se le ocurrió. Consultó con muchos doctores de todo el país, y aceptó todo tipo de medicinas tanto las que se ingerían, como las que se extendían sobre su quiste. Pero no sirvió de nada. El bulto crecía y crecía, hasta ser casi tan grande como su rostro y, por desgracia, perdió toda la esperanza de conseguir librarse de él, y se resignó a llevarlo en la cara el resto de su vida.

    Un día, se gastó la madera en la cocina, así que, como su esposa necesitaba bastante en ese momento, el anciano se llevó el hacha y salió hacia los bosques que había en las colinas no muy lejos de su casa. Era un día agradable a principios de otoño, el anciano disfrutaba del aire fresco y no tenía prisa por volver a casa. Así que toda la tarde pasó rápidamente mientras cortaba madera, hasta tener una buena pila que llevar a su esposa. Cuando el sol empezó a ocultarse, se dirigió a casa.

    El anciano no había avanzado demasiado al bajar del paso de la montaña cuando el cielo se nubló y la lluvia empezó a caer con fuerza. Empezó a buscar refugio, pero no había siquiera una cabaña cerca para el carbón. Por fin, descubrió un gran hoyo en el tronco vacío de un árbol. Estaba cerca del suelo, así que entró arrastrándose con facilidad y se sentó con la esperanza de que solo fuera una tormenta de montaña y de que el cielo se aclararía en poco tiempo.

    Para decepción del anciano, en vez de aclarar, la lluvia arreció y finalmente se convirtió en una poderosa tormenta eléctrica sobre la montaña. El trueno rugió tan aterradoramente, y los cielos parecían arder con los relámpagos, de tal manera que el anciano apenas podía creer que siguiera vivo. Pensó que moriría de miedo. Al final, sin embargo, el cielo se despejó y todo el país brilló con los rayos del sol del ocaso. Los ánimos del anciano se recuperaron cuando miró el bello espectáculo, y estaba a punto de salir de ese extraño escondite en el árbol vacío cuando el sonido de lo que parecían pasos de mucha gente llegó a sus oídos. Al momento pensó que sus amigos habían ido a buscarlo, y se alegró de la idea de tener algunos compañeros con los que regresar. Pero, al mirar desde el árbol, cuál fue su sorpresa al ver, no a sus amigos, sino a cientos de demonios que se dirigían al lugar. Cuanto más miraba, más se sorprendía. Algunos de los demonios eran tan grandes como gigantes, otros tenían grandes ojos que no eran proporcionados con respecto al resto de sus cuerpos, otros tenían narices absurdamente largas, y algunos bocas tan grandes que parecían llegar de oreja a oreja. Todos tenían cuernos en la frente. El anciano estaba tan sorprendido por lo que vio que perdió el equilibrio y se cayó fuera del hueco. Afortunadamente, los demonios no lo vieron, pues el árbol estaba escondido. Se levantó y se arrastró de nuevo dentro del árbol. Mientras estaba allí sentado, preguntándose impaciente cuándo podría volver a casa, escuchó los sonidos de una música feliz, y después algunos de los demonios empezaron a cantar.

    —¿Qué hacen esas criaturas? —se dijo el anciano—. Miraré fuera, suena muy divertido.

    Al mirar fuera, el anciano vio que el jefe de los demonios estaba sentado con la espalda apoyada en el árbol donde estaba oculto, y todos los otros demonios estaban sentados alrededor, algunos bebiendo y otros bailando. La comida y el vino se hallaban ante ellos en el suelo y los demonios evidentemente se estaban divirtiendo inmensamente.

    Hizo que el anciano se riera al ver sus extraños actos.

    —¡Qué divertido! —rio el anciano—. Soy bastante anciano, pero nunca he visto nada tan extraño.

    Estaba tan interesado y nervioso al ver lo que los demonios estaban haciendo, que se olvidó de sí mismo, salió del tronco y se levantó.

    El jefe de los demonios estaba tomando en ese momento una gran copa de sake y estaba viendo a uno de los demonios danzar. Al poco, dijo, aburrido:

    —Tu baile es bastante monótono. Estoy cansado de verlo. ¿No hay nadie que sepa bailar mejor que este tipo?

    El anciano había disfrutado del baile toda su vida, y era un experto en el arte, y sabía que podía hacerlo mucho mejor que el demonio.

    —¿Debería ir y bailar ante estos demonios y que vean de qué es capaz un ser humano? ¡Puede ser peligroso ya que si no les gusta me matarán! —se dijo el anciano.

    Sus temores, sin embargo, fueron superados por su amor por el baile. En pocos minutos, no pudo contenerse más y salió ante todo el grupo de demonios y empezó a bailar al momento. El anciano, al darse cuenta de que su vida probablemente dependía de si podía complacer a esas extrañas criaturas o no, demostró sus habilidades al máximo posible.

    Los demonios al principio se sorprendieron de ver a un hombre tan intrépido tomar parte de su entretenimiento, y después su sorpresa dio paso a la admiración.

    —¡Qué extraño! —exclamó el cornudo jefe—. ¡Nunca vi un bailarín tan habilidoso antes! ¡Bailas admirablemente!

    Cuando el anciano terminó su baile, el gran demonio dijo:

    —Muchas gracias por tu divertido baile. Ahora, hónranos tomando una copa de vino con nosotros. —Y con esas palabras le dio su copa más grande.

    El anciano se lo agradeció muy humildemente:

    —No espero tanta amabilidad por parte del señor. Me temo que solo he enturbiado su agradable fiesta con mi poco habilidoso baile.

    —No, no —respondió el gran demonio—. Debes venir y bailar para nosotros. Tu habilidad nos ha dado mucho placer.

    —Sin duda —respondió el anciano.

    —Entonces debes dejar alguna prenda de tu palabra con nosotros —dijo el demonio.

    —Como quieras —dijo el anciano.

    —¿Y bien? ¿Qué es lo mejor que puedes dejar como prenda? —preguntó el demonio, mirando a todas partes.

    Entonces, uno de los vasallos del demonio se arrodilló detrás del jefe:

    —Lo que nos deje debe ser lo más importante que tenga. Veo que el anciano tiene un quiste en su mejilla derecha. Los mortales consideran algo así muy afortunado. Que mi señor se lleve el quiste de la mejilla derecha del anciano, y vendrá mañana, aunque solo fuera para recuperarlo.

El demonio arrancó el gran quiste de la mejilla derecha del anciano.

   

    —Eres muy inteligente —dijo el jefe de los demonios, con un asentimiento de sus cuernos. Entonces estiró el brazo velludo y su mano con forma de garra, y arrancó el gran quiste de la mejilla derecha del anciano. Por extraño que parezca, salió con tanta facilidad como una ciruela madura del árbol con el toque del demonio, y entonces desapareció la alegre tropa de demonios.

    El anciano se quedó perdido por la confusión sobre todo lo que había sucedido. Apenas se daba cuenta de dónde estaba. Cuando se percató de lo que había sucedido, se alegró de que el bulto de su rostro, que durante muchos años lo desfiguró, hubiera desaparecido. Se lo habían llevado sin hacerle ningún daño. Se pasó la mano por la cara para ver si quedaba alguna cicatriz, pero descubrió que su mejilla derecha estaba tan suave como la izquierda.

    El sol se había puesto hacía tiempo y media luna se alzaba joven y plateada en el cielo. El anciano se dio cuenta repentinamente de cuán tarde era y se apresuró a llegar a casa. Se dio palmaditas en la mejilla derecha todo el tiempo, como para confirmar su buena fortuna al haber perdido su quiste. Estaba tan feliz que le parecía imposible caminar en silencio, corrió y bailó todo el camino por casa.

    Vio a su esposa muy nerviosa, preguntándose qué lo había hecho llegar tan tarde. Le contó todo lo que había pasado desde que dejara la casa. Ella se puso tan feliz como su marido cuando este le enseñó que el feo bulto había desaparecido de su rostro, pues en su juventud se había enorgullecido por el marido tan guapo que tenía y le había dolido ver crecer esa cosa cada día.

    Pero en la puerta adyacente a esta buena pareja de ancianos, vivía un malvado y horrible anciano. Él también tenía un quiste en su mejilla izquierda y él, también, había intentado todo tipo de cosas para librarse de él en vano.

    Se enteró de la buena suerte de su vecino al perder el bulto de su rostro ese mismo día, a través de un sirviente, así que lo visitó aquella misma noche y pidió a su amigo que le contara cómo se había librado del quiste. El buen anciano le dijo a su desagradable vecino todo lo que le había ocurrido. Describió el lugar donde encontraría el árbol vacío en el que esconderse y le aconsejó que se pusiera allí por la tarde, cerca del ocaso.

El anciano le dijo a su vecino todo lo que le había ocurrido.

   

    El viejo vecino se fue al día siguiente y después de perder un poco el tiempo, llegó al árbol vacío justo como su amigo había descrito. Allí se escondió y esperó el ocaso.

    Como le habían dicho, el grupo de demonios llegó a esa hora y tuvo lugar un festín con baile y canciones. Cuando hubo pasado un tiempo, el jefe de los demonios miró alrededor y dijo:

    —¿Es ya la hora a la que prometió venir el anciano? ¿Por qué no ha venido?

    Cuando el segundo anciano escuchó estas palabras, salió corriendo de su escondite en el árbol y se arrodilló ante el oni.

    —¡Llevo mucho tiempo esperándote para hablar!

    —Ah, eres el anciano de ayer —dijo el jefe de los demonios—. Te agradezco que hayas venido, debes bailar con nosotros pronto.

    El anciano se levantó, abrió su abanico y empezó a bailar. Pero él nunca había aprendido a hacerlo, y no sabía nada de los gestos y las posiciones necesarias. Pensó que cualquier cosa complacería a los demonios, así que simplemente saltó por todos lados, agitando los brazos y dando pisotones, imitando tan bien como pudo las danzas que había visto.

    Los oni no estaban nada satisfechos con esa exhibición y dijeron entre ellos:

    —¡Qué mal baila hoy!

    —Tu actuación de hoy es muy distinta al baile de ayer. No queremos seguir viendo más bailes así. Te devolveremos la prenda que dejaste. Debes marcharte ahora mismo.

Ahora tenía dos grandes quistes a cada lado de la cara.

   

    Con estas palabras, sacó de un pliegue de su ropa el bulto que había cogido del rostro del otro anciano, y se lo lanzó a la mejilla derecha al mal bailarín. El bulto se unió inmediatamente a su mejilla tan firmemente como si hubiera crecido siempre allí, y todos los intentos de sacarlo fueron inútiles. El malvado anciano, en vez de perder el bulto de su mejilla izquierda, como había deseado, descubrió para su desgracia que había añadido otro a su mejilla derecha en su intento de librarse del primero.

    Se llevó una mano y luego la otra a cada lado del rostro para asegurarse de que no estaba soñando una horrible pesadilla. No, no había ninguna duda de que ahora tenía otro gran quiste en la parte derecha de su rostro. Los demonios habían desaparecido, y no le quedaba nada más que hacer que volver a casa. Tenía un aspecto horrible, pues su rostro, con sus dos grandes bultos, uno a cada lado, parecía una calabaza japonesa.

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